Un rasgo hermoso de un prócer (Notas cordobesas)

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Artículo sobre el Conde de Torres Cabrera y que Ricardo de Montis en esta Nota cordobesa del 25 de marzo de 1923. [1]


Transcurría el último tercio del siglo XIX en que empezó a aparecer el problema social levantándose una valla infranqueable de odios y pasiones entre los de arriba y los de abajo, a consecuencia de la injustificada desconsideración de los primeros y de las exigencias, cada vez mayores, de los segundos.

En varias poblaciones andaluzas se había desencadenado la tempestad de los odios originando en Montilla, trágicos sucesos que aún recuerda, con terror, el vecindario de aquella ciudad, y haciendo surgir, en Jerez, el monstruo de la Mano negra que escribió sangrientas páginas ea la historia de la criminalidad española.

Córdoba, siempre tranquila, donde nunca germinó la mala simiente, si había sufrido las convulsiones que comenzaban a agitar a la mayoría do los pueblos; la vida aquí deslizábase rodeada de un grato ambiente de paz, porque aun no se habían roto los lazos de cariño entro el hacendado y el proletario, entre el amo y el sirviente, entre el rico y el pobre.

Las épocas en que la pertinaz sequía, las persistentes lluvias u otras causas motivaban grandes crisis obreras y el espectro del hambre se cernía sobre los hogares de la clase trabajadora, la caridad, la más sublime de las virtudes, apresurábase a ahuyentarlo, acudiendo, con solicitud, a socorrer al desvalido.

El Prelado proporcionaba albergue en su palacio a las desventuradas familias que habían quedado sin hogar; el labrador abría sus graneros para entregar el trigo que, eos vertido en pas, se repartiría entre los pobres; los mayores contribuyentes comprometíanse a dar trabajo a muchos obreros; las autoridades y corporaciones oficiales socorríanles con abundantes comidas; hasta las personas de posesión más modestas contribuían, coa su óbolo, a mejorar la situación de los obreros sin trabajo.

Llegó un invierno terrible para los pobres. Un día y otro, semanas y meses, negras nubes entoldaban la atmósfera, privándonos de los vivificantes rayos del sol y torrenciales lluvias descendías sis cesar, encharcando los campos y destruyendo la simiente es los surcos y el germen de los frutos es las ramas de los árboles. Las aguas obligaros a suspender todas las faenas agrícolas y muchos trabajos dentro de la población.

El Guadalquivir, sereno de ordinario como lago en calma, convirtióse en mar embravecido; inundó sus hermosas vegas, penetró es las modestas casas del Campo de la Verdad, arrastrando cuanto en ellas habla para aumentar el infortunio y la miseria de sus infelices moradores. El cuadro que presentaba la ciudad era triste, desolador. Centenares de obreros hallabanse es huelga forzosa, sin que bastara para atender a sus más perentorias necesidades, todo el buen deseo, toda la generosidad del vecindario.

El Ayuntamiento, a cansa de tener agotados sus recursos, no podía auxiliarles y, es tanto que estudiaba la solución del conflicto, hacíales ofrecimientos y promesas que no llegaba a cumplir. Los pobres no tenían ya qué vender ni qué empeñar y, famélicos, recorrían las calles en demanda de limosna.

Un día la desesperados excitó los ánimos y los obreros parados decidieron reunirse en su domicilio social, tal vez para tomar acuerdos graves, resoluciones violentas. En las inmediaciones del Centro obrero, situado en la calle de Torres Cabrera, veíase numerosos grupos de hombres que tenían el sello de la contrariedad estampado en el rostro. Todos hablabas y descutían y el tono de su conversación indicaba claramente el estado de excitación de aquellos infelices.

Un murmullo extraño llegó hasta usa señorial morada próxima. ¿Qué sucede? preguntó a uno de sus servidores el procer que la habitaba. Señor, contestóle aquél, es que los obreros se están reuniendo en su domicilio social. Está parados desde hace muchos días; el Ayuntamiesto no les proporciona trabajo ni les socorre y acaso tomen acuerdos graves porque el hambre es mala consejera. Eso no puede ser, exclamó el procer, y salió precipitadamente de la estancia en que se hallaba.

Momentos después destacábase entre los grupos de obreros la arrogante figura del Conde de Torres Cabrera, envuelta es amplia bata, con la cabeza descubierta, según su costumbre. El Conde avanzó, produciendo su presencia general expectación, hasta llegar al sitio que servía de tribuna Desde allí les dirigió la palabra y, después de recomendarles que procedieran, en todo momento, con orden y cordura, les ofreció realizar él, personalmente, gestiones para que se les proporcionase colocación.

Hasta tanto que esto se consigue, agregó, como el hambre no tiene espera, yo me encargo de atender a la subsistencia de los obreros parados. Mándeme la Sociedad usa lista de todos ellos, consignando las personas que forman la familia de cada uno y yo le remitiré igual número de vales para que les sea entregada la comida que, desde hoy, se les preparará, a mi costa, en el Asilo de Mendicidad.

Conde de Torres Cabrera

Dicho esto, el Conde de Torres Cabrera regresó a su morada rodeado por una masa popular que le vitoreaba y aplaudía con entusiasmo delirante y le colmaba de bendiciones.

Durante los seis u ocho días que transcurrieron hasta que se logró conjurar la crisis obrera, el ilustre procer mencionado estuvo costeando la alimentados a más de seiscientas familias Este hermoso rasgo, sis precedentes en la historia de nuestra ciudad, estirpó la semilla de los odios que habla empezado a germinar es muchos corazones y acaso evitó días de luto a Córdoba.

referencias

  1. http://prensahistorica.mcu.es/es/catalogo_imagenes/grupo.cmd?interno=S&posicion=1&path=5000954&presentacion=pagina Un rasgo hermoso de un prócer]. Diario de Córdoba de comercio, industria, administración, noticias y avisos Año LXXIV Número 32198 - 1923 marzo 25

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