Taberna Casa Adriano

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Casa Adriano

Esta taberna estaba situada en la calle La Pierna cercana a la plaza de la Trinidad. Era muy visitada por un personal muy diverso desde personajes de pelaje picaresco como empledos de la administración pública. Había vinos de poca y excelente calidad. Era el lugar preferido del famoso borrachín llamado El Puntas.

Recuerdos de la taberna [1]

Nombre romano, Dionisio y Rafael Pintado, que éste era su apellido, regentaban este negocio de vinos, fundado por su padre el señor Adriano.
Era una taberna de tipo quevediano, que frecuentaban toda clase de pícaros y vagabundos de las primeras décadas del siglo XX. Traperos, buscones y bebedores que buscaban la cantidad y no la calidad.
Allí se encontraba el clásico baco dispuesto a cualquier trabajo rápido para obtener unas monedas para sus libaciones, partes, mudanzas, encargos de buscar alguna cosa rara de fácil adquisición, matones como Currillo la Matrona y Juanillo el Ganso. Estos eran los guardaespaldas actuales, que han cambiado el nombre.
Esta tasca o taberna, recordaba aquel fragmento de los sueños de Quevedo, cuando, se metía con los taberneros.
"¡Por Dios! Que el vino sube a las nubes, pero yo creo que más bien las nubes bajan al vino. Que estos taberneros son más labradores, y donde creí encontrar mosquitos hallo ramas y patos".
Allí no sólo frecuentaban beodos y pícaros. Gente de toda condición acudía, muchos empleados de Hacienda, que en aquel entonces se ubicaba en la plaza de la Trinidad, en el viejo Palacio de los Duques de Hornachuelos, pues independientemente de los vinos de pelotazo baratos, tenía las mejores calidades de vinos tintos añejos de excelente paladar y muy buena mano para el aliño de variedades de aceituna, alcaparrones y pepinillos, cebollas y pimientos en vinagre.
También muchos bibliófilos, en la busca de libros raros, entre los papeles y revistas que compraban al peso los traperos.
Otras cosas como litografías anticuadas, floretes mohosos de honorables desafiantes o deportistas esgrimidores.
Jaulas viejas para grillos, pájaros y perdigones. En fín, aquello era un mini rastro. No faltaba nada más que la estatua de Eloy Gonzalo, con su lata de petróleo.
Rafael era un hombre muy fuerte, manejaba los toneles de treinta arrobas como si fueran garrafas y a los borrachos molestos y pesados los cogía del cuello de la blusa o chaqueta y los sacaba en vilo hasta la plazoleta para que se refrescaran. Su hermano Dionisio, su único trabajo era jugar al dominó y echar un trago de vez en cuando.
Todo esto con ellos ya desapareció, no queda nada más que el recuerdo y viejo caserón, escenario de esta comedia realista, y el eco de: “Si Dios hubiera hecho de vino el mar, yo me volvería pato, para nadar”.

Referencias

  1. "Memorias Tabernarias". Manuel Carreño Fuentes en Diario de Córdoba.16 de octubre de 1988

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