Paseos por Córdoba
Paseos por Córdoba es el libro de referencia de la historia de Córdoba escrito por Teodomiro Ramírez de Arellano en el año 1873 y que recoge la historia de la ciudad y de sus calles. Pasa por ser el libro de referencia más utilizado por parte de los investigadores, tanto profesionales como amateurs para conocer la historia de la ciudad de Córdoba. La obra en su formato original constaba de tres volúmenes que vieron la luz en la imprenta de Rafael Arroyo. Como su propio autor indica en su Prólogo:
Existe una edición facsímil de la obra original que puede adquirirse en librerías.
Estructura de la obra
- Tomo I. Fechado en 1873, consta de 400 páginas y contiene los paseos del barrio de la Magdalena al de San Andrés.
- Tomo II. Éste fechado en 1874 empieza con el paseo quinto dedicado al barrio de San Pedro y concluye con el octavo dedicado al barrio de San Nicolás de la Villa. Este volumen también es de 400 páginas
- Tomo III. Fechado en 1875 comienza con el barrio de San Miguel y termina con el paseo décimo tercero dedicado a los Sitios más notables del término. Este volumen consta de 422 páginas.
Al final de los tomos II y III existe una Fe de erratas y equivocaciones.
PASEOS POR CÓRDOBA
1.- Paseo por el barrio de la Magdalena
No se me oculta la estrañeza de mis lectores, al ver que cuando principio á escribir mis Paseos por Córdoba, consignando en este libro lo notable que hay en cada barrio y la multitud de tradiciones, ya históricas ya fantásticas, y las noticias recogidas referentes á cada uno, principie por el de la Magdalena, que no es ciertamente ni el mas importante ni el que llamará mas la atencion del lector; mas éste me dispensará tal preferencia, al saber que en él tengo mi domicilio y muchas de mis mas entrañables afecciones, facilitándoseme así, la mas pronta copia de datos tan necesarios para esta clase de trabajos. Sin embargo, es uno de los barrios mas numerosos en vecindario y que ha contado y cuenta con mas edificios públicos; por lo tanto, no tan despreciable que deje de merecer aquella predilección, pues, si bien no es de los mayores intramuros, cuenta con una gran parte del término de Córdoba, en la que están enclavados varios conventos, ermitas y hospitales y el célebre puente de Alcolea donde en el presente siglo han tenido lugar dos grandes hechos de armas á cual mas trascendental y ambos llamados á ocupar un lugar en la historia de nuestra patria. Es evidente, que Córdoba fué de las primeras ciudades de España que proclamaron la Religión del Crucificado : á seguida se empezaron á fundar iglesias, donde los católicos se entregaban á la oración, y aun hay memorias de que no solo se fundaron las parroquias, sino contiguos á ellas, asilos de emparedadas, título de una especie de monjas, con mas austeridad y penitencias de las que conocemos. Es probable, que la Magdalena date de aquel tiempo y sea la iglesia que titulada la Encarnación, existía cuando los árabes la conquistaron, continuando en ella los cristianos, si bien vieron con dolor, desmochar su torre, como hicieron con todas las demás existentes en Córdoba. Confusa aparece esta opinión, de varios autores además de nuestra; pero sí es cierto, que San Fernando erigió catorce parroquias y una de ellas fue la de Santa María Magdalena. Su exterior es gótico bizantino, conforme al gusto de aquella época; demuéstranlo sus tres puertas, si bien la principal fué macisada, tanto porque dá al lado de menos tránsito, como por el deseo de trasladar el coro que estaba en el centro de la iglesia. Su primitiva torre, era un campanario de raquítica forma ; fué derribado siendo obispo de Córdoba el ilustrado Señor D. Antonio Caballero y Góngora, para sustituirlo con la actual torre, que nada tiene de gallarda, ni de gusto en su arquitectura, ocupando el mismo sitio que la antigua, por lo que, mientras se construyó, estuvieron las campanas colgadas de unos maderos atravesados en el pequeño patio que dá entrada de la calle á la sacristía. En su interior nada ha quedado de su primitiva arquitectura: los muros están embadurnados por la cal y las cornizas por un azul de malísimo gusto, así como á su antiguo artesonado, lo ocultó una bóveda moderna que nada de particular presenta á la vista.
Han sido segregadas de la iglesia las capillas colaterales, una para ampliacion de la sacristía, y otra para atarazana á donde bajan las cuerdas de las campanas; en cambio, hay en la nave del evangelio, dos capillas que, tanto en el interior como en el exterior, denotan ser mucho mas modernas que lo demás del templo. El altar mayor, mas bien parece una urna que un retablo: se reduce á una gran cenefa de talla dorada, al rededor del camarin, en cuyo centro y sobre el manifestador ó tabernáculo, se vé una gallarda escultura de la Magdalena penitente, cuyo autor no hemos podido averiguar, y á los lados otras dos de regular mérito, que representan á Sta. Lucía y Sta. Bárbara. Todo esto estuvo á punto de ser devorado por las llamas, al anochecer del dia 28 de Mayo de 1872, estando cubierto por un altar provisional, para la celebracion del Mes de María ó flores de Mayo ; empezó á arder á un descuido de un niño encargado de encender unas harañas [arañas]; quemóse la Vírgen y sus adornos, no comunicándose á lo demás por la prontitud con que todos acudieron. En el tabernáculo hay casi siempre una Purísima de talla que, así como parte de la colgadura de este templo, son procedentes del hospital de San Bartolomé. La capilla mayor es patronato de los Sres. Díaz de Morales, quienes para su enterramiento tienen un hueco que la coge casi toda, y el cual en su interior, nada notable ofrece en cuanto á su construcción: en él yacen los restos del capitán de navio Sr. D. Francisco Diaz de Morales y Gonzalo de Sousa, los de su esposa la Sra. D.ª María Josefa Victoria Bernuy, que antes estuvo casada con el Sr. Marqués de Santa Marta, los de su nieto el Sr. D. Francisco Gutiérrez de los Ríos y Díaz de Morales, magistrado que fué en Filipinas y los de otros muchos individuos de esta ilustre familia, de la que nos ocuparemos en otro lugar. Cierra dicha capilla una verja de hierro fundido, colocada en el año 1872 en sustitucion de otra, que había sobre las gradas delante del altar, la que formaba dos medios púlpitos, donde leian la epístola y el evangelio.
Los altares colaterales, también de talla dorada de mal gusto, tienen una Concepcion y un San José de quienes cuida una antigua cofradía, muy corta de individuos, si bien por sus estatutos de limpieza de sangre y con enterramiento propio en un hueco delante del primer altar: celebra á su titular en su dia y aplica ocho misas por los cofrades que fallecen, únicos cultos que cubre con sus escasísimos recursos. En la nave del evangelio, vemos, primero, la capilla de la Vírgen de los Dolores; también tuvo hermandad con enterramiento en un hueco bajo el arco de entrada. Es de patronato de los Armentas, á quienes representan los Sres. Marqueses de Valdeflores, por haberla fundado en 1413, Alfon de Armentia que, con su padre Gonzalo, vino de la villa del mismo título, á la conquista de los moros de Andalucía y murió en 1423, enterrándolo en éste sitio que destinó para él, su muger D.ª Urraca Martínez de Sotomayor y todos sus descendientes. En el presente siglo se han puesto en esta capilla otros dos altares, uno con el Cristo de las Tribulaciones, que se veneraba con gran devocion en la iglesia de San Antonio Abad, á la izquierda del Hospital de San Juan de Dios, y otro con la Vírgen de los Remedios, que se trasladó con su cofradía desde la iglesia del Hospital de San Bartolomé, cuando por ruinosa fué derribada en 1861. La espresada capilla, sirvió de sagrario hasta que la cofradía del Santísimo, cuyas reglas fueron aprobadas en 20 de Noviembre de 1520 por el Obispo D. Pedro Manrique, contando con fondos suficientes, labró la que hoy tiene con enterramiento para sus cofrades, toda ella revestida de madera azul, con adornos dorados de mal gusto y formando cúpula: en su único altar tiene un Crucifijo de tamaño natural, imagen un tiempo de gran devocion para los vecinos de este barrio, tanto, que en 27 de Febrero de 1650, cuando en Córdoba sufrieron la gran epidemia del landre, en que fallecieron mas de catorce mil personas, lo sacaron en procesión en unión de San Juan de Dios, de su hospital, y San Pedro Tomás, del Carmen, para llevar á los infestados un regalo ó donativo, con que los vecinos de la Magdalena quisieron contribuir á su alivio; consistió en diez carretadas de leña, otra de romero, cuatro cargas de id., ciento catorce gallinas, ciento ocho fanegas de trigo, sesenta espuertas de pan, veinte y cuatro carneros, dos espuertas de alhucema, veinte y siete canastos con huevos, cuarenta salvillas con vizcochos y vizcotelas, una carga de vino, ocho garrafas de id., dos jamones, ochenta y ocho salvillas con hilas y vendages, dos cargas de naranjas y limones, veinte y siete camisas, doce vestidos de hombre, dos pares de medias de lana, diez espuertas de granadas, ocho pomos de agua de olor, seis botes de manteca de azahar, cuatro macetas de jabón, diez y seis fuentes de ojuelas, cinco canastos con garbanzos, y dos esportones con jarros de la Rambla.
Hecha la anterior digresión, diremos que los chicos del barrio, á imitacion de los de otros, se juntaron é hicieron una póstula y en 10 de Abril del mismo año, les llevaron en procesión, á los espresados enfermos, cuarenta y seis vestidos de muger y cuatro de hombre, ocho sombreros, dos esportones con treinta hornazos, cuatro salvillas de hilas, cuatro espuertas de pan, dos canastos con huevos, dos salvillas con panesitos de San Nicolás y una carga de naranjas.
Volvamos á la descripcion de la iglesia de la Magdalena que, aunque parece demasiado minuciosa, no deja de tener interés, y mucho mas, cuando tal vez no esté lejos su desaparición. A los pies de la nave referida, se vé una puerta, media en la pared y media en el suelo: por ella se baja á un panteón con gradas de mármol negro y rodeado de bovedillas; está fuera del templo, ó sea, debajo del alto que forma en la plazuela á un lado de la puerta; era enterramiento general, y cuando se llenaba exhumaban los restos y los colocaban en el osario; este era un corralito á espaldas de la sacristía, con una pequeña puerta á la calle: hoy está limpio. Al lado de la puerta del panteón, hay un altar con una muy antigua imagen de San Bartolomé, que era la que estaba en el retablo mayor del hospital de su advocación, ya citado. En este lugar estuvo la capilla de las Animas, y allí se conserva el hueco ó enterramiento de sus cofrades; el altar fue trasladado á la nave de la epístola, cerca del cuarto de las campanas, teniendo un cuadro, muy mediano, con un Crucifijo y las Animas al pié. Al lado hay otro retablo moderno, hecho siendo Rector de esta parroquia D. Juan Manuel Olivares, para colocar una escultura que representa á San Antonio Abad, que estuvo en el hospital que ya hemos dicho; cuida de esta imagen el gremio de trabajadores de cáñamo llamados los casilleros, quienes costearon dicho altar: todos los años le hacen una solemne fiesta en su dia, con dos de jubileo, para lo cual reúnen sus limosnas y el producto de unos panecillos que venden en la puerta y que ya van perdiendo su importancia. A los pies de esta nave, está la pila bautismal, de modo que no presenta ni la mejor vista, ni la comodidad suficiente para el público que acude á los bautismos. El archivo nada ofrece al curioso, y sus libros principian, los de casamientos y bautismos en 1573 y los de defunciones en 1616. Muchas son las fiestas que con gran solemnidad se han celebrado en esta iglesia, y debemos hacer mencion de una que antiguamente se hacía en todas las parroquias de Córdoba y que ha caído en desuso, sin que podamos espresar la época en que se ha suprimido. Tal era una procesión, en los dias de la octava del Corpus, recorriendo parte del barrio y rivalizando cada uno con el de la iglesia mas inmediata. Un año, á mediados del siglo XV, la cofradía del Santísimo Sacramento de la Magdalena, á la cual pertenecía toda la nobleza del barrio, mucha y de la mas principal, hizo grandes preparativos para su procesión ó minerva, como en algunos puntos la llaman, y al efecto convidó á todos los demás nobles é hijosdalgos de la ciudad, que acudieron gustosos, entre ellos un D. Luis Fernandez de Córdoba, vecino de Santa Marina, joven apuesto y valiente; pero con la gran dosis de orgullo de todos los de su clase, y mas en aquella época en que se consideraban tan superiores á los demás. Formóse la procesión y como hubiera acudido mucha clase del pueblo, entre la que se veian los labradores de la gran poblacion rural que tenía y aun tiene este barrio, fué preciso y justo, darles cirios ó faroles, toda vez que en mayor ó menor escala contribuían á esta festividad. Un honrado campesino que aunque pleveyo, tenía el carácter independiente tan propio de los españoles, tomó lugar entre el D. Luis y los que llevaban los faroles ó sean los mas cerca al palio, y juzgando nuestro noble que se rebajaba con aquello, le intimó, con esos modos conque los superiores de escaso talento mandan á sus inferiores, á que le cediese el lugar y se fuese á otro sitio con los de su clase. Contestóle, que no la había en la presencia de Dios, que le iba muy bien y no le cedía el sitio: á esto siguieron dos ó tres ligeras contestaciones, y no pudiendo el D. Luis contener los arranques de su orgullo y su soberbia, echó mano á la daga, atravesando el corazón de aquel infeliz, que sin vida, cayó muerto casi á los pies del sacerdote que conducía el Sacramento, el cual, aturdido, no sabía si continuar su marcha ó qué determinacion tomar, así como todos los circunstantes, á escepcion de la esposa de la víctima que, como una fiera, se arrojó sobre el asesino impidiendo se entrase en sagrado, y por consiguiente dando lugar á que lo prendieran. Unos corrían, otros lloraban, muchos criticaban tan fea é improcedente accion y todos, á escepcion de algunos parientes de D. Luis, estaban á favor del desgraciado, víctima del orgullo de nuestra nobleza, tan altanera con sus antiguas y ya caducas ejecutorias.
