Villaviciosa (Rincones de Córdoba con encanto)

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Los patios
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003)
[1]


Villaviciosa / Hija de una Virgen portuguesa

En Villaviciosa –de quebrado y blanco urbanismo agazapado entre protectores montes de Sierra Morena– todo habla por doquier de la Virgen que da nombre al pueblo. Varios kilómetros antes de llegar, junto a la presa que remansa en Puente Nuevo las azuladas aguas del Guadiato, un azulejo con la efigie de la Virgen, entre arriates y floreros, saluda ya al viajero con un hospitalario mensaje: “Bienvenido al pueblo que lleva mi nombre”.

Las huellas de la Virgen de Villaviciosa permiten trazar el itinerario sentimental por los encantos de la población, surgida a lo largo de la Edad Moderna en torno a la ermita de una Virgen que, según la leyenda, trajo en el zurrón, desde la Vila-Viçosa portuguesa, un pastor lusitano de nombre Hernando. La imagen primitiva fue trasladada en 1698 a la Catedral cordobesa, donde se revistió de plata su modestia, y la que hoy venera el pueblo es copia de aquélla, realizada en 1736.

Delante de la actual ermita, construida en 1776, un reciente mural de azulejos plasma la leyenda de la Virgen, mediante la combinación de viñetas ilustradas, firmadas por M. Torrico, y estrofas romanceadas, al estilo de los antiguos romances de ciego. “Entre cepas de una viña / surgiste esplendorosa, / en un pueblo portugués / llamado Vila-Viçosa. / Reinaste en el lugar / por un tiempo, mas otrora, / sólo te quedó Hernando / en tu ermita silenciosa. / Mas el vaquero, un buen día / al verte tan triste y sola / te metió en su zurrón / y, aprovechando las sombras, / te trajo a que reinaras / sobre esta tierra, señora, / en el hueco de una encina / en las verdes Gamonosas”.

Las estrofas relatan luego el apresamiento del buen Hernando por “una aguerrida tropa”, que lo devuelve a su tierra portuguesa, donde será juzgado y condenado a muerte. Mientras aguarda tan fatal desenlace en una mazmorra, la Virgen lo libera y el pobre Hernando vuelve de nuevo a estos pagos con la imagen en el zurrón.

La ermita actual levanta su sencilla fachada barroca, rematada por espadaña, en la confluencia de las calles Córdoba y Vaquero Hernando. Ante ella nace la plaza de Andalucía, un ensanche descendente en el que, tras los autos aparcados en batería, se alzan el viejo Casino y la casa consistorial, cuya construcción en los años setenta sacrificó un edificio dieciochesco. Desde la vertiente inferior de la rampa, la casa del bar Currillo mira cara a cara a la ermita, y por encima de su tejado asoman el campanario y los volúmenes de la inmediata parroquia de San José, acosados por vencejos, que enlutan los alféizares.

La parroquia es un edificio de frialdad neoclásica erigido en el primer cuarto del siglo XIX, que el inquieto y afable párroco Antonio Ruiz mima, gracias a la ayuda que obtiene de bienhechores y de tómbolas; entre las últimas incorporaciones figura una pareja de ángeles lampararios costeada por el empresario cordobés Rafael Gómez.

El desnudo testero del presbiterio luce, a modo de retablo pictórico, un tríptico realizado por Francisco García, cuyo panel central incorpora la escultura de un crucificado, aunque sin cruz, para que así “cada cual imagine la suya”, afirma el párroco. Pero lo que más sorprende a los forasteros que entran por vez primera a la iglesia son las hileras de monitores de televisión instalados a ambas lados de la gran nave, tecnología que don Antonio, hombre de su tiempo, utiliza como eficaz apoyo de la liturgia y predicación.

En el costado de la epístola se extiende la plaza de España, popularmente conocida como el Paseo, un hermoso salón al aire libre elevado sobre el declive que traza el terreno. Por la mañana, algunos jubilados buscan las gratas sombras de naranjos y magnolios, pero cuando llega el atardecer se corta el tráfico rodado y los bares colindantes extienden sus veladores, que enseguida se pueblan de gente dispuesta a disfrutar del lugar, un lujo al alcance de todos.

En la fachada lateral de la iglesia un mural de azulejo, fechado en 1952, vuelve a representar el “momento en que Hernando es sorprendido por los portugueses cuando extasiado contempla a la Stma. Virgen de Villaviciosa”. La fachada principal de la mole parroquial, que se incrusta forzadamente en el tejido urbano, mira desde su alto podio a la calle de Juan Ruiz Escobar, que la aprisiona entre sus esquinas.

El viajero puede apurar los encantos monumentales de la villa acercándose hasta La Escribana, un edificio dieciochesco ejemplarmente restaurado y adaptado como centro de enseñanza secundaria.

La vista general que brinda la población desde las alturas circundantes, dominada por el rojo de los tejados y el blanco de la cal, es la mejor síntesis de los encantos que encierra Villaviciosa, en cuya atmósfera flota el tenue pero penetrante aroma que exhalan las bodegas donde se crían los vinos generosos.



Referencia

  1. MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba

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