Rafalito el "Sordo"

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Rafalito el Sordo

También llamado como Rafalito el Barbero. Trabajó como oficial contratado, en peluquerías ya desaparecidas del centro de Córdoba, como las ubicadas en el que fue local del Club Guerrita, en la calle Conde de Gondomar y posteriormente en la peluquería Arjona, en la calle Concepción entre los años 40 al 60 del siglo XX.

Rafalito tenía una profunda sordera y había que hablarle a voces para poder entenderse con él, cosa que mermaba la posibilidad de una conversación. Ostentaba una edad madura, era de estatura más bien baja y menguado en carnes, de poco pelo y chupado de cara ya que le faltan gran parte de la dentadura. Compensaba su falta de conversación con una sonrisa burlona y un buen sentido del humor en las pocas frases que hablaba. Su gran profesionalidad y su alegría suplía su sordera, pues el corte de pelo que hacía era a base de punta de tijera fina, exagerando y perfeccionando al máximo su trabajo. Siempre comparaba su trabajo con hacer una buena faena torera.

Le caracteriza como personaje clásico, su profesionalidad, su sentido alegre y tener a gala el haber pelado a los grandes maestros de la tauromaquia, artistas, políticos etc... Él comentaba que había cortado varías coletas pero nunca daba los nombres de los diestro a que se refería.

Se apunta alguna pincelada anecdótica para reflejar mejor su personalidad.

  • Cuando se le preguntaba por qué no cogía la maquinilla de pelar respondía: - Eso es igual que si al matador de toros le dieran para torear un saco de patatas en lugar de una muleta, continuaba pelando y a la vez riendose.
  • A algún cliente de confianza le decía:-Hoy no aguantan los jóvenes el estar en la sillón más de 20 minutos y para hacer un buen “pelao” hay que estar sentado como mínimo 40 minutos', terminaba diciendo: - Ellos quieren una faenita corta..., Y volvía a reírse.
  • Era comprensible que cuando pelaba a un chiquillo, éste se desesperaba por la tardanza y empezaba a moverse, pues los pelillos se le colaban por todas partes .Rafalito decía con cariño pero algo mosqueado al niño -No te muevas tanto que pareces un rabo de una lagartija. El pequeño respondía -Rafalito es que me pica, y él, ni corto ni perezoso cogía una polvera de pera y le llenaba el cuello con tanto talco que parecía lo habían blanqueado, retirándolo a continuación con un cepillo apropiado. Terminaba la conversación, diciendo: - Vas a salir a la calle mejor “pelao” que un torero, continuado su risa peculiar.


Este comentario es una estampa de lo que eran los grandes profesionales de oficios ya perdidos, unido al casticismo cordobés.

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