La procesión terminó en aquel momento: la gente se retiró: depositóse el cadáver en la iglesia, y D. Luis Fernandez de Córdoba fué preso en la torre de los Donceles, que como la Calahorra y la Malmuerta, estaba destinada á prisiones de los nobles que cometían algún delito, siendo esta una de las muchas prerogativas con que contaban los afortunados hijos de la aristocracia española. La Providencia que á todos los juzga iguales, no consintiendo que por el camino del crimen se llegue al puerto de felicidad, vino á burlar las influencias de la familia del preso que, dando primero largas á la causa, sistema ya entonces usado, é interponiendo despues todo su influjo, llegó á alhagar la esperanza de verlo muy pronto completamente libre de sentencia humana, sin ver que la del cielo ya pendía sobre su cabeza.
Un año había trascurrido: era por la tarde, y casi á la misma hora de la procesión, avisaron á la parroquia que llevasen el Viático para un vecino de la calle de Abejar; hacíase así, y á un tiempo salía por la calle de los Muñices la viuda del desgraciado hortelano, y D. Luis se asomaba á las almenas de la primera torre, para ver la Magestad; ambos incaron sus rodillas, y al pasar el sacerdote por entre ellos, vínose al suelo la piedra en que estaba apoyado D. Luis, cayendo también éste y una de las almenas, que le trituró el cráneo. — ¡Justicia del cielo! — dijo una voz: era la de la infeliz viuda, á la que un desmayo hizo caer al suelo.
La costumbre de sepultar los cadáveres en las iglesias y la multitud de enterramientos propios que en todas ellas había, dio lugar á diferentes cuestiones entre los individuos de la Universidad de Beneficiados de las parroquias y los superiores de los conventos de religiosos, porque unos y otros querían hacer los oficios de difuntos, alegando las razones en que cada cual se apoyaba. Muchas gestiones se hicieron para avenirlos, todas inútiles: los frailes alegaban que cuando alguno se mandase enterrar en un convento, á ellos correspondía el ir con su cruz por el cadáver y hacer todos los sufragios, en tanto que la parroquia sostenía que no gozaban de jurisdiccion en el barrio y que ella sola tenía derecho á enarbolar su cruz y hacer el funeral en cualquiera iglesia. En 1656, segun un impreso que hemos visto y se conserva en la Biblioteca provincial, todas las comunidades de Córdoba habían acudido en queja contra los beneficiados, por arrollar los derechos de aquellas, dando todos un espectáculo muy poco edificante. En esto murió la esposa de D. Diego Fernández de Argote, caballero de Santiago, Veinticuatro de Córdoba y vecino del barrio del Salvador, cuya señora se mandó enterrar en la bóveda de su familia, en San Pablo, deseo y orden que á todo trance era indispensable cumplir; vieron al Provisor, éste llamó á los curas, y entre todos se convino efectuar el entierro en la espresada iglesia, colocando en lo alto del túmulo la cruz del convento con el asta embebida y al pié la de la parroquia, la que llevaría el cadáver hasta colocarlo en aquel, siguiendo los oficios la comunidad: hacíase así; mas no pudiendo el beneficiado del Salvador, Pedro de Mora Fajardo, ver con calma su cruz en segundo lugar, la tomó y, lleno de ira, se subió por el catafalco á ponerla en vez de la otra; los frailes salieron á la defensa de sus derechos, y fué tal la algazara que se armó y los insultos que se digeron, que hubieran ocurrido algunas desgracias á no intervenir el Corregidor y otras muchas personas respetables, á la sazón allí como parte del duelo.
El haber referido tales sucesos en este lugar, es por contar uno, el mas ruidoso de todos, ocurrido en el barrio de la Magdalena. Falleció en él un sacerdote llamado D. Gomez Solís, quien hizo constar en su testamento el derecho á enterrarse en la iglesia de San Pablo, y el deseo de que así se hiciese; mas el clero parroquial se opuso, pretendiendo llevarlo á la suya: los frailes y los albaceas acudieron en queja á sus jueces competentes, y estos, para ver si arreglaban el asunto amigablemente, mandaron suspender el entierro por un día. En la Magdalena habia siete beneficios, una rectoría, un préstamo y una prestamera, desempeñados por diez sacerdotes, los cuales, en unión de sus dependientes y armados de espadas y algunos arcabuces, se presentaron á media noche en la casa mortuoria, sacaron el cadáver del Pbro. D. Gomez Solís y le dieron sepultura en la parroquia, sin esperar mas resoluciones. Semejante atropello empeoró el asunto, aumentando las protestas y las reclamaciones para la exhumacion del cadáver, que se hizo pasado algún tiempo y cuando este ruidoso pleito vino á un arreglo, dividiendo las ceremonias en dos partes, y cobrando cada cual los derechos que le correspondían. Tal vez dirán mis lectores, que desciendo á pormenores por demás minuciosos y aun que refiero cosas completamente inverosímiles: es cierto; pero mi deseo es que conozcan, no solo la parte histórica de cada edificio, de cada calle, de cada casa, si posible fuese, sino también las creencias de todos los tiempos, ya hijas del fanatismo ó ya inspiradas por casualidades, semejando obras de la Providencia. A espaldas de todos los sagrarios de Córdoba, al exterior del edificio, habia una imagen ó un signo indicando que tras aquel muro estaba el Sacramento: en su mayor parte desaparecieron en 1841, en virtud de una orden del Gefe político D. Ángel Iznardi, persona distinguida por su ilustracion y por el culto que rendía á las bellas letras, quien dispuso que se quitasen las muchas imágenes que había en todas las calles de Córdoba, y que tuvieron su razón de estar en público cuando la devocion venía á suplir la falta de alumbrado; pero mas bien eran causa de irreverencias continuas que de la devocion de nuestros antepasados, aunque les tenían mas respeto y veneracion que nosotros. No sabemos qué casualidad libró á un nicho con puertas, formado de tras del sagrario de la Magdalena y en el que se venera un alto relieve de yeso en colores, muy antiguo: representa el momento en que José y Nicodemus bajaron á Jesus de la cruz y lo colocaron en los brazos de su madre la Santísima Vírgen. Aquellos vecinos le tienen gran devoción, y ésta hace que continuamente se vea alumbrado con dos faroles y multitud de velas, y algunas veces adornado con ramos de fragantes y olorosas flores, y, ¿cómo nó? los Santos Varones, así generalmente llamados, son el bálsamo que cura sus dolores; en ellos cifran la esperanza de recobrar el bien perdido ó alcanzar el anhelado, y los tienen convertidos en una especie de abogados, á quienes hacen novenas, consultándoles lo que saber desean. Es creencia muy arraigada, que durante el novenario y despues de hecha la pregunta dictada por el deseo, en la conversacion de los que casualmente están sentados en la plazuela ó pasan por ella, se traduce la contestación, y de aquí el que todos van contentos, pues cada cual se la dá á su gusto y la cambia despues el sentido si su esperanza queda fallida. Una muger conocemos, á quien hace mas de quince años se le perdió un hijo, y rezando á los Santos Varones, oyó decir: «ya lo verás.» Al principio creyó que pronto volvería, y ahora, que se reunirá con él en el cielo; con lo que se corrobora aquel antiguo adagio que dice «que no se consuela el que no quiere.»
La parroquia de la Magdalena tiene un rector, un cuadjutor y los ministros de reglamento. Instituyéronse en ella muchas capellanías y obraspias, entre estas algunas de importancia, como la fundada por Alonso de Jerez para casamientos de huérfanas, la de D. Fernando Carrillo para distribuir pan á los pobres, la de Diego Fernandez Pañero para dotes, y la de D. Juan de San Clemente, Arzobispo de Santiago, para limosnas.
En la pila bautismal de esta iglesia recibieron el agua varias personas ilustres, entre ellas el espresado D. Fernando Carrillo que llegó á ser Presidente del Consejo Real de Indias y D. Francisco Diaz de Morales, diputado por esta provincia en las Cortes de 1822, liberal de los mas consecuentes que hemos conocido.
Delante de la parroquia hay una gran plaza, de su mismo nombre, terriza y completamente despejada hasta los primeros meses de 1854, en que siendo Alcalde interino de Córdoba D. Antonio Garcia del Cid, se formó un pequeño paseo, construyendo los asientos, plantando los árboles y trasladando al centro una horrible fuente que estaba á las afueras de la puerta de Sevilla, á donde llevaron un pilón que había bajo un arco en el rincón que formaba la muralla de la puerta de Andújar, derribada á fines de 1868 y que fué colocada en 1747, en sustitucion de otra que llevaron á San Nicolás de la Villa: está dotada con cuatro pajas de agua de la llamada de la Palma. Antes, esta plaza era en invierno un inmundo lodazal y en verano un polvero irresistible, y aun cuando del todo no ha perdido esta cualidad, ha mejorado mucho en todos conceptos. Es la tercera de Córdoba en estension, y por esta circunstancia ha sido uno de los sitios designados para festejos públicos, en las proclamaciones de reyes y en otras ocasiones de general regocijo, bien corriéndose cañas, celebrando toros de cuerda, colocando cucañas y otras diversiones por el estilo.
En 1749, deseando la ciudad acrecentar los fondos del Pósito, dispuso celebrar tres corridas de á doce toros, ó vistas que entonces decian, eligiendo esta plaza, donde formaron sus correspondientes andamios y se dieron las funciones en los dias 14, 16 y 18 de Junio, todos de trabajo, porque en dia de fiesta no podian lidiar los que tenian el toreo como oficio. Fueron toreadores de espada Félix Palomo, de Utrera y Fernando Romero: en la primera tarde Manuel Palomo, de Alcalá, quebró garlanchon y salió de burlesco á caballo: quebraron lancillas Manuel Cerezo y Juan Rodriguez, y estuvieron al cuidado de estos y capeando Juan Gomez y A. Martinez Orduña, todos cuatro vecinos de Córdoba; la presidencia estuvo en la torre de los Donceles y el toril en las callejas de Santa Inés. El célebre Pepe-Hillo mató un toro en otra funcion que se dio por convite, al profesar una monja de Santa Inés. Con este motivo y otros por el estilo, el dueño de la casa número 3, le dio la forma que aun conserva con quince ventanas, para alquilarlas por separado y sacarle una buena ganancia. Antes de verificarse las espresadas fiestas de toros, quitaron, desacertadamente, una fuente monumental que ocupaba el centro del lugar que venimos describiendo.
Otras varias anécdotas pudieran contarse de la plaza de la Magdalena, reducidas todas á cuestiones, á que es muy dada, como en el anochecer de un dia de 1867, que asesinaron á un hombre sentado en uno de aquellos poyos, y otras así, que son hechos aislados y nada pueden satisfacer la curiosidad de mis lectores; sin embargo, diré una que por lo absurda y disparatada, parece increíble la formalidad con que la cuentan algunos ancianos del barrio.
