Batalla del Campo de la Verdad

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La batalla del Campo de la Verdad fue una batalla ocurrida en el año 1367 en el marco de la Primera guerra civil castellana que enfrentó a los partidarios del rey Enrique II con los de Pedro I acompañados por el rey de Granada. Esta batalla también es conocida como la batalla de los piconeros, por la enorme aportación del gremio. Fue ganada por los partidarios de Enrique II liderados por el Adelantado Mayor de la Frontera Don Alonso Fernández de Córdoba, señor de Montemayor.


Según Paseos por Córdoba

En el transcurso de nuestros paseos nos hemos ocupado detenidamente de la muerte que mandó hacer el Rey D. Pedro en varios caballeros cordobeses y la indignación que en todos ellos había producido tan infame é injustificado proceder; ya saben nuestros lectores que en la plaza del Salvador fueron decapitados Pedro de Cabrera y Fernando Alfonso de Gahete, que en una noche hizo matar aquel cruel Rey á diez y seis caballeros cordobeses, y por último las órdenes que dio al Maestre D. Martin de Córdoba para la muerte de otros amigos y deudos suyos, con la demolición de sus casas, que se llevó á cabo en las de los Menas, Hoces, Argotes y otros, no cumpliéndose la primera parte de la orden porque el Maestre avisó á los sentenciados á morir, lo que le valió una gran persecución, que no logró entibiar su acrisolada lealtad, hasta que murió en Sevilla después de haber defendido en Carmona á las hijas de D. Pedro.

En 1367 tornó D. Enrique de Francia con poderosas fuerzas, y entrando en Castilla, fue proclamado en Burgos como legítimo Rey, declarándose á su favor toda la nobleza, y más decidida que toda, la de Córdoba, arrastrando á el pueblo que, como ella, había presenciado y no olvidado los infames atropellos de que esta ciudad fuera víctima.

La decidida actitud de los cordobeses provocó, como era de esperar, mucho mas las iras de Don Pedro, y temerosos de que intentase en ellos nuevos y sangrientos castigos, llamaron en su ayuda al Maestre de Santiago, D. Gonzalo Mecía, D. Juan Alfonso de Guzman, después primer Conde de Niebla, D. Alvaro Pérez de Guzman, Alguacil mayor de Sevilla y D. Pedro Ponce de León, que fugitivos se encontraban en Llerena con el Maestre cordobés, amante de su patria, á la que no titubeó en socorrer, entrando en ella con quinientos caballos dispuestos como todos los vecinos de la ciudad á morir primero que dejar á D. Pedro entrar á ejercer nuevas crueldades. Este, á su vez, no perdonaba medio, por bajo que fuese, por saciar su coraje, y después de juntar mil quinientos caballos y seis mil infantes, pidió mas socorros al Rey moro de Granada, prometiéndole el dominio de Córdoba, con cuya oferta vino él en persona con siete mil caballos y ochenta mil infantes, de los cuales doce mil eran ballesteros.

Aun cuando todos los cordobeses, sin exclusión de edades ni sexos, contribuyeron cada cual como pudo a la defensa de la ciudad, es oportuno anotar quienes fueron los caballeros que estuvieron a la cabeza de aquellos valientes, y á quienes nombran en el privilegio de franqueza que en premio á su valor concedió A Córdoba D. Enrique, en Burgos, a 6 de noviembre de 1367: estos fueron D. Alonso Fernandez de Córdoba, Señor de Montemayor; su primo D. Gonzalo, Señor de Cañete; Diego Fernandez de Córdoba, Señor de Chillon; Lope Gutierrez de Córdoba, Martin Alonso, Diego Alfonso de Montemayor, Diego Gutiérrez de los Rios, Alfonso Tellez de Saavedra, Garci Fernandez de Córdoba, Gimeno de Góngora, Garci Méndez de Sotomayor, Garci Lopez, Pedro Lopez, Pedro Gonzalez de Frias, Bartolomé de Bocanegra, Fernando Armijo de Sousa, Juan Sanchez de Frias, Pedro Alfonso de Rueda, Suero García de Sotomayor, Fernando Perez de Harana y Juan Gutiérrez de Montoya.

Salió el Rey D. Pedro de Sevilla, y reuniéndose con el de Granada, llegaron á las cercanías de Córdoba, acampando sus ejércitos en los Visos, desde donde habían de intimar la rendición á los bravos defensores de esta ciudad; mas, anticipándose estos mandaron varios emisarios á conferenciar con Don Pedro, haciéndole presente, que si prometía entrar solamente con los cristianos que tenía á sus órdenes y respetar las vidas y haciendas de todos los cordobeses, franca tenía la entrada; pero que si no empeñaba su palabra, resistirían cuanto su valor y sus fuerzas permitieran: oida esta proposición prorumpió D. Pedro en desaforados gritos, insultando á los emisarios y diciéndoles que ni un acto de perdón habian de ver cuando, muy pronto, los hubiera vencido. Tal era la confianza que aquel cruel Monarca tenía en su ejército, y tal el deseo de castigar horriblemente á los que habían abrazado la causa de su hermano D. Enrique.

