Montemayor (Rincones de Córdoba con encanto)
Los pueblos
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003) [1]
Montemayor / La cruz y la espada
Los encantos de Montemayor se concentran en la meseta superior del cerro, donde se alzan la iglesia parroquial de la Asunción y el castillo ducal de Frías, compartiendo vecindad monumental. Antecede a la plaza el enclave de las Cuatro Esquinas, famoso en el mapa de la saeta, junto al que se alza la Casa Grande, mansión señorial de raigambre barroca.
Después de remontar pendientes calles, tan características de un pueblo fortaleza, el viajero desemboca en la plaza de la Constitución, un blanco respiro dominado por la hermosa torre parroquial, cuyo estilo renacentista queda patente en los relieves y medallones que decoran su cuerpo de campanas, de perfectos sillares. En semejante compañía desentona la decorativa fuente central, pobre imitación seriada de la de los Leones granadina.
Al fondo de la plaza dos escalinatas salvan el desnivel existente; la primera deja a la derecha el modesto casino, fundado en 1951, mientras que la segunda discurre ante la sencilla fachada de la ermita de Jesús Nazareno, advocación que da nombre a la plaza superior, de planta irregular, en la que, protegida por un blanco porche cerrado con verja, se abre la puerta parroquial de la epístola, habitual ingreso al templo. Una corpulenta palmera datilera pinta un penacho verde ante la fachada, mientras la torre asoma por encima del tejado su labrado campanario.
Si el viajero encuentra abierta la iglesia debe asomarse al interior para apreciar la fábrica gótico-mudéjar de las naves y los esplendores renacentistas del crucero y la cabecera, donde los especialistas aprecian la clara huella del segundo Hernán Ruiz. Incorporados a los recios fustes que soportan la apuntada arquería el viajero observador podrá apreciar vestigios romanos, que delatan el remoto origen de la población, como también ponen de manifiesto muchos de los restos arqueológicos que el párroco, Pablo Moyano Llamas, ha ido reuniendo con tesón en su Museo de Ulía.
Hay que pasar de largo ante el depósito de agua, de octogonal cuerpo de ladrillo, que, buscando la máxima altura, le echa aquí un pulso a la iglesia y al inmediato castillo. Un blanco callejón desemboca finalmente en la arbolada plaza dedicada al poeta Rafael Alberti, que es como la antesala de la fortaleza, dominada por la imponente torre del Homenaje. “Es una lástima que esté cerrado”, lamenta un paisano adivinando el interés del viajero por conocer el interior de la fortaleza, propiedad de los Duques de Frías desde que a principios del XIX la adquiriesen a los Duques de Alba, quienes a su vez, en siglos más pretéritos, lo obtuvieron de los Fernández de Córdoba.
Así que ante la imposibilidad de franquear la puerta para admirar de cerca las medievales dependencias, hay que resignarse con la lectura del panel informativo situado en el exterior para saber que la fortaleza fue erigida por Martín Alfonso de Córdoba sobre precedentes restos romanos y árabes, y que su planta es peculiar “por la disposición triangular de sus tres torres en torno al patio de armas, que llevan por nombre Torre Mocha, de las Palomas y del Homenaje”, la mayor y mejor conservada, que protege sus esquinas con garitas sobre ménsulas.
Junto a la plaza del castillo, cerrada a levante por una protectora barandilla, desciende una ancha rampa bautizada recientemente como paseo de Martín Alfonso Fernández de Córdoba, “que repobló Montemayor con privilegio del rey Alfonso XI el 8 de marzo de 1346”, según reza una inscripción. Pero de toda la vida la gente la ha llamado el Mirador, y, en efecto, regala una de las mejores panorámicas que puedan contemplarse de la Campiña. Se identifican próximas las inconfundibles siluetas de Espejo y Montilla, pero en días claros aseguran las gentes que se llega a divisar Sierra Nevada. Lástima que la arboleda plantada en el talud de las Peñuelas vaya restando visibilidad a medida que crece.
La descendente rampa regala una de las mejores perspectivas de la torre del Homenaje. Nace la cuesta en el llano de la Posada –la Posá, dice el pueblo–, donde se puede apreciar la reliquia de un antiguo molino aceitero que donó Salvador Carmona cuando modernizó su almazara. Desde abajo, los pinos que crecen en la ladera del castillo ocultan parcialmente sus torres y murallas, impidiendo su buena contemplación.
Referencia
- ↑ MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba
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