Montoro (Rincones de Córdoba con encanto)

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Los pueblos
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003)
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Montoro / Del puente a la plaza

Abundan en Montoro los espacios con encanto. Pero antes de dirigirse a ellos conviene buscar y saborear la vista general del pueblo, que compendia en una sola mirada todas las bellezas que cautivan al viajero. Una de las panorámicas más conocidas es la que brinda el Realejo, estratégico balcón sobre el río y el casco antiguo, que se despliega blancamente sobre monte de oro y se mira, invertido, en el espejo del Guadalquivir. Vista espléndida regala también la carretera vieja de Cardeña, desde la que, al elevarse el punto de vista, se domina el pueblo con mirada más abarcadora, aprisionado por el ceñido meandro fluvial.

Otra perspectiva pintoresca, en fin, la ofrece Montoro desde el Retamar, barrio situado al otro lado del río que da la bienvenida con su iglesita de Santa Ana y se une al casco antiguo a través del hermoso puente sobre el Guadalquivir, concluido en 1550, “uno de los mejores y más bellos de Córdoba” a juicio del profesor Rivas Carmona. Si se baja hasta la orilla sorteando la maleza que ahora en verano invade el soto, el puente ofrece una imagen imponente, mientras se entrevé el blanco caserío de Montoro jugando al escondite por entre sus ojos, tapizados interiormente de nidos de vencejos, que alborotan el entorno con su insistente revoloteo.

Tiene el puente cuatro arcos de medio punto entre tajamares, que recuerdan los del Puente Romano de Córdoba; por el lado de poniente, situado aguas arriba, dos de ellos prolongan su altura hasta formar sendas terrazas, en las que recientemente se instalaron dos modernas esculturas –La temporada y El jornal– realizadas por Martín González Laguna con planchas de hierro, que representan una aceitunera y un vareador, oficios tan ligados a un pueblo que tiene en el olivar su mayor fuente de riqueza.

En el pretil del mismo lado se yergue la vistosa cruz de férrea filigrana, cuyo negro perfil se recorta contra el blanco caserío escalonado del casco antiguo, en el que despunta la roja torre parroquial, que dialoga con el puente en el común lenguaje de la molinaza. “Panorama de Montoro, / contemplado desde el puente, / es como un barco de oro, / que duerme...”, escribió el poeta Jacinto Mañas. Una curiosidad: observe el viajero el desgaste que, cerca del Retamar, muestran los pretiles del puente, originado por la secular costumbre de afilar en ellos navajas y cuchillos.

Desde el puente ya es hora de subir al casco antiguo. La calle Camino Nuevo lleva hasta la explanada del Charco, dominada por la parroquia del Carmen, templo barroco de origen conventual, que sueña todo el año con el Prendimiento del Señor de la Humildad por el popular Imperio Romano la tarde del Jueves Santo.

La calle Corredera, angosta y principal, acerca ahora al viajero a la plaza de España, el corazón monumental de Montoro, a la que confieren singular aspecto la arenisca piedra molinaza, que tiñe de intensa tonalidad rojiza gran parte del perímetro. En el conjunto descuella la iglesia parroquial de San Bartolomé, iniciada a finales del siglo XV en estilo gótico y acabada en el siguiente, ya renacentista. Al viajero sensible le maravillará la delicada labor de la portada, en la que los historiadores de arte ven la mano del primer Hernán Ruiz; una detenida contemplación permitirá apreciar su marco cuadriculado con motivos de galleta, el friso que lo recorre decorado con cuadrilóbulos y guarnecido por hojarasca, y, sobre todo, las góticas esculturas de San Bartolomé –el titular del templo– Santiago y la Virgen María. Pero si se contempla el conjunto desde el lado opuesto de la plaza lo más llamativo al exterior es la soberbia torre, que tardó más de dos siglos y medio en ultimarse, lo que explica que compendie varios estilos artísticos, pues se inició renacentista y se acabó neoclásica.

Tampoco responde a un estilo único el hermoso edificio vecino del Ayuntamiento, cuya planta baja sigue los cánones renacentistas mientras que la superior tiene ya aliento barroco. El escudo de la casa ducal de Alba y Montoro, que pervive sobre el largo balcón corrido, delata el origen del edificio, construido en la segunda mitad del siglo XVI y ampliado en los albores del XVIII. A su lado se abre el Arco, junto al que una inscripción testimonia que “Philipe Tercero deste nonbre Nuestro Señor mandó hazer esta carcel” en 1607. Pero el Arco se asocia sobre todo a la expectante aparición de Jesús Nazareno en la madrugada del Viernes Santo, que en la inmediata placita de San Juan de Letrán tiene su capilla.



Referencia

  1. MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba

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