Obejo (Rincones de Córdoba con encanto)

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Los pueblos
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003)
[1]


Obejo / Nave en un mar de sierras

El primer encanto que Obejo reserva al viajero que tenga la audacia de adentrarse en Sierra Morena para buscar esta escondida población de origen medieval, es el paisaje del valle del Guadalbarbo, de impresionante grandeza. Luego, tras el saludo blanco de la Fuenfría, que mana al pie de los almendros, aparece al fin Obejo, con las casas del Barrio Bajo deslizándose, entre tejados y corralillos, por la falda de la alargada loma. Los encantos del pueblo se concentran en los extremos del caserío, sus puntos más altos.

Nada más llegar, conviene remontar la calle Calvario, pendiente y con forma de embudo, que se ensancha a medida que asciende. Blancos muros escalonados rematados por floridos arriates la atraviesan transversalmente. Tras las últimas casas amarillea un pastizal que escala la Loma. Es aquí donde surge, arropada por lirios, la cruz del Calvario, instalada en 1965, que, aunque carece de interés artístico, constituye un atrayente reclamo para subir al cerro y contemplar la mejor vista de Obejo, que semeja un barco navegando en un mar de sierras. Al otro extremo despunta sobre los anárquicos tejados el campanario de la parroquia, sobrepasado, ay, por el depósito del agua, que parece un hongo blanco fuera de lugar.

Si al viajero no le pesan los pies, desde el Calvario debe dirigirse al otro extremo de la población. El camino más corto pasa por las calles Cerrillo e Iglesia, que, como su nombre insinúa, conduce a la parroquia de San Antonio Abad, un templo antiguo, humilde y bello que hunde sus raíces en el siglo XIII y fue reformado en el XVII, época en que se amplió por la cabecera y la torre adquirió su aspecto actual. Al exterior es la torre lo que más destaca, con un sólido cuerpo de rojo ladrillo y mampostería, coronado por balaustrada de arquillos, tras la que se alza el modesto campanario.

Surge la torre a los pies del templo, junto a la modesta fachada del lado de la epístola, que se abre por un arco de medio punto cerrado por verja. Ante ella se extiende una recoleta y acogedora placita, elevada sobre el nivel de las calles, que por su intimismo parece un patio. Al pie de la torre, sombreada por un par de frondosas palmeras, pervive la antigua cruz de los caídos.

Si encuentra abierto el templo –que por sus dimensiones más parece ermita que parroquia– porque sea hora de culto, debe el viajero asomarse al interior, que le fascinará por el recogimiento de sus tres pequeñas naves, separadas por blancos arcos peraltados apoyados en columnas antiguas con capiteles de acarreo visigodos y califales, una grata sorpresa arqueológica. Debieron abundar aquí estos capiteles de tanto mérito, pues también se emplearon, invertidos, como basas de las columnas, y ahora aparecen descubiertos.

A los pies de la iglesia surge una placita sombreada por naranjos, palmeras y una mimosa; también despunta un ciprés en el centro de un arriate de diseño. A poniente, un barandal de perfil curvo constituye el mejor mirador sobre la envolvente paisaje de olivares marginales, que revelan el tesón de los agricultores para sacar provecho a una tierra tan accidentada. Desde el mirador casi se toca un muñón de aspecto terroso, resto sobreviviente de la antigua fortaleza.

Pasear sin rumbo por las quebradas calles de Obejo –algunas de ellas con topónimos inspirados en la propia realidad urbana, como Cerrillo, Angosta o Corralillo– depara emociones estéticas inesperadas, como el blanco pozo que surge al inicio de San Antonio Abad. O le permite sorprender conversaciones cotidianas reveladoras de lo que aprecian los vecinos este apartado rincón. “A mí me han echado de Córdoba los coches y la calor”, comenta una mujer entrada en años que acaba de retornar a su antigua casa, “así que lo que me quede de vida, aquí lo pasaré”, añade. “Sí, aquí se está bien; por lo menos estamos tranquilos”, pondera su vecina.

Las casas habitadas relucen como el sol, y el viajero se tropezará con más de una mujer sacándole lustre a su fachada; las deshabitadas, por el contrario, dibujan desolación y abandono, algunas de ellas a la espera de compradores que aprecien la tranquilidad de tan apartado paraíso oculto en Sierra Morena.



Referencia

  1. MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba

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