Apenas habían regresado los emisarios á la ciudad, cuando un general árabe llamado Abenfulos, después Rey de Marruecos, seguido de parte del ejército de Granada, sitió y ganó el castillo del puente ó Carrahola, y pasando adelante hacia las murallas del barrio llamado Alcázar viejo, les combatió tan reciamente, que abrió en ellas seis portillos y puso sus pendones sobre las almenas: entretanto oíase el plañidero son de todas las campanas, y las iglesias se veian llenas de sacerdotes, mujeres, niños y ancianos que, contristados, rogaban por el triunfo de sus defensores: un rasgo heroico de las damas cordobesas, á quienes siguieron gran parte de las demás del pueblo, contribuyó en gran manera al éxito de la defensa; soltáronse los cabellos, vistieron humildes tráges, y saliendo por las calles, suplicaban á todos los hombres que corrieran á morir á manos de los sitiadores antes de verlas entregadas con sus hijos en manos de los enemigos de su religión y su patria: todos entonces encomendaron su dirección, al Adelantado mayor de la Frontera D. Alonso Fernandez de Córdoba, de quien algunos por envidia ú otras causas hicieron desconfiar, diciendo estar de acuerdo con D. Pedro, á quien entregaría la ciudad; esta calumnia llegó hasta su madre D.ª Aldonza López de Haro, y dice la tradición que cuando pasaba armado por la hoy calle de Torrijos ó Palacio, le salió aquella al encuentro diciéndole á grandes voces, que se murmuraba su intento de entregarlos al Rey, y que tuviese entendido que en el linage de los Haros jamás hubo traidor alguno; D. Alonso se bajó del caballo, y después de besarle la mano con el mayor cariño, contestóle:—

Señora, al campo vamos y allí se verá la verdad;

otros afirman que D.ª Aldonza dijo:

Por la leche que mamaste de mis pechos, que no entregues la ciudad,

y que habiendo ocurrido esta escena frente al postigo llamado de la Leche, le quedó entonces este nombre; pero el origen es otro, como en su lugar diremos, y por consiguiente carece do fundamento esta creencia.

D. Alonso siguió su marcha, y poniéndose al frente de todos los defensores de Córdoba, acudió primero á el Alcázar viejo, de donde, ayudados hasta por las mujeres con picas y palos, arrojaron á los moros de las murallas, quitándoles sus pendones y arrollándolos hasta mas allá del puente, quedando muchos tendidos en todo aquel largo trayecto, donde dicen que los piconeros de San Lorenzo con sus hoces y hachas cortaron á muchos las cabezas: esta acometida fué tan recia, que hasta logróse recuperar el castillo de la Carrahola que, como hemos dicho, habían ganado.

Ya en el puente volvióse D. Alonso á sus valerosos amigos y les dijo que desde allí se volvieran los que no quisieran seguirle, porque no les restaba mas remedio que vencer ó morir: todos lo siguieron y él, para quitar toda esperanza, mandó volar dos arcos del puente, quedando incomunicados con la ciudad.

Si grande había sido la lucha, mayor aun lo fué desde este momento, pues arremetiendo en el campo contra las huestes de los reyes aliados, los llevaron acosados hasta gran distancia, causando en ellos grandísimos estragos:

D. Alonso y los suyos se volvieron á Córdoba, repasando el rio hacia el murallón de San Julián, por el vado que desde entonces se llama del Adalid. Cuenta la tradición, que la noticia de tan horrible derrota llegó al Rey moro cuando estaba cenando en una casita donde se hospedaba, y que al oir aquel relato, esclamó en estremo conmovido:

— ¡Amargacena me han dado!—

de donde viene el nombre del cortijo que todos conocemos con este título, á dos kilómetros de distancia de esta ciudad.

Los sitiadores arrollados, pero no convencidos de la inutilidad de sus esfuerzos, acamparon antes de llegar á los Visos, en tanto que los sitiados remediaron los daños causados en las murallas del Alcázar viejo, reforzaron la defensa del puente y se entregaron á mil muestras de júbilo por la victoria alcanzada en aquel dia.

Al siguiente se presentaron los enemigos á vista de la ciudad, á la que no se atrevieron á atacar temerosos de un nuevo descalabro.

Algunos dias permanecieron amenazando á los cordobeses, hasta que, convencidos de su impotencia, marchóse D. Pedro á Sevilla, en tanto que el Granadino se corrió hacia Jaén, cuya ciudad conquistó, haciendo grandísimos estragos en otras muchas comarcas.

Desde entonces el Campo de la Verdad lleva este título, recordando á Córdoba una de sus mayores glorias.

El Obispo D. Andrés Pérez Navarro, en unión del Cabildo, concedieron á Don Alonso Fernandez de Córdoba el patronato de la capilla de San Pedro para su entierro y el de sus descendientes, y el Pontifico en sus bulas le llamó El Restaurador de la cristiandad en España.

Durante el fragor de la batalla las cuatro campanas mayores de la Catedral estuvieron tocando rogativa y en el día siguiente y noche doblaron por los que tan gloriosamente murieron en ella: entonces fue cuando el Obispo Navarro ofreció que aquellas campanas y particularmente la segunda denominada hoy de la Cepa, doblaría también á todos los descendientes de los que con tanta decisión y acierto habían dirigido el triunfo de las armas cordobesas; oferta que el Cabildo Eclesiástico confirmó en Noviembre del mismo año, 1368, si bien los expresados descendientes habían de serlo por línea recta ó de varón; pero en 29 de Diciembre de 1504 lo reformó, concediéndolo también para los descendientes por hembra.

El doble de Cepa continua recordando á los cordobeses la memorable batalla del Campo de la Verdad, y para obtenerlo se necesita que tres individuos, con derecho reconocido, lo pidan al Sr. Dean de la Santa Iglesia Catedral, prestando juramento de que les consta ser el finado de los descendientes de aquellos valerosos hijos de Córdoba: algunas familias, deseosas de que espresado privilegio tenga mas lucimiento, al par de obtener el permiso para el doble de Cepa, hacen una esposicion al Sr. Provisor pidiendo que las demás iglesias acompañen con sus campanas á las de la Catedral; pero otros se contentan solo con lo primero, cuyos derechos son de poca importancia.

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