Fuente la Lancha (Rincones de Córdoba con encanto)
Los pueblos
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003) [1]
Fuente la Lancha / La humilde sencillez
La carretera que atraviesa el pequeño casco urbano de Fuente la Lancha no muestra la verdadera faz de la villa; pera ello hay que adentrarse en sus calles quebradas y escasas, hasta desembocar en la plaza, el corazón sencillo de un pueblo humilde, “una auténtica sorpresa para el visitante por la austera hermosura de su entorno medieval”, como lo vio la periodista Rosa Luque. Intenta redimirla de su encantadora modestia el topónimo que ostenta, Sotomayor y Zúñiga, apellidos de los primeros condes de Belalcázar, don Gutierre II –que en 1474 cambió su regalada vida palaciega por el hábito jerónimo en el monasterio de Guadalupe– y Gutierre III, que encontró la muerte en la guerra de Granada. Y es que, como aldea que fue de Hinojosa del Duque hasta 1820, formó parte de aquel antiguo condado.
La plaza es un pequeño recinto triangular en cuyo centro surge, acorde con las proporciones, la parroquia de Santa Catalina. El panel informativo colocado a la puerta del templo por la Mancomunidad de los Pedroches asegura, con cierta fantasía, que “su fábrica es la de una típica mezquita, lo que testifica la importancia del municipio en época almohade”. Pero los historiadores sitúan el origen de la población en torno a l480, a raíz de la expansión demográfica registrada en la comarca, y la iglesia fue construida a principios del siglo XVI.
Si desde la carretera el viajero se adentra en la villa a través de las calles Andalucía y Virgen de Guía, la patrona compartida, le sorprenderá gratamente la aparición de la iglesia, que extiende entre contrafuertes su blanca fachada de la epístola; dos de ellos, unidos por arco de ladrillo, cobijan la puerta lateral. Frente a ella se alza una vieja y recia cruz, arropada por un ameno jardincillo protegido por cadenas.
A los pies del templo surge el sencillo campanario, que una reciente reparación revistió de mortero y así permanece, como si hubieran olvidado su blanqueo. La torre –con el invariable nido de cigüeñas por montera– corona la fachada principal, en la que se abre una portada de perfil carpanel; delante de ella, el pavimento tapizado de arroz y lentejas revela la celebración reciente de una boda. Un rústico poyo salva el desnivel existente entre la explanada del templo y la calle adyacente, proporcionando asiento a los jubilados que frecuentan el lugar en las horas apacibles.
No debe el viajero abandonar Fuente la Lancha sin entrar en la parroquia, pues aunque sólo abre para la misa de precepto, no faltará un alma caritativa que proporcione la llave. Pese a sus pequeñas dimensiones, consta el templo de tres naves, y a lo largo de ellas se alinean, de tres en tres, los arcos transversales apuntados de rojo ladrillo sustentados por pilares de granito, lo que confiere al conjunto un recogimiento arcaico y encantador.
Si al viajero le dejaran caer por sorpresa en la placita, sin indicarle dónde se encuentra, sin dudarlo advertiría hallarse en los Pedroches, por 1a insistente presencia del granito gris en contrafuertes, portadas, poyos, bancos, cruz y dinteles de las casas; bastantes de ellas han ido retocando su antiguo aspecto, antaño ligado a las frecuentes parras que sombreaban, a modo de vegetal porche, algunas fachadas.
Entre las edificaciones que circundan el perímetro de la plaza se encuentra la antigua Casa Grande –en su origen, probable cortijo de los Duques de Béjar–, conocida hoy por “la Casa Partida”, que, aunque ha reformado su antigua fachada por la división de la propiedad, está ligada al recuerdo del bandolero Diego Padilla, más conocido como Juan Palomo, jefe de la famosa partida Los Siete Niños de Écija. A poco que pregunte, el viajero escuchará en boca de los mayores fantasiosas historias que han ido tejiendo durante generaciones la legendaria aureola de aquel bandido generoso. “Decía mi padre –me confesaba hace años Juana Muñoz, una de las inquilinas– que vino a robar la novia, que llamaban ‘la Rubia del Valle’, y que el bandido amenazó al cura diciéndole que si no los casaba le volaba el bonete de un trabucazo”.
En realidad, según Hernández Girbal, la bella dama que conquistó el corazón del bandolero se llamaba María Francisca Caracol, y era natural de Quejigales.
En Fuente la Lancha la limpieza adorna su humildad. Las mujeres sacan lustre a su trozo de calle y entablan efímeras conversaciones con las que van de paso, mientras los pájaros que pueblan los árboles de la plaza rompen el sosiego con la algarabía de sus trinos.
Referencia
- ↑ MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba
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