Rafael Chamorro Murillo

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Rafael Chamorro Murillo (Hinojosa del Duque, 1920) fue pastor.

Biografía

Hermano de Tomás Chamorro Murillo, que desde los 6 años se hizo cargo del rebaño de cabras de su familia. La Guerra Civil estalló cuando tenía 16 años y su hermano solo 12. Poco después Rafael Chamorro Murillo se subió a un convoy sin que su familia lo supiera y marchó al frente. A lo largo de los tres años siguientes solo tuvo un permiso para volver a su pueblo. Esa fue la última vez que vio a su padre.[1]


Rafael sobrevivió y consiguió pasar a Francia, pero su rastro se perdió hasta 1941. Recibieron entonces una carta de la Cruz Roja en la que se les informaba de que había sido hecho prisionero por el ejército alemán. Hasta la liberación del campo de Mauthausen no volvieron a tener noticias de él. Sus padres y sus hermanos pasaron cinco años sin saber si seguía vivo o había muerto.

En tales circunstancias, para él, como para muchos de sus vecinos, amigos y parientes, ser comunista era la respuesta natural a una vida que solo por momentos merecía ese nombre. Ese comunismo intuitivo, casi espontáneo (que en nuestro país había alumbrado también una majestuosa tradición libertaria) respondía directamente a sus padecimientos cotidianos ofreciendo a la vez un instrumento para comprender sus causas y un horizonte de sentido compartido para combatirlas. La historia de mi abuelo se trama, así, inequívocamente con una experiencia de clase que, no por capricho, da coherencia a toda su vida. Una vida en la que los jornales no alcanzan para mantener a la familia y, desde niño, te ves obligado a arrancar raíces, cazar pajarillos o recoger leña y bellotas esquivando a la guardia civil. “Nunca estuve parado” recordaba con el orgullo de quien solo tuvo su esfuerzo para sobrevivir. Esos padecimientos conformaron a toda una generación cuyo dolor aún nos atraviesa, pero que pese a tenerlo todo en contra fue capaz de una de las mayores gestas del mundo moderno: hacer frente durante tres años y prácticamente sin medios al fascismo internacional.

Por suerte, mis abuelos pudieron salir de ese mundo y disfrutaron en Francia, al menos en parte, de ese bienestar que las clases populares habían conquistado después de los inmensos sacrificios de la Segunda Guerra Mundial. Allí pudieron conocer la libertad y la prosperidad que aquí les habían hurtado y aunque las cosas no fueran fáciles, la sonrisa con la que mi abuelo recordaba cómo había falsificado su partida de nacimiento para conseguir el visado, el reencuentro con su hermano, los amigos, las huelgas de los setenta o aquella exposición rusa en la que vieron un Sputnik me hace pensar que parte del enorme peso que cargaban sus vidas fue recompensado.

Hoy, cien años después de su nacimiento, quiero recordar a mi abuelo no por lo que fue él o su vida, sino porque él fue muchos y su vida, la de todo un país. Porque si en él conocí a una persona ejemplar no fue por su compromiso concreto con unas siglas, sino porque en su existencia encarnó lo mejor de su tiempo: un hombre que sintió hasta sus últimos días el sufrimiento ajeno como propio e hizo del suyo una carga leve para los demás. “Hemos pasado mucho”, decía, pero también “tuvimos suerte”. Suerte de sobrevivir a las dificultades y disfrutar una vida sin apremios en sus últimos años, suerte de ser cuidado y querido.

Fuente

  • Las historias de la Historia, en el diario Cordópolis, 14 de marzo de 2024.
  • Principales editores del artículo

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