Periódicos y periodistas cordobeses
Discurso de entrada en la Real Academia de Córdoba pronunciado por parte de Ricardo de Montis sobre Periódicos y periodistas cordobeses
La excesiva benevolencia de esta docta corporación y no mis méritos, tan escasos que son casi nulos, me trae entre vosotros, representantes genuinos de la cultura cordobesa. Y aunque comprendo que es inmerecida la merced que me otorgáis, siento una profunda, una íntima satisfacción al verme aquí, pues por esta Ilustre Academia desfilaron hombres insignes en las Ciencias, en las Letras y en las Artes; mis maestros; personas a quienes profesé gran admiración y entrañable cariño. Aquí presenté los primeros frutos de mi pobre inteligencia y de mi menguada inspiración cuando todavía era yo un niño y aquí escuché los primeros aplausos que me alentaron para seguir por la senda emprendida con los entusiasmos propios de la juventud; senda en la que bien pronto había de encontrar, en vez del laurel del triunfo con que soñara, las espinas de la adversidad que laceraron mí espíritu y mi corazón. He ahí, señores, por qué he querido que se celebre mi recepción en este local, donde parece que se respira un ambiente clásico, y permítaseme la frase. No sólo porque siempre rehusé todo lo que significa aparato y ostentación, sino porque al pasar los umbrales de esa puerta agólpanse en mi mente los recuerdos de que vive sólo quien perdió las esperanzas y las ilusiones y tales recuerdos me hacen olvidar el presente y el porvenir, envolviéndome en la aurora sonrosada del pasado. La suerte ha querido, sin duda para ponerme en mayor aprieto en estos instantes de prueba, que yo, el oscuro y humilde periodista, sea el encargado de sustituir en la secular Academia, al ilustre Decano de la prensa cordobesa, al inolvidable maestro de cuantos nos dedicamos en esta ciudad a la ingrata labor periodística. Honra grande, inmerecida, representa para mí tal sustitución y ya que, en modo alguno, puedo ocupar dignamente, por falta de condiciones, el puesto que mi antecesor dejara vacante, procuraré lo que un discípulo debe hacer con un maestro: respetarle en vida y conservar y enaltecer su memoria cuando ha rendido el obligado tributo a la muerte. ¿Cómo no he de enaltecer yo, si Córdoba entera la enaltece, a aquella ilustre personalidad que se llamó don Rafael García Lovera? Fue tan saliente; sus talentos, sus virtudes y su admirable labor las conocéis tan bien, que huelga casi por completo la biografía del escritor distinguidísimo. Por tanto, me limitaré a consignar unas breves notas siguiendo la costumbre establecida en esta clase de trabajos. Don Rafael García Lovera nació en esta capital el 21 de junio del año 1825. Estudió la segunda enseñanza en el Instituto Provincial de Córdoba y la carrera de Jurisprudencia en la Universidad de Sevilla, donde obtuvo el grado de Bachiller en Derecho civil y canónico después de unos brillantes ejercicios, y en el año de 1848 recibió en la Universidad Central la investidura de Licenciado en Leyes. Ejerció su honrosa carrera en nuestra ciudad durante muchos años, conquistando una envidiable reputación, a la que le hicieron acreedor tanto su talento como su honradez y laboriosidad. Además desempeñó los cargos de juez municipal, de Decano del Ilustre Colegio de Abogados de Córdoba y de magistrado suplente de esta Audiencia provincial. Con preferencia consagróse al periodismo, por el que sentía una verdadera pasión. Cuando solo contaba dieciocho años de edad dirigió en nuestra capital la revista literaria denominada El Vergel; en Madrid también estuvo al frente de La Discusión, revista de las Universidades, y aquí, además de colaborar en todos los periódicos locales de su época, escribió el programa del Diario de Córdoba y trabajó en él desde su fundación, primero como redactor y después como director, hasta los últimos momentos de su vida. Su pluma honrada solo estuvo al servicio de las causas nobles; jamás impulsáronla pasiones mezquinas y siempre se inspiró en un espíritu de paz y de concordia digno de los mayores elogios. El señor García Lovera fué, asimismo, un literato notable y un poeta de altos vuelos; sus compañeros diéronle, muy justamente, el título de maestro de las quintillas, pues escribió en esta clase de estrofas muchas composiciones verdaderamente magistrales. Cultivó el género lírico y el dramático y si en la escena obtuvo triunfos, también los conquistó en esos torneos de la inspiración y de la fantasía que