Calleja de las Flores (Rincones de Córdoba con encanto)
1. La capital
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003) [1]
Calleja de las Flores / Alma de postal
En la calle dedicada al arquitecto Ricardo Velázquez Bosco, un erosionado capitel árabe de avispero, empotrado en la esquina, anuncia el inicio de la Calleja de las Flores, un rincón típico privilegiado por la perspectiva que brinda de la torre catedralicia, cautiva entre sus tejados; tan típico, que va degenerando en tópico, pues atrae los pasos de cuantos turistas pasan por Córdoba y, consecuentemente, al amparo de tan constante peregrinaje, han ido instalándose también las tiendas de souvenirs, cuyos tenderetes de colorines tapizan hoy los muros y van desplazando, ay, las floridas macetas que dieron nombre y fama al lugar. Aun así, mantiene aún el encanto suficiente como para figurar en esta selección de enclaves seductores. Como testimonio de mejores tiempos, aún se conserva incólume la casa número 2, con sus balcones y fachada poblados de macetas.
La recoleta plaza que se abre al fondo de la calleja es como un patio vecinal concurrido a todas horas por turistas. Se engalana con una fuente intimista que, según testimonio de los vecinos, fue construida hace medio siglo por Rafael Bernier, sensible artista que habitó en la plaza. Tiene un pilón octogonal con poyo de ladrillo, providencial asiento para los turistas cansados, como octogonal también es el blanco pilarillo central, del que surgen cuatro modestos caños que al caer sobre el agua limpia producen un refrescante murmullo. Invita el agua a mojar las manos, como una ablución laica bajo el aroma envolvente del jazmín y la celinda trepadores por las cercanas paredes. Sobre el pilar se eleva un robusto fuste de granito, y encima, un maltrecho capitel corintio de época adriana sirve de pedestal a la proporcionada cruz de artístico hierro que lo remata. No es el único; en la esquina que forma la casa número 4, junto al retorcido tronco de un viejo jazmín, se engasta otro antiguo capitel romano.
Busca la fuente la sombra protectora del limonero que crece en un ángulo, y una de sus ramas besa la cruz. Un turista oriental se encarama sobre el poyo para tocar las hojas y comprobar que son de verdad; de paso, arranca una para guardarla como recuerdo. “Hoja del limonero de la plaza de las Flores, Córdoba”. Hay un flujo incesante de turistas que quieren atrapar todo este encanto con sus voraces cámaras de fotos y de video para luego alimentar los recuerdos. Las campanadas de la cercana torre se escuchan aquí con un eco intimista, y merece la pena esperar hasta que suenan.
Calleja y plazuela existen desde tiempo inmemorial, y constituyen un claro ejemplo del intrincado urbanismo hispanomusulmán. Pero su aspecto actual responde a la reforma llevada a cabo a principio de los años cincuenta por el alcalde Alfonso Cruz Conde, que con la colaboración del arquitecto municipal Víctor Escribano transformó un vulgar rincón en un paisaje urbano de postal: sustituyó el pavimento por empedrado de morrillo y losas de granito; tendió un par de arquitos entre las fachadas, que enriquecieron la perspectiva; y encaló los muros, que pobló de macetas. Así que lo que en un principio debió parecer un decorado quinteropemaniano, los años y el cuidado acabaron otorgándole naturalidad. Por cierto, que entre las vecinas del entorno que más se distinguieron en el mimo y cuidado del lugar aún se recuerda a Araceli Blanco, que estuvo veinte años regando las macetas.
Casi contemporáneo de la reforma es el taller Meryan, de cueros artísticos, que el recordado pintor Ángel López-Obrero y su esposa Mercedes Miarons instalaron en la calleja en el año 1955, que lleva medio siglo recuperando y acreditando el arte del cuero, de tanta raigambre en la antigua Córdoba arábigo-mudéjar.
Referencia
- ↑ MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba
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