Plaza del Cardenal Salazar (Rincones de Córdoba con encanto)
1. La capital
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003) [1]
Plaza del Cardenal Salazar / Turistas y estudiantes
Turistas y estudiantes conviven en la plaza del Cardenal Salazar, espacio encajonado entre dos edificios barrocos: el antiguo hospital homónimo, hoy facultad de Filosofía y Letras, y la iglesia conventual de San Pedro de Alcántara. Lo que más embellece a esta plaza es su peatonalidad, pues hace años que ganó la batalla a los automóviles, y eso la convierte en un grato espacio donde el viajero puede recrearse a placer en la contemplación de la arquitectura y de la vida.
Bajo las reverenciosas copas de las viejas acacias, disciplinados grupos de turistas, atentos a las explicaciones de los guías, se cruzan con el permanente flujo de estudiantes, mientras desde un ángulo de la plaza el busto del célebre oculista Mohamed al-Gafequi, asentado sobre su sencillo pedestal, contempla impasible el discurrir de la vida cotidiana. A un costado del busto se alza la fachada de la iglesia de San Pedro de Alcántara, de finales del siglo XVII, que se muestra a la vista prisionera entre el blanco muro del antiguo convento alcantarino y la vieja acacia, lo que agiganta su presencia. Verticalmente escalan la fachada, rematada en hastial, bandas apilastradas, mientras que sobre la puerta de medio punto una hornacina cobija la imagen del titular. En la fachada del lado de la epístola, que mira al hospital, se abre una puerta adintelada coronada por una hornacina huérfana. Pintadas coyunturales en los despejados muros que conforman el rincón restan belleza al lugar, como nota desafinada en una armoniosa partitura.
Este cardenal Salazar que da nombre a la plaza, a la calleja y al antiguo hospital fue Pedro de Salazar y Gutiérrez de Toledo, nacido en Málaga en 1630, que estudió en Salamanca, se hizo fraile mercedario y destacó como predicador –“quien se quiera salvar, venga a oír a Salazar”, solía decir la gente– hasta el punto que Inocencio XI lo elevó a cardenal en 1686, el mismo año en que fue nombrado obispo de Córdoba, donde vivió hasta su muerte en 1706, lo que le impidió ver terminado el hospital por él promovido y proyectado por el arquitecto lucentino Francisco Hurtado Izquierdo, que sería inaugurado en 1724.
En la armoniosa fachada que recorre todo el costado de la plaza destaca la portada de mármol gris, coronada por el escudo del fundador. Se debe cruzar el zaguán –obsérvese el gastado empedrado que repite en el pavimento el escudo del cardenal y el colosal farol de pura artesanía– para asomarse al patio principal, con sus paramentos de ladrillo visto, que recuerdan en su disposición a la fachada. Al centro tiene una sencilla fuente octogonal, y en los ángulos verdean los parterres.
En uno de los ángulos crece, sobrepasando los tejados, un colosal magnolio plantado por el recordado doctor Enrique Luque, que llevó a cabo en los lóbregos quirófanos gran parte de las 50.000 intervenciones quirúrgicas de su fecunda carrera profesional. Fue él quien, siendo director del centro, pidió en 1963 a la Diputación Provincial, por favor, un nuevo hospital, que se hizo realidad seis años más tarde; así que en 1969 el viejo hospital del Cardenal, también llamado de Agudos, cerró sus puertas y, tras su benefactora remodelación, albergó en 1971 el Colegio Universitario, germen de la futura Universidad de Córdoba, que tras su creación en 1974 instaló en el caserón la facultad de Filosofía y Letras.
Con el cambio de uso –la cultura reemplazó al dolor– el barrio perdió su tristeza ancestral, recuperó la sonrisa y atrajo a los turistas con su creciente oferta gastronómica. El profesor Feliciano Delgado, que habitó muchos años en la cercana calle Deanes, me lo confesó un día: “Con el hospital el barrio era de lo más triste; aquí no se veían más que lágrimas, sobre todo los jueves, que era el día de visita”. Y Pepe el de la Judería escuchaba desde su taberna las doloridas quejas de los enfermos.
El blanco de cal que suele revestir la arquitectura de la Judería se toma aquí una pausa para dar paso a diversas tonalidades de ocre. Y la calle Romero cruza tangencial por un costado de la plaza, mientras que, en el extremo opuesto, la angosta calleja de su mismo nombre, Cardenal Sarzar, engarza con la quebrada calle de Averroes.
Referencia
- ↑ MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba
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