Taberna El Pancho

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Taberna El Pancho
El Pancho


Situada en la calle Montero nº4 en el castizo barrio de San Agustín, lugar que en que estuvo ubicada la Peña El Limón donde el maestro Ramón Medina ensayaba con su rondalla. Se trata de una taberna frecuentada por trabajadores y jubilados.

Sigue intactas sus instalaciones como si estuviera en los años cincuenta o sesenta.

Su patio aunque pequeñito, aún mantiene el famoso limonero que diera nombre a la peña. Mantiene la costumbre cordobesa de tener un galápago entre los arriates.

El maestro Ramón Medina compuso una coplilla a la la taberna El Pancho que dice así:

El vino de Luis el Pancho
no hace perder la razón,
porque tiene como madre
uvas de buen corazón.

Recuerdos de la taberna

El pasado existe en la materia imponderable del recuerdo, por esto mis sentidos se impresionan con la añoranza de esta taberna, situada en la calle Montero del pintoresco barrio de San Agustín, donde he vivido muchos ratos agradables de mi madurez en compañía del buen amigo Ramón Medina en su Peña del Limón, nombre que se puso en recuerdo de un hijo de Luis Gavilán El Pancho, que siendo un niño lo plantó en aquel patio. El muchacho tuvo la desgracia de morir de unas fiebres cuando efectuaba el cumplimiento de su servicio militar en África.

Aquellas noches de estío en el patio del limonero, rodeado de un cerco de azulejos blancos que servía para colocar los vasos de vino, cuando el maestro Ramón decía que el vino recio mudaba en el jarro, esas noches calurosas de Córdoba en las que Federico García Lorca, en uno de sus poemas dedicado a Córdoba decía:

El aire se para y quema bajo los cielos parados.

Aquel rincón de la peña con sus simpatizantes y componentes, donde nunca faltaban visitantes y curiosos forasteros, para escuchar en su natura la música del maestro que abrazado a su guitarra y Pepe Miguel al laúd con su coro de cantores interpretaban sus canciones. Siempre había novedades, no faltaba algún estilo flamenco o algún gracioso polifacético.

De vez en cuando Paquito Peña nos hacía un recital con su embrujada guitarra de la que salían los ecos de divina magia y las copas del dorado vino parecían vibrar al son de la cadencia de las cuerdas al caer pulsadas por las manos del artistas. Otras veces, con los fondos recaudados por los componentes y la generosidad de algún simpatizante se organizaba un perol.

Se derrochaba alegría, buen humor y arte y todos se querían como hermanos. Todo llegó a su fin; la peña se trasladó a otro lugar, el Pancho había muerto, poco a poco por fallecimientos y por ausencias, se fue desintegrando y al fallecimiento de Ramón Medina, ya no quedó nada más que su recuerdo y sus canciones.

Manuel Carreño Fuentes, Memorias Tabernarias. Publicado en Diario de Córdoba. 3 de julio de 1988

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