Calle Cabezas
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Contenido
Historia
Dice la leyenda que las cabezas de los siete infantes de Lara, muertos en Soria, fueron expuestas en los arcos de la calleja de su nombre. Esta es la información sobre la leyenda que aparece en Paseos por Córdoba
- De la plazuela del Portillo arranca la tortuosa y sombría calle de las Cabezas, mejorada en estos últimos años por las nuevas fachadas que se han hecho. Termina en la confluencia de la de José Rey, Badanillas y Caldereros, por cuyo sitio hemos ya pasado. Tiene dos callejas o barreras, una en el lado derecho, llamada del Horno de Guiral -porque fue la casa solariega de los señores de este apellido- y otra enfrente conocida en lo antiguo por la de Doña Muña, señora perteneciente a la familia de los marqueses del Carpio, a los cuales perteneció la casa número 5, una de las más notables de Córdoba por la mejestuosa fachada que, aunque un tanto variada, nos recuerda construcciones de fines del siglo XIII o principios del XIV. En su interior conserva algunos fragmentos, y su huerta se riega con el agua que ya dijimos nacer bajo el convento de Santa Ana.
- A esta casa atribuye el vulgo tradicionalmente el origen del nombre de las Cabezas, que lleva la calle, diciendo en su error haber sido la moradae de Gustios González, padre de los siete infantes de Lara, y que aquí fue donde en un banquete le presentaron las siete cabezas ensangrentadas de sus hijos. Todos los que tienen algunos ligeros conocimientos históricos no pueden menos de rechazar esta opinión, pero nosotros, obligados a contar cuanto de Córdoba se dice, se la explicaremos también a nuestros lectores, sin responder de su exactitud ni darle más importancia que la de una tradición popular.
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Bajo la protección del torreón en Rincones de Córdoba con encanto [1]
La calle Cabezas es como un viaje a la Córdoba bajomedieval, ambientado por la torre-fortaleza de los Marqueses del Carpio y la calleja de los Arquillos, envuelta en las brumas de la leyenda. Arranca la calle dibujando una suave curva, tras la que enseguida se abre por la izquierda una placita mínima, y en ella se impone la severa fachada del torreón medieval de la casa de los Marqueses del Carpio, de robustos sillares dispuestos a soga y tizón, que se eleva protector sobre las casas del entorno. De abajo a arriba se abren en la fachada –es un decir, pues siempre están cerrados– una puerta adintelada, un austero balcón soportado por ménsulas, dos ventanas con artística rejería, un balconcillo con antepecho de piedra labrada y, finalmente, bajo el alero del tejado, las primitivas almenas se han transformado en ventanucos protegidos por celosías. Las palomas revolotean alrededor de la torre y se enseñorean del espacio. A su amparo se suceden las casas señoriales con su pátina de alcurnia decadente; unas deshabitadas y otras vividas –como la número 6, conocida como la de los Condes de Zamora de Riofrío–, aunque siempre pudorosamente cerradas, con las ventanas bajas cubiertas de celosías. Transitan los vecinos con pasos sosegados que resuenan en la soledad de la calle, y un perrillo sin amo vagabundea errante a la espera de calor y alimento. Pasada la torre, la calle recobra su estrechez, acompañada ahora por una montera vegetal que sobrepasa la tapia y anuncia un cuidado jardín interior. Y enseguida, dos barreras o callejas sin salida, una a cada lado: por la derecha, Doña Muña, topónimo de clara resonancia medieval, y por la izquierda, Horno de Guiral, que guarda al fondo, prendido de una esquina, un erosionado capitel árabe de avispero. Tras la mella de un solar, cuya tapia permite que una bocanada de claridad inunde la calle, sigue la sucesión de casonas antiguas, evocadoras de una Córdoba detenida, por la que no pasa el tiempo. Otra de ellas es la número 16, cuya adintelada portada con frontón partido en el que se inscribe el balcón principal, denota su noble origen. Tras su remodelación la habitan hoy seis familias, según revela el panel del portero automático; acertado ejemplo para conjugar conservación y habitabilidad. Más allá de su artística cancela, escoltada por un par de columnas de piedra, se despliegan perspectivas de arcos y se intuyen recobrados patios en los que verdean plantas de interior. Esto es vida. Justo al lado, tras una cerrada verja, se adentra un callejón tan angosto que casi se besan sus tejados; es la calleja de los Arquillos, que ostenta descarnados muros de ladrillo y un escalonado pavimento empedrado. Haciendo honor a su topónimo, la cruzan transversalmente tres o cuatro arquillos que acentúan la perspectiva de profundidad. En este lugar anida una de las muchas leyendas históricas que Córdoba alumbra, y de la que proporciona pista la lápida que figura al exterior:“Dos insignes historiadores cordobeses, Aben Hayan, Ambrosio de Morales, y un cantar de gesta castellano nos dicen que en el año 974 en esta casa estuvo preso el señor de Salas Gonzalo Gustioz y que las cabezas de sus hijos los siete infantes de Lara, muertos en los campos de Soria, fueron expuestas sobre estos arcos. Verdad y leyenda venerable, de fama multisecular en toda España”, reza el texto, que se atribuye a don Ramón Menéndez Pidal. Pese a su autoridad, historiadores de hoy desmienten que colgaran aquí las cabezas de los Laras, trágico episodio que inspiró a nuestro Duque de Rivas su poema dramático El moro expósito. Casas de franciscana modestia siguen conviviendo con otras señoriales venidas a menos, entre las que ahora destaca la 24, con blasón en el dintel y balcón de perfil curvilíneo. De algunos balcones cuelgan geranios, y en una ventana baja se anuncia un sastre “cívico y militar”. Otro ensanche que aprovechan los autos para estacionar, cómo no. Hasta que, de pronto, cruza transversalmente Rey Heredia, que pone fin al sueño medieval de la calle Cabezas. |
Referencia
- ↑ MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba
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