Calle las burras
Calle las burras, fue el apodo de torero que pusieron a Rafael García "Redondito".
Entre los tipos populares que amenizaban las calles de Córdoba de los años 1910 estaba el apodado “Calle las burras”, acérrimo concurrente de las barberías y tabernas del barrio de San Lorenzo en las que se pasaba la vida hablando de toros y de las diabluras que habían cometido en la noche anterior a cuenta de los bailes que le permitían entrar.
El tal “Calle...” era alto enjuto y pecoso, no siendo muy aseado, sin que esto fuera motivo para mostrar orgulloso su sombrero de ala ancha y una bien trenzada coleta de largas dimensiones.
Caminaba siempre erguido con los brazos ahuecados repartiendo a su paso requiebros al elemento femenino, al que se granjeaba por su gracejo sin igual.
En su juventud se deslizó como otros tantos en sonar en emular a Rafael Molina Sánchez "Lagartijo", y lo mismo emprendía una caminata por carretera en busca de alcanzar la gloria torera, que subía a un tren en marcha con la agilidad del más consumado acróbata.
Cuando regresaba “Calle las burras” de sus correrías, se dirigía a la barbería donde cogía un periódico y formando corro con los parroquianos les leía con admirable entonación y en un estilo correctísimo sin dejarse atrás ningún detalle toda una corrida de toros en la que él había quedado “como los ángeles”.
Los contertulios se quedaban maravillados cuando “Calle las burras” terminaba la lectura de las corrida; pero lo realmente maravilloso era que el torerillo de carretera no sabía leer y todo cuanto había reseñado era producto su fantástica imaginación.
En los bailes de “candil”, como se les llamaban en aquella época a los que se celebraban en los barrios, “Calle...” era indispensable, pero en muchas ocasiones sus tropelías le obligaba a “salir por pies”, huyendo de un buen mozo, novio de alguna jovencita.
La muchachas sin pareja que no se decidían a bailar con aquel tipo estrafalario eran objeto de su mofa y tenían que optar por bailar con él o irse del mismo.
Cuando más animada iba la pareja en el baile se presentaba ceremoniosamente “Calle las burras” en ademán de coger algo del suelo y mostrándo un mugriento cintajo le decía a la joven:
- -Señorita coja esta liga que se le caído a usted.
Y como era natural, la mocita se ruborizaba ante la carcajada general de los concurrentes a la fiesta.
Otras veces se diría cautelosamente a cocina de la casa donde se celebraba el festejo y como se encontrara alguna olla con cocido, se comía éste, y dejaba en cambio como recordatorio un liquido urinario en el recipiente.
En aquellos años hubo en Córdoba un gobernador civil que emprendió una campaña contra los torerillos de carretera, y una de las victimas fue “Calle las burras”, quien fue conducido por carretera a Sevilla. Allí se presentó al matador de toros “El Algabeño” (padre), hombre bondadoso y caritativo que le admitió como auxiliar de “mozo espá”.
“Calle...” se transformó por completo, y aunque con ropa usada, vestía con cierta elegancia, recorriendo así con su maestro varias poblaciones. En una de ellas -Valladolid- cogió un traje de luces de su torero y lo empeño, presentándose en la fonda con una fenomenal “trompa”. Como consecuencia de su tropelía, fue puesto de “patitas a la calle” por el diestro que le había dado toda su confianza.
Pocos días después de lo sucedido, apareció por Córdoba presentándose en su famosa barbería refiriendo una fantástica historia por la que intentaba demostrar que el “Algabeño” no quería tenerlo a su lado, porque según decía, él sabía más de toros que el sevillano.
La pícara afición a la bebida, le hizo volver a sus andanzas por las carreteras y a vivir de precario atravesando una vida azarosa, hasta que un día apareció muerto en terrenos de una huerta inmediata del Marrubial.
Una borrachera asestó el golpe de gracia aquel personaje que vino al mundo para hacer reír a sus semejantes y seguramente sus vaharadas de alcohol imprimían a su rostro la más irónica y sarcástica de las sonrisas.
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