se llaman juegos florales. Perteneció a todas nuestras asociaciones científicas y literarias en las que, por sus méritos indiscutibles, ocupó puestos preferentes. También poseía envidiables dotes oratorias que reveló tanto en el foro como en los ateneos y en la mayoría de los actos de carácter científico o literario celebrados, durante su época, en esta capital. Figuró en el Ayuntamiento como concejal, síndico, primer teniente alcalde y alcalde interino y en dicha corporación demostró de modo admirable, como ya lo había revelado en la prensa, su inmenso cariño a la hermosa ciudad en que viera la primer luz, por la que habría sido capaz de realizar los mayores sacrificios, para la que ambicionaba, el que no fué ambicioso jamás, blasones y timbres, glorias y triunfos, imperecederos. El venerable Decano de la prensa local, apesar de que su modestia impulsábale a rehusar toda clase de mercedes, ostentaba muchos títulos y condecoraciones altamente honrosas. Era auditor honorario de Marina, Jefe superior honorario de Administración civil, Comendador de número de la orden de Isabel la Católica; poseía la placa de honor de la Cruz Roja y pertenecía a la Academia de Jurisprudencia y Legislación de Sevilla y a otras doctas corporaciones. El 3 de enero del año 1913 rindióse en la jornada de la vida, al peso de los años, el ilustre cordobés, el docto jurisconsulto, el notable escritor y eximio periodista Ilmo. Sr. D. Rafael García Lovera. La prensa fué uno de sus grandes amores; también es uno de los grandes amores míos; por eso al sustituirle en esta Academia y al tener que disertar ante vosotros he creído que el tema mejor y más apropiado para mi humilde discurso sería: Periódicos y periodistas cordobeses. La Prensa es el espejo en que se retratan fielmente las ideas, los sentimientos, el carácter, las orientaciones y hasta los gustos y costumbres de los pueblos. Examinando con atención los periódicos de una ciudad se aprecia de modo perfecto el estado intelectual, moral y material de la misma. Por eso la prensa de Córdoba ha sido siempre una prensa tranquila, y valga el calificativo, enemiga de luchas, noble, franca; más predispuesta al elogio que a la censura y, sobre todo honrada como corresponde si ha de representar a esta población hidalga, benévola, generosa y pacífica. Innumerables periódicos de muy distintos géneros, de todos los matices, han desfilado por el estadio de la prensa local, pero sólo consiguieron arraigo aquellos que se adaptaron al ambiente de Córdoba. Como aquí pocas veces, por fortuna, se enardecieron las pasiones políticas y la prensa consagrada a la ciencia de gobernar sin esas luchas, sin la polémica, no consigue en provincias despertar el interés de los lectores, escasas publicaciones de tal género disfrutaron de próspera vida. La prensa independiente fué siempre la de mayor importancia; ahí está justificándolo el Diario de Córdoba, el periódico más antiguo de esta población y de Andalucía que cuenta sesenta y cinco años y goza de una vida floreciente. El fué la cuna de nuestros periodistas y de la mayoría de nuestros literatos; en él se labraron su reputación los notables escritores hermanos García Lovera; en él hicieron su aprendizaje los Valdelomar y en él publicaron sus primeras composiciones poéticas Fernández Ruano, Fernández Grilo y otros ingenios. El Guadalquivir compartió con el Diario, aunque por poco tiempo, los favores del público; y después apareció El Comercio de Córdoba en el que agotó sus energías un hombre tan laborioso como culto y correcto periodista, don Miguel José Ruiz, a quien tuve la honra de sustituir en su ardua tarea, y luego se publicaron otros periódicos independientes, de menos importancia que los citados, operándose en todos ellos una transformación completa, exigida por el progreso, en el último tercio del siglo XIX. Ya no se podían cerrar las ediciones doce horas antes de repartirlas sino en el momento casi de entregar el periódico al lector; ya para informar a éste no era posible utilizar el correo sino el telégrafo; ya había que suprimir la palabra anteayer en la narración de cualquier suceso sustituyéndola por la de hoy o, cuando más, por la de ayer; ya el periodista no debía confeccionar en el bufete la hoja diaria, atiborrándola de artículos y de recortes; veíase obligado a averiguar, a inquirir, a conferenciar con todo el mundo para saciar la sed de noticias y de impresiones que hoy devora a la humanidad. El primer periódico que siguió