Santaella (Rincones de Córdoba con encanto)

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Los pueblos
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003)
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Santaella / Exaltación poética en el casino

El viejo casino, Círculo de Labradores, tiene un patio dedicado al grupo Cántico, engalanado con hermosos poemas manuscritos en azulejos. Hay que empezar en él la aproximación a los encantos de Santaella, sublimados por los versos. “Dama de la Campiña, Santaella, / eres de sol y azul en celosía, / de calles que en ardiente geometría / ciñen de labios tu cintura bella”, la piropea en un clásico soneto Pablo García Baena, mientras que al recordado Mario López le gustaría “quedar aquí para siempre / diluido en el paisaje / de esta Campiña de oro / y sus lejanías azules”.

Con fantasía histórica echa a volar su pluma Vicente Núñez: “Como en un mar de pájaros reales, / tras la ventana de una antigua estrella, /sueña en tu torre eterna Santaella, / canta, suspira y vaga en medievales / noches como rubíes...”. Y Ricardo Molina acierta a descifrar el secreto de la villa, cuyas “calles y plazas nos ofrecen su ámbito sereno donde cuerpo y espíritu pueden gozar de una profunda calma”. Estas líneas, escritas en 1966, apenas han perdido vigencia, y animan al viajero a callejear entre el perenne abrazo de la cal, mientras la soberbia torre parroquial surge enhiesta en cualquier recodo para vigilar los pasos.

Tras el recital poético de Cántico, la Plaza Mayor se abre acogedora para mostrar al viajero las huellas más antiguas. Sin que la perturben el edificio del nuevo Ayuntamiento ni la moderna fuente de granito, imponen su presencia medieval los restos del antiguo castillo almohade, en el que destaca el prismático torreón. Entre los mechinales que horadan el tosco muro de tapial se inscribe una ventana renacentista con marco de casetones, como los que se ven en la portada del Conservatorio cordobés. Es un vestigio del refinamiento palaciego con que la fortaleza suavizó en el siglo XVI su adustez militar. El castillo está ligado al recuerdo de Gonzalo Fernández de Córdoba, que, antes de alcanzar la fama y el sobrenombre de Gran Capitán, fue apresado en 1474 –sólo tenía 21 años– por Diego Fernández de Córdoba cuando estaba al cuidado de su defensa.

En el exiguo rincón formado por torre y muralla se inserta una casa de época barroca, con balcón corrido de hierro forjado, que antaño acogió al Ayuntamiento y hoy mantiene el rótulo de Cámara Agraria. Junta a la casa pervive un arco de herradura apuntado –túmido lo llaman los especialistas– abierto en la muralla almohade; es la antigua Puerta de la Villa, que se abría formando un recodo para facilitar la defensa, y hoy, cegada, es depositaria del homenaje “a los caídos en la Guerra Civil española”, según reza una austera lápida.

Al pie de la muralla arranca una escalinata, que, protegida por barandilla, se prolonga en suave rampa para adentrarse en la antigua villa, de quebradas calles y casas renovadas que mantienen su pacto con la cal. Al llegar a una bifurcación tomará el viajero la calle Iglesia, que se abre a la izquierda, cuyo topónimo indica que está en el buen camino para admirar de cerca la portentosa parroquia de la Asunción, templo erigido sobre una mezquita entre los siglos



Referencia

  1. MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba

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