Dinastía de los Omeyas

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Los Omeyas (en lengua árabe, بنو أمية banū umayya o الأمويون al-umawiyyūn; en persa, امویان omaviyân; en turco, Emevi) fueron un linaje árabe que ejerció el poder califal primero en Oriente, con capital en Damasco, y luego en Al-Andalus, con capital en Córdoba.

Orígenes y ascensión al califato

Los omeyas eran un clan de la tribu de Quraysh, de La Meca, a la que pertenecía Mahoma. El antepasado que da nombre a la familia, Umayya ibn Abd Shams, era sobrino de Háshim, bisabuelo de Mahoma que da nombre a los hashimíes o hachemíes.

El primer vínculo de los omeyas con el califato se produce cuando un miembro del clan, Uthman ibn Affan, rico comerciante de La Meca y esposo sucesivo de dos hijas de Mahoma, es elegido sucesor del califa Omar a la muerte de éste en el año 644, convirtiéndose de este modo en el tercero de los llamados califas bien guiados. La elección de los califas entra en conflicto, cada vez que se produce, con las reivindicaciones del llamado Partido de Ali, que afirma que Ali ibn Abi Tálib, primo y yerno del profeta, es quien debe ocupar el cargo debido a su estrecha proximidad con Mahoma. Uthman es asesinado en el año 656 y Ali es elegido califa. Sin embargo, esta elección es contestada por otro miembro del clan omeya, Mu`awiya ibn Abi Sufyan, a la sazón gobernador de Siria. Muawiya acusa a Ali de complicidad en el asesinato de su predecesor y se levanta en armas contra él. Ambos ejércitos se enfrentan en la batalla de Siffin, acontecimiento de gran importancia pues es el que marca el origen de las tres grandes divisiones doctrinales del Islam. Ali es derrotado y se retira a su plaza fuerte de Kufa (Irak), mientras que Muawiya se proclama califa en Damasco, trasladando de este modo la capitalidad del Estado islámico de Medina, en el Hiyaz, a la urbe siria.

El califato de Damasco (660-750)

El califato omeya acaba con el sistema de elección del califa por un consejo de notables y da paso a un sistema puramente hereditario, convirtiéndose de este modo los omeyas en dinastía.

De cara al exterior, los omeyas prosiguieron las conquistas de la época precedente. es durante este periodo cuando se dan las últimas grandes expansiones del imperio islámico: por el oeste se conquista el Mágreb, fundándose la ciudad de Cairuán, y la Península Ibérica; por el este se acaba de someter Irán y se hacen incursiones más allá de sus límites, hacia Afganistán y China, donde es detenida la conquista.

En un plano de política interior, los omeyas tienen muchos enemigos. Los alíes o partidarios de Ali, así como la rama de los jariyíes, escindida de los alíes en Siffin, siguen muy activos en varios lugares y especialmente en el Iraq: Basora es un foco de disidencia jariyí, empeñada en combatir a los que llaman califas ilegítimos, mientras que Kufa sigue siendo bastión de los alíes (más tarde llamados chiíes). Muawiya logra apaciguar la situación sobornando a Hasan, hijo mayor y sucesor de Ali, quien había muerto en el año 661, evitando así una nueva guerra civil. La muerte de Muawiya marca el inicio de un nuevo conflicto, pues se abre otra vez la cuestión sucesoria. Aunque había nombrado heredero a su hijo Yazid, esta transmisión familiar del cargo es contestada y muchos vuelven sus ojos hacia Husayn, hijo menor de Ali. Husayn y el pequeño ejército que le acompañaba es masacrado por las tropas del nuevo califa en la batalla de Kerbala (680), cuando se dirigía a Kufa a ponerse a la cabeza de una rebelión. La muerte de Husayn, personaje respetado por todos los musulmanes, causa gran conmoción y añade material a las acusaciones de impiedad y falta de escrúpulos que desde el principio se esgrimieron contra los omeyas. Con la muerte de Husayn queda establecida definitivamente la línea sucesoria, que será reconocida por la mayoría de los musulmanes. Alíes y jariyíes seguirán sin embargo su labor de oposición y a la larga contribuirán a la caíde de los omeyas.

En términos generales, se podría decir que los omeyas emprendieron la tarea de organizar administrativamente un territorio considerablemente mayor que el que controlaron sus predecesores, y con una población mayoritariamente no árabe, formada por no musulmanes o por personas recién convertidas al islam, características que no tendrá cuando pase a manos de sus sucesores abbasíes un siglo más tarde. Los califas omeyas tuvieron tendencia a actuar más como reyes, es decir, a preocuparse de la administración, que como líderes religiosos. Las conversiones al islam no fueron estimuladas, pues podían suponer una mengua en los ingresos del Estado debido al mayor volumen de impuestos pagado por los cristianos y judíos, e incluso se llegó a prohibir en algunas ocasiones. De ahí la acusación de ser malos musulmanes que sus enemigos lanzaron contra ellos. A pesar de los muchos problemas planteados por la complejidad social del territorio que gobernaban y de la oposición incesante de alíes y jariyíes, durante la época omeya no se registraron ni grandes problemas nacionales (es decir, entre las distintas etnias del imperio, y especialmente entre los árabes y las demás) ni tampoco choques entre comunidades religiosas ni entre los no musulmanes y el poder central.

