Antonet (Notas cordobesas)
Fué el último romancero de nuestra época y un tipo que gozó de gran popularidad en Córdoba, á pesar de no haber visto la luz primera en esta población. Nació en Valencia, la cuna de las flores, de la música y del canto en España, y vino á nuestra ciudad á ser obrero de la Fábrica de paños de la Fuensantilla, donde estuvo largo tiempo, hasta que una desgracia terrible le inutilizó para el trabajo: la perdida casi total de la vista. Antonet, que había adquirido fama entre sus compañeros de tocar bien la guitarra y cantar mejor; que era elemento indispensable en toda fiesta popular, al faltarle los medios de subsistencia con que contara toda su vida, apeló al único recurso que le quedaba, su guitarra y su buena voz, y dedicóse á romancero. Y entonces descubrió otras habilidades de que quizá el mismo no se habría dado cuenta: su facilidad extraordinaria para componer coplas y música que se las adaptara perfectamente. Y el pobre Antonet se lanzó á la calle, y la popularidad de que ya gozaba aumentó en poco tiempo, no ocurriendo ni un sólo día, por fortuna, el caso de que volviera á su hogar sin haber reunido siquiera la cantidad indispensable para aplacar el hambre de sus hijos. Por el contrario, cada vez lograba mayores éxitos, muy justificados, pues no era uno de esos ciegos que sin arte ni gusto cantan historias de crímenes espeluznantes ó coplas cuando no insulsas obscenas. Antonet poseía ingenio, gracia, inventiva, y cultivaba en sus canciones la nota de actualidad con gran acierto. Su especialidad era la sátira, pero sátira culta que á nadie molestaba y á todos producía la hilaridad. A cualquier suceso sabía sacarle punta y algunos, acaecidos en nuestra población le proporcionaron un caudal inagotable de canciones. Entre los hechos que constituyeron para él ricas fuentes de inspiración recordamos los timos del célebre Principe ruso; las innumerables peripecias del traslado de la palmera que había en el edificio demolido para abrir la calle de Claudio Marcelo, palmera que, como recordarán muchos de nuestros lectores, se tronchó al colocarla en los jardines de la Agricultura; la; ridícula ornamentación de dicha calle, á poco de abierta y cuando sólo constaba de solares, con motivo de la visita hecha á Córdoba por don Alfonso XII; la construcción de la alta chimenea que se levanta próxima al barrio de las Margaritas, conocida vulgarmente por el Chimeneón, refiriéndose á la cual decía Antonet que los ermitaños todas las mañanas, al levantarse, se asomaban á las puertas de sus celdas para ver si se había caído ya; las interminables obras del murallón de la Ribera y otros muchos que harían pesada esta relación. Sin embargo, no eran sólo festivas sus canciones; cuando algún suceso trágico, cuando alguna desgracia embargaba el espíritu del pueblo, sabía también improvisar verdaderas elegías y arrancar notas tristes á su guitarra, que impresionaban á ese auditorio sano, sencillo de los romanceros. Y con las coplas humorísticas, con las narraciones sensacionales, alternaban en su vasto repertorio las cántigas amorosas, tiernas, como las de los antiguos trovadores que vagaban con su laud por los castillos señoriales. Si Antonet, antes de que perdiera la vista, era solicitado por los mozos alegres para tomar parte en sus fiestas y serenatas, no lo fué menos cuando se dedicó, por necesidad, á coplero ambulante. Pronto sus canciones hacíanse populares corrriendo de boca en boca, y todavía se oyen la letra de algunos de sus tangos y la original musiquilla de muchas de sus relaciones. Si alguien aquí se hubiera cuidado de formar el Fok-loore cordobés, seguramente constarían en él muchas composiciones del pobre romancero á que nos referimos, pues son más dignas de figurar en tal obra que algunas de las que hemos leído en otros Fok-loores. Las últimas veces que vimos á Antonet, ya viejo y achacoso, presentaba un espectáculo que nos producía honda pena. Acompañábale una joven, no mal parecida, á quien llevaba de la mano, porque aquella infeliz carecía de piés; y enmedio de las plazas, de las calles de más tránsito, el ciego tocaba la guitarra y la muchacha, á costa de grandes trabajos, pretendía bailar con los muñones de sus piernas, simulando sonrisas que ocultaban la mueca del dolor. Concluido el baile pesentaban un platillo á los espectadores para que en él depositasen el óbolo de la caridad. Y cuando recogían las monedas continuaban su triste peregrinación, cogidos de la mano, sosteniendo Antonet á la joven para que pudiese andar, cuidando ella de que no tropezara él con los obstáculos que hubiera en el camino. ¡Odisea espantosa de dos seres, uno en los linderos de la vida, otro en el borde del sepulcro, unidos por el lazo terrible de la desgracia! |
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- Aromeo (Discusión |contribuciones) [1]