Allá en tiempos antiguos, había en la parroquia un cura escesivamente obeso y muy aficionado á recoger cuanto podía de sus feligreses. Sucedió que una noche de lluvia se retiraba de su iglesia, y á corta distancia del postigo de la sacristía, vio un hermoso burro blanco, solo y como abandonado; pareciéndole al buen señor que en él podia pasar el barro de la plaza y aun alojar aquel huésped en su casa, lo arrimó á la gradilla y como pudo cabalgó en él, emprendiendo su marcha tan tranquilo, con su linterna en la mano, á favor de cuya luz vio el interior del mirador de las monjas de Santa Inés: entonces, asombrado, reparó encontrarse á aquella altura por haber crecido de pronto y en tanta longitud las piernas de su cabalgadura: asustado y comprendiendo ser un castigo del cielo por su desmedida ambición, y que el diablo sería quien se le presentó en forma de burro, invocó el nombre de Jesus, y aquel desapareció, cayendo el pobre cura de la elevacion en que se hallaba, quedando ileso por el mucho barro; mas en él dejó su estampa tan marcada, que á la mañana siguiente los vecinos se paraban á ver lo que ellos decían el retrato del Sr. Rector. Este se mostró tan escarmentado, que el resto de su vida lo empleó en hacer muchos y recomendables actos de misericordia.
En 1804 y 1835, se celebró en aquel sitio la feria de la Fuensanta, á causa de la epidemia.
Dando comunicacion con el campo, hay un portillo, conocido por la puerta de Andújar, por ser la salida del camino á dicha ciudad, segun unos, ó porque cuando la conquista de Córdoba entraron por aquel punto los soldados que formaban la legión con que los auxilió Andújar. Sea lo que quiera, aquel sitio, uno de los mas nombrados en su dia, ha perdido por completo su importancia. A un lado se vé una torre amagada á la ruina, resto de la antigua de los Donceles, una de las fortalezas que defendian la ciudad y solo podia cederle la primacía á la que llamamos la Calahorra. Formaba dos torres, completamente iguales, unidas por un arco, dándolas comunicacion en la parte alta y teniendo abajo una de las puertas de la ciudad. Era una de las alcaidías de Córdoba y debia su título, á estar guardada por la parte mas joven del ejército cristiano y servir despues de reclusión á los hijos de los nobles cordobeses que cometían alguna falta. Los nuevos alcaides, prestaban en ella su juramento, estando veinticuatro horas antes en una de las dos pequeñas habitaciones que formaba, sin comunicacion con persona alguna; por consiguiente allí estuvo cumpliendo aquella obligacion el famoso D. Diego Fernandez de Córdoba, que prendió al Rey Chico de Granada.
Muy descuidada desde poco despues de la conquista, en 8 de Marzo de 1557, se hundió una de las torres que estaba en terreno hoy dentro de la plazuela: entonces se reedificó aquella parte de muralla y varió la puerta frente á la calle de los Muñices, donde la hemos conocido, dándole también una forma gótica: cerráronla en 1836, cuando la invasión del cólera y así ha permanecido hasta su demolición. La torre, que tantos recuerdos encierra, desaparecerá también pronto, si alguien no acude á su remedio. Cuando la primera de estas dos reformas, se construirían las casas de la calle del Crucifijo, pues no es probable que la antigua puerta diese á una calleja; además, es sabido, que la muralla en todo el recinto de Córdoba, estaba independiente de las casas y demás edificios. Cuando la puerta estaba en uso, la casa número 21 era un peso de harina como el de Martos y el Puente.
La ermita de San José, en uno de los frentes de la plaza de la Magdalena y formando esquina á la calle del Crucifijo, es una de las mas antiguas: la fundó en 1385 D.ª Mayor Martínez, de la noble casa de los Córdobas en su rama conocida por los Señores de Belmonte, destinándola á depósito de los niños perdidos, para lo que puso un encargado y cuatro camas, denominándolo Hospital de la Santa Cruz. En 1416 falleció dicha señora, dejando á su hijo el patronato y cuidado de esta casa, continuando así hasta 1496, en que D.ª Constanza de Baeza, segunda muger y viuda del Veinticuatro Alfonso de Córdoba, el que mató á los Comendadores, en escritura de 3 de Enero, cedió el hospital á la hermandad de San Nuflo, que allí se constituyó, reservándose para ella y sus sucesores el patronato de aquella iglesia; de esta sesión viene el tener á la espresada Doña Constanza por la fundadora, como algunos escritores aseguran. A muy poco se instituyó otra hermandad titulada del Santo Crucifijo, de la que tomó nombre el edificio y calle inmediata, y despues en 1580 encontramos que primero el Provisor del Obispado y despues Urbano VIII, aprueban las reglas ó estatutos de la cofradía de San José, en que, andando el tiempo, quedaron todas res [tres] refundidas.
La iglesia es de una sola nave de medianas dimensiones: su altar mayor, de buenas proporciones y de yeso, ostenta en su segundo cuerpo los escudos de armas de los Señores de Belmonte, sus patronos, hoy los Marqueses de Villaseca, quienes han contribuido generosamente á sus reparaciones. Es una ermita puramente de pasion: sus imágenes son, en dicho altar mayor, Jesus Crucificado, la Vírgen de los Dolores y San Juan Evangelista, y en lo alto la Santa Cruz; en otros dos, también de yeso, la Magdalena y San José, y en tres nichos repartidos en los pilares, la Verónica, San Dimas y el Mal ladrón: todas salían en procesion la tarde del Viernes Santo, hasta que en 1820 se suprimieron todas las estaciones, refundiéndose en el Santo Entierro que se efectúa algunos años.
Es creencia entre los devotos de aquellas inmediaciones, que dando aceite para la lámpara de San Dimas, están libres de robos, y que cuando falta luz á la imagen, avisa al sacristán para que la encienda, con lo que no solo ha solido reunir aceite para el santo, sino para ayudar á su gasto, lo que no le habrá parecido muy mal al buen hermano. En muchas ocasiones ha servido esta ermita para colegio electoral, y San Dimas ha tenido la prudencia de no reclamar la luz de la lámpara.
La calle contigua, se llama del Crucifijo, tomando el nombre de la citada cofradía, y antes se llamó de Pedro Gomez de Reina, uno de sus moradores: dá paso á la de Abejar, de la que solo pertenece á la Magdalena la acera de los números pares, en la que hay una calleja sin salida, que se llamó de Luis Muñiz Carrillo, por dar á ella un postigo de la casa en que éste noble cordobés tuvo su morada; despues le han dicho del Herrador. Se cree que la palabra Abejar se deriba de los depósitos de colmenas, y por consiguiente de las muchas abejas que hubo en este sitio.
Pasemos á la calle de los Muñices, por quedar en ella cortado el barrio, pues solo llega hasta la esquina de la de Diego Méndez ú Horno del Camello.
Grandes reformas habrá sufrido esta calle, y presumimos que en tiempo de los árabes estuviese muy deshabitada, ó al menos con grandes tramos sin construcciones y como fortificada para las invasiones de los cristianos, y dedicado al cultivo todo el terreno sobrante; así es, que en las obras hechas en las casas números 1° y 11 se han encontrado cimientos de torreones ó muralla: en la número 23 hay un pozo de noria, y en la número 8 otro de gran capacidad y con arcos, si bien éste parece en su construccion romano; de él se estrajo por los años 1846 un caballo pequeño de piedra, que fué colocado en una fuente de la casa número 2, calle de Morales en Santa Marina. El título de Muñices proviene del apellido Muñiz de Godoy, familia representada actualmente en Córdoba por el Sr. D. Rafael Diaz de Morales y Bernuy, único de los caballeros Veinticuatros de esta, que aun existe, quien habita la espresada casa número 8, solariega ó principal del Mayorazgo fundado en 1464, con enterramiento en la capilla mayor de la Magdalena, por Lopez Ruiz de Baeza, Veinticuatro de Córdoba: era hijo de Gonzal Yañez de Godoy, hermano mayor de Don Pedro Muñiz de Godoy, gran Maestre de Calatrava y Santiago, y por consiguiente primo hermano de Juan Perez de Godoy, vasallo del Rey, á quien, en unión de su hermano Alfonso, le dio facultad el Dean y Cabildo de Córdoba en 1387 para que hicieran una capilla á espaldas de la de los Reyes, en que se conserváran los restos del dicho Pedro Muñiz, su muger D.ª Elfa, sus padres, el mencionado Gonzal Yañez y sus descendientes, y hé aquí la razon ó el derecho de patronato de los Sres. Diaz de Morales á la capilla de San Pablo de la Catedral.
Muchas y muy esclarecidas han sido las familias nobles que han radicado en Córdoba é innumerables los individuos de las mismas que vemos figurar en la historia de nuestra patria, con grandes y portentosos hechos, como iremos indicando aun cuando ligeramente, en nuestros apuntes; mas entre todas ellas descuellan algunas, como las de los Córdobas, Muñices, Rios, Cabreras, Argotes y otras de grandísima importancia. Por esta razón, cuando llegamos á una calle como la de los Muñices, que recuerda los gloriosos hechos de esta familia, parece natural nos detengamos algo, citando los hijos de ella que mas se han distinguido: así rendimos justo homenage al mérito y satisfacemos la curiosidad de los lectores.
Argote de Molina en su «Nobleza de Andalucía» dice que el linage de Godoy procede de Góido, de quien hace mencion el conde Barcelo en el título 40 de su Noviliario, y Silva y Almeida esplica de otro modo la etimología de Godoy. Cuenta que un caballero de Galicia llamado Pedro Ruiz, vino á Castilla á combatir á los moros, y que antes de una batalla, el Rey, queriendo animar á sus guerreros, les dijo cuando estaban reunidos: «Veremos quien es hoy el godo» significando su deseo de saber cual sería el mas valiente y esforzado. Dióse el combate: Pedro Ruiz hizo prodigios de valor y tuvo la suerte de aprisionar á dos reyes árabes que á seguida llevó á presencia del Monarca cristiano, quien lleno de gozo, esclamó: «¡Bueno ha andado el godo hoy!» de cuyas palabras se formó el segundo apellido, y desde entonces se llamó Pedro Ruiz de Godoy.
Todos los apellidos tienen su historia mas ó menos verosimil, y no seremos los que mas quieran sostenerla; por eso citamos el lugar de donde se toma el apunte, dejando á sus autores la responsabilidad del pensamiento. Lo que sí parece fijo, es que los Godoy proceden de Galicia, donde Pedro Ruiz de Godoy casó con D.ª Teresa Muñiz, hija de uno de los caballeros mas principales de aquel reino. despues encontramos entre los conquistadores de Baeza y Córdoba á Pedro Muñiz de Godoy, quien tiene en esta Catedral honorífica memoria, y sirvió valerosamente al Santo Rey en las conquistas de Andalucía. Se casó en Galicia con D.ª María Arias Mesia, hermana de D. Juan Arias Mesia, Arzobispo de Santiago y conquistador de Sevilla en 1248: de este matrimonio nacieron D. Diego Muñiz de Godoy, que siguió el linage en Galicia, y D. Juan Muñiz de Godoy, que radicó en Córdoba «con casas principales á la collacion de la Magdalena, cerca de la puerta de Andújar, donde dieron el nombre á la calle de los Muñices.» Véase la «Historia de la Casa de Cabrera en Córdoba.»
D. Juan Muñiz de Godoy, Comendador de Estremera, caballero principal, concurrió á la conquista de Córdoba en 1236; despues Comendador mayor de León, casó con D.ª Inés Alfonso Carrillo, hermana de D. Diego Alfonso Carrillo, que también asistió á la espresada conquista.
Su hijo D. Pedro Muñiz de Godoy, electo Maestre de Santiago en 1281, y confirmado en este puesto por la desgraciada muerte de D. Gonzalo Ruiz Girón se declaró á favor de D. Sancho, contra el Rey D. Alfonso, su padre, y fué de los primeros que lo sostuvieron cuando se alzó con la corona.
D. Juan Muñiz de Godoy vivió en tiempo de los Reyes D. Alfonso y D. Sancho, á quienes sirvió con gran valor y bizarría.
Su hijo mayor D. Diego Muñiz de Godoy, uno de los caballeros mas famosos de su tiempo, á quien su tio el Maestre D. Pedro dio el hábito, fué Comendador de Castilla y electo Maestre de Santiago á fines de 1307. Sublevado D. Juan Nuñez de Lara contra el Rey D. Fernando y á favor de D. Alonso de la Cerda, acudió con sus caballeros, teniendo algunas escaramuzas, hasta que el D. Juan se fortificó en su castillo de Tordehumos; uniósele el Rey con sus tropas, haciéndole rendirse con ciertas condiciones. Acompañó despues al Monarca á la conquista de Algeciras, y si bien no la consiguieron, á pesar de un año de sitio, conquistaron á Gibraltar, con lo que desbarataron el ejército. Muerto D. Fernando, y durante la menor edad de D. Alonso XI, se sucedieron las cuestiones de las Tutorías, de que habla la historia, decidiéndose D. Diego con otros grandes, á favor del Infante D. Pedro, y cuando en 1319 se juntaron los tutores, determinando hacer una entrada poderosa en el reino de Granada, pasó el Infante D. Pedro á Sevilla, de donde trajo á Córdoba multitud de armas é instrumentos de combatir, y juntándose D. Pedro y D. Diego Muñiz de Godoy con otros muchos grandes y poderosos caballeros, partieron á la conquista del castillo de Tíscar, que tomaron apesar de su buena defensa. En esto se les unió el Infante D. Juan con su gente, y despues de conquistar el castillo de Ayora, entraron por la vega de Granada, donde hicieron muchos estragos, hasta que el Rey moro mandó á Hozmin, su capitán general, quien se dio tan buenas trazas, que desbarató los ejércitos de los dos Infantes, quienes murieron, D. Pedro de fatiga y D. Juan de dolor, cayendo ambos de sus caballos. Noticioso D. Diego de la derrota, acudió desde una legua de distancia y rehizo la gente, retirándola en tan buen orden, que logró salvarla sin mas pérdida que parte de los bagages. Este desgraciado suceso, ocurrió en 25 de Junio de 1319, en cuyo año falleció también el Maestre.
