Montalbán (Rincones de Córdoba con encanto)

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Los pueblos
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003)
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Montalbán / Un oasis devocional

Al término de la calle Ancha, principal y larga arteria de Montalbán, asombra al viajero la colosal cúpula del Calvario, con sus tejas vidriadas brillando al sol y su airosa linterna escalando el cielo campiñés. Su aparición, al término de una calle que, por ser travesía, obliga a los autos a aparcar en las aceras, reconcilia al viajero con el claro sosiego que infunde el topónimo de la villa, Montalbán, monte albo, monte blanco.

Preludia el santuario, que muestra al exterior bellos volúmenes, un grato y cuidado jardín, en el que destacan dos majestuosas palmeras datileras, guardianas de la fachada. En los amenos parterres de la derecha, que se extienden ante la casa del santero, crecen las cañas, el romero, las adelfas, las yucas, los ficus y un par de esbeltísimas palmeras washingtonias cuya altura sobrepasa la cúpula del templo, mientras que en los parterres de la izquierda predominan los limoneros en armoniosa convivencia con rosales. Una decorativa cerca, en la que se abren catorce elegantes arcos de medio punto protegidos por verjas, separa el jardín de la calle, y a la vez permite admirar desde fuera la vegetación y el exterior del templo.

Sobre el ameno preludio del jardín se imponen los movidos volúmenes del templo, sede de la venerada imagen de Jesús del Calvario, un Nazareno cuya cabeza, de ingenua y arcaica expresión, fechan los especialistas en los años finales del siglo XVII. El templo actual data de 1776, y a mediados del XIX maestros ecijanos construyeron la soberbia cúpula del crucero, que domina la planta, una cruz griega de cortos brazos.

En el protector atrio que acoge la portada, añejas inscripciones sobre mármoles proporcionan algunas noticias sobre la imagen titular. Así, la lápida de la izquierda proclama: “En nuestro protector omnipotente Jesús del Calvario tenemos un abogado eterno ante su Padre celestial. A sus ruegos y méritos infinitos debemos el habernos libertado del cólera morbo en el verano de 1885, en que fueron invadidos los pueblos inmediatos sin verificarse un solo caso en esta afortunada villa de Montalbán”. Tres décadas antes de aquel milagro, en 1854, el Ayuntamiento ya había acordado costear cada 7 de agosto una función de acción de gracias al patrón de la villa, voto o promesa que la corporación renovó en 1954, un siglo más tarde.

Pero la función más multitudinaria es la que cada 6 de agosto dedica la hermandad a los llamados hermanos del campo, procedentes de los pueblos comarcanos. El sosiego que reina en el santuario una mañana de mediados de julio contrasta con la aglomeración humana que se producirá ese día, cuando el templo sea insuficiente para acoger a la devota muchedumbre. Así que la gente ocupará también el acogedor jardín e incluso el acerado exterior, protegidos por toldos para la ocasión. Cuando aún faltan tres semanas para la celebración los pintores se afanan en repintar la cerca, y el sacristán Bernabé Blancar, hijo de sacristán, en poner a punto las guías de los toldos que protejan del tórrido calor.

A las funciones solemnes seguirá la novena, y a su término la imagen –que durante las fiestas cambiará su túnica morada por otra blanca, color litúrgico de júbilo y de gloria– bajará del camarín para el solemne besapiés. Al otro lado de la verja, Montalbán vivirá esos días su feria grande. Así que para apreciar y captar el mágico y subyugante encanto del lugar, convendrá que el viajero se desmarque de los fastos y acuda al Calvario en fechas sosegadas.

Junto al santuario se extiende el llanete del Calvario, con su sencilla cruz de hierro forjado, erguida sobre columna, a la que acosan irrespetuosamente los indicadores de carretera; al caer la tarde su escalinata se puebla de jubilados.

A dos pasos de aquí, en la esquina que forman las calles Ancha y Madre de Dios, se halla la ermita de esta advocación, una iglesia que data del siglo XVI, al que corresponden sus arcos apuntados apoyados en sólidos pilares, antigüedad que no refleja la sencilla fachada exterior, perteneciente a época barroca, coronada por espadaña de ladrillo. Una acertada restauración redimió a este templo del injusto olvido que soportó durante décadas.



Referencia

  1. MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba

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