La Rambla (Rincones de Córdoba con encanto)

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Los pueblos
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003)
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La Rambla / Puro encaje plateresco

Los encantos de La Rambla no hay que buscarlos en intrincadas calles, pues se engarzan a lo largo de la travesía disputándose la atención del viajero. En primer lugar sale al encuentro una esbelta y aislada torre llamada de las Monjas, por haber pertenecido a la antigua iglesia conventual de la Consolación, de religiosas dominicas.

Es una torre de ladrillo fechada en 1757, que el profesor Rivas Carmona considera “recreación barroca del modelo de la Giralda” sevillana, pues posee parecida fisonomía. La austeridad del primer cuerpo contrasta con la alegría ecijana del campanario, que abre en cada lado superpuestos vanos pareados, separados por estípites. Una joya de torre, embellecida por la respetuosa restauración de que fue objeto.

Surgen luego, como un abrazo verde, el umbroso parque de Don Jaime, rebautizado hoy como Jardines de Andalucía, que se extienden en escalonadas terrazas sobre una ladera, a espaldas del castillo y la iglesia mayor. Su variedad vegetal y el detalle pedagógico de mostrar los nombres de sus árboles rotulados en azulejos le confieren aspecto de jardín botánico.

Más adelante se asoma a la travesía el viejo torreón del antiguo castillo, un cubo colosal y desdentado cuyo austero aspecto exterior contrasta con el interés cultural del interior, sede del Museo de Cerámica, que es como una exaltación de la tradición alfarera y ceramista de La Rambla.

Y enseguida la parroquia mayor de la Asunción muestra su neoclásica fachada de la epístola, blanca y ocre, y esconde en la recoleta plaza de la Cadena la barroca torre de ladrillo y la portada plateresca de los pies, obra del primer Hernán Ruiz, como si así la reservara para el tranquilo goce de los viajeros sensibles que entran expresamente a buscarla. Una maravilla. Sobre todo cuando la besa el sol rasante y su labrada piedra adquiere la táctil delicadeza del encaje. Una palmera esbelta subraya el recogimiento conventual de tan recoleta plaza, y a sus pies ampara un sencillo monolito “en memoria de todos los que dieron su vida por España”.

Frente a la iglesia, que guarda un Crucificado parangonable a los de Montañés, pervive, transformado en modélica residencia de ancianos, el antiguo hospital de la Caridad, donde, como recoge una inscripción, “tuvo lugar el 8 de febrero de 1521 la primera asamblea de diputados de ciudades y villas de Andalucía, constituyéndose en Real Confederación para oponerse al movimiento comunero de Castilla, prestando fidelidad al emperador Carlos I y creándose la primera milicia andaluza para el mantenimiento del orden y de la paz en la región”. Encierra también su encanto la historia escrita en las paredes.

La travesía desemboca en la plaza de la Constitución, presidida por la fachada del antiguo pósito, felizmente adaptado a casa consistorial, en la que destaca el curvilíneo balcón y, sobre él, el cuerpo del reloj, que con sus sonoras campanadas ordena la vida cotidiana. Enjoyaba la plaza un ameno jardín sombreado por cuidadas palmeras datileras, en cuyo centro se alzaba una vistosa fuente de cerámica, que proclamaba la destreza y perfección de este arte, pero una reciente remodelación ha renovado la imagen de tan céntrico salón, aunque no ha alterado el hábito de los jubilados, que siguen frecuentando el recinto para ver la vida pasar y rememorar viejas historias.

Ya dispersos, fuera del itinerario que engarza la travesía, menudean otros rincones que el encanto embellece, como el Paseo de España, otro ameno y alargado salón, festoneado de naranjos, donde el viajero puede tomar asiento en románticos bancos de hierro fundido arropados por setos. Por no hablar de las plazuelas recoletas por las que el casco respira, como la de San Lorenzo, patrón de la villa, o la de la Virgen del Pópulo, que la gente prefiere llamar plaza alta. Ni de escondidas iglesias como la del Espíritu Santo, sede del Nazareno de La Rambla, tallado en 1622 por el escultor cordobés Juan de Mesa, que el profesor Hernández Díaz consideró un Gran Poder perfeccionado. Es el mejor elogio que se ha escrito de tan sublime talla, que hay que ver avanzar por las calles en la madrugada del Viernes Santo en medio de un silencio sobrecogedor, subrayado por los rítmicos y secos golpes sobre el asfalto de las ocho varas del palio. La emoción eriza el vello.



Referencia

  1. MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba

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