Pablito el Piñonero

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Pablito el Piñonero
Pablito el Piñonero fue un conocido vendedor ambulante de piñones. En realidad se llamó Gregorio Casado, natural de Navas de Asunción, pueblo de Segovia donde esta enterrado junto a su mujer, según testimonio de su nieto, David Casado.

Biografía

A finales de los años cincuenta apareció por Córdoba un segoviano, el cual, montó un negocio ambulante de venta de piñones. Su base de operaciones la colocó con bastante ingenio en la plaza de las Tendillas entrando a la calle la Plata.

Lo llamaban “Pablito el Piñonero” por eso de tener como negocio el fruto dado por los piñas. Físicamente tenía complexión fuerte, casi siempre estaba en mangas camisa incluso en invierno, la misma estaba decorada a cuadros, muy propia de las gentes del campo, y por supuesto, no le faltaba su boina montada no a la vizcaína, sino al más estilo paleto.

No necesitó grandes anuncios ni lanzamiento de ninguna proclama vendedora, pues con su voz potente y entrecortada pregonaba constantemente las frases:-“Hale, vamos a vender” o esta otra “Vamos al piñón”. A la vez, le ayudaba el sonido característico de los piñones volteados con un ágil movimiento de manos por cedazo. Sólo estos reclamos eran suficientes para que el negocio prosperara.

“Pablito” había aprendido como nadie hacer una pequeña hendidura en la cascara a su diminuto producto, que sin abrir del todo, permitía fácilmente sacar el fruto mediante unas puntillitas machacadas por la punta, este pequeño artilugio era la clave del éxito en las ventas.

Era serio, pero saludaba amablemente a las amistades y clientes, a la vez que servía los cartuchos de piñones, entregando como propina imprescindible la puntillita. Vendiera o no, su carácter siempre fue igual, pues día a día tanto en verano o invierno no dejaba su lugar y se comentaba que como el Gran Capitán formaba parte de la configuración de la plaza de las Tendillas.

"Pablito", era conocido en su tiempo tanto como el “Cordobés”, dada la peculiaridad de su negocio. Su boina y su cedazo dieron la vuelta a España en el papel impreso y su voz resonó en las emisoras de radio.

Le tuvo que ir bien el negocio, pues no volvía a su tierra castellana nada más de cuando en cuando. Su final como vendedor fue fulminante, pues a principios de los años setenta un buen día desapareció de una forma repentina, sin que nadie de la calle supiera nada de su paradero. Se cundió el rumor entre el público, de que el tan conocido “Pablito” estaba involucrado en negocios poco recomendables.

Plaza de las Tendillas con la calle de la Plata

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