las corrientes modernas en Córdoba fué La Unión, creado por don Carlos Matilla de la Puente. Comenzó ostentando el carácter de diario liberal pero después convirtiose en independiente y hubo en él una transformación completa. Desaparecieron los largos artículos doctrinales, los recortes de la prensa de Madrid, para dejar su puesto a la crónica ligera y sobre todo a la información extensa y detallada en la que el calígrafo representa el principal papel. Como la época en que La Unión se modificó era verdaderamente crítica para España pues sostenía las desastrosas guerras coloniales y había un ansía indescriptible de saber el curso de las campañas que originaron nuestra ruina, el público de Córdoba arrebataba los números del citado periódico que aumentaba su tirada prodigiosamente. Y en la redacción del moderno diario laboraba incansable una piña de escritores estímadísimos, uniéndose en ella a la sensatez y práctica de los veteranos periodistas don Miguel José Ruiz, don Dámaso Angulo Mayorga, don Fernando de Montis Vázquez y otros, los entusiasmos, la frescura de ingenio de la juventud representada por aquel malogrado y saladisímo poeta que se llamó Federico Canalejas, por el correcto prosista Rodolfo Gil y por el ilustre literato Marcos Blanco Belmonte. El Diario de Córdoba siguió el ejemplo de La Unión siendo objeto de importantes reformas que le proporcionaron un lugar preferente entre la prensa moderna de provincias. También se publicaron con el carácter de independientes, y fué corta su duración, El Andaluz, fundado por don Emilio Arroyo; La Correspondencia de Córdoba, impresa en dos planas de La Correspondencia de España, creada por don Enrique Morón; El Meridional, de don José Castillejo; La Región Andaluza, de don José Fernández Jiménez, dirigido por el periodista valenciano don Emilio Dugi; El Noticiero, de don Enrique Burillo; El Español, del ya citado señor Castillejo; El Telégrafo, de don Antonio Alvaro de Morales y el Diario Mercantil, de don José Ortega Contreras. De los periódicos políticos fué el primero y uno de los más importantes el diario liberal titulado La Crónica, a cuya redacción perteneció, constituyendo su principal figura, el inolvidable director de esta Academia y distinguido historiógrafo don Teodomiro Ramírez de Arellano. Sustituyó a La Crónica, después de algunos años de vida, La Provincia, otro diario que gozó merecidamente de prestigios y en el que escribieron periodistas que ya no existen tan apreciables como don Antonio Martínez Duímowich, don Pelayo Correa, don Camilo González Atané y don Ventura de los Reyes Conradi. El Conde de Torres-Cabrera, después de haber publicado un semanario conservador con el título de La Lealtad, se decidió a editar un diario con el mismo nombre e hizo el periódico político mejor escrito que, sin disputa, vió la luz en nuestra población. Encargóse de dirigirlo el notable publicista don Juan Menéndez Pidal y en su redacción figuraron escritores de tanta valía como don Manuel Fernández Ruano y el granadino, hace poco tiempo fallecido, don Miguel Gutiérrez. Esta primitiva redacción tuvo numerosas modificaciones y el título del periódico también fué sustituido por el de La Monarquía primero y por el de El Defensor de Córdoba después. Al ocurrir la disidencia entre el gran estadista Cánovas del Castillo y el travieso político Romero Robledo, los conservadores cordobeses que siguieron a este último, fundaron otro periódico diario denominado El Adalid, también de feliz recordación. Escribíanlo dos periodistas y literatos jóvenes de gran valimiento, Enrique y Julio Valdelomar, quienes se compenetraron de tal modo con el espíritu de su jefe que se veía admirablemente retratado en todos los números de dicha publicación. Y puede asegurarse que El Adalid constituía la nota movida y alegre de la prensa cordobesa. Inquieto, batallador como Romero Robledo, siempre sostenía una polémica, ya política, ya literaria; siempre tenía una frase caústica para el adversario; siempre hallábase en sus columnas una sátira fina; siempre rebosaban en ellas el desenfado y el gracejo de su inspirador. Y los hermanos Valdelomar, paladines decididos de la causa cuya defensa se les encomendara, tuvieron que intervenir más de una vez en incidentes desagradables motivados por las campañas del periódico, exponiendo en ocasiones sus vidas, para obtener, a la postre, como recompensa, el abandono y el olvido de quienes a tales extremos les impulsaron. ¡Triste y frecuente