Baena -2 (Rincones de Córdoba con encanto)
Los pueblos
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003) [1]
Baena / La resurrección de Santa María
En la cima del cerro sobre el que Baena despliega su blanco caserío, despunta la torre barroca de Santa María la Mayor, un templo que hasta hace pocos años soportó, como una vergüenza, las graves heridas de la guerra incivil. Pero con la llegada de la última primavera la iglesia floreció como una espléndida flor de piedra y luz, tras su restauración, fruto de ejemplar colaboración entre instituciones. Fue un día grande para Baena aquel 28 de marzo en que el templo radiante reabrió sus puertas y los baenenses que lo abarrotaban pudieron admirar, con sorpresa y emoción, la triunfal resurrección de su “pequeña catedral”.
También para el viajero sensible es un gozo descubrir la nueva imagen de la iglesia mayor. Remontando la calle dedicada a Santo Domingo de Henares y girando a la izquierda por Arco de la Villa se desemboca en la plaza del Ángel –con su San Rafael sobre modesta columna–, dominada por la airosa torre del templo, tras cuyos rasgos barrocos se alza un templo gótico-renacentista, como adelanta la portada que se abre a sus pies. El interior de tres naves, separadas por soberbias arquerías apuntadas, ha recuperado su remota grandeza. El desnudo testero de la capilla mayor, en cuya amplitud se pierde la gótica imagen de la Virgen de la Antigua sobre una repisa, contrasta con las delicias platerescas de los retablos de yeso y con la artística reja del presbiterio, ahora instalada a los pies. Sorprenderán, por lo novedosas, las bóvedas de arista revestidas de madera.
Aunque la recuperada iglesia mayor es la joya de este espacio con encanto que se extiende en la meseta superior del cerro, no está sola. El viajero debe asomarse a la falda de su fachada de la epístola, donde se escalonan las calles de la antigua Almedina, un barrio que el ayuntamiento va recuperando sin traicionar su urbanismo bajomedieval. Algunas de las modestas casas ostentan blasones evocadores de pasadas grandezas. Al final de la calle de Arriba –con casas en un solo lado, pues el otro es un mirador sobre los cerros olivareros, a cuyos pies serpentea el arroyo Marbella– surge el Arco Oscuro, un restaurado torreón del recinto amurallado musulmán, con puerta en recodo, tan característica del periodo almohade.
Al avanzar por el evocador callejón Arco de la Villa –blancos muros a la derecha y mirador sobre tejados a la izquierda–, sale enseguida al paso, tras una portadita neoclásica, un patio ajardinado. Nada más observar el pórtico y las ventanas protegidas por celosías que recorren la planta alta, comprenderá el viajero que se halla ante el patio de un convento, cuyo místico recogimiento completan cipreses y naranjos en alternancia con floridos rosales y trepadoras glicinias. Se respira aquí beatífica paz y reina el silencio, subrayado por cantos de pájaros y el tañido de una campana. Poco más adelante atraviesa la calle un arco blanco recorrido por una galería-mirador, igualmente protegida por pudorosas celosías.
Desemboca el breve callejón en la plaza del Palacio, a la que se asoma la fachada de la iglesia conventual, protegida por una verja y un jardín. El viajero aficionado al arte enseguida fijará su atención en la bella portada gótico-renacentista coronada por un relieve de la Anunciación y los escudos de Diego Fernández de Córdoba, fundador del cenobio en 1510. Pero si tiene oportunidad de penetrar en el templo le fascinará su recogimiento interior, dominado por la concha poblada de esculturas y el retablo mayor, de mármol y bronce, con pinturas del taller de Bassano, que transporta a la Italia del Renacimiento, donde fue realizado.
Delante de la iglesia conventual se extiende la espaciosa plaza del Palacio, recuperada para celebraciones al aire libre, cuyo fondo recorre la reconstruida muralla del antiguo castillo; contrasta con ella una portada neobarroca de piedra blanca, tras la que espera el viajero encontrar una instalación cultural, pero sufre una pequeña desilusión, pues no hay más que un modesto bar, que saca sus veladores a la explanada. Sí es un privilegio tomar una cerveza en semejante lugar, que infunde cierta emoción histórica, a poco que el viajero sepa que el castillo fue construido por el emir Abdullah en 890, que fue tomado un año más tarde por el caudillo rebelde Omar Ben Hafsum, que fue conquistado por Fernando III en 1242, que hospedó a los Reyes Católicos en 1485, y que sirvió de prisión a Boabdil y al futuro Gran Capitán. Al anochecer el viajero se siente cerca de las estrellas y de la historia de Baena en esta plaza, vigilada desde un ángulo por la reproducción en bronce de la famosa leona ibérica hallada en el cercano cerro del Minguillar, hoy en el Museo Arqueológico Nacional
Referencia
- ↑ MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba
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