Encontramos otros muchos individuos de este esclarecido linage, que no anotamos por no hacer largos estos apuntes; mas algunos como los mencionados, no es posible dejarlos en el olvido. Por eso, vamos á ocuparnos del personage mas importante de esta familia, y que á la vez ocupa un distinguido lugar en la historia de nuestra patria. Hablamos del Gran Maestre de Calatrava, D. Pedro Muñiz de Godoy, á quien muchos confunden con el que llevamos mencionado. Fué el tercer hijo de Gonzalo Yañez de Godoy y de D.ª Constancia Ruiz de Baeza, y llegó á considerársele como uno de los mas esclarecidos capitanes de su siglo. Era Maestre de Alcántara, manteniendo también este puesto en el orden de Calatrava, mientras el Papa confirmó, á peticion del Rey D. Pedro, aquel importante cargo en D. Martin Lopez de Córdoba. Decidido partidario de D. Enrique, lo sostuvo con todos sus parientes, deudos y amigos de Córdoba, encontrándose con él y los Infantes D. Tello y D. Sancho en la famosa batalla de Nágera, donde quedó prisionero de los ingleses venidos á favor de D. Pedro, á quien no se lo quisieron entregar, á pesar de sus instancias, y no consiguiendo esto, pidió al Rey de Aragon le quitase la encomienda de Alcañices, teniendo el mismo resultado por mas que lo acusaba de reo de lesa magestad. D. Pedro se rescató él mismo, entregando lo que le dieron por la venta de su villa de Belmonte en Aragón.
Lejos de desmayar D. Pedro en sus propósitos de defender á D. Enrique, siguió haciéndole procélitos en Aragon y Castilla, en tanto que el Infante pasó á Francia en demanda de apoyo contra su hermano. En Córdoba interesó á muchos nobles, entre ellos D. Gonzalo, D. Diego y D. Alonso Fernandez de Córdoba, á quienes había mandado degollar el Rey D. Pedro, Lope Gutierrez de Córdoba, D. Egas Venegas, Ruy Gonzalez Mecia, D. Juan Gonzalez Mecia, D. Gonzalo y D. Fernando Mecía, Diego Gutierrez de los Rios, D. Fernando Osores, los hijos de Micer Egidio de Bocanegra, Micer Bartolomé de Bocanegra, Garci Méndez de Sotomayor, Diego Lopez de Angulo, D. Gimeno de Góngora, D. Juan Alfonso de Guzman, D. Alvaro Pérez de Guzman y D. Pedro Ponce de Leon, todos defensores de Córdoba en la batalla del Campo de la Verdad en 1367, cuando quisieron tomar la ciudad los ejércitos aliados del Rey Don Pedro y Mahomad Rey de Granada, como en su lugar esplicaremos. En este hecho de armas no se encontró D. Pedro Muñiz de Godoy, como supone el escritor D. Rafael de Vida en su leyenda El doble de cepa porque, segun el Padre Ruano, noticioso de que D. Enrique volvía de Francia, salió precipitadamente á su encuentro, asistiendo á su coronacion en Burgos, donde le dio los títulos de Maestre de las órdenes de Calatrava y Alcántara, aunque vivia aun el legítimo Maestre de Calatrava D. Martin Lopez de Córdoba, sobre lo que hubo reclamaciones, resolviendo el Papa, que mientras se declaraba la propiedad, administrase la orden D. Melendo Suarez de Sotomayor.
Encontróse D. Pedro Muñiz de Godoy en Montiel cuando la muerte del Rey D. Pedro, despues de la cual fué confirmado en su cargo de Maestre, y en el sitio de Carmona, donde tan noblemente se portó D. Martin, defendiendo y custodiando los desgraciados hijos de su Monarca.
Grandes mercedes concedió D. Enrique al Maestre Muñiz de Godoy, así como su hijo D. Juan, quien le dio también el puesto de Maestre de Santiago. Encontróse en la memorable batalla de Aljubarrota, lamentable para todo el Reino, donde dio grandes muestras de valor y de conocimientos militares. Asistió el pendón de Córdoba, con muchos de sus mas esclarecidos adalides, quienes dieron grandes y señaladas muestras de su valor.
Enorgullecidos los portugueses con esta victoria, entraron por Estremadura al mando del Condestable D. Nuño Alvarez Pereira, y saliéndole al encuentro los caballeros de Córdoba y Sevilla, lo cercaron con la esperanza de vengarse de la derrota sufrida; mas él formando punta con su ejército, rompió el cerco por donde estaba D. Pedro Muñiz de Godoy quien por atajarles el paso, se entró entre ellos, perdiendo primero el caballo y muriendo despues a fuerza de lanzazos, apesar de defenderse de una manera desesperada. Los cordobeses, rabiosos con la muerte de su general, paisano y amigo, retaron á los portugueses á un duelo con ellos solos; el Condestable reusó, siguiendo su retirada en buen orden, si bien con pérdida de todos sus bagages.
Así murió aquel héroe en la batalla de Valverde á 22 de Octubre de 1385, siendo conducido por sus hijos á la capilla de San Pablo de la Catedral, donde fué sepultado.
Casó dos veces y tuvo muchos hijos, entre ellos D. Diego Pérez de Godoy, á quien el Rey D. Pedro mató á estocadas en Toro, como á otros caballeros refugiados en el palacio de su madre la Reina D.ª María, por cuya accion favoreció el Maestre la causa de D. Enrique, y D. Juan Pérez de Goy, que despues de acompañar á su padre en muchas acciones, murió gloriosamente peleando en la batalla de Aljubarrota.
Pudiéramos citar otros ilustres miembros de esta familia; mas sería demasiado largo y prolijo y no muy propio de estos apuntes.
Los escudos que decoran la casa donde empezamos esta narración, demuestran su nobleza. Allí vemos, acompañados de los de otros apellidos de sus entronques, los de los Muñices de Godoy que son jaquelados, ocho jaqueles de oro y siete de azur, en forma de un tablero de damas, y el de los Morales cuartelado, el 1.° y el 4.° de oro y un moral verde, y el 2.° y 3.° de plata y tres fajas de sable.
Pasó esta casa á los Diaz de Morales por casamiento de la Sra. D.ª Catalina Muñiz de Godoy con D. Pedro Morales y Venegas, siendo todos los poseedores Veinticuatros de Córdoba, en su mayor parte caballeros de las órdenes militares; D. Juan Francisco Diaz de Morales paga de Felipe IV, y capitán de fragata el D. Francisco, padre del actual poseedor: los retratos de todos se conservan en la casa que vamos describiendo, siendo esta la única galería de su clase existente en esta ciudad. Posee además algunos buenos cuadros, como, lo es un ofrecimiento de la Pasión, una Concepcion de Castillo, unos floreros, una Santa Cecilia qué algunos suponen de Rubens, un Nacimiento del Racionero Castro y algunos otros de bastante mérito, debiendo hacer mencion de una mesa tocador de plata primorosamente cincelada y que creemos pertenece á una de las vinculaciones que el Sr. Diaz de Morales posee; dos ó tres de los retratos se consideran debidos al pincel del notable artista Juan de Alfaro, á quien los Diaz de Morales dispensaron una grande y merecida protección. El de D. Francisco es de Gerónimo Espinosa, lego en el convento de San Pablo.
Esta casa es de las mayores de Córdoba; ocupa una superficie de mas de cinco [siete] mil varas; tiene puerta falsa á las callejas de Santa Inés, muchas y buenas habitaciones, oratorio, cuatro patios, jardin, huerta con tres pajas y media de agua de la Fuensantilla, corral, grandes y buenos graneros, caballerizas y cocheras. La escalera principal es de piedra caliza, teniendo en uno de sus escalones incrustada una gran concha, y formado su techo con un lindo artesonado que ya ha sufrido algunas reformas. En su oratorio se veneran con auténtico, la cabeza de San Bonifacio y otra porcion de reliquias, en dos urnas de caoba cerradas de cristales. La estensa fachada de esta casa fué hecha en 1795, y nada ofrece que merezca mencionarse: sustituyó á otra con altos relieves, de los que se conservan dos medios cuerpos en el jardin. El embaldosado que tiene delante, fué puesto á fines del siglo XVIII, siendo su dueño de los primeros que iniciaron esta mejora, que aun no hemos visto terminada. En esta casa nació el distinguido patricio, orador y escritor D. Francisco Diaz de Morales, diputado á Cortes por esta provincia en las de 1820 á 1822.
Noticioso el Ayuntamiento, que muy en breve visitaría á Córdoba S. A. el Conde de Artois, (Enrique VIII [Carlos X]) invitó al Sr. D. Francisco Diaz de Morales y Alfonso de Sousa, dueño á la sazón de la ya espresada casa, para que hospedase en ella al sobrino del Rey, y dicho señor, no solo se prestó á ello, sino que hizo grandes preparativos, entre estos una entrada en forma de rampa desde la plaza de la Magdalena al cuarto preparado al efecto, hasta donde el dia 11 de Agosto de 1782 subió el carruage con el Príncipe, quien se marchó sumamente agradecido á los obsequios del Señor Diaz de Morales; mas el pueblo que siempre encuentra motivo á su crítica, y mas los que se dedican á hacer versos, dieron lugar á que los chicos del barrio cantasen la siguiente redondilla, que sin duda no haría mucha gracia á la persona aludida:
«Don Francisco Diaz Morales, caballero principal, ha recibido al Infante por la puerta del corral.»
Este mismo D. Francisco, ya en los últimos años de su vida, quiso dar ensanche á la calle delante de su casa, á fin de que los carruages pudiesen volver á ella, y hundiendo parte de las casas que poseía y aun posee su señor hijo, formó una pequeña plazoleta que dedicó á la memoria del fundador de su principal mayorazgo, y así en las dos esquinas, que son de mármol negro, se lee en letras doradas, en el lado de la Magdalena «Plazuela de Lope Ruiz de Baeza» y en el contrario «Terrible año de 1805.» En el centro se vé una gran puerta: en lo alto tuvo un San Rafael, que quitado en 1841, se colocó en el oratorio de la casa descrita. La gran puerta del centro fué hecha con la idea de comunicar á la calle de Abejar y que desde allí entrasen los carruages, en aquella época muy elevados y largos de batalla.
Dicho señor murió al poco tiempo, y durante la menor edad de su hijo, gobernaba la casa su señora madre y tutora D.ª María Josefa Victoria Bernuy, hermana del entonces Marqués de Benamejí, y con ella vivia y le ayudaba su hermano político D. José Diaz de Morales, teniente retirado del regimiento del Príncipe, y persona que por sus estravagancias era muy conocida, si bien todos lo querían.
En este estado llegó el año 1808: vinieron los franceses al mando del general Dupont, disponiendo, entre otras cosas, recoger las mulas de los carruages, destinándolas á la artillería, dando lugar á que no quedasen en Córdoba mas coches que los del Obispo y el de esta familia, porque D. José Morales escondió las mulas y le colocó dos bueyes, saliendo á dar sus paseos como si fuese con el mejor tiro de caballos; de noche hacia que el lacayo llevase en la mano un hacha de viento, como un alarde de ser el único que conservaba el coche en aquellas tristes y azarozas circunstancias. Este mismo señor mantenía para su servicio un hermoso burro blanco á que llamaba el Pajarito, al que tenia un gran cariño: en su testamento dejó la casa número 25 de esta calle, á su señora sobrina D.ª Rosario Diaz de Morales, con la precisa condicion de cuidar bien á aquel animal mientras viviese, y de aquí viene el que todo el barrio conozca la espresada casa por la del burro.
