La calle de la Feria (Notas cordobesas)
Fue en tiempos antiguos la vía principal de Córdoba y hjoy es una de las más típicas de nuestra población, aunque la mayor parte de sus primitivas casas, llenas de balcones y ventansa com las de la plaza de la Corredera ha sido sustituída por edificaciones modernas, especialmente en la parte superior, próxima a la calle de la Librería. Una feria que la cofradía del Hospital del Amparo celebraba en este lugar le dio su nombre primitivo, sustituído por le de San Fernando en el año1862. Como estas notas son de historia contemporánea, nada hemos de decir de los actos y fiestas de que fué tratro la calle de la Faeria en tiempos remotos, tales como prolcmaciones de reyes, justas y torneos y corridas de toros y cañas; ni de ejecuciones de reos verificadas en ella; ni del maravillo decorado que ostentó en el año 1636 con motivo de las funciones de desagravio al Santísimo Sacramento; ni aún siquiera de la figura colosal semejando un gigante de veinte varas de altura colocada cerca del templo de San Francisco para que por debajo de ella pasara la mascarada que recorrió esta ciudad en el año 1789, al efectuarse la proclamación de Carlos IV. Ya en la época presente en esta calle estaba gran parte de la industria y del comercio de Córdoba. En su amplios portales hallábanse las tonelerías, cuyos dueños se dedicaban,a la vez que a la fabricación de barriles,cubos y demás objetos análogos, a adobar las aceitunas, en lo cual no tuvieron competidores. Casi todos los cordoneros de la població habitaban aquí, y en las anchas aceras de la calle instalaban tornos y carretes para poder realizar con holgura las principales tareas del oficio. Renombrados plateros tenían sus talleres en la citada ví y en ella, aunque en lugar distinto del que antes ocupara, figura aun uno de los establecimientos de tejidos más antiguos de la ciudad, el conocido por la tienda de los Catalanes. Otros industriales mucho más modestos que los citados vivían también en la calle de la Feria; los paragüeros y abaniqueros que se dedicaban, no á fabricar, sino á componers abanicos, paraguas y sombrillas. Entre ellos sobresalía, por su historia y por su tipo, el famoso Goiceda, ya citado en esta obra, que se titulaba jefe de los ejércitos de don Carlos de Borbón. En un humilde portal, próximo a la Cruz del Rastro, tenía su morada un pobre hombre que se ocupaba en pintar las tablillas con los exvotos que cubren las paredes de las algunas iglesias. Este individuo, en cierta ocasión en que por la falta de trabajo se encontraba en la misma más espantosa, acudió, para que lo socorriera al Obispo de la Diócesis, enterado de su inagotable caridad. Contóle sus cuitas; el Prelado le preguntó a qué se dedicaba, y como el pordiosero contestara con la mayor ingenuidad: señor, á hacer milagros, el Obispo no pudo contener esta exclamación de sorpresa: ¡con que usted hace milagros, y sin embargo, no tiene que comer! La calle de la Feria en ciertos días y en determinadas épocas era lo que vulgarmente se denomina un coche parado. ¡Cuánta animación había en ella la mañana del día del Corpus y la tarde del Viernes Santo con motivo de las procesiones! En sus balcones y ventanas, llenos de lujosas colgaduras, y en sus portales y en sus aceras, agolpábase medio Córdoba, hombres y mujeres luciendo los trapitos de cristianar, las galas reservadas para las fiestas solemnes. Y cuando se registraba una gran avenida del Guadalquivir, y en las noches de paseo en la Ribera, y en las veladas de San Juan y San Pedro todo el pueblo desfilaba por esa calle, que constituía el centro de la animación de Córdoba. Y en las calurosas noches del estío los vecinos formaban tertulias en las aceras de sus casas, mientras las mozas paseaban desde la Cruz del Rastro hasta la fuente, en animados grupos, acompañadas de sus novios, que las agasajaban con el ramo de jazmines, los modestos dulces, y el agua fresca de las porosas jarras en las clásicas mesillas de las arropieras. A las altas horas de la madrugada organizábase en la ermita de la Aurora la procesión del Rosario, volviendo a animar dicha calle y sus inmediaciones. Las noches de los sábados tenían que renunciar al sueño los moradores de aquellas casas, pequeñitas pero muy alegres, llenas de balcones y ventanas convertidas en jardines. ¡cómo dormir oyendo las continuas serenatas conque músicos de profesión y aficionados obsequiaban á nuestras mujeres! ¡Cuántas veces sorprendió el día a áquel popular y malogrado artista fundador del primitivo Centro filarmónico, sentado frente a su casa en unión de varios amigos y compañeros, tocando uno de esos originales pasodobles que encierran en sus notas el alma cordobesa! Hoy la calle de la Feria o de San Fernando, no es ni una sombra de lo que fué; se ha quedado en un extremo de la población; el comercio ha huído de ella buscando el centro; tonelerías, cordonerías y demás industrias han desaparecido casi totalmente y ya no se verifican allí fiestas ni veladas tradicionales. El último acto memorable celebrado en dicho lugar fue el solemne descubrimiento de la lápida conmemorativa que aparece en la fachada de la casa donde murió el inspirado músico Eduardo Lucena. Ni aún siquiera durante el paso de las procesiones del Corpus Christi y del Santo Entierro se aglomera allí el gentío de antes, porque la mayoría del público se sitúa en los lugares más céntricos de la carrera. Sólo un día a la semana, el domingo, acuden a la calle de la Feria personas de los puntos más distantes de la población; los fieles enemigos de madrugar que van a oir la Misa de Doce y media en la iglesia de San Francisco. Y para que la transformación de este bello paraje de Córdoba resulte más completa y más sensible, muchas de sus humildes viviendas, que fueron templos de la honradez y del trabajo, hánse convertido en tugurios del vicio donde se alberga toda la hez de la sociedad. ¡Tristes mudanzas de los tiempos! </div> |
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