Plaza de San Pedro
Situación
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Barrio
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Transporte
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Puntos destacados |
La plaza de San Pedro de Córdoba, es una pequeña plaza, ocupada en gran parte por la iglesia de San Pedro, que se encuentra próxima a la plaza de la Corredera.
Está situada entre las calles que confluyen en la plaza de San Pedro se encuentra la calle del Poyo, calle San Bartolomé, calle de la Palma, calle Agustín Moreno, calle Don Rodrigo y la calle Valderramas. Abre a ella la plaza de los Aguayos.
San Pedro y Aguayo
En Rincones de Córdoba con encanto [1]
Complemento de la feliz restauración de la iglesia de San Pedro fue el acondicionamiento de sus plazas aledañas: la que lleva su propio nombre y la de Aguayos. Dos bellos rincones urbanos tan próximos entre sí que se pueden englobar en una sola mirada. La plaza de San Pedro es un espacio que se extiende alrededor del templo parroquial, pero que alcanza su mayor expansión y amenidad a espaldas de la iglesia. Forma allí una explanada triangular que se eleva sobre el nivel de la calle aledaña, Alfonso XII, hermoseada por una reciente reforma. Bancos de hierro, poyos y farolas circundan su perímetro, mientras que una veintena de árboles jóvenes dibujan verdes pinceladas y regalan sus sombras incipientes, tan apreciadas en verano. En el centro permanece la fuente de piedra instalada en 1975; cuatro caños brotan de su esfera rematada por una cruz de hierro. Se extiende la plaza mansamente a la espalda del templo, junto al ábside de rasgos góticos. A raíz de la restauración del templo, el ábside fue liberado de las dependencias parroquiales que tenía adosadas, y ahora se aprecia exento y hermoso. A sus pies, y bajo el vuelo de arbotantes y contrafuertes, una galería descubierta se abre a la plaza a través de arcos de medio punto cerrados por rejas; en su interior se aprecian algunas piedras antiguas procedentes de la iglesia, a modo de pequeño museo arqueológico al aire libre; entre otras, una pila de agua bendita o el pequeño rosetón inscrito en una ventana. En un tramo del ábside, un tejadillo protege la pintura mural de factura popular que representa a Jesús Nazareno con la cruz a cuestas. Frente al costado del Evangelio se extiende la plaza de Aguayos, rectángulo empedrado en el que, protegido por artística verja, reina el triunfo a San Rafael, que fue costeado en 1763 por la Condesa de Hornachuelos, cuyo escudo labrado en piedra figura en el barroco pedestal de jaspe gris. Iluminada en las noches por cuatro faroles, la imagen de San Rafael mira con mansedumbre al homónimo arcángel que sobre el campanario de la iglesia despliega su silueta de perfil; se diría que mantienen, cuando nadie les oye, un diálogo de arcángeles. Proporciona a la plaza un aire de distinción arquitectónica la blasonada fachada de la casa solariega de los Aguayos, que desde principios de siglo acoge el colegio de la Sagrada Familia, conocido popularmente por “las Francesas”. El silencio que reina en la plazuela a media mañana permite escuchar la quebrada voz de una campana interior, a la que no tardan en responder con sus graves voces de bronce las campanas horarias del reloj parroquial, con alma de ángelus. Durante el curso escolar, esta calma de barrio menestral se quiebra a las horas en que entra y sale de las aulas el alumnado, antaño elitista –pues aquí acudían las señoritas acomodadas para aprender francés– y hoy procedente de los barrios populares del entorno. La plaza de Aguayos es un espacio singular que suplica, por caridad, su peatonalización, pues está convertida en impropio aparcamiento que menoscaba su encanto y los autos la invaden sin piedad a todas horas, acosando tanto la palaciega fachada del colegio como el triunfo, también necesitado de manos amorosas que limpien la maleza que crece tras la verja protectora. El eslabón monumental que une ambas plazas es la iglesia de San Pedro, parroquia fernandina felizmente reabierta al culto en 1998, tras la restauración dirigida por el arquitecto Arturo Ramírez, que la consolidó y le devolvió parte de su esplendor primitivo, oculto por añadidos barrocos que enmascaraban su primitiva fábrica gótico-mudéjar, iniciada a finales del siglo XIII y continuada en el XIV, si bien la fachada principal, con esquema de arco triunfal, responde a una reforma ya del siglo XVI, que los especialistas relacionan con la estética del prolífico arquitecto Hernán Ruiz II. Una de aquellas intervenciones permitió descubrir en la iglesia restos humanos pertenecientes a mártires cordobeses, como asegura una inscripción sobre lápida de mármol colocada en 1909 en la base de la torre: “En el año del Señor de 1575 (...) fue Dios servido de que se descubriesen las sagradas reliquias de los Santos Mártires (...) Acisclo y Victoria, nuestros patronos”, y de otros mártires que se relacionan, que “en evitación de que fuesen profanados, ocultó, como rico depósito, la piedad de los antiguos cristianos cordobeses en los tiempos de la persecución sarracena”, descubrimiento “confirmado por Dios mediante caros prodigios y revelado por nuestro Custodio el Arcángel San Rafael al venerable sacerdote Andrés de las Roelas”. Amén. |
Referencia
- ↑ MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba
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