La Gatera
La Gatera
Era una joven de unos treinta años que le llamaban también por el apodo de “La Chica”. Su habilidad en la sustracción de billetes de peso (mil pesetas o quinientas) era su habitual oficio. Ejerció sus habilidades a mediados de los años cuarenta del siglo XX hasta que fue detenida por la policía y tuvo como hogar la cárcel.
Era guapa y atractiva, vestía normal como cualquier chica de su época, bajita de estatura tenía cara de candidez y una voz dulce y zalamera. Todos los atributos necesarios para hacer su trabajo de una forma discreta. No era carterista habitual, pues el fruto de su trabajo lo realizaba cuando despojaba las carteras a sus incautos seducidos en el momento de descansar por los favores prestados de una forma voluntaria a consecuencia de un ligue esporádico.
Sus víctimas los seleccionaba cuidadosamente y meticulosamente entre personal maduro procedente de la provincia y que tuvieran rasgos “paletos”. No se sabe cuantos seducidos estuvieron entre sus brazos, pues nunca fue denunciada por temor a que se produjera un escándalo en sus respectivos lugares de procedencia. Como todo tiene su fin, “La Gatera” en este caso cayó en la ratonera, dado que engatusó a un “paleto” solterón y pudiente de pueblo. Éste, al no tener prejuicios sociales hizo la debida denuncia en comisaría cuando se dio cuenta del fraude.
Con el siguiente relato se comenta el modus operandi de cómo actuaba la “Chica” o “Gatera”.
Cuando observaba y estudiaba a su posible presa se acercaba a ella de una forma ingenua, pues los “paletos” siempre observaban extasiados los múltiples objetos de los céntricos escaparates. En ese momento la mujer de una forma “ruborosa” y discreta le hacía una pregunta sobre el precio que marcaba uno de los objetos allí expuestos. El “paleto” sintiéndose galante, inmediatamente satisface la pregunta. Se prosigue un pequeño coqueteo de palabras y sonrisas donde el incauto se cree ligar con una dócil doncella, entonces la parejita marcha a un bar conocido por la señorita para tomar un refrigerio.
Una vez en un lugar reservado del referido bar y después de unos toqueteos y...., la aludida mujer engaña al entusiasmado galante y en breves momentos con una sagacidad y astucia dignos de la mejor empresa de carteristas le sustrae no todos los billetes que lleva, sino una cantidad disimulada de los muchos que porta el cariñoso amante, de esta forma, elude de inmediato el ser descubierta en el robo.
Poco después, salen del bar los tortolitos llenos de satisfacción: El “paleto”, por el ligue tan gratificante, con el sólo gasto de una consumición y henchido su pecho por haber tenido una conquista tan fácil. “La Chica” más feliz aún, sabiendo que como mínimo lleva varios billetes grandes entre sus finas y hábiles manos, y pensando la forma en que iba a dar salida aquellos interesantes “papiros”. De esta forma tan alegre, “La Gatera” extremaba su simpatía, despidiéndose ambos amablemente y cada cual a su negocio.
Así estuvo operando “La Gatera” sabe Dios cuanto tiempo, hasta que fue detenida tras una labor ingeniosa y tenaz del Cuerpo General de la Policía debida a la denuncia realizada por el pueblerino antes citado.
En todas las ciudades era frecuentes este tipo de personajes que al final eran descubiertos y encarcelados o bien recobraban su libertad a cambio de ser confidentes de la policía. Sus servicios de cambio eran rápidos y eficientes en la información, sobre todo en los hurtos que iban dirigidos hacia personas de gran prestigio o reputación. Sobre este asunto, se comentaba que llegó a Córdoba de visita una personalidad muy importante, pasó por la plaza de la Corredera y finamente lo limpiaron. La policía llamó a sus confidentes y en menos de una hora estaba la cartera vivita y coleando en el despacho del Comisario Jefe, y todo parecía como si hubiera sido devuelta al ser encontrada por un transeúnte.
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