Bujalance (Rincones de Córdoba con encanto)

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Los pueblos
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003)
[1]


Bujalance / La plaza Mayor, universo de pueblo

No es difícil encontrar en Bujalance un rincón con encanto. Su recordado y telúrico poeta Mario López proporciona la pista en el sinóptico poema Pueblo. Vista general: “El arco. / El Ayuntamiento. / La plaza. /El cielo. / El casino. / Los labradores. / El tiempo...”. Con tan esquemáticos trazos dibuja los rasgos de la Plaza Mayor, tradicional ágora que el poeta percibe como “plaza de oro, nimbada de naranjos y entrañables farolas de principios de siglo. Brasa ardiente engastada en piedra de Porcuna bajo el intenso cielo meridional. Tiempo azul de campanas desde el reloj insomne de su barroca torre inclinada de la Asunción”. En efecto, por encima de naranjos y tejados asoma la cercana torre de la parroquia mayor, “la dama inclinada”, cuyos 55 metros de altura la acreditan como una de las más altas de la provincia. En su primer cuerpo una inscripción informa que se acabó en 1788.

Un siglo más antiguo es el edificio del Ayuntamiento, fechado en 1680, que preside la plaza desde la cabecera. En su noble fachada de tres cuerpos destaca el largo balcón que recorre la planta principal, al que se abren cuatro puertas adinteladas rematadas por frontones partidos, sobre los que campean el escudo de España y el de Bujalance, duplicado. En el interior se custodian algunos tesoros artísticos y sentimentales, como los cuadros costumbristas del pintor local Francisco Benítez Mellado, las mazas de plata del siglo XVII y la bandera del batallón de la Milicia Nacional que luchó contra el invasor francés en Ocaña y Bailén. También pervive dentro el antiguo Pósito transformado en museo, El hombre y su medio, en el que las mariposas constituyen el hilo conductor de las edades históricas. Horada la casa consistorial un blanco arco –más bien angosto túnel–, arranque de la calle Manuel Mantilla Sánchez.

Junto al Ayuntamiento, la cabecera de la parroquia de la Asunción se asoma a la plaza a través del balcón de los Clérigos, situado a espaldas del barroco camarín de la Virgen del Rosario, desde el que los sacerdotes contemplaban las celebraciones públicas. Bajo el balcón, un azulejo perpetúa el sentido soneto dedicado a su pueblo por Mario López, que comienza:“Dorada almena califal alzada / frente a horizontes de Sierra Morena. / Sol y campiña y olivar. Serena / ciudad por altas torres custodiada”.

Ninguna de las plumas que han escrito sobre Bujalance pasa de largo por tan bella Plaza Mayor, que a todas cautiva. Así, el cronista local Francisco Martínez la ve “abierta y luminosa, una de las más bellas de la provincia”, y no le falta razón. El escritor Alejandro López Andrada la contempla “bellísima y luminosa, adornada por dos espesas hilerillas de naranjos, unas cuantas farolas de antiguo aliento, y dos filas de bancos cubiertos por la silenciosa sombra que proyectan los naranjos”. Y la periodista Isabel Leña, que la considera “el corazón de Bujalance”, describe con precisión su grato y colorista ambiente humano, que “contempla por las mañanas el contínuo trajín de las mujeres y hombres que trabajan; y por las noches, cuando llega el estío, siente en silencio el interminable paseo de los ancianos; escucha las voces de los adultos que toman una copa en las terrazas; y sonríe ante la alegría de los niños que corretean de un lado para otro ajenos al mundo”.

Es un placer sencillo y hermoso pasear la plaza –ochenta pasos de un extremo al otro– y pisar con parsimonia las gastadas losas de piedra clara flanqueadas por naranjos en alternancia con robustos bancos. La torre se asoma por encima de los tejados, la casa consistorial aporta una nota de noble distinción y el rojizo casino de la Juventud Artesana, de nombre ya anacrónico, dialoga con el edificio municipal desde la vertiente opuesta, mientras extiende sus veladores y oferta sus patatas rellenas, celebrada especialidad del repostero.

Pero el encanto de Bujalance no termina en la Plaza Mayor. Rincón sugestivo es también el cercano paseo de Santa Ana, dominado por la torre de la Asunción, que eleva su cuerpo de ladrillo junto a la portada principal, procedente del antiguo convento de los Carmelitas; una vez traspasada sorprende al viajero la cuidada iglesia gótico-renacentista erigida en el siglo XVI con intervención de los Hernán Ruiz I y II. El encanto también adorna al ameno parque de Jesús, que se extiende sobre un promontorio en la periferia septentrional, en torno a la ermita dieciochesca del Nazareno, foco de devoción popular que vibra de fervor en la madrugada del Viernes Santo.



Referencia

  1. MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba

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