En la fachada de la del número 7 hubo hasta 1841 un Santo Cristo, del cual refieren la siguiente tradición: Uno de los Sres. Cerdas, de quienes descienden los Marqueses de Vega de Armijo, llegó á concebir una funesta pasión por la esposa de uno de los Sres. Diaz de Morales, cuya estraordinaria belleza era celebrada en todo Córdoba: perdida su esperanza por el desden de la señora de sus pensamientos, logró al fin que uno de los esclavos le proporcionase una llave del pequeño postigo que aun existe en un rinconcillo que forma la casa en la que penetró; mas su cómplice reflexionó lo hecho, y temeroso del castigo que podia darle su señor, confesó á este su falta, oyendo el mandato de seguir callando: Cerda, como hemos dicho, entró en la morada de la señora, quien indignada lo lanzó de ella, manifestándole que, como le habia dicho por escrito, jamás faltaría á los deberes de la muger honrada, y que de insistir en sus pretenciones llamaría en su amparo á su esposo, quien le haría tenerla el respeto á que era merecedora; salióse á la calle, donde lo esperaba el ofendido, y midiendo sus espadas, Cerda quedó en ella moribundo, en tanto que Diaz de Morales penetró en sus casas, teniendo lugar una escena en que la buena señora estuvo á pique de ser víctima de los fundados celos de su marido. Entretanto, la ronda encontró un cadáver, lo condujo á su casa, y el Corregidor vino á ver al esposo ofendido, llegando tan á tiempo, que logró evitar una nueva desgracia: el moribundo tenia en la mano la carta en que le quitaban toda esperanza, y en ella habia escrito con su sangre y dedo, unas letras en que confusamente se leia «es inocente.» Este hecho quedó oculto en las sombras del misterio; mas á poco apareció la imagen del Crucifijo que todos decían de la Sangre, con una luz que diariamente le encendían y que aun conserva en el oratorio de los Sres. Diaz de Morales.
El autor de los Casos raros de Córdoba refiere otra tradicion relacionada con el Santo Cristo de la calle de los Muñices, y para nosotros es completamente inverosímil. Dice que en el siglo XVII, época en que segun la anterior no existia dicha imagen en aquel sitio, habia en Córdoba un caballero muy dado á las aventuras nocturnas, á las que dedicaba casi todas las horas libres del indispensable descanso: su elemento eran las conquistas amorosas con los lances que ellas traen consigo, á veces tan peligrosos. Una noche retirábase á su casa, cuando cerca de las tres de la madrugada vio en la plaza de la Magdalena una dama con basquina y envuelta en un manto: requirióla de amores, sin obtener contestacion alguna; mas invitándola á entrar en su casa, allí muy cerca, hizo un signo afirmativo con la cabeza: siguieron juntos: los criados del caballero abrieron la puerta y ambos entraron hasta el aposento principal: la dama permanecía de pié sin descubrirse, y el caballero mandó traer unos dulces que al punto fueron servidos en una hermosa bandeja de plata: invitóle á tomar alguno, y entonces todos se sorprendieron viendo salir de bajo el manto una mano negra y completamente descarnada, á cuyo contacto empezó á derretirse aquella. El gallardo mancebo no sabia que determinacion tomar; mas comprendiendo que el echarla solo de galante era lo mejor, se ofreció á acompañarla otra vez al punto donde fué hallada: así lo hicieron, y otra vez en la plaza de la Magdalena la saludó y volvióse; violo la dama, y con una horrible voz, le dijo: «¡¡Qué, te vas!!» echando tras él á largos pasos; el joven aceleró el suyo, luego corrió, y viendo que el brazo que antes habia helado su sangre iba á asirlo de un hombro, dio un grito y se arrodilló ante el Santo Cristo de la calle de los Muñices, á quien pidió amparo, y de él lo obtuvo bien pronto; aquella sombra desapareció: la luz del farolillo de la imagen alumbró toda la calle, y á favor de ella el caballero penetró en su casa arrepentido de su pasada conducta, que desde aquel momento reformó, tornándose digno del aprecio de las personas honradas.
Es creencia muy admitida, que en la calle de los Muñices tuvo su morada y murió en 1667 el pintor cordobés Antonio del Castillo y Saavedra, que habia nacido en 1603; discípulo de su padre Agustín, de su tio Juan del Castillo y de Francisco Zurbarán, llegó á adquirir gran fama por su corrección, particularmente en el dibujo, como se vé en las muchas obras que dejó y en su mayor parte se conservan. Fué maestro del célebre Juan de Alfaro, de quien despues tuvo celos, y por último pasó á Sevilla, donde al ver las obras de Murillo, á quien no podia igualar, cayó en una especie de melancolía que lentamente lo llevó al sepulcro. No hemos encontrado la partida de defuncion en la parroquia de la Magdalena.
Aisladas encontramos también las llamadas callejas de Santa Inés, puesto que al terminar lo hacen en la plazuela de los Huevos, que en parte pertenece á San Andrés; por esta razón nos ocupamos á seguida de la calle de los Muñices. Dalas nombre un convento de monjas franciscas con aquella advocación, fundado por dos hermanas llamadas Leonor y Beatriz Gutierrez de la Membrilla, religiosas en Santa Clara, de cuya comunidad se separaron en 1475 para llevar á cabo esta fundacion que tuvo principio por un beaterío, como otros muchos que hubo en Córdoba. Era el convento bastante grande, no así la iglesia que no pasaba de una mediana estension, de buena forma, coros alto y bajo frente á el altar mayor, y los retablos y demás adornos, del gusto introducido en casi todos los templos de Córdoba en época poco floreciente para las artes. Eran patronos los Marqueses de Villaverde, por haberse hecho la iglesia en terreno de su familia y costeado la capilla mayor, donde los Aguayos tenian enterramiento.
La comunidad fué siempre muy considerada por las repetidas muestras de virtudes que dieron las religiosas, muchas de las que murieron en opinion de santas y hemos visto citadas en diferentes escritos. Las mas notables fueron Sor María Ana de Córdoba, de la casa de su apellido, á cuyos bienes y comodidades renunció: consagrándose á la oracion y silicios, contrajo una enfermedad de que murió en 1590; Sor Constanza de Rivera, llegó á adquirir gran fama de santidad y murió en 1600, y Sor María del Puerto, natural de Córdoba, como las anteriores, en el claustro María del Corpus Cristi, de la cual se cuentan muchos y portentosos milagros, como el ver desde su celda una procesión en la Santa Iglesia Catedral, dando razón hasta de los mas minuciosos detalles; el haber conseguido que de pronto se viese un guindo de su convento cubierto de hermoso y sazonado fruto, cuando se encontraban en Navidad, y otros casos estraordinarios que le atrageron la admiración; todos acudían ansiosos á consultarle sus, pesares. Su fervorosa devocion al Santísimo Sacramento, le hizo fundar una cofradía muy numerosa que llegó á obtener la aprobacion de Su Santidad, alistándose en ella todo lo mas principal de Córdoba. Cargada de padecimientos que sobrellevó con una resignacion admirable, murió en 1630, acudiendo multitud de gente en demanda de reliquias y rogando que tocasen los rosarios y otros objetos al cadáver de aquella esposa de Jesucristo, y por último Sor Catalina Poderoso que hácia 1820 hizo algunas poesías á San Rafael, en las que reflejaba su aversión al sistema constitucional que entonces dominaba. En este convento dicen estuvo D.ª Elvira de Bañuelos, de cuya tradicion nos ocuparemos mas adelante. En el archivo de la Universidad de Sres. Beneficiados de esta capital, hemos visto un acta de todo lo ocurrido en el terremoto que se sintió en Córdoba el dia 1° de Noviembre de 1755, y en ella dice, que entre las pocas desgracias que afortunadamente hubo, se contaba la de una niña que estando en la iglesia de Santa Inés advirtió moverse la santa, y creyendo que era llamarla, se acercó al mismo tiempo que la escultura se le cayó encima, causándole una herida en la cabeza. En 23 de Setiembre de 1733 hubo una gran tormenta, y de los varios rayos que cayeron uno fué en Santa Inés junto á una monja, sin causarle el menor daño.
Este convento ha sufrido muchas reformas, y en una de ellas, en 1697, se le incorporó con licencia de la Ciudad, una calleja sin salida que habia en las de Santa Inés. En 1836 se mandaron suprimir algunos conventos, y esta suerte le cupo al ya citado, cuyo edificio se vendió y ha servido de provisión, teatro, posada y en la actualidad en varias casas de vecinos. La comunidad fué siempre numerosa, así que en el censo de poblacion de 1718, aparece con cincuenta monjas, diez pupilas y diez y ocho criadas.
En estas callejas estuvieron las casas solariegas de los Condes del Portillo y Marqueses del Vado, derribadas en 1846 y hoy convertidas en dos grandes corrales, uno de ellos destinado á los carros de la limpieza. Delante del convento, era la calle muy estrecha; hasta que D. Francisco Diaz de Morales, á quien acudieron las monjas, á fines del siglo XVIII, les cedió parte de su huerto, apesar de quedarse fuera un gran pozo de noria que está cubierto con una losa, y no se vé por la tierra que tiene encima.
Una de las esquinas del convento, está sostenida por media columna de piedra azufrosa, y es tradicion entre los chicos del barrio, que en ella se convirtió un caballero de mala vida, á quien el diablo perseguia por sus pecados, y que al ver la cruz sobre la puerca del convento, huyó dejándolo convertido en marmolillo, con el olor á azufre que exhala; al mismo tiempo apareció en una portadilla, enfrente, un letrero en que se lee: «Dios te vé, teme á Dios;» su origen es muy diferente.
Los alrededores de la parroquia, como en todas ellas, son conocidos por el Cementerio de la Magdalena: queda á un lado la calleja Palarea, apellido de un morador antiguo; pasamos la corta calle Rastrera, título que hace siglos trae, ocasionado de una vecina que hizo gran fortuna en las compras y ventas del Rastro, y llegamos á la calle de Arenillas, nombre que algunos creen proviene de la clase de terreno encontrado en los pozos ó cimientos, lo cual es una vulgaridad que desvanecemos con datos. En una casa hundida, que aun conserva los escudos de armas de los Aguayos en su fachada, vivió en el siglo XV D. Juan Fernandez de Arenillas, caballero muy ilustre que dio nombre á su calle: tuvo por hija á D.ª María Fernandez de Arenillas, que casó con D. Pedro Ruiz de Cárdenas, Alcalde mayor y Veinticuatro de Córdoba, caballero muy poderoso en tiempo de Enrique IV, señor de varios heredamientos en Peñaflor, amigo y partidario de D. Alonso Fernandez de Córdoba contra el Conde de Cabra y sus parciales, de todo lo que nos ocuparemos en otro lugar. En la casa núm. 20 de esta calle, vive en la actualidad el estudioso y concienzudo pintor D. José Saló, cuyas obras no debemos juzgar en esta: en la núm. 18 tiene su morada un desgraciado joven, vestido de muger, que medirá unas tres cuartas de altura, y que se ocupa en trabajar filigrana para las platerías.
El espresado Sr. Saló, artista de grandes conocimientos, ha reunido en su casa, durante el espacio de cuarenta años, una buena galería de pinturas y esculturas de artistas notables, tanto nacionales como extrangeros, contando entre estos á Rubens, Bombermans [Wouwermans], Basan, Guido Reni y otros, y entre los primeros á Murillo, Antolines, Valdés Leal, Alfaro, Castillos y algunos mas que no recordamos. En las esculturas las hay muy buenas, atendida la dificultad de poder adquirir hoy los objetos curiosos por haber desaparecido muchos de entre nosotros, pasando á enriquecer los museos extranjeros; sin embargo, hemos tenido el gusto de ver modelos de mérito, como son los de los bajos relieves que para los púlpitos de la Catedral ejecutó Verdiguier, y el de la estatua de la Fé que hizo para uno de aquellos. El modelo del alto relieve que D. Pedro Duque Cornejo ejecutó para colocarlo sobre la silla del Prelado en la ya citada Sta. Iglesia. Otro modelo de Valdés Leal que representa á San Gerónimo, hecho en barro con la misma maestría que lo podia hacer en pintura. Son dignos de mencion otros modelitos de santos, ejecutados también en barro, con mucha gracia, por Agustín Rodriguez, sin que en ellos se revele su mucha edad ni sus acerbos y continuos padecimientos, pues estas esculturitas las hacía para socorrerse, imposibilitado de pintar, lo que hizo muy bien, siendo acaso el mejor imitador de Antonio del Castillo. Asimismo vimos una mano vaciada, que segun una inscripcion es la del dicho pintor y escultor Agustín Rodriguez. Tiene el Sr. Saló otras muchas esculturitas ejecutadas en cera con colorido, y otros objetos no menos curiosos y apreciables. Una de las cosas mas preciosas que allí vimos y que en nuestro concepto debia figurar en un museo, es una coleccion de apuntes originales de célebres pintores antiguos, en que los hay del Españoleto, Reinoso, Murillo, Valdés, Fr. Juan del Santísimo Sacramento y Castillos, llamándonos estraordinariamente la atencion el apunte de Velazquez para su famoso cuadro de las lanzas. Allí tuvimos ocasión de ver algunos objetos arqueológicos de mucha importancia, como capiteles árabes del mejor gusto, inscripciones de igual clase en diferentes cosas, lápidas y una maceta ó tiesto para flores, también árabe, único en su clase que hemos logrado ver. El Sr. Saló se ocupa en arreglar locales apropósito para su conservación, y en formar un catálogo, con lo que aumentará su importancia.
