Dos Torres (Rincones de Córdoba con encanto)

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Los pueblos
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003)
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Dos Torres / Una ermita de altos vuelos

La ermita de la Virgen de Loreto preside un paraje lleno de encantos a las afueras de Dos Torres. Lo primero que sorprende al viajero son las reproducciones de aviones de combate que, prendidos de mástiles, escoltan la barroca fachada lateral. Pero la sorpresa tiene su explicación cuando se advierte que Dos Torres y el Ejército del Aire comparten una común patrona, la Virgen de Loreto, lo que ha dado lugar en las últimas décadas a mutuos homenajes.

Así, delante de la cabecera del templo surge un sencillo monolito con esta dedicatoria fechada en 1985: “Del Ayuntamiento y pueblo de Dos Torres a la base aérea de Morón, Ejército del Aire”. En justa correspondencia, bajo la reproducción del avión de combate, puede leerse: “Del Ala número 21 al pueblo de Dos Torres con nuestro sincero afecto. Base Aérea de Morón, mayo de 1987”. De modo que no fue nada extraño que, en vista de tan fraternales relaciones, anudadas por la común patrona, en 1999 la villa se hermanase con la aviación, lo que quedó perpetuado en el nombre de los amenos jardines que se extienden a la vera de la ermita –“Parque del Hermanamiento con la Base Aérea de Morón”–, en los que acacias y moreras regalan gratas sombras mientras los parterres pintan colores y aromas de rosales, celestinas o adelfas.

Pero no conviene que los anecdóticos aviones distraigan del encanto que el lugar reúne, con raíces más profundas en el tiempo. El principal reside en la propia ermita de la Virgen de Loreto, que ya existía en el siglo XVI, como revelan los arcos transversales apuntados de su interior, aunque a lo largo del siglo XVIII sufrió algunas reformas, como la cabecera , la barroca portada del lado del evangelio y la blanca espadaña. Delante de la ermita se extiende una fuente de dos caños con alargado pilar abrevadero y un viejo puente de granito con cinco ojos –mayor el central y los otros decrecientes– sobre el arroyo Milano, canalizado a lo largo de la ronda de circunvalación. El puente, llamado de Santa Ana, es una reliquia anclada en el tiempo, un ornato medieval, pues la circulación discurre por una vía de asfalto construida a su vera., y si el viajero lo transita a pie sentirá la mágica sensación de regresar al pasado. Otros puentes salvan el esquilmado cauce del arroyo canalizado, como el que llaman romano, frente a la calle Santiago.

Callejear por Dos Torres permite apreciar numerosas casas de factura tradicional, caracterizadas por el uso del granito en puertas y ventanas, que en algunos casos incorpora escudos. La más fotografiada entre todas es sin duda la portada de la casa número 7 de la placita de los Padres Redentoristas. Y es que como escribe el cantor del Valle, Alejandro López Andrada, “en Dos Torres, la piedra tiene voz, descansa sobre la cal de las fachadas, tendiendo armónicos dinteles, ventanales con aromas de siglos, de leyenda”.

Cualquiera de las calles radiales que surcan el casco urbano –suma de Torrefranca y Torremilano, las dos poblaciones matrices– lleva a la Plaza de la Villa, ancha y luminosa, a la que se asoman, cómo no, el Ayuntamiento de granito, una galería de arcos rebajados y balconcillos con resonancias castellanas, los bares y, sobre todo, la iglesia parroquial de la Asunción, que impone su dominio.

Como muchos templos del norte, conjuga rasgos góticos del siglo XV con reformas barrocas del XVIII. Lo gótico se aprecia en su interior, organizado en tres naves separadas por potentes arcos apuntados, donde llama la atención del viajero la bóveda estrellada que cubre la cabecera y, sobre todo, el gran arco triunfal, tan ancho como las tres naves juntas. En la acogedora penumbra del templo flota un tenue aroma de flores y de incienso, mientras unas devotas musitan el santo rosario. Lo barroco se aprecia al exterior, principalmente en la sólida torre, que parece vigilar la vida cotidiana, con sus cuerpos de campanas poblados de cigüeñas, como la cercana torre de Santiago, la antigua parroquia de Torrefranca.

La plaza ganaría hermosura sin autos aparcados, que durante la mañana se extienden ante la parroquia, el ayuntamiento y los bellos soportales. Cuando la jornada laboral termina, su número disminuye y la plaza recupera su belleza. Un cartel pide colaboración para cerrar la plaza con carros e improvisar un coso en el que celebrar la suelta de vaquillas con motivo de San Isidro.



Referencia

  1. MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba

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