Plaza de San Andrés (Rincones de Córdoba con encanto)

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1. La capital
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003)
[1]


Plaza de San Andrés / “Oasis de sombra”

Sin contar las que amenizan patios de conventos, palacios y casas señoriales, unas cuarenta fuentes perviven en el casco antiguo de Córdoba. La mayoría de ellas surgieron en tiempos pretéritos para proveer de agua a la población, pero hoy constituyen un lujo ornamental del paisaje urbano; trasladan a épocas pasadas, embellecen rincones pintorescos y con la música acuática de sus caños subrayan el celebrado silencio que aún es posible encontrar en Córdoba. Y es que, como escribe Pablo García Baena, gloria de nuestras letras, “discurre el agua por toda la ciudad en palpitante arteria, erigiendo en cada rincón, en cada calleja su ara fresca y sonante”.

Una de las cuarenta –y no será la única que inspire y justifique uno de los espacios con encanto que aquí se proponen– es la de San Andrés, que, ajena al tráfico perturbador que desde el Realejo enfila la calle San Pablo, ameniza la plaza con su canción a cuatro voces blancas, entonada por los caños que brotan del altanero pedestal; caen los chorros plateados sobre la taza superior, que a su vez los vierte sobre el pilón octogonal a través de cuatro mascarones leonados. El erudito Orti Belmonte comparaba esta fuente con la del Potro; y es que, salvo el remate, son casi gemelas. Primitivamente la coronaba el escudo de España con el águila imperial, “que fue destruida inconsiderablemente en 1813 en odio a las águilas del emperador de los franceses, Napoleón”, al decir de Luis María Ramírez de las Casas Deza.

Aseguran las crónicas que la fuente se labró en 1664 para la plaza del Salvador –antaño situada a la vera del Ayuntamiento antiguo, hoy escamoteada por las reformas urbanas–, pero dos siglos más tarde fue trasladada a ésta de San Andrés, donde sigue. La plaza es hoy un rectángulo amenizado por parterres protegidos por incipientes setos de boj, tras los que en primavera pintan sus notas de color los geranios. El pavimento de artístico enchinado tapiza los pasillos y la rotonda central, en medio de la cual se eleva la hermosa fuente.

Suele pasar de largo la gente con prisa, y no sabe lo que se pierde. Pero hay jóvenes y jubilados que aprecian el “oasis de sombra” –como llamó a este rincón el poeta Mario López– y pueblan los bancos de fundición desplegados alrededor de la fuente, desde los que contemplar tan grata conjugación de piedra y agua. El reflejo del sol sobre la lámina del pilón proyecta temblorosos destellos sobre la taza y la abombada columna barroca que la sustenta. Los naranjos festonean el rectángulo, sobrepasados por tres palmeras, una de ellas, altísima y robusta, extiende sus brazos protectores como un solio vegetal y compone hermosas perspectivas.

Realza esta placita la arquitectura monumental que la rodea. Así, la vieja mansión de los Luna, fechada en 1544, enjoya este rincón con su fachada renacentista de piedra oscura, en la que llaman la atención la bella portada adintelada –que en postales antiguas aparece desconsideradamente tapiada– y las ventanas ajimezadas en la esquina con la calle dedicada al humanista Fernán Pérez de Oliva. Si la puerta de la calle está abierta, debe el viajero asomarse al zaguán para admirar el patio, íntimo y señorial, enriquecido con vestigios arqueológicos que le dan aspecto de museo.

Pero el principal monumento del contorno es la iglesia parroquial de San Andrés, templo medieval terminado a finales del siglo XV –como testimonia la primitiva portada gótica lateral–, reformado y ampliado en época barroca, hasta el punto de que su primitiva nave mayor quedó incorporada a los brazos del crucero, tal como hoy puede verse; un curioso ejemplo de metamorfosis arquitectónica. En conjunto, la plaza y su entorno es una postal de lujo para el disfrute de quien sepa apreciarla.



Referencia

  1. MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba

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