El barrio de la Merced y Lagartijo (Notas cordobesas)

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Ricardo de Montis en sus Notas Cordobesas (Recuerdos del pasado)


Uno de los barrios más típicos de Córdoba es el de la Merced, situado en un estremo de la población, muy cerca del campo, casi en la falda de Sierra Morena, que lo acaricia con sus brisas cargadas de perfumes.

Barrio antiguo, clásico de ciudad vetusta, no busqueis en él edificios á la moderna, de gran elevación, ni calles bien alineadas.

Las casas son de uno ó dos pisos; no hay en ellas la simetría ni reúnen las comodidades que apreciamos en las que se construyen actualmente, pero en cambio tienen mucho sol, mucha luz, mucha alegría y unos patios muy grandes, llenos de enredaderas, de dompedros, de claveles que manos femeninas cuidan con esmero; con el cariño que siente la mujer por las flores.

Las fachadas de esas casas no brillan con el brillo del estuco, pero su blancura ciega cuando el sol las baña de plano y casi todas ellas, en vez de los zócalos de ricos mármoles, ostentan otros mis humildes pintados con humo de pez ó con almazarrón.

Las calles tortuosas, empedradas con gruesas guijas que sirven de proyectiles á los muchachos para sus campales batallas, traen á nuestra memoria el recuerdo de otras épocas y si las recorremos durante la noche, al claror de la luna, nos parece que vamos á tropezar, á cada paso, con una ronda de corchetes, con una dueña misteriosa ó con un galán de amplio chambergo y reluciente espada.

Con ser esto muy original, aún tiene algo más característico el barrio en cuestión; es el barrio exclusivo de los toreros cordobeses.

En él vieron la primera luz todas las grandes figuras de la tauromaquia, desde Pepete hasta Lagartijoy Guerrita; en él hicieron su aprendizaje; en él tuvieron su escuela, el viejo matadero, que por estar situado allí también dió su nombre al barrio en cuestión.

¡Cuántas veces Rafael Molina y Rafael Guerra asaltaron las tapias del mencionado edificio y burlando la vigilancia de sus dependientes ensayaron pases, quiebros y toda clase de suertes con las reses, más ó menos bravas destinadas al degüello!

Los toreros modestos á quienes su arte no producía lo suficiente para vivir dedicábanse á matarifes ó carniceros, sin duda por la analogía que hay entre este oficio y aquella profesión.

Todos los habitantes de la Merced vivían completamente aislados del resto de los vecinos de Córdoba; muy pocas veces transitaban por aquellas tortuosas vías personas que no fuesen del barrio y, por qué no decirlo, cuando alguna aventurábase á recorrerlo, además de despertar la curiosidad de las mujeres y chiquillos, exponíase á ser víctima de las mofas de unas y otros.

Hoy, por fortuna, nada de esto sucede, lo cual prueba el progreso de la cultura de nuestra población.

Además, un torero cordobés que no perteneciera al barrio, era mirado con desdén por todos sus compañeros y hasta poníase en tela de juicio su valía.

En una tarde de corrida eran dignas de ver las calles del repetido barrio; ni en una verbena popular hay más animación.

Todo el vecindario asomábase á las puertas de sus casas para presenciar el paso de los diestros que habían de tomar parte en la fiesta y en los alrededores de los domicilios de aquellos agolpábase una gran muchedumbre, con el mismo fin.

Un clamoreo semejante al provocado por el cohete que estalla y se deshace en lágrimas de oro en una función de fuegos artificiales, anunciaba la salida de los toreros que, precedidos de una turba de chiquillos, dirigíanse á la plaza, gallardos, apuestos, luciendo sus ricos trajes de vivos colores y contestando con sonrisas á las frases cariñosas de los amigos, á las dulces palabras de las mozas, á los requiebros de tas comadres...

Y cuando se alejaban, muchos labios entreabríanse para elevar oraciones al Cielo y mucho; ojos se cubrían de lágrimas.

Al terminar la corrida, si los diestros regresaban á sus hogares aclamados por la multitud, el barrio entero celebraba el triunfo como se celebran los grandes acontecimientos, y el gozo desbordábase de los corazones, y todo era diversión y alegría.

En estos cuadros llenos de luz se destacaba como principal figura, una figura en verdad jigantesca dentro de su esfera, la de Lagartijo.

Aquel coloso, aquel verdadero artista de la tauromaquia, cuyo cuerpo desgarbado se transformaba en la plaza, convirtiéndose en el torero más arrogante, más gentil que ha pisado la arena, contribuyó poderosamente á aumentar la popularidad del barrio de la Merced, hizo que dejara de ser un rincón casi olvidado de Córdoba y constituyó el lazo de unión entre la gente de coleta y las personas de todas las demás clases sociales, que antes de la época en que llegara á su apogeo Rafael Molina hallábanse algo distanciadas de cuantos vestían el traje de luces.

Y además fué la Providencia de los vecinos pobres, pues si su magnánimo corazón se revelaba con cuantos á él acudían en demanda de auxilio ó socorro ¿qué no había de hacer con sus compañeros, con sus amigos de la infancia, con sus convecinos y deudos?

El era el padrino obligado en bodas y bautizos, por él no quedaban sin comer innumerables familias, por él librábanse de los rigores del frío muchos infelices y no iban á la fosa común los restos sin vida de algunos desgraciados.

Así se comprende que si el recuerdo del gran torero no se borra de la memoria de los buenos aficionados, el del hombre caritativo perdura también en Córdoba y sobre todo en el antiguo barrio del Matadero, á una de cuyas principales vías nuestra Corporación municipal puso el nombre de calle de Lagartijo, realizando un acto de justicia merecedor de alabanzas.

Rafael Molina Sánchez puede ser considerado como una de las primeras figuras de la Córdoba del siglo XIX, como la encarnación del legendario tipo andaluz, pródigo, alegre, valiente, caritativo, que derrocha el dinero en una fiesta, se juega la vida á cada momento, enjuga las lágrimas de quien llora y tiene siempre entre los labios una broma para el amigo, un requiebro para la moza, una palabra de consuelo para el desgraciado y una oración para la Virgen de su culto.

A todas estas dotes uníase en Lagartijo otra más estimable aún: la modestia; ni las ovaciones de las muchedumbres, ni las lisonjas de grandes y chicos despertaron nunca su vanidad.

En cierta ocasión, hallándose rodeado de amigos, díjole uno de ellos: Rafael, si te hubiesen dado un billete de cien pesetas por cada vez que te han tocado las palmas ¡qué capital poseerías!

Y el contestóle al punto con una ingenuidad asombrosa: pues más dinero tendría si me dieran un billete de cinco duros por cada vez que me han mentao la madre.

Tales eran Lagartijo y el barrio de la Merced.

Hoy del primero solo resta la memoria y el segundo ha variado mucho, perdiendo su carácter primitivo.

Sin embargo, aunque hayan desaparecido todos aquellos famosos diestros que en é1 vieron la primer luz y los que quedan no habiten ya en sus casas, llenas de sol y de flores, es y será, mientras exista la ciudad de San Rafael, el barrio de los toreros cordobeses.

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