destino del periodista! La prensa republicana tuvo numerosos órganos en Córdoba pero todos, si se ha de decir la verdad, poco importantes, aunque en algunos escribieron personas de significación, y además de vida muy efímera. Solo recuerdo uno que se publicara diariamente durante algún tiempo, La Voz de Córdoba, defensor de las doctrinas posibilistas, redactado por el sesudo escritor don Dámaso Angulo Mayorga con la cooperación del festivo poeta don Juan Ocaña y de otros literatos. Esta publicación, al ocurrir la muerte del insigne tribuno don Emilio Castelar, perdió el carácter que tenía, convirtiéndose en un periódico independiente y dejando de ser diario. Hubo también publicaciones tradicionalistas, integristas y defensoras de otras doctrinas políticas pero ninguna consiguió vida larga y próspera por lo cual, y en obsequio de la brevedad omito tratar de elllas. La prensa católica ha sido escasa en nuestra capital, no porque dejen de estar arraigados aquí los sentimientos religiosos sino porque, afortunadamente, casi todos los periódicos de Córdoba se erigen, cuando es necesario, en defensores de las sublimes doctrinas de Cristo y no hace falta, por tanto, que haya publicaciones con el exclusivo carácter de católicas. Prescindiendo de algunos semanarios y revistas, el primer periódico diario de esta índole que vió la luz fué La Verdad, fundado por don Francisco Díaz Carmona quien cedió al poco la propiedad a un sacerdote cordobés muerto recientemente cuando acababa de llegar a una de las más altas jerarquías de la Iglesia: nuestro compañero de Corporación don Manuel de Torres y Torres. En ese diario esgrimió sus primeras armas periodísticas un joven pontanense que hoy ocupa un puesto en la prensa madrileña: don Rodolfo Gil. Después creóse El Noticiero Cordobés, diario también de corta vida, que estuvo dirigido en sus comienzos por un periodista prestigioso, don Manuel Sánchez Asensio, y después por el correcto escritor granadino don Martín Cherof. Finalmente, en la actualidad tenemos El Defensor de Córdoba al que su actual dueño y director don Daniel Aguilera despojó del carácter de político para que solo fuese periódico católico y de noticias. Como Córdoba, en épocas pasadas, fué rico plantel de literatos, sobre todo de poetas, los cuales, según frase de uno de ellos, brotaban aquí con la misma abundancia que las rosas, publicóse gran número de revistas literarias, algunas muy bien hechas y casi todas de corta vida, en las que colaboraron nuestro inolvidable director y cronista don Francisco de Borja Pavón, Fernández Ruano, Fernández Grilo, Alcalde Valladares, el Barón de Fuente de Quinto, el Marqués de Jover, los Condes de Torres-Cabrera y Villaverde la Alta, el Marqués de Cabriñana, Jover y Sanz, González Ruano, Créstar, Maraver, los hermanos Barasona y Valdelomar, Montis (don Fernando), Belmonte Müller y otros muchos que harían esta relación interminable. Nuestras principales revistas literarias títuláronse El Ramillete, El Betis, El Paraíso, El Cisne, La Miscelánea, La Ilustración de Córdoba, La Aurora, El Album y El Tesoro. El Ramillete estuvo dirigido por un cordobés que en él hizo sus primeros ensayos como escritor y que hoy es uno de los periodistas más ilustres de España, habiendo llegado, merced a sus méritos exclusivamente, a ocupar un puesto en los consejos de la Corona: don Julio Burell y Cuéllar. El ingenio y la gracia característicos de Andalucía reveláronse también aquí en numerosas publicaciones satíricas y festivas, algunas de las cuales obtuvieron un éxito extraordinario. Fué la primera El Cencerro, periódico fundado a raíz de la revolución por don Luís Maraver Alfaro. Las ideas avanzadas expuestas en este semanario y su lenguaje excesivamente vulgar y a veces hasta grosero, comprensibles aun para las personas de más bajo nivel intelectual, le proporcionaron una popularidad tan grande como no la había conseguido, hasta entonces, periódico alguno. El día en que se publicaba, no se veía en los talleres, en las obras y en las cortijadas, a las horas del descanso, un trabajador que no estuviese entregado a la lectura de su papel favorito. Y se debe confesar, aunque sea muy doloroso, que El Cencerro perjudicó extraordinariamente a la clase proletaria e hizo mucho daño a la Religión de nuestros mayores. Llegó un día en que las máquinas de las imprentas de Córdoba resultaban insuficientes para tirar aquel Semanario y entonces el señor Maraver trasladó su residencia a Madrid donde