Villa del Río (Rincones de Córdoba con encanto)

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Los pueblos
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003)
[1]


Villa del Río / Estrella del Guadalquivir

Abundan en Villa del Río los espacios con encanto. Podría ser uno la vigilante ermita de la Virgen de la Estrella, que blanquea en la falda del cerro Morrión, escoltada por tres cipreses. Podría ser otro callejear a la búsqueda de casas señoriales que ponen su nota de distinción en el casco urbano, como las del Marqués de Sidueñas y el Marqués de Blanco-Hermoso. Podría también ser el entorno del viejo puente romano sobre el arroyo Salado de Porcuna, arrinconado por el progreso, que sustentó el paso de la Vía Augusta.

Pero ninguno es comparable con la plaza mayor, el salón de la villa, hoy dedicada a la Constitución. Como dice la escritora villarrense Isabel Agüera, es la plaza un “conjunto armónico y bello donde se puede leer y entender la historia vieja y nueva del pueblo”. Y así es. No hay más que fijarse en el edificio del Ayuntamiento, flanqueado por dos torres de la antigua fortaleza –ya existente en época árabe y ampliada en el siglo XV–, sobre cuyo solar se erigió en el siglo XVI la parroquia de San Pedro, cuya bella portada pervive como puerta principal del nuevo consistorio. La sabia mano del arquitecto López de Rego, hijo del pueblo, está detrás de tan acertada restauración y adaptación.

Los habitantes de la villa ya se han acostumbrado a traspasar la portada de un templo para gestionar sus asuntos municipales, pero al viajero foráneo no deja de extrañarle que junto a una portada de piedra, labrada por el primer Hernán Ruiz en estilo gótico manuelino, que ostenta en el tímpano un antiguo azulejo de San Pedro, haya un rótulo indicador que diga “Casa Consistorial”. Para el Ayuntamiento es un privilegio ocupar el solar matriz de la villa, donde se alzó el castillo y más tarde la parroquia, lo que confiere al edificio unas raíces de las que ningún otro consistorio puede presumir en toda la provincia. Casi nadie repara que en la clave del arco, bajo la bella ventana avenerada añadida en el siglo XVIII, pervive el escudo del obispo fray Juan de Toledo, en cuyo mandato se erigió el templo.

Como oro en paño guarda el edificio municipal algunas obras del pintor Pedro Bueno, hijo predilecto de la villa y gloria de la pintura española, que desde su Madrid adoptivo bajaba por temporadas a pintar en su Huerta del Solo, que adquirió y fue llenando de obras con la ilusión de convertirla en pequeño museo. Allí le sorprendí, en el ya lejano verano del 74, cuando daba los últimos toques a una enternecedora maternidad. “Aquí tengo todos los recuerdos de mi niñez, y esto me alimenta espiritualmente –me confesó–; mi paseo preferido es la orilla del río”. A espaldas del Ayuntamiento discurre la cinta gris de la antigua carretera nacional, y enseguida el Guadalquivir, que, remolón, dibuja curvas y meandros bajo los álamos negros, como si no tuviera prisa, que refleja en sus aguas el plateado verdor de los olivares.

La antigua parroquia de San Pedro estuvo abierta al culto hasta 1907, año en que dio el relevo a la parroquia nueva de la Inmaculada Concepción, a la que fue trasladado su retablo mayor de estilo barroco. Su rojizo y ecléctico cuerpo de molinaza coronado por una robusta torre se asoma por encima de los tejados para incorporarse al paisaje de la plaza, cuya vertiente oriental cierra la inconfundible estampa del Ayuntamiento antiguo, hoy Consultorio, coronado por la modesta torre del reloj, que sigue marcando el ritmo de la vida cotidiana.

Para tomar el pulso al corazón del pueblo el viajero debe tomar asiento, sin prisa, como los jubilados, en cualquiera de los bancos de hierro que, cobijados por los naranjos, festonean la plaza de la Constitución, y leer, como proponía Agüera, la historia nueva y vieja, que se compendia en este espacioso rectángulo, en el que ahora reina la tranquilidad, pero que en la mañana del Viernes Santo, cuando el sacerdote proclama el Pregón de la Sentencia y el Sermón del Paso, desde el amplio balcón del consistorio, puebla la muchedumbre, emocionada y devota.



Referencia

  1. MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba

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