A un estremo de la calle de Arenillas, está la plazuela de las Tazas, nombre originado por una alfarería que hubo antiguamente, y segun otros por ser donde se labraban las mejores tazas ó empuñaduras para las espadas. Se ha llamado de los Toros, apellido de unos de sus moradores. Por el otro lado sale á la calle Ancha de la Magdalena, justificado por ser la de mayor anchura que hay en el barrio; antes se llamó plazuela del Cañaveral y de los Benavides: en ella principia la calle del General Serrano [Isabel II], que ha seguido de cuarenta años á esta parte todos los cambios políticos de mas importancia. Desde el siglo XV encontramos á esta calle llamándose de D. Carlos, sin que nadie se haya ocupado en averiguar quien fuera este señor, que nosotros tampoco hemos conseguido aclarar: en 1834, despues de la muerte de D. Fernando VII, cuando su hermano D. Carlos de Borbon promovió la guerra civil, el Ayuntamiento liberal le quitó aquel nombre á la calle y le puso el de Isabel segunda, con el que siguió hasta 1862, que habiendo venido esta Reina á Córdoba, quisieron señalar la calle por dónde entró y le pusieron aquel nombre á la Carrera de la puerta Nueva, y porque no hubiera duplicados, á la calle de que nos ocupamos la titularon del Príncipe Alfonso, que le duró seis años, pues en 1868 á la caida de la dinastía de los Borbones, le volvieron á mudar el título y le digeron del General Serrano, que es el que conserva, y no sabemos cuanto tiempo le durará. Algunas veces la hemos visto llamada calle del Postigo de San Bartolomé, porque estaba en ella el del hospital de este título. A la mediacion hay una calleja muy estrecha nombrada del Tomillar, sin que podamos fijar su origen; llegaba hasta la calle hoy de Alcolea, acortando su longitud el derribo de aquel piadoso establecimiento, cuyo solar se ha convertido en plazuela.
Siendo Obispo de Córdoba D. Leopoldo de Austria, vino á esta ciudad el venerable Juan de Avila, á quien sus virtudes, saber y dotes oratorias, le valieron el dictado de Apóstol de Andalucía: predicó en varias iglesias, entre ellas la Catedral, recogiendo tan copioso fruto, que fueron innumerables las confesiones generales hechas por los cordobeses, además de otra porcion de actos enumerados en sus obras y en los Casos raros de Córdoba. Muchos sacerdotes se declararon sus discípulos y otras personas se entregaron con gozo á su dirección. En este tiempo los tejedores de paños trataron de asociarse, y aquel sabio varón les aconsejó la fundacion de un hospital, para el socorro de tantos enfermos desvalidos; prevaleció su opinion y á seguida fundaron el hospital de San Bartolomé y Santa María Magdalena, detrás de la parroquia de este mismo título: dando un real por cada pieza de paño que tegian, llegaron á reunir un fondo suficiente á comprar terreno mas espacioso y apropósito, como lo era el edificio que luego construyeron en la calle de Alcolea; en esto se les unió Pedro Fernandez de Valenzuela, quien aparece como fundador, por lo que fueron patronos de esta casa los Sres. Montesinos, á los que como ofrenda habia de regalárseles todos los años un cubierto de plata. Edificóse el nuevo hospital é iglesia, diciéndose en ella la primera misa en el año 1557, época en que dedicaron aquel á la curacion del venéreo, ya muy generalizado, y se le dijo San Bartolomé de las Bubas para distinguirlo de otros de igual advocación. Falto de reglas, ó estraviadas con otros muchos papeles, el hermano mayor Lic. Andrés Muñoz de los Reyes, de acuerdo con el Rector de la Magdalena Lic. Alonso Ponce de la Rosa, en la tarde del dia 17 de Agosto de 1670, reunieron á los cofrades y redactaron unos estatutos que fueron aprobados en 4 de Setiembre siguiente por el Obispo D. Francisco de Alarcon y su Provisor D. Pedro de Armenta, observándose con gran cuidado durante muchos años. No sabemos cuando ni por qué cambió su instituto, y últimamente solo se abría en cierta época del año, con veinte camas para la curacion de intermitentes, hasta que en 1842 la Junta de Beneficencia se hizo cargo de él incorporándolo al hospital de Crónicos ó del Smo. Cristo de la Misericordia.
El edificio estuvo arrendado, y en 1841 se destinó á Escuela Normal de maestros; despues ésta pasó á Antón Cabrera y volvieron á arrendarlo, y por último en 1860 fué denunciado por ruinoso y el Ayuntamiento, á propuesta de su presidente D. Carlos Ramirez de Arellano, lo compró, derribándolo en 1861 y dejando la plaza que lleva su nombre.
Su iglesia tenia una portada modesta muy sugeta á las reglas de arquitectura: formaba su interior una nave capaz, y el frente lo ocupaba el retablo que hoy está en el altar mayor de la iglesia de la Casa de Expósitos; estaba pintado de encarnado con adornos en oro, teniendo en el centro la imagen del titular, que ya hemos dicho está en la Magdalena, y por cima un gran cuadro que representa á Santa María Magdalena, y es al parecer de algún mérito. En otros altares estaban la Vírgen de los Remedios, con cofradía, y una Concepción, que también están en la espresada parroquia, y la que sacaba el rosario tres veces en semana, la Vírgen de los Dolores, y al final, en una pequeña capilla, un Crucifijo al fresco, de muy mala mano. En este lugar de la iglesia, fue enterrado el fundador Pedro Fernandez de Valenzuela, con una lápida espresándolo, y en 13 de Setiembre de 1655 inhumaron también allí el cadáver del Lic. Juan Muñoz de la Cruz, con un epitafio en su loor, redactado por el escritor cordobes Lic. Pedro Diaz de Rivas.
La hermandad de San Bartolomé hacia fiesta á su titular, y en un principio procesiones para, llevar comida y ropas á los enfermos. En el dia del santo se celebraba en la calle una velada muy concurrida, que trasladada despues á la plazuela de la Magdalena, ha perdido toda su importancia y puede considerarse suprimida.
En las grandes epidemias de 1601 y 1649 y 50, este hospital fué útilísimo: se estableció en él la botica para los enfermos y el depósito de leña, ropas y demás, tan necesario en aquellas tristes circunstancias.
En esta iglesia estuvo establecida muchos años una de las asociaciones que con el título de Escuelas de Cristo, hubo en esta ciudad. Allí hacian sus egercicios religiosos y contribuian, en lo posible, al sostenimiento de las iglesias donde recidian. A esta de San Bartolomé, pertenecieron muchas personas de vida ejemplarisima; así hemos visto escritas y existen en un tomo de papeles varios de la Biblioteca provincial, la necrología ó carta vida del hermano Diego Arévalo, hijo de una humilde familia del barrio de San Lorenzo, donde fué bautizado : dedicado á las faenas del campo dio grandes muestras de virtuoso, entrando en la Escuela de Cristo de San Bartolomé, en cuyo hospital se dedicó á la asistencia de enfermos, llegando á adquirir tal fama de santidad, que todos lo miraron con el mas respetuoso afecto, hasta Octubre de 1757 en que ocurrió su fallecimiento. El otro á que nos referimos es el Bachiller D. Cristóbal Crespo; ganó por oposicion la rectoral de San Pedro, y luego por sus grandes virtudes, lo eligió el Obispo para director del colegio de Niñas huérfanas de la Piedad. En los tres cargos desempeñados por este virtuoso sacerdote, dio pruebas de sus sentimientos piadosos y del esmero con que acudía á el alivio de sus semejantes sumidos en la desgracia. Murió en Noviembre de 1751, á los sesenta y siete años de su edad, de resultas de haberse quebrado una pierna.
En la vida de San Alvaro, se hace mencion de un panadero, vecino del hospital de San Bartolomé, acometido de una horrible lepra, el cual abandonado de todos, se marchó á la cueva de aquel santo, donde á los dos ó tres dias quedó completamente bueno.
Frente á la espresada plaza, hay otra mas pequeña que dicen del Conde de Gavia, porque las casas núm. 3, hoy bodega de los señores Fuentes y compañía, eran las solariegas de los señores de aquel título, quienes habitaron en ellas hasta fines del siglo XVIII que fueron devoradas por un incendio: entonces trasladáronse sus dueños á la del condado de Valdelasgranas que también poseían.
Algunos antiguos cuentan de un conde de Gavia, que queriendo dar grandes reuniones en sus casas, corrió las estancias ó habitaciones, y sea por la mala direccion de la obra ó por el peso de la mucha gente, se hundieron los entresuelos; mas esto no pasa de ser una invención, toda vez que la causa verdadera es la ya referida. En el censo de poblacion formado en 1718, el mas antiguo que existe, aparecen inscritos en esta casa el Conde de Gavia, D. Lope Francisco de los Rios, con su muger D.ª Isabel Fernandez de Morales, siete hijos y varios domésticos, entre ellos dos esclavos.
La calle de Alcolea corresponde á dos barrios : desde la plazuela del Vizconde hasta la de San Bartolomé, á San Pedro, y de allí en adelante, á la Magdalena. Se ha llamado de San Bartolomé, por el hospital, y de la Puerta Nueva; despues llamaron á toda Carrera de la Puerta Nueva, hasta 1862 que la denominaron de Isabel segunda, y por último en 1838 le variaron otra vez el título por el de Alcolea, en memoria del hecho de armas del dia 28 de Setiembre,
Varias son las casas de esta calle dignas de mencionarse como de interés para nuestra historia. En primer lugar hallamos las núm. 96, propias de D. Agustín de Fuentes y Horcas: eran las principales de uno de los mayorazgos fundados por el célebre caudillo Alcaide de Antequera Don Rodrigo de Narvaez : en la esquina de la calle del Pozo [Francisco de Borja Pavón], se ven los escudos de este apellido y el de los Saavedras.
En el siglo XVI cuando estuvo en Córdoba el ya citado Mtro. Juan de Ávila, moraba en dichas casas la Sra. D.ª Teresa Narvaez, tan piadosa y caritativa, que sostenia dentro de aquellas cuarenta camas, donde asistia veinte mujeres y veinte hombres pobres enfermos, cuidando ella con sus criadas á las primeras y el Padre Avila con sus discípulos á los segundos. Con este motivo haremos mención de un suceso referido en los Casos raros de Córdoba:
Uno de los prebendados de la Catedral, individuo de la aristocracia cordobesa, habia logrado cautivar la atencion de una hermosa joven perteneciente también á una noble y honrada familia: seducida por los halagos y ofrecimientos de aquel, y sin premeditar el paso que daba, abandonó su casa y marchóse á la del Prebendado, donde estuvo seis ó siete años, durante los cuales dio á luz cuatro hijos. Su vida no era la mas apacible: pasaba el tiempo encerrada en su habitación, y ni era dueña de pasear la casa, porque su seductor la esclavizó hasta el punto de recogar la llave de su estancia; en este tiempo predicaba con frecuencia el Mtro. Avila, y un dia en que todos los de la casa, excepto ella, iban á oirle, llamó desde la ventana á uno de los criados, rogándole hiciera por facilitarle el ir á la iglesia, prometiéndole volverse antes que su amo; negóse al pronto, mas á vista de un lindo anillo que le dio, trajo un manto y puso una escalera por la cual bajó la joven, hasta sin zapatos, y se marchó á la Catedral, costándole gran trabajo colocarse frente al púlpito. Subió á él aquel santo, que en tan alto grado poseia el don de la palabra, y como si la Providencia le hiciese adivinar la vida del Prebendado y su cautiva, fué tanto y tan apropósito lo que dijo, que al terminar entró en la sacristía arrojándose á sus pies, una desgraciada é infeliz muger, en quien nuestros lectores fácilmente reconocerán á la que viene siendo objeto de nuestra narración. Anegada en lágrimas de dolor y arrepentimiento, se puso bajo su amparo, jurándole apartarse para siempre de la vida pasada y terminarla bajo su direccion caritativa: cariñosas y dulces palabras acogieron sus declaraciones, saliendo el Mtro. Avila acompañado de la joven hasta la casa de D.ª Teresa Narvaez, donde con igual afecto fué recibido tan delicado depósito.
