Fernán Núñez (Rincones de Córdoba con encanto)
Los pueblos
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003) [1]
Fernán Núñez / Una plaza de nobleza palaciega
La ruta de los encantos de Fernán Núñez arranca del paseo de Santa Marina, pasa por la iglesia parroquial del mismo nombre, desemboca en la incomparable plaza de Armas y se prolonga hasta el Llano de las Fuentes.
El mayor encanto del céntrico paseo reside en el triunfo dieciochesco de Santa Marina, la patrona de la villa, que desde la esquina más concurrida mira a la calle de Ramón y Cajal, como indicando al viajero la dirección de la ruta monumental. La vigilante estatua de la santa gallega se agiganta en su blanca columna, sustentada sobre un sólido pedestal de granito, protegido por una verja con farolas en las esquinas. Graciosos angelillos dialogan con las palomas sobre la cornisa del pedestal. Una ancha escalinata salva el desnivel entre la espaciosa plaza y la inmediata calle de San Sebastián.
Como señala Santa Marina desde su podio, hay que bajar por Ramón y Cajal –a la que se asoman casinos y confiterías, abundantes en Fernán Núñez– hasta la iglesia parroquial de la misma advocación, que, abanicada por palmeras, preside una placita recoleta. La sólida torre, a la que los mensulones que rematan el primer cuerpo le dan aspecto de fortaleza, contrasta con la sencilla fachada blanca, en la que se inscribe la puerta bajo un arco ciego de ladrillo. “Prohibido jugar a la pelota bajo sanción”, advierte junto a la torre un rótulo municipal, lo que preserva a tan encantadora placita de usos impropios que alteren su recogimiento. Ni torre ni fachada anticipan el gran templo barroco con planta de cruz latina que se extiende al otro lado, obra dieciochesca de los reputados maestros Teodosio Sánchez de Rueda y Tomás Jerónimo de Pedrajas, que los especialistas comparan con la sacristía de la Cartuja de Granada. Deslumbra la parroquia en sus proporciones y en la profusa decoración de yeserías realzada por la acertada iluminación.
A la vera de la parroquia, bajo el camarín de Jesús Nazareno, se abre un arco, cuya “sombra es como un beso / en las horas de la siesta”, como cantara Emilio José, hijo del pueblo. En el centro del arco, bajo blancas bóvedas de arista, una ventana ciega protegida con rejas muestra un azulejo con la efigie del Nazareno.
Junto a la puerta del evangelio, una lápida perpetúa el soneto que dedicara a su pueblo Cristóbal Romero Real, “el gañán poeta”, que vivió entre 1880 y 1962: “Villa ducal, donde la diosa Ceres / derrama sus tesoros más preciados, / tus hijos son robustos y esforzados, / son bellas y gentiles tus mujeres”, reza la primera estrofa.
La inmediata calle Cronista Alfonso Zurita baja por fin a la plaza de Armas, cuya homogénea arquitectura neoclásica, revestida de blanco y rojo almagra, transportaría al siglo de la Ilustración de no ser, ay, por los automóviles, que degradan a impropio aparcamiento un espacio tan singular. Sobreponiéndose a la anacrónica presencia de los coches, el viajero se sentirá trasladado a finales del siglo XVIII, cuando el conde de Fernán-Núñez, Carlos José Gutiérrez de los Ríos, proyectó y construyó el Palacio Ducal, que se dice inspirado en la embajada de España en Lisboa, de la que era titular en aquel tiempo.
Flanqueada por dos torres cubiertas, la fachada del palacio ocupa la vertiente frontal de la plaza, destacando la portada de piedra, que el profesor Rivas Carmona considera “muy berninesca y clasicista”, con su arco de medio punto escoltado por columnas con capiteles jónicos que soportan el balcón abalaustrado, rematado por frontón partido con el escudo ducal. Toda la arquitectura del perímetro acompaña al palacio, formando un conjunto de gran belleza y armonía, en el que también destacan las antiguas caballerizas y las casas consistoriales. El palacio, propiedad del municipio, recobró el color a raíz de una restauración parcial que reparó sus cubiertas, pero necesita nuevas aportaciones económicas, por favor, que permitan ultimar su recuperación y dedicarlo a equipamiento cultural. A la fachada lateral que mira a la calle Manuel Falcó, Duque de Fernán Núñez, se asoma la roja espadaña de la capilla palaciega, dedicada a Santa Escolástica.
Epílogo de este agradable paseo por los encantos de la villa son los jóvenes jardines del Llano de las Fuentes, antiguo descampado transformado en ameno vergel, en el que pervive la fuente de los Caños Dorados, fechada en 1777. Como detalle anecdótico, cerca de ella tiene dedicado un sencillo monumento El Moro, conocido como “el perro de los entierros”, que, mientras vivió, acompañó a los difuntos.
Referencia
- ↑ MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba
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