Castro del Río (Rincones de Córdoba con encanto)
Los pueblos
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003) [1]
Castro del Río / San Rafael, custodio de la Villa
Entre los mágicos enclaves que Castro del Río reserva al viajero sensible que sepa apreciarlos, destaca la plaza de San Rafael, presidida por un triunfo erigido en 1762 en honor del Arcángel, contemporáneo, por tanto, del levantado en la plaza cordobesa de Aguayos un año más tarde. Una cuadrada verja, escoltada por enhiestos faroles en las esquinas, protege la robusta columna estriada rematada por capitel de rasgos corintios, sobre el que se yergue como fiel centinela la estatua de San Rafael, que muestra descoloridas huellas de barroca policromía. Mira el ángel al viejo castillo medieval –de planta cuadrada y desmochadas torres en sus esquinas, salvo la del Homenaje, que conserva su arrogancia militar–, en lento proceso de recuperación, que liberado de las casas adosadas que lo ahogaron durante siglos aguarda su definitiva restauración.
Arropan la estatua fachadas de casas señoriales y los movidos volúmenes de la cercana parroquia de la Asunción, cuya sacristía se asoma a la plaza desde una torre cubierta en la que se abren graciosos arquillos pareados. Por encima de los tejados se pone de puntillas el remozado campanario parroquial.
La torre señala la proximidad de la parroquia de la Asunción. En efecto, la breve calle que discurre por el costado de la epístola desemboca enseguida en el Llano de la Iglesia, una plaza rectangular y acogedora dominada por la fachada del templo, en la que se inscribe la portada plateresca del siglo XVI. La erosión con que el paso de los siglos ha castigado la deleznable piedra empleada, impide hoy reconocer en la portada los escudos de los obispos constructores, fray Juan Álvarez de Toledo y Pedro Fernández Manrique. Si el viajero quiere imaginar el aspecto que en su origen presentaría la delicada labor plateresca, deberá superponer aquí, con la ayuda de la imaginación, la portada lateral de la iglesia parroquial de La Rambla, bien conservada. Esta similitud induce al profesor Rivas Carmona a pensar que detrás de la portada de Castro estuvo también la mano, como en aquélla, del primer Hernán Ruiz.
Se prolonga la portada en un sólido cuerpo para la torre, sobre el que, ya en el siglo XVII, se construyó el disminuido campanario que hoy se aprecia, objeto de una reciente restauración. Interiormente asombran las dimensiones del templo, de tres naves, iniciado en estilo gótico y reformado en época barroca.
El Llano de la Iglesia es plaza rectangular y apacible, que parece trazada para contemplar con la adecuada perspectiva la fachada parroquial. En el centro de la plaza, sobre una escalinata, se alza una cruz de piedra sustentada por columna y pedestal, en el que una inscripción latina revela que fue erigida en 1793, a devoción de Bartolomé de Fuentes. Como tantas plazas de los pueblos, la jalonan naranjos y bancos de fundición. En la vertiente opuesta a la iglesia surge una achaparrada palmera datilera, arropada en su base por geranios, y tras ella se despliega la fachada de una elegante casa tradicional. El recogimiento de la plaza y de su entorno trasladan a un pasado intemporal, pero los autos desconsideradamente aparcados ante la fachada parroquial nos devuelven, ay, al siglo XXI.
El llano es el corazón del barrio de la Villa, otro de los encantos de Castro, que respira por dos blancos y pintorescos arcos: la cuesta de Martos, junto al Ayuntamiento, y el Agujero. Lo mejor es perderse en su dédalo de calles blancas, angostas y quebradas, pavimentadas con menudo empedrado y alumbradas por farolas de artísticos brazos que dibujan amplias volutas. Son calles que responden a nombres tan populares, como Palma, Rincón o Estrella, de casas tradicionales y cuidadas, que a veces deparan sorpresas como la de los Mendoza, casona del siglo XVI cuya portada de sillares almohadillados evoca los palacios renacentistas italianos.
Referencia
- ↑ MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba
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