Cuando el Prebendado volvió á su casa y abrió la habitación, encontrándose burlado, salió como un tigre, registró hasta el último departamento, pudiendo apenas preguntar, lleno de coraje, por el paradero de la fugitiva, de que nadie le daba conocimiento. Sin resultado favorable, salió á la calle, preguntando á cuantos veia, hasta que al fin supo el respetable lugar deposito de su adorada. Bien pronto reunió á sus criados y otros hombres y se dirigió á casa de D.ª Teresa Narvaez, resuelto á sacar de grado ó por fuerza á la mujer que buscaba. Súpolo dicha señora y enseguida avisó al Mtro. Avila, quien puso en conocimiento del Corregidor cuanto ocurría en el asunto, decidiéndolo á presentarse, como lo hizo: reprendióle su conducta, amenazó á los que le acompañaban, y todos se retiraron, no sin jurar vengarse de lo ocurrido; mas aquella noche salieron de Córdoba el venerable Padre y la joven, á quienes el Corregidor acompañó hasta dos leguas de la ciudad. Llegados á Montilla, la Marquesa de Priego, cuyas virtudes eran tan conocidas, se hizo cargo de la joven, teniéndola mucho tiempo en su casa, desoyendo las súplicas del Prebendado, quien, como su pariente, le rogó se la entregase; desde allí pasó á Granada, y por último, curada por completo, volvió á Córdoba, donde vivió honradamente con el producto de cuatro mil ducados que le dieron el Arzobispo de Granada, el Marqués y Marquesa de Priego, y un caballero condolido de su situación. Ya en Córdoba, recogió sus cuatro hijos, dos hembras, que entraron religiosas en un convento de esta ciudad, y los otros dos varones, uno murió muy joven y el otro casó, siendo modelo de hombres honrados. El Prebendado, aunque jamás pudo ver á su fugitiva, dio los dotes para el convento y un capital para el varón al casarse. La casa donde principiamos nuestro relato, pasó despues á la pertenencia de los Condes de la Jarosa, título que en 1705 concedió Felipe V á Don Alonso Pérez de Saavedra y vino á recaer en la casa de Villaseca, cuyos marqueses arrendaron aquella, llegando al estremo de ser parador de diligencias, y por último la vendieron á censo á D. Francisco Solano Horcas, de quien la heredó el Sr. Fuentes.
En frente hay otra casa núm. 104, perteneciente á uno de los mayorazgos de los Sres. Cárdenas y Caicedos, también incorporado á la casa de Villaseca, por la que fué vendida á censo al Mariscal de campo y despues Marqués de Campo Alegre D. Fadrique Bernuy, natural de Écija, quien a pesar de los antecedentes de su familia á la muerte de Fernando VII, encontrándose de coronel del provincial de Bujalance, abrazó la causa de D.ª Isabel II, haciendo la guerra de los siete años, en la que prestó muy buenos y señalados servicios, en la accion de Mendigorria y otras muchas en que siempre supo distinguirse como valiente y caballero. Sobre la puerta de esta casa existe un escudo de armas, igual al de la de los Sres. Fuentes, lo que indica han debido pertenecer á una misma familia.
No es menos digna de llamar nuestra atencion la casa taberna esquina á la calle del Pozo [Francisco de Borja Pavón], conocida por la de la Niña del milagro. En ella vivia en 1808, Pedro Moreno, honrado cordobés, quien no pudiendo sufrir que su patria gimiera bajo el yugo de las águilas francesas, se asomó al balcón cuando entraba por la Puerta Nueva el general Dupont y le disparó su escopeta, matándole el caballo é hiriendo á uno de sus edecanes; tan heroica imprudencia, provocó la ira de los soldados franceses, quienes entrando en la casa asesinaron á cuantas personas vieron, incluso el Moreno, sin esceptuar mas que á una niña de pecho que sacó uno enganchada en la bayoneta de su fusil y se la dio á una muger que por caridad la conservó hasta que volvió á su familia: en edad apropósito entró de religiosa en el convento de Jesus María, del orden de San Francisco de Paula, desde donde pasó al de Santa Isabel de los Angeles, en el que existe haciendo el oficio de portera, y es conocida por Sor María de Jesus Moreno.
La citada calle del Pozo que afluye á la de Alcolea, nada de particular ofrece: debe su nombre á un pozo que había en una de sus casas á disposicion del público, entrando por un callejon, al que se bajaba por dos ó tres escalones; suprimióse á principio de este siglo por considerarlo innecesario con las dos fuentes cercanas de la Magdalena y Campo de San Antón; en la casa núm. 18 de esta calle [hoy en lamentable estado] nació el notable escritor D. Francisco de Borja Pavón. Frente á espresada calle y en la esquina de la casa del Sr. Marqués de Campo Alegre, hubo hasta 1841 un cuadro que representaba á Jesus Nazareno, copia del de Valdés que estuvo en la Zapatería, hoy, calle del Liceo.
Hacia la esquina de la calle Ancha de la Magdalena principia una cloaca ó alcantarillado que termina en el Caño de Venceguerra. En el sitio de que nos hemos ocupado empieza la calle de las Ferias, que solo pertenece á este barrio hasta la de Frias que vuelve á enlazar con la ya descrita plazuela del Conde de Gavia. Se llama de las Ferias, porque, desierta casi por completo durante el año, solo se veia concurrida en las veladas de Santiago y San Bartolomé y feria de la Fuensanta, en que el tránsito era mucho, y mas aun antes de abrirse la Puerta Nueva, hoy de Alcolea. La calle de Frias divide los barrios de la Magdalena y Santiago, correspondiendo cada acera á uno de ellos: tomó el nombre de la ilustre familia de este apellido, cuyas casas no se puede fijar con exactitud; mas sí aseguramos el origen del título: hemos visto el testamento de D. Rodrigo de Frias, caballero de Alcántara, que falleció en 1488 y fué enterrado en su capilla de la parroquia de Santiago, circunstancia que nos induce á creer que ha de pertenecer á uno de los entronques de la casa de Gavia.
A la entrada casi de la calle de las Ferias está la travesía llamada del Horno de la Cruz Verde, por una bien grande que habia en la esquina con un brazo á cada calle, y que denotaba ser la propiedad de la casa del Tribunal de la Inquisición: sigue Barrio Nuevo, que en su mayor parte corresponde á Santiago, y desde 1868 encontramos en este punto otra salida al Campo de San Antón, mejora y comodidad que dio á aquellos vecinos el derribo de las murallas realizada en aquel tiempo, sin el cuidado necesario para que no se hiciesen tantos desaciertos.
La Puerta Nueva, hoy llamada de Alcolea, ¡cuántos recuerdos históricos conserva! Mudo testigo de la grandeza y de la desgracia, ha visto pasar por ella, lo mismo los ejércitos que han venido á humillarnos, que los que han sabido dar tantos dias de gloria á las armas españolas; por ella hemos ido en busca de la victoria ó de una muerte gloriosa: ¡qué diremos de este monumento, raquítico en su forma, pero grande en sus recuerdos, ostentando por tales los agugeros de las balas del ejército invasor; abiertas sus puertas á cañonazos por ser las primeras que pretendieron cerrar el paso á los que venían á robarnos nuestra idolatrada independencia! Mas, concretémonos á nuestra misión, cual es hacer indicaciones sobre cuanto existe en Córdoba, y dejemos á mejor cortada pluma los comentarios que en este y otros sitios pueden hacerse y que vendrían á alargar demasiado nuestra obra.
Esta puerta se abrió en el año 1518, adquiriéndose al efecto una casa que existia en aquel punto, segun acuerdo de la Ciudad, en acta de 18 de Junio que hemos visto: se hizo esclusivamente para el paso y servicio de los vecinos de aquel barrio; su primitiva fábrica fué un arco bastante bajo, por estilo de la puerta del Osario, teniendo por cima y exteriormente una capilla en que se daba culto á una imagen de la Vírgen. despues de construida por Carlos III la carretera general de Madrid á Cádiz, se hundió aquella obra, llevando la Vírgen al Cármen y edificando la portada en la forma que la vemos; los asientos de la parte de fuera quedaron formando un callejón, y en 1854 el ya citado Alcalde Sr. García del Cid, los mandó separar, formando la esplanada que tiene, y fué cuando quedó dentro el álamo que vemos saliendo á la derecha, y respetado por su lozanía.
Por esta puerta han entrado en Córdoba muchos personages que ocupan distinguidos lugares en la historia de España, y creemos deber consignar algunos como recuerdos dignos de conservarse. El dia 22 de Febrero de 1570 entró por ella, bajo palio, el Rey Felipe II: la Ciudad tuvo aviso de su venida: se reunió con todos los individuos, nobleza y demás escolta en las casas Capitulares, que eran la núm. 5 de la calle de Ambrosio de Morales, y salieron á caballo por la Puerta Nueva, siguiendo por San Sebastian hasta el alto que forma el camino del Palvorin mas allá del jardin de Miraflores; allí echaron pié á tierra esperando que llegara el Rey: éste vino al fin, y al verlos se bajó también de su caballo y prestó el acostumbrado juramento de respetar los fueros y privilegios de Córdoba, que le recibió el Corregidor D. Francisco de Zapata y Cisneros, emprendiendo á seguida la marcha entre los vivas y aclamaciones tan de cajón en estos casos; pasaron por delante de unos tablados cubiertos de paños de corte ó tapices, formados entre San Sebastian y San Juan de Dios y á los lados de la puerta de la Ciudad; en ellos estaban las señoras cordobesas y unas buenas y numerosas músicas de atabales, chirimías y otros instrumentos de aquella época; el Rey siguió por San Pedro, Corredera, Esparteria, Marmolejos, hoy Ayuntamiento, Puerta de hierro (Zapatería), Arquillo (Arco Real) á las casas Capitulares, y despues á la Catedral y palacio del Obispo, donde se hospedó. Para este recibimiento se compuso la puerta, se quitaron unos montones de tierra y escombros, y se mandaron retirar una porcion de depósitos de estiercol, todo lo cual consta en los capitulares que se conservan en el archivo del Ayuntamiento.
En unos manuscritos de aquel tiempo encontramos otros curiosos datos sobre la venida á Córdoba del Rey Felipe II, dignos de ocupar un preferente lugar en nuestra obra.
A principios de Diciembre de 1569 convocó el Rey cortes para Córdoba en el siguiente año, y en el mismo mes escribió á la Ciudad, dándole la noticia, y al Obispo notificándole su venida y aposentamiento en el palacio Episcopal, donde se empezaron á hacer los preparativos, ocupándose en ellos mas de doscientos trabajadores. El Obispo D. Cristóbal de Rojas, con licencia del Cabildo, se trasladó al hospital de San Sebastian, hoy casa de Expósitos, llevando los enfermos al de Antón Cabrera, permaneciendo así todo el tiempo necesario. A poco vinieron á Córdoba los aposentadores de su real casa Fernando de Frias, Francisco de San Vicente y Juan Diaz de la Peña, quienes designaron las habitaciones del Rey y comitiva y aun las casas en que habian de hospedarse los demás personages que se esperaban. A los pocos dias empezaron á venir algunos para asistir á las Cortes, y el dia 10 de Enero de 1570, entró por la Puerta Nueva, el Cardenal de España, Presidente del Consejo Real é Inquisidor general: hízosele un gran recibimiento, saliendo los individuos del Tribunal de Córdoba con su estandarte, acompañándole hasta las casas de D. Diego de Córdoba, hoy las de la Sra. Duquesa de Almodovar del Valle, donde se hospedó unos dias, trasladándose despues con el Obispo al hospital de San Sebastian; aquella noche hubo repique, iluminaciones y cohetes. Para el recibimiento del Rey se entoldaron las calles por donde habia de pasar hasta palacio y se pusieron en ellas multitud de colgaduras y otros adornos, con especialidad en la fuente de la Corredera y en el Arquillo del Salvador, que desde entonces se llamó Arco Real. Salieron los Jurados vestidos de terciopelo verde y gorras de lo mismo y con los forros de raso amarillo, y los caballeros Veinticuatros, de terciopelo carmesí y forros de raso blanco: hecho el juramento, colocóse el Rey bajo un palio de brocado con veinte y dos varas, que tomaron los segundos: montaba un hermoso caballo castaño oscuro, y vestía de negro con saco y capote y el sombrero con que tanto se distingue en sus retratos. Iban delante cuatro Reyes de Armas con coronas sobre las mazas; detrás otros cuatro con dalmáticas de brocado bordadas y en ellas pintadas las armas reales, y delante del palio, dándole la derecha, se veia al Prior de San Juan, á caballo, descubierto y con una espada ancha descansando en el hombro, y detras toda la escolta y comitiva. Dos dias despues vinieron los Príncipes de Hungría D. Rodulfo y D. Ernesto, los que se hospedaron en las casas del Camarero. Venían con el Rey además del Cardenal, el Duque de Feria, el Marqués de Mondéjar, el Príncipe de Mantua, el Conde de Chinchon, el Prior de San Juan, el Marqués de Cifuentes, el Conde de Aguilar de Campoa, el Marqués de Villena, el Marqués de Berlanga, el Marqués del Carpio, el Conde de Orgáz, el Marqués de Buendía, Vespasiano, Príncipe del Imperio, señor italiano, el Embajador de Francia, el de Portugal, el de Venecia, el del Príncipe de Parma y otros varios personages. El Obispo y su Cabildo salieron á recibir al Rey á caballo, y en cuanto le besaron la mano, cerca de Miraflores, se vinieron á todo correr para esperarlo en la puerta del Perdon. En esta habian puesto un altar con la Vírgen y una reliquia. Formado en procesión todo el clero con las cruces parroquiales, segun el ceremonial, y llegado que hubo, se arrodilló, y el Sr. Espinosa, Cardenal de España, le dio agua bendita, y el Obispo de Córdoba le presentó á besar la reliquia; desde allí entraron en la iglesia, y despues de las oraciones que el ritual previene, se retiró á su palacio.