Hacia el año 740 el califato omeya se hallaba debilitado debido, por un lado, a las luchas intestinas en el seno de la propia familia omeya. Por otro, a la presión constante de jariyíes y alíes. Fueron estos últimos quienes iniciaron una revuelta en Irán que pretendía restituir el poder califal al clan de los hashimíes (al que habían pertenecido Mahoma y Ali). A la cabeza de la revuelta, en el último momento y sin que los historiadores hayan conseguido explicar bien cómo, se puso Abu l-Abbas, jefe de los abbasíes, una rama secundaria de los hashimíes. Su ejército de estandartes negros (los de los omeyas eran blancos) entró en Kufa en el año 749. El califa omeya, Marwan II, huyó a Egipto y Abu l-Abbas se convirtió en califa. Todos los omeyas fueron asesinados; incluso se sacó a los muertos omeyas de sus tumbas, para borrar de este modo los rastros de la familia. Sólo uno logró escapar a la matanza, y con el tiempo reaparecerá en el otro extremo del mundo islámico, en Al Andalus.

El emirato independiente de Córdoba (755-929)

El único sobreviviente de los omeyas, Abd al-Rahman, se exilia al Mágreb, zona por entonces refugio de todas las disidencias debido a su alejamiento de las capitales califales. Huésped de tribus bereberes junto a un puñado de aliados, Abd al-Rahman recaba apoyos entre las tropas sirias de Al-Andalus, hasta que en septiembre del año 755 desembarca en Almuñécar.

Con el apoyo del yund o ejército sirio de Al-Andalus, vence al gobierno de los abbasíes en la batalla de Al-Musara (756) y es nombrado emir por sus partidarios. Abd al-Rahman, llamado Al-Muhāyir («el emigrante»), gobernará a la defensiva, esto es, pendiente de las conspiraciones de los partidarios de los abbasíes y otros grupos, particularmente los bereberes y los yemeníes, que se rebelarán varias veces entre los años 766 y 776. Abd al-Rahman se apoya en el ejército, que es aumentado en efectivos, y nombra para los cargos de la administración a miembros de su clientela. Se rodea también de una guardia personal de mercenarios, y para financiar todo ello aumenta los impuestos.

Al-Andalus se hace así políticamente independiente, aunque Abd al-Rahman evitará hacer explícito su no reconocimiento del califa de Bagdad para mantener la apariencia de unidad en la umma o comunidad de musulmanes. A su muerte, Al-Andalus es un Estado totalmente estructurado. Le sucederán otros cuatro emires antes de que el país se independice también en el plano religioso, dando lugar al califato de Córdoba.

El califato de Córdoba (929-1031)

Será el emir Abd al-Rahman III, An-Nāsir, quien consume la ruptura con oriente proclamándose califa en el año 929, ya que de todas maneras la umma había quedado escindida por la creación , en Túnez, del califato chií de los fatimíes. Con ello, los omeyas consolidan su posición de poder y al mismo tiempo consolidan la posición del país en el exterior.

Tras la ocupación de Melilla en 927, a mediados del siglo X, los omeyas controlaban el triángulo formado por Argelia, Siyimasa y el océano Atlántico. El poder del califato se extendía, asimismo, hacia el norte y en el 950 el Sacro Imperio Romano-Germánico intercambiaba embajadores con Córdoba. En el norte de la península Ibérica los pequeños reinos cristianos pasan a formar parte de las posesiones feudales del Califato, sometiéndose a su superioridad y arbitraje, soportando toda clase de imposiciones a cambio de la paz.

Esta es la etapa política de mayor esplendor, en la península Ibérica, de la presencia islámica, aunque la misma durará poco tiempo ya que, en la práctica, su apogeo acaba en el 1010. Oficialmente, el califato continuó existiendo hasta el 1031, año en el que fue abolido como consecuencia de la fitna o guerra civil provocada por la posesión del trono entre los partidarios del último califa legítimo, Hisham II y los sucesores de su primer ministro o hayib, Almanzor. El final del califato dio paso a la fragmentación de Al-Andalus en diversos reinos conocidos como reinos de Taifas.

Supervivencia de los Omeyas

Tras la desintegración del califato de Córdoba, el linaje de los omeyas se diluye lentamente en la población de Al-Andalus.

A finales del siglo XVI, el morisco granadino Fernando de Córdoba y Válor, descendiente de los omeyas, será elegido rey de los moriscos durante la llamada guerra de las Alpujarras, cambiando su nombre cristiano por el árabe Muhammad Ibn Umayya, que pasará a las crónicas como Abén Humeya.

Algunos genealogistas y arabistas piensan que el apellido castellano Benjumea y sus variantes (Benhumea, Benhumeda, Benumeya, etc.) procede del árabe Ibn Umayya y por tanto sus portadores podrían ser descendientes de los omeyas.

El color verde del estandarte omeya sobrevive hoy en la bandera de Andalucía (junto al color blanco de los almohades, ya que la enseña andaluza es la bandera andalusí, la arbondaira) y en las banderas de varios Estados árabes, aquellos cuyas enseñas están formadas por los colores que representan a las grandes dinastías: negro en recuerdo de los abbasíes, blanco por los omeyas, rojo por los hachemíes, con adición, generalmente, del verde del islam. Son ejemplos de esta combinación de colores las banderas de Palestina, Sudán, Iraq, Kuwait o Sahara Occidental entre otras muchas.

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Fuente

El contenido de este artículo incorpora material de una entrada de Wikipedia, publicada en castellano bajo la licencia GFDL.

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