Taberna Calzaíto

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La Taberna Calzaíto estaba situada en la calle Santa María de Gracia. Su clientela eran trabajadores de diferentes profesiones que se reunían para la tertulia, tanto taurina como deportiva, y para preparar peroles. Sus vinos y variadas tapas eran de muy buena calidad.

Localización

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Recuerdos de la taberna [1]

Por el costumbrismo de poner alias o motes en esta cuidad, a la taberna de José Calzado le decían Calzaíto, situada en la calle Santa María de Gracia, entre San Lorenzo y el Realejo.
Él y su cónyuge llevaban el negocio, digo su cónyuge, porque él decía que no tenía ni señores ni señoras, que el señor y la señora únicos que conocían eran la Virgen y Jesucristo.
Los demás, nada.
No tenían hijos, ella colaboraba con su marido, ayudando con su salón de peluquería de señoras, que tenía en la planta alta del establecimiento.
En esta recoleta y agradable taberna, dado el amable y simpático acogimiento que tenían los clientes por "Calzaíto" y sus cuidados vinos y variados aperitivos y por ser una calle de paso obligado para dos partes de Córdoba, acudían lo mismo aficionados al deporte que a la tauromaquia, allí había más carteles de toros en las paredes, que en el taller de un zapatero remendón.
Reuniones de "Perolistas” y trabajadores de distintas profesiones, todos convivían a allí a gusto y sin molestias, y algún que otro elemento que servía de bufón a los guasones mientras bebían sus medios y saboreaban las aceitunas de ajo.
Entre otros, era asiduo un viejo aficionado a la tauromaquia y a empinar el codo, de apellido Aguayo, que era un prodigio de memoria para recordar perfectamente con datos de faenas , plazas , toreros y ganaderos, de todos los contemporáneos desde Joselito y Belmonte a los actuales. No era necesario consultar a Cossio, en su tratado sobre los toros. Todos los preguntadores quedaban satisfechos de los comentarios del aficionado Aguayo. Su profesión era marmolista, pero se había entregado a la bebida de tal manera que degeneró en un borracho crónico.
Otros asiduos eran Miguel, Zorita y Gilito, tres compadres, que hacían un terceto amílico perfecto, se dedicaban a limpiar, engrasar y reparar máquinas de escribir, de coser, y todo lo que se presentaba, lo mismo un paraguas, un ventilador, no había problemas para ellos, lo importante era que no les faltara el vino, no trabajaban hasta que se quedan sin dinero. Se iban por los pueblos a buscar la vida. Un día se marcharon y no se supo más de ellos.
Tipos pintorescos de esa Córdoba de los años treinta que con la Guerra Civil desaparecieron para no volver, como estas tabernas con el correr del tiempo, también desparecieron y se convirtieron en bares de bebidas exóticas, donde se drogan y en vez de oler a tabacos habanos, se huele a "porros" y a cigarrillos ingleses y americanos.
Gentes descaminada, de pantalones vaqueros de formas tubular, sin ápice de elegancia, ni buen gusto, de pésima educación y peor gusto. Sin músicos agradables de las antiguas gramolas con sus canciones y su sentimentales tangos y cuplés. Todo se ha perdido, todo hasta la vergüenza. ¡Qué Dios los ampare a estos esperpentos de la civilización humana!.
El Chotis, la Porca, la Mazurca y el Tango, fueron sustituidos por estos movimientos de salvajes en la jungla.
Estridentes y molestos ruidos de altavoces y güisqirías. Locura, todo fuera de órbita.
Me dijeron que "Calzaíto" había muerto, la señora no sé, no he vuelto a saber de ella desde hace varios años.
Mi recuerdo para todos.

Referencias

  1. "Memorias Tabernarias". Manuel Carreño Fuentes en Diario de Córdoba. 6 de noviembre de 1988

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