Adamuz (Rincones de Córdoba con encanto)

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Los pueblos
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003)
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Adamuz / De San Andrés a la torre del Reloj

La primera parada en el encanto de Adamuz ha de hacerla el viajero en la excéntrica parroquia de San Andrés Apóstol, construida probablemente a principios del siglo XV, lo que la acredita como uno de los más madrugadores templos góticos de los pueblos. Esta antigüedad se manifiesta sobre todo en la arcaizante asimetría de la cabecera, como si el primer maestro de obras hubiese errado sus cálculos, lo que corregiría un siglo más tarde Hernán Ruiz el Viejo en su reforma o ampliación, a cuyo estilo también responden las dos portadas laterales. A los pies se alza la torre prismática, cuya terminación datan los especialistas en torno a 1600.

El hecho de que la parroquia se erigiese a las afueras del casco urbano –en fotografías de principios del siglo XX aún se la aprecia aislada, rodeada por tapias de corrales– favoreció que haya quedado hermosamente exenta, lo que permite su contemplación desde todos los ángulos. Así, sendas plazas sombreadas por melias se extienden a sus costados, más amplia la del lado del evangelio, tapizada de amarillo albero, mientras que la de la epístola, rodeada de poyos para salvar el desnivel, es más íntima y recoleta. Contemplar en la quietud del atardecer la fábrica exterior del templo, resplandeciente, como las casas tradicionales, de rojiza piedra molinaza, es una buena forma de iniciar la aproximación a los encantos que reserva Adamuz.

Por Concejo o Alhóndiga hay que dirigirse ahora a la plaza de la Constitución –que pese a su nombre tiene aspecto de calle– y, sin prestar atención a la casa consistorial, tan fuera de lugar por su arquitectura extemporánea, admirar la torre del Reloj, acicalada y radiante. En la erosionada inscripción que ostenta sobre la puerta puede el viajero leer el nombre de su constructor, Luis Méndez de Haro, marqués del Carpio, y el año, 1566. El reloj primitivo estaba bajo los arquitos pareados de su último cuerpo, pero en 1953 un alcalde tuvo la audacia de añadirle un remate para el reloj, que, aunque no exento de gracia, desfigura el estilo original. Una inscripción da fe de ello en el segundo cuerpo: “El Ayuntamiento de esta villa reconstruyó esta torre con montaje de nuevo reloj en el año 1953”.

No debe el viajero pasar de largo por las bocacalles que surgen a su izquierda, como Fuente o Libertad, balcones sobre la cercana sierra que regalan agrestes paisajes verdes, en contraste con la impoluta cal de las fachadas.

Sin solución de continuidad, el céntrico eje viario continúa a través de la calle Mesones, que en su nombre revela la tradición hospitalaria de Adamuz, villa medieval surgida en torno a las antiguas posadas creadas junto al viejo camino de Córdoba a Toledo. En la inusual anchura de la calle Mesones hay que imaginarse el constante trajín de viajeros, cocheros y caballerías, extenuados tras remontar las endiabladas curvas de Sierra Morena, que hacían un alto en el camino antes de emprender la última jornada que les llevara a las posadas de la plaza del Potro cordobesa. Como reliquia de aquellos remotos tiempos, a las afueras de Adamuz pervivieron hasta hace unos años las ruinas del Mesón del Obispo, que debió ser el mejor del lugar, de ser cierta la tradición de que en él se hospedaron los Reyes Católicos.

Al inicio de la calle Mesones sorprende el oratorio de San Pío V, con su retablo de rojos mármoles y adornos dorados, atribuido a Melchor de Aguirre, anejo a la casa de los Rivera, una blasonada mansión del siglo XVII cuyas reformas interiores han respetado el curioso brocal del pozo existente en el patio. Es calle recta y ancha, cuya homogénea arquitectura de rasgos tradicionales conserva viejos dinteles labrados en rojiza piedra molinaza, cuya antigüedad remontan los especialistas en algunos casos al siglo XV. Así, en la acera de los pares el viajero debe prestar atención, además de la citada casa de los Rivera, que ostenta el 2, a los números 6, 18, 30 y 50 –en el que parece leerse el año de 1595–, mientras que en la de los impares conviene mirar los números 33, de 1888, y 73, revestido de pintura azul.

Los viajeros de hoy llegan en automóvil o en coche de línea ya no se dirigen a Toledo, sino, todo lo más, a Villanueva de Córdoba, situada a 39 kilómetros, dirección norte, a través de una mejorada carretera de persistentes curvas y montuosos paisajes, los mismos que desfilan velozmente ante las ventanillas del Ave –tren que ha recuperado en parte aquel viejo camino– entre la indiferencia de sus pasajeros; ellos se lo pierden.



Referencia

  1. MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba

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