Felipe II permaneció en esta dos meses: celebráronse las Cortes, aunque no terminaron su cometido, y salió para Sevilla; durante su estancia, adoptó varias disposiciones para sofocar la rebelión de los moriscos de Granada; visitó casi todos los templos, entrando de rodillas en el de los Mártires, é hizo algunas cosas que consideraba beneficiosas á sus vasallos. despues regresó á Córdoba, pasó en ella algunos dias, entre ellos el del Corpus, cuya procesión se hizo aquel año con una solemnidad nunca vista: las calles ostentaban multitud de altares costeados por los gremios y comunidades, continuamente llenas de un gentio inmenso, tanto de Córdoba como de los pueblos cercanos, de donde acudió á ver al Rey y comitiva: éste asistió á pié y descubierto; cuenta D. José Antonio Moreno Marin, en sus Anales, M. S., que diciendo al Rey uno de sus privados que no fuera con la cabeza descubierta por lo intenso del calor en Andalucía, le contestó sonriendo: «No tengáis miedo, que el sol no hace mal en estos dias,» demostrando así sus sentimientos religiosos, un Monarca á quien todos los historiadores nos presentan de un modo completamente contrario.
En 22 de Febrero de 1624, entró también por la Puerta Nueva el Rey Felipe IV, en un carruage y acompañado de su hermano el Infante Don Carlos; venian á los estribos el Duque del Infantado, el Conde de Olivares, el Almirante de Castilla y el Marqués del Carpio, y seguían el Cardenal Zapata, el Nuncio de Su Santidad, el Patriarca y otros títulos y grandes que venían de córte; siguieron por San Pedro á la Corredera, Espartería, Libreros, Feria, al palacio Episcopal, donde el Rey, el Infante y Olivares, tenían preparado su hospedage, a pesar de no haber avisado el dia de su llegada. Al momento se cundió por la ciudad la noticia de su venida, y el Corregidor, los Veinticuatros y los Jurados, acudieron á cumplimentarle y á la vez disculparse por no haber salido á recibirle por la falta de aviso, contestándoles hacerlo así porque no quería que sus pueblos se sacrificasen con inútiles gastos para los obsequios de costumbre. A las diez de la mañana del siguiente día, pasó el Cabildo eclesiástico á besarle la mano, invitándole á la vez á que visitase la Catedral: ofreciólo así para la tarde, y cumpliendo su palabra, entró por la puerta del Perdón, donde lo recibió el Cabildo con todo el clero de Córdoba y él Cardenal Zapata que le dio el agua bendita; sin detenerse mas entró en la iglesia, pasando al altar mayor por las puertezuelas del coro, orando el tiempo que se cantó el Te-Deum y se hicieron las ceremonias en el ritual prevenidas, llegando en esto la noche, que le impidió ver lo demás de aquel singular templo.
El dia 24 visitó el convento de San Pablo y colegio de Jesuitas, y cuando regresaba se encontró el Viático para un enfermo, dejando en seguida el carruage al sacerdote, al que acompañó á pié con un cirio hasta la Catedral; entonces la visitó, enterándose de todo, contempló los sepulcros de Fernando IV el Emplazado y Alfonso XI, que aun estaban allí, y salió por la puerta llamada del Dean. El dia 25 fué al convento de San Gerónimo, el 26 asistió á una funcion de quince toros, que se celebró en la Corredera, obsequio de la Ciudad, y el 27 á las seis de la mañana emprendió su marcha para Sevilla.
Han entrado además por esta puerta Carlos IV, Fernando VII é Isabel II, ésta en la tarde del 14 de Setiembre de 1862, de cuyo viaje imprimió D. Luis Maraver un libro titulado La Córte en Córdoba.
También han pasado una multitud de personas notables, cuyos nombres no es posible decir; pero recordamos á José Bonaparte, al Conde de Floridablanca, Sidi-Amet el Gacel, á quien hicieron varios festejos, los Duques de la Victoria, Tetuan y Montpensier, los generales Dupont y Godinot, verdugo de los cordobeses, Thiers, Cabrera, el Embajador Fuad-Effendi, el hermano del Emperador de Marruecos Muley-El-Abbas, Alejandro Dumas padre é hijo, Fr. Diego de Cádiz, La Fuente, y además han hecho por allí su entrada en Córdoba, casi todos los obispos que hemos tenido desde el siglo XVI. Las puertas son las mismas que habia cuando la venida de los franceses y fueron abiertas á cañonazos, cuyos agugeros conservan, el dia de la batalla de Alcolea, (1808) de la que también nos ocuparemos.
Mucho se habrán cansado mis lectores con el largo paseo que les he obligado á dar por todo el barrio de la Magdalena, cuyo piso no es muy apropósito para el caso; mas nos hemos salido al campo: en él, con menos fatiga, podemos continuar nuestras investigaciones. Entre las puertas de Alcolea y Andújar, hay un camino muy frecuentado, y á causa de los muchos años que estuvo cerrada la segunda, se ha cometido un abuso que nadie ha tratado de remediar y que calificamos de escandaloso. Dos caminos han desaparecido, ambos bien anchos, uno que desde la puerta partía al Campo de San Antón por detras del convento del Carmen, y otro que constituía parte de la ronda, incorporándose con la actual, en el rincón que le han hecho formar entre la muralla y una tapia de la huerta de la Cruz, y no solo se han perdido estas útilísimas servidumbres, sino que ha pechado el Ayuntamiento con el gasto que ocasiona la limpia del arroyo de San Lorenzo, cuando por aquel lado, es obligacion ó carga del haza que forma el altillo: este era un egido, y en 1491, la cedió la Ciudad á Gutierrez de los Rios, con la condicion de tener limpio el cauce del ya citado arroyo, sin cuyo cumplimiento quedaba nula la sesión que se le hacia.
El Campo de San Antón, es el trayecto desde la puerta de Alcolea á la esquina de San Juan de Dios y sigue hasta la que forma el edificio de Madre de Dios, hoy Asilo de Mendicidad; toma el nombre de un hospital convento de San Antonio Abad, que estaba contiguo al de San Juan de Dios, en lo que hoy se llama también Huerta de San Antón. Su fundación, que no hemos podido aclarar, es casi á seguida de la conquista: tenia una comunidad ó especie de monges al cuidado de los enfermos, y poco á poco fué estinguiéndose, tanto, que en el censo de poblacion de 1718, ya solo habitaba en él un anciano llamado D. Francisco Julián de San Martin, presbítero, á quien decian el Comendador, título que debía ser el de presidente ó ge fe de aquella congregacion, y un sacristán encargado de la iglesia. Mucho despues, el virtuoso Obispo D. Agustín Ayestarán, quiso crear un hospicio ó casa de misericordia, é hizo la fundación, destinando este lugar para ello: intentaba sacar de cimientos un edificio conforme á sus deseos, y á este fin hizo derribar el antiguo de San Antón, cuyo titular y el Cristo de las Tribulaciones, ya hemos dicho que están en la Magdalena; iban á principiar la obra, cuando la muerte privó de la vida á tan piadoso Prelado, y todo quedó en proyecto, hasta que despues lo llevó á cabo el no menos digno Sr. D. Pedro Alcántara Trevilla.
En aquella iglesia se hacian tres fiestas todos los años, por varios gremios y principalmente por los casilleros ó trabajadores de cáñamo, de que hemos ya hablado, y sostenian en Córdoba una industria de muchísima importancia, pues ascendia á trece el número de fábricas de cordelería que hubo en este sitio, ocupando á mas de quinientos operarios: ha decaído de una manera lastimosa.
El Campo de San Antón es una de las salidas mas amenas de Córdoba, y á fines del siglo XVIII quizá el único paseo con que se contaba: aquellos álamos fueron plantados por primera vez en Enero de 1772, despues de haber allanado el terreno que estaba lleno de grandes montones de granzas y tierra, y en el siguiente año, ó sea en 1773 se construyeron la mayor parte de los asientos, pues había algunos hechos en 1749 con los sillares de una torre que derribaron. La fuente que hay enmedio está dotada con seis pajas del agua llamada de la Palma: la hicieron en 1746 y tuvo otros cuatro caños en el pilar del centro; el que está al lado de la ciudad tiene la parte alta ladeada, ó sean las piezas torcidas, ocasionadas de un golpe que le dio un álamo que fué arrancado por un huracán, sin que sepamos el año fijo, aunque sí haber ocurrido en el presente siglo. Entre esta y la puerta de Alcolea, hay un modesto monumento ó triunfo, como llaman los cordobeses, dedicado á San Rafael por aquellos vecinos en el año 1747; dícese que la escultura que lo corona, es debida á un modesto escultor ó cantero llamado Estrella. En 1870 la han dado de colores, haciéndole perder el poco mérito que tenia.
Forma esquina un edificio, casi por completo en alberca, á causa de un incendio: era el hospital de la orden de San Juan de Dios, que tantos establecimientos de esta clase llegó á tener en España. Este fué primero hospital de San Lázaro, fundado en 1290 por Sancho IV para la asistencia de los pobres enfermos. Las continuas correrias que los moros solian hacer en las tierras conquistadas por los cristianos, llegaron algunas veces hasta las murallas de Córdoba, y en una de ellas robaron cuanto habia en este hospital: para remediar el daño, Alfonso XI en 1346 le dio el privilegio de pedir limosna, tanto en esta ciudad como en los pueblos, con lo que se subsanó lo saqueado y se hicieron otras mejoras. Así continuó esta casa cumpliendo su benéfico instituto, hasta 1570 que entró en ella la orden hospitalaria de San Juan de Dios, á la que Felipe II concedió en 1580 la propiedad del edificio y bienes, que poco á poco fué aumentándose con las donaciones que le hacian, llegando á reunir un caudal considerable, contando en él el cortijo de las Pilas.
Los frailes siguieron admitiendo aquella clase de enfermos, hasta que faltando, empezaron la curacion de heridas y otros padecimientos.
A esta fundacion vino á Córdoba el siervo de Dios Fr. Baltasar de la Miseria, hijo de los Marqueses de Camarasa, quien teniendo que ausentarse, dejó encargado al no menos virtuoso Fr. Juan Marin, el que mejoró el edificio y puso veinte camas para hombres y veinte para mugeres, ampliando despues doce mas para convalecientes, con las donaciones que hizo la Sra. D.ª Teresa de Córdoba, y por falta de estas rentas el Obispo D. Francisco Alarcon, contribuyendo también á todos estos gastos D. Pedro Enriquez de Rivera, Matias Ruiz y otros. La dotacion debia ser de doce religiosos, uno ó dos sacerdotes, lo que hubo de reformarse, puesto que en 1718, habia veinticuatro: correspondía á la provincia de la Paz de Andalucía.
Varios son los hijos de este convento que se han distinguido, y nos creemos en el deber de mencionar á Fr. Gregorio de Taguada, á quien en 1580 echó el hábito Fr. Marin, que despues de distinguirse en la asistencia y caridad con los enfermos, fué á curar los de la Armada en la jornada de Inglaterra, quedando cautivo de los moros, con los que sufrió muchos trabajos y penalidades, hasta que Felipe II lo rescató y señalo cinco reales diarios mientras viviese; entonces se marchó al convento de la Paz en Sevilla, y sabiendo en 1600 la gran peste que se padecia en Córdoba, vino á ella, donde murió en gran opinion de santo, despues de haber asistido á muchos invadidos. En 1588 tomó el hábito Pedro de Ubeda, natural de Cabra, que también prestó grandes servicios en dicha epidemia hasta que terminó, y entonces se marchó á los pueblos en que supo hacia mas estragos, asistiendo á tantos enfermos y con tanta caridad, que mereció la fama de santo, con la que al fin murió el dia 30 de Abril de 1610, en el convento de Fortuna, donde se conservaban sus restos con gran devoción, siendo despues trasladados á Porcuna, villa á que se mudó aquella casa. En la epidemia que padeció Sevilla en 1599, pidieron auxilio á este convento los frailes de su orden, y fueron á ayudarles Fr. