Ibn Arabi
Muhammad ibn Alí ibn Muhammad ibn Al-Arabí Al-Hatimí, el "mago" sufí cuyo legado intelectual -más de 400 obras- es aún más prodigioso que su azarosa vida, nació el 7 de agosto de 1165 en Murcia, en el seno de una familia ilustre, tanto por su cultura (mantenía amistad con intectuales como el filósofo cordobés Averroes) como por su religiosidad (algunos de sus tíos fueron sufíes). El sufismo y los debates averroístas fomentaron en Ibn Arabí niño un espíritu tolerante como el que caracterizó a Al-Andalus hasta el siglo XII y que se vio truncado durante la infancia del futuro "jeque de los sufíes" por la invasión almohade y posterior ocupación de Murcia por las huestes de este movimiento integrista religioso-militar procedentes del Magreb.
Entonces, la familia Al-Arabí se trasladó a Sevilla en 1173, donde el pequeño Muhammad estudió Gramática, Literatura, Teología y Filosofía con los mejores maestros de su época. Fue una visión mística que tuvo a los 15 años la que marcó su vida, conformando una enorme obra compuesta por 400 obras, aunque de muy distinta extensión y empeño.
Desde entonces, su existencia fue una constante búsqueda de la perfección religiosa, peregrinando por distintas ciudades de Al-Andalus y relacionándose con famosos ascetas. Fue desposado en su adolescencia con una joven sevillana, Maryan bint Muhammad ibn Abdun, quien favoreció a su marido en sus inclinaciones hacia la vía del sufismo.
Desde Sevilla los viajes a Córdoba eran frecuentes y así relata Ibn Arabí su trascendental encuentro con quien fuera uno de los mayores filósofos del Medioevo junto a Santo Tomás de Aquino:
- ''Pasé una jornada en Córdoba, en casa de Abú al-Walid ibn Rushd (Averroes), quien anteriormente había expresado su deseo de conocerme personalmente. Al parecer, le habían hablado de ciertas revelaciones por mí recibidas durante mi retiro espiritual, lo que despertó su curiosidad y extrañeza. Así, mi padre, que era amigo suyo, me llevó con el pretexto de que debía solucionar unos asuntos en Córdoba. En aquella época yo era todavía un joven imberbe. Al entrar en su casa, el filósofo se levantó para acogerme con grandes signos de amistad y afecto y me besó. Después me dijo: '¿Sí?', y yo le respondí: 'Sí'. Mostró alegría al ver que le comprendí. Al observar el motivo de su júbilo, le dije: 'No'. Entonces Ibn Rushd se sorprendió, palideció y diríase que dudaba de sí mismo. Seguidamente me hizo la siguiente pregunta: '¿Qué respuesta has encontrado a las cuestiones de la Revelación y de la gracia divina?, ¿coincide tu respuesta con la que se nos da en el pensamiento especulativo?'. Y yo le contesté: 'Sí-No', 'Y entre el Sí y el No los espíritus vuelan más allá de la materia y las cabezas se separan de los cuerpos'. Al escuchar esto, Ibn Rushd palideció e incluso tembló y escuché sus labios murmurar: 'No hay más fuerza y poder que la que viene de Dios'. Luego había comprendido".
Ibn Arabí (neoplatónico) no volvería a encontrarse con Averroes (aristotélico) hasta la muerte de este último, en Marrakech en 1198 donde casualmente estaba el jeque del misticismo sufí y pudo relatar con respeto y admiración las honras fúnebres del maestro del protorracionalismo filosófico universal:
- Su ataúd fue trasladado al cementerio colgado del costado de una bestia que tenía al otro lado de la montura los libros del maestro. Eran tantos los volúmenes de su biblioteca que hacía un contrapeso perfecto y fueron enterrados con él.
Una de las grandes mujeres del sufismo que actuaron como iniciadoras de Ibn Arabí fue Fátima de Córdoba.
Fue un gran viajante, se estableció definitivamente en Damasco, donde murió el año 1240, un 16 de noviembre. Tuvo tanta importancia su figura y fue tal su fama que en el siglo XVI el Sultán de Estambul Selim II, mandó edificar sobre su tumba, una cúpula que permanece hoy día como lugar de peregrinación sufí.
Entre sus obras destacan dos, “Fusus Al-Hikam” (Los engarces de la Sabiduría) que es un compendio de reflexión y “Al Futuhat Al Makkiyya” una grandísima enciclopedia sobre el sufismo que consta de 560 capítulos.
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