Velailla de San Pedro

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Lugar donde se celebraba la Velailla de San Pedro
Víspera de San Pedro


Ya no queda ni recuerdo de lo que fue posiblemente la “velailla” -junto a la de San Juan- más antigua de Córdoba, llamada de San Pedro, pues desde de tiempos inmemoriales se celebraba en la noche anterior a la festividad del Santo Apóstol. Su origen estaba en la conquista de Córdoba por el Rey San Fernando.

La hazaña comenzó de una manera original por Los Adelantados: Domingo de Muñoz y Pedro Tafur y otros guerrilleros que en la noche de 23 de diciembre de 1235 escalaron los muros de la muralla de la ciudad sorprendiendo a la guarnición mahometana por ir disfrazados se moriscos. Siendo Álvaro Colodro, por su astucia y decisión, el primero en traspasar el lugar por el que se conoce aún en día como Puerta del Colodro. Real o no, se llegó a la leyenda que estos falsos moros cundieron la alarmante noticia de la inminente entrada de las tropas cristianas en la ciudad. Entre los creyentes de Alá cundió el pánico, creyendo que ya era un hecho la invasión, por dicho motivo, muchos se adelantaron a ofrecer vasallaje al rey cristiano. El ambiente se enrareció de tal forma, que preparó la entrada de las tropas conquistadoras. Tal hecho hizo que una parte de la cuidad quedara en manos de las huestes cristianas y tras un asedio de seis meses quedó definitivamente rendida al Rey Santo el 29 de junio de 1236.

En recuerdo de esa hazaña, se celebraba con gran solemnidad la “Víspera de San Pedro”; fiesta que con los años sólo quedó en la “velailla” del barrio del mismo nombre.

Grandes festejos se daban del lugar, donde se emplaza la música en la plaza de San Pedro y en la calle Isabel II, calle de la Palma y otras se adornaban pintorescamente con farolillos de papel y colores para alumbrar. No faltaba el clásico baile del candil, donde la gente joven se divertía hasta las primeras horas de la madrugada. Igualmente se organizaban concursos de balcones engalanados, de carreras de sacos y de feos, que tanta algarabía despertaba entre el elemento femenino.

Esta velada tuvo siempre un sabor castizo y muy popular con una tradición de gran raigambre cordobesa. Fue de las pocas que conservaban un perfil original a través de los siglos.

Ya desde el atardecer las muchachas con los trajes domingueros, ataviadas con los mantoncillos de Manila y flor en la cabeza llenaban el paisaje verbenero. Corría el vinillo de la tierra y surgía entonces los tipos pintorescos, que ya alegres, daban rienda suelta a su buen humor andaluz. Para la población infantil se montaban los clásicos “tíos vivos”, “cucañas” y norias que se instalaban en el Plaza del Conde de Gavia Los puestos de chucherías, pan de higo, garbanzos tostados y jeringos eran alumbrados con grandes candiles de aceite, formándose grandes colas para adquirir dichas viandas. Todo aquel ambiente lúdico era amenizado con la música de un pianillo portátil.

La singularidad de esta fiesta estableció la costumbre de disfrazarse, imitando el atuendo “morisco”. Toda esta indumentaria era motivada por el recuerdo de la gesta de Los Adelantados. El disfraz se realizaba con una sábana, un turbante, y el jaique. Y no faltaba el alfanje, ni los que lucían espesas barbas negras o pelirrojas que daban la sensación de unos auténticos musulmanes. Toda una verdadera legión mahometana invadía las calles de Córdoba simulando la falsa que hicieron los conquistadores. Y daban la sensación de volver a tomar nuevamente la corte de los Omeyas.

Posteriormente en las primeras décadas de los año veinte del siglo XX estos festejo populares, fomentados por el Ayuntamiento, tomaron un nuevo giro adquiriendo un carácter más amplio, desarrollando la costumbre de organizar una verbena en lo que fuera el antiguo Paseo de San Martín. Allí se alzaba un tablado junto a la Real Colegiata de San Hipólito donde la banda municipal daba un concierto, y a lo largo del paseo, que terminaba en los Tejares, se instalaban infinidad de aguaduchos y tenderetes de feria. La gente joven, entre, lo que abundaban las “máscaras moriscas”, se entregaban al baile. Aquella “morería” del Paseo del Gran Capitán, contrastaba con la clientela que tomaba asiento en los aguaduchos para hace gran consumo de sorbetes, limonadas, leche merengada, agua con azucarillos y aguardientes. A los acordes de las más populares zarzuelas se bailaba en el Paseo de Gran Capitán, donde se alzaba primitivamente el monumento a don Gonzalo. Aquellas costumbres desaparecieron, y poco a poco, los “moriscos” dejaron sus vestimentas, para llegar aún a los años sesenta del pasado siglo, a celebrar como recuerdo de aquella “velailla” un concierto interpretado por la banda municipal en el quiosco, que para tal efecto, tiene ubicado en los Jardines de la Victoria.

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