continuó imprimiéndolo. En diversas ocasiones las autoridades suspendieron la publicación de dicho periódico y entonces apareció con los títulos de El Tío Conejo y Fray Liberto, volviendo a ostentar el primitivo cuando se lo permitían nuevamente. El Cencerro no ha muerto aún, pero arrastra una vida misérrima porque el público que lo arrebataba de las manos de los vendedores hace cuarenta años ha progresado lo suficiente para que ya no le agraden los chistes groseros ni los diálogos insulsos. A poco de aparecer en Córdoba el antedicho semanario, y con el objeto de combatirlo, salió a luz otro titulado El Tambor, que no tuvo aceptación, siendo, por tanto, su existencia muy corta. Un periodista ingenioso y mordaz, que sabía levantar verdugones con su pluma correcta, don José Navarro Prieto, fundó La Víbora, otro periódico semanal al que cuadraba perfectamente su nombre y que, durante el poco tiempo que tuvo de vida, originó serios disgustos a su autor. Posteriormente apareció en el estadio de la prensa local un periódico festivo, el primero que hubo en Córdoba ilustrado con caricaturas, novedad que contribuyó poderosamente a aumentar su éxito. En él colaboraron varios escritores de los ya mencionados en este trabajo y ensayaron sus aptitudes periodísticas dos jóvenes que, andando el tiempo, habían de ser dos figuras cordobesas ilustres: don José Sánchez-Guerra Martínez y don Antonio Barroso Castillo. El Bombo, que así se titulaba el semanario aludido, desapareció no por falta de elementos de vida sino porque sus redactores tuvieron que abandonar la pluma para dedicarse a tareas más provechosas. En dos épocas distintas publicóse otro semanario titulado La Cotorra; lo fundó en la primera el ya citado Navarro Prieto, aunque no con el éxito de La Víbora, y en la segunda un industrial que logró popularizarlo desde los primeros números, merced a la colaboración de buenos escritores, pero después prescindió de ésta y rápidamente inicióse la decadencia del periódico, precursora de su desaparición. Uno de los poetas más fecundos de Córdoba y uno de los mayores bohemios que ha habido en esta ciudad entre la gente de pluma, el desventurado Emilio López Domínguez, creó gran número de periódicos satíricos que escribía él solo y en los que derrochaba la gracia y el ingenio; de ellos merecen especial mención La Revista Municipal, dedicada a comentar en verso las sesiones de nuestro Municipio, la cual empezaba a ser voceada por los vendedores momentos después de haber terminado las reuniones del Concejo, y El Incensario en el que, aguijoneado por otras personas, llevó la censura y la crítica a extremos lamentables, excitando los ánimos y originando la aparición de un líbelo anónimo cuyo título no ha de manchar este trabajo. De exprofeso he dejado para el final de la relación de los periódicos festivos y satíricos de Córdoba uno cuya historia tenía que producir una honda pena y hasta arrancar lágrimas a quienes supieran las causas que impulsaron a su autor a publicarlo y la circunstancias en que lo escribía. Aquel periodista y literato distinguido, obrero incansable de la inteligencia que se llamó Julio Valdelomar, después de una labor titánica en la prensa, en la tribuna, en el libro, en el foro; después de haber defendido con hidalguía y entereza, más que unos ideales políticos a las personas que los sustentaban, sin temor a odios, rencores ni venganzas de los adversarios, cayó herido de muerte en aquella lucha rudísima y tenaz por la existencia; pidió auxilio a los hombres a que lealmente sirviera, a los que ayudó para que se encumbrasen y aquellos hombres, ingratos como la mayoría de la humanidad, le volvieron la espalda, desoyeron sus ayes y sus quejas de dolor. Y entonces el desgraciado periodista, realizando un esfuerzo también en más de una ocasión campañas que empezaron con el noble fin de defender un ideal o una doctrina, de evitar un abuso o corregir un defecto, convirtiéronse en luchas personales a causa de la excitación de las pasiones, deprimiendo a la prensa y haciendo víctimas a algunos periodistas de amenazas, procesamientos y agresiones muy lamentables. Pero. por fortuna, estas tempestades pasaron pronto y renacieron la calma y la tranquilidad propias del ambiente de paz que siempre se ha respirado en Córdoba. Y no concluiré este ya largo discurso sin dedicar unas líneas a los tres periódicos más originales que han visto la luz en nuestra población. Uno de ellos pudiera calificarlo de órgano de