Vida ermitaña en el siglo XIX

De Cordobapedia
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Descripción de la vida ermitaña en la congreegación del Desierto de Nuestra Señora de Belén en la sierra de Córdoba, por parte de Teodomiro Ramírez de Arellano con sus Paseos por Córdoba.

Hecha mención de los ermitaños mas notables del Desierto de Ntra. Sra. de Belén, nos toca describir éste en su actual estado y decir algo de la vida que allí se observa: el vestido de aquellos consiste en camisa y calzones de lana basta á raiz de la carne y ceñidos con una correa, encima un hábito y capa de paño pardo y capucha, y en los pies unas alpargatas de esparto; desde la supresión antes referida, mudan de trage para bajar á la ciudad é ir de póstula á otros puntos; entonces, en vez del hábito usan pantalon, chaqueta y capa del mismo paño, sombrero de ala ancha y zapato de becerro blanco: la comida consiste en potages de dos ó tres clases, según los dias de la semana, pan basto, y algunos dias festivos una ración de bacalao; de este alimento se reparte también á los pobres que llegan a la puerta á la hora de campana, y por cierto que en años estériles, son centenares los que han acudido, viéndose entre ellos algunas veces, personas que morirían de hambre antes de pedir una limosna, pero que la necesidad las ha llevado á aquel lugar, ansiosas de conservar la vida; quiera la Providencia darles lo necesario para que continúen estas limosnas, que á todos alcanzan, porque los ermitaños nada preguntan y solo aspiran al socorro de sus semejantes.

A las dos de la madrugada toca la campana de la iglesia, respondiendo las de todas las ermitas, y sus moradores dejan el lecho para rezar Maitines y Laudes del Oficio Parbo de la Vírgen; leen un punto de la Pasión de Jesús, sigue una hora de meditación y después rezan una parte de Rosario; recógense de nuevo á las cuatro, y á las cinco y media, hora en que suenan otra vez las campanas, rezan las Ave Marías y á seguida Prima y Tercia; á las seis es la Misa, única ocasión en que se ven todos, pero sin hablarse los unos á los otros, ni se oyen mas que en los ejercicios piadosos que entonces hacen; cuando van á estos, lleva cada uno el cántaro para el agua y la alcuza para el aceite, si les hace falta; bien presto se retira cada cual á su sitio, tiene media hora de lección espiritual y se dedica al trabajo encomendado por el Hermano mayor, que consiste en la construcción de rosarios para la venta á las muchas personas que los desean, y de las que no exigen cantidad determinada; á las diez y media de la mañana suspenden el trabajo, rezan otra parte de Rosario, Sesta y Nona, hacen examen de conciencia, y á las once suena la campana para el reparto de la comida, que les sirven por los tornos contiguos á las puertas de sus humildes viviendas; desde entonces se dedica cada uno á lo que le parece, dentro de su recinto, hasta las dos que rezan Vísperas y Completas y continúan en lección espiritual; desde esta hora á las cinco menos cuarto vuelven á su trabajo, siguen otros ejercicios espirituales, rezan otra parte de Rosario, y leen un punto de meditación; tienen disciplinas en determinados días de la semana, y hasta las nueve se dedican á lo que juzgan conveniente, hasta ocupar su duro lecho, consistente en tres tablas con una piel de cabra, una almohada henchida de paja y una manta para cubrirse. Reúnense todos además seis veces que á el año hay manifiesto en la iglesia, y en algunas otras festividades en que es precisa la concurrencia de todos en el templo.

Para entrar en la Congregación de ermitaños se necesita el permiso del Obispo, y no se hacen los votos sino después de un año de noviciado, para ejercitarlo tanto en las prácticas del Desierto, como para cerciorarse de su vocación; al efecto tienen un pequeño edificio con varias celdas, en donde hace de jefe el hermano Maestro de novicios. Las ermitas ó casitas donde moran los ermitaños, son trece, y se componen de un pequeño cercado con puerta, torno y campana, y dentro un reducido edificio con dos departamentos, uno para el lecho y otro para el trabajo: varias de estas casitas tienen sobre sus puertas, además de la calavera y dos huesos cruzados que hay en todas ellas, inscripciones recordando haber sido morada de algunos de los hermanos mas notables, antes mencionados.

Cercano á la portería hay otra pequeña ermita habitada por el hermano hecho cargo de ella, y no muy lejos encontramos el cementerio, formado de varias filas de nichos ó bovedillas, y á seguida el edificio mas notable del Desierto, ó sea la iglesia, y unidas á ésta las habitaciones del Hermano mayor, Capellán, oficinas generales, como cocina, despensas, cuadras y varias habitaciones altas para hospedar á algún sacerdote ó persona que tenga que permanecer allí, con el correspondiente permiso del Prelado: en las galerías y ante-iglesia se ven muchas tablillas con inscripciones y diversos retratos de ermitaños distinguidos; entre las primeras hay una en mármol blanco, recordando el día en que la Reina D.ª Isabel II visitó el Desierto en 1862, cuando su viaje á las provincias andaluzas.

La iglesia es pequeña, forma cruz latina y tiene coro alto; en el altar mayor vemos un bonito cuadro en lienzo con Ntra. Sra. de Belén, que algunos creen de Murillo, y á nosotros nos parece del Racionero Castro, un Lignum Crucis y dos reliquias de San Acisclo y Santa Victoria; cerca de dicho punto hay unas capillitas, y en la del lado de la epístola vemos tres buenas esculturas, vaciadas en bronce, que representan al Crucificado, la Virgen y San Juan; en los brazos de la cruz que forma la iglesia, existen otros dos altares, uno con la Concepción y el otro con San Antonio Abad y San Pablo primer ermitaño, y las reliquias de ambos, ya mencionadas en estos apuntes; algunos cuadros y esculturas decoran lo demás del templo, en el que se demuestra la pobreza que tanto agrada á aquellos anacoretas. Desde todo el Desierto se descubre el mas lindo panorama, y especialmente desde un terrado formado sobre un peñón saliente, en el cual se eleva una gran cruz de piedra; á su lado hay un sillón, costeado por el Obispo Sr. Trevilla, en el que se sentaba cuando iba á ver á los ermitaños, á quienes profesaba mucho cariño.

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