Luto

De Cordobapedia
Saltar a: navegación, buscar
De luto, óleo de Julio Romero de Torres pintado entre 1908 y 1912. Colección particular.

Luto

La imposición y aceptación de las normas de luto corresponden a casi todas las culturas y en occidente, hay datos de su existencia desde los tiempos de Roma.

Comportarse y vestir adecuadamente tras el fallecimiento de un familiar cercano, querido o no, pero próximo en parentesco suponía un imperativo regulado por normas que estigmatizaban a quienes se atrevían a ignorarlas o contradecirlas.

En los comienzos del siglo XXI puede parecer exagerado o incluso chocante lo vivido por bastantes de nuestros contemporáneos de mayor edad, pero el luto, hasta mediados del siglo pasado imponía su presencia por doquier, como norma cultural, sin que nada ni nadie osara cuestionar situaciones que, en ocasiones, llegaban a ser aberrantes.

En Córdoba

Medio luto

En Córdoba, durante los dos primeros tercios del siglo XX, el tratamiento de los duelos estaba rigurosamente regulado por una serie de normas no escritas y determinadas pautas de comportamiento.

Cerrar o entornar las puertas de las casas, no salir a la calle, alejarse de cualquier núcleo que pudiese generar alegría y retroalimentar el dolor eran obligaciones impuestas por los cánones junto al negro de la indumentaria. La radio, elemento único entonces de comunicación con el exterior y con la música, era radicalmente clausurada tapándola con una funda ad hoc que evidenciaba estar sometida a silencio.

La intensidad y el grado de aplicación de las normas lo determinaba la proximidad del óbito y la del propio difunto, ocupando el máximo rango los padres, hijos y esposos.

Antes durante y después del duelo la casa del finado se veía sometida a una frenética actividad orientada a la recuperación o teñido de prendas para todos. En una época de escasos recursos muy pocos eran los que podían permitirse renovar vestuario para la ocasión. La gran mayoría recurría al tintado casero del que solía ocuparse la familiar o vecina más experimentada. Trajes y camisas, vestidos y faldas, blusas, calcetines, brazaletes e incluso lazos infantiles suponía un cuantioso inventario de elementos a reconvertir, reconversión que había que ejecutar, al menos en parte, a contrarreloj para la asistencia al entierro adecuadamente vestidos.

El doliente, sobre todo si era mujer, padecía rigurosas restricciones. Hija, esposa o madre de difunto a la pérdida irreparable quedaba unido su paralelo “enterramiento”. Vetadas las salidas, cuando las hacían por estricta necesidad o para ir a misa, debían hacerlo ataviadas según el nivel que correspondiera a la situación y circunstancia del luto, normalmente dividido en cuatro etapas: riguroso, medio, normal o aliviado.

Además de llevar el estricto negro en vestido y medias, la mujer debía tocarse con manto en el periodo más estricto y riguroso, pasando después a cambiar el manto por el velo en una segunda etapa, pudiendo vestir enlutada y sin tocado durante la etapa normal que terminaba cuando, a modo de “alivio de luto”, se iban introduciendo discretos y oscuros estampados que mezclaban el blanco con el negro.

En el hombre, el traje y la camisa negra era la máxima expresión del pesar que se iba aliviando con camisa blanca para terminar con un simple brazalete.

Con frecuencia la muerte de los suegros conllevaba para la hija política mayor grado de rigor en el luto que para el hijo que, hombre al fin, obligado a buscar el sustento, podía continuar “tomando sus medios” aunque, eso sí, en los primeros tiempos del duelo por la piquera de las tabernas.

La duración de las etapas y del enlutado total lo marcaban las pautas a seguir y el grado de fervor de los deudos. Bodas celebradas, con las novias vestidas de negro, por estar guardando luto por padres fallecidos hacía años, eran relativamente frecuentes, así como el enlace, de periodos que podrían estar acabando, con nuevos duelos que prolongaban el luto durante cuatro o seis años más. Algunas viudas optaban por permanecer enlutadas de por vida.

En la ciudad y, más frecuentemente en la provincia, debido a la concatenación de los lutos, había mujeres que generaciones enteras conocieron siempre vestidas de negro en una época en que el negro se vivía como signo inequívoco de oscuridad, dolor y amargura, totalmente distante del toque gótico o de normal elegancia que supone tal indumentaria en el siglo XXI donde su tratamiento sólo se somete al mayor o menor grado de moda en la gama de colores.

Entierro con "siete capas"

La Iglesia Católica, siempre celosa en su pastoral, orientaba la liturgia funeraria con presencia en los entierros y misas de difuntos de tantas capas (presbíteros revestidos con las solemnes capas fluviales) como permitiera el nivel económico de la familia del difunto. A más dinero más capas y responsos y escueta presencia y, escasas oraciones, en la muerte de los pobres.

Alimentado por tradición y religiosidad el luto prevaleció sin que partidos ni ideologías lograran atemperar y menos anular su imposición nefasta. Ha sido la incorporación de la mujer al mundo del trabajo y a la sociedad en general la que progresivamente logró desterrarlo. En los años sesenta ya empezaron a resultar incompatibles mujeres, rigurosamente enlutadas, en sus correspondientes puestos de trabajo, máximo si los mismo exigían el cuidado de la imagen. La imposibilidad de guardar días de enclaustramiento, que no contemplaba la legislación laboral, sacó a las mujeres de la cárcel a la que la sometían los duelos.

La importancia del tinte

Carmelo Casaño rememora en Diario Córdoba el 31 de octubre de 2010:

Los antiguos lutos:
Estas vísperas de los Fieles Difuntos nos viene a la memoria que, durante la dilatada posguerra, en la ciudad funcionaban unos establecimientos prácticamente desaparecidos: las tintorerías, imprescindibles cuando se presentaba un luto repentino y había que modificar a la carrera el color de los vestidos. La tintorería más importante era Lindsay. Allí, además de teñir ropa, la lavaban al seco y la planchaban al vapor. En los barrios también hubo tintorerías más modestas que no podían echarle la pata a Lindsay, la cual se anunciaba con reiteración, mediante diapositivas, en los intermedios de las proyecciones cinematográficas. Como Lindsay no hay. Lutos en 24 horas. La existencia de las tintorerías industriales se complementaba, para bien cumplir los lutos, con las tintorerías domésticas, artesanales, fúnebres, que hacían uso, en los domicilios particulares, de unos polvillos negros que vendían en las droguerías mejor surtidas. Tras la muerte de algún deudo, los familiares que vivían en casas de vecinos, colocaban en el patio un bañillo de zinc, con agua hirviendo y tinte diluido, en el que introducían todo tipo de prendas: camisas, chaquetas, medias, pantalones, vestidos y combinaciones femeninas, que removían con un palo grueso para que tomasen bien el nuevo color de la tristeza. Las tintorerías eran, pues, consecuencia de los lutos que se guardaban en cumplimiento de un complejo código consuetudinario. Por ejemplo: una viuda debería de cerrar los balcones un mes, vistiendo ese tiempo un velo o manto hasta los tobillos y de negro todo un año, que daba paso a otros doce meses de medio luto: negro con algún detalle blanco. Durante el luto estaba prohibido asistir a espectáculos de cualquier índole, excepto los hombres que, haciendo gala de machismo, habían establecido que el luto no afectaba a diversiones al aire libre, como los toros y el fútbol.

Principales editores del artículo

Valora este artículo

2.9/5 (9 votos)