la cursilería, ya que la Academia Española de la Lengua ha aceptado la palabra cursi; se titulaba La Sensitiva, aparecía impreso en papel de color de rosa, estaba escrito en verso y dedicado a piropear a las muchachas. No creo necesario consignar que tuvo una vida tan corta como la flor de su mismo nombre. Una pobre señora de no muy escasa ilustración pero que tenía perturbadas las facultades mentales acometió la magna empresa de reformar la Ortografía y, con el objeto de propagar su labor, publicó un periódico titulado muy acertadamente El Estemporáneo. Para editarlo fué preciso hacer una fundición tipográfica especial con los signos inventados por la demente. No se sabe como llegaron algunos ejemplares de El Estemporáneo a manos del Ministro de la Gobernación; éste, al ver tan misteriosos como enigmáticos documentos tembló creyendo que en Córdoba había una sociedad de terribles conspiradores o algo así; telegrafió inmediatamente al gobernador para que se informase nuestra primera autoridad, puso en movimiento a toda la policía y al fin quedó en claro de lo que se trataba. La temible revolucionaria... de la ortografía a poco de haber empezado a publicar su periódico creyó, sin duda, que faltaba algo al título del mismo para que resultase más apropiado y lo amplió convenientemente; desde entonces el órgano de la reformadora de la gramática se denominó El Estemporáneo febreriano de número. La señora aludida era una escritora de grandes recursos; jamás se apuraba por la falta de original para llenar su revista; cuando se le acababa, recurría a la Doctrina Cristiana y así se hallan, al final de algunos números de El Estemporáneo, el Padre Nuestro, la Salve y otras oraciones. Un modesto artífice, tampoco exento de cultura, por azares de la suerte vino a parar a Córdoba. Poseía una primitiva prensa de imprimir y varias cajas de tipos viejos y gastados, y con tales elementos decidió confeccionar un periódico. Entre él, su esposa y un hijo de ambos, de corta edad, lo redactaban, lo componían, lo tiraban y repartían y no me atrevo a decir que también cobraban las suscripciones por que seguramente no llegó a tenerlas. Este periódico originalísimo se llamó primero La Mari-Clara y apareció como semanario independiente; después convirtióse en republicano y cambió varias veces de título. Aquella pobre familia cuyos miembros, incluso la mujer, se consideraban periodistas y tomaban la profesión más en serio que muchos de los que, en realidad la ejercen, acudía a toda clase de actos representando a La Mari-Clara, en los banquetes presentábanse el padre y el hijo, aunque no tuviesen más que una invitación y en las funciones de teatro turnaban los tres, asistiendo cada uno a un acto. Don Manuel Caballero, así se llamaba el padre, había sido escultor adornista y cómico pero seguramente tales profesiones no le producían lo necesario para el sustento y entonces decidió fundar un periódico. Él primero, y su hijo y su esposa después, murieron víctimas de la miseria. He llegado al final de mi humilde trabajo que no es un estudio de la prensa cordobesa, porque este requeriría más espacio del que se dispone para una disertación académica y mayor autoridad en el autor que la mía. Es únicamente una ojeada sobre el periodismo local, al que consagré todos los entusiasmos de mí juventud y a cuyo servicio pongo diariamente mi pobre inteligencia con verdadera fe, con cariño profundo, sin que lo entibien los desengaños ni las amarguras, más frecuentes en esta profesión que las satisfacciones y los triunfos. El periodismo ha llegado a constituir parte integrante de mi existencia. Por eso cuando después de una noche interminable de ruda labor, aletargado el espiritu, falto de alientos para continuar el trabajo, oígo el motor de la máquina de la imprenta preludiar su monótona canción y un momento después veo surgir el primer ejemplar del periódico a que he dedicado la velada, siento súbitamente renacer las energías físicas, brotar las ideas en el cerebro, rebosar la alegría en mi alma; experimento, en fin, la indescriptible transformación del soldado que cae herido en el campo de batalla, siente escapársele la existencia, levanta los ojos al Infinito, y al ver ondear la bandera de su regimiento nota una oleada de vida en todo su ser; porque si la bandera es el símbolo venerando de la madre y de la patria, la prensa es el símbolo hermoso de la cultura y del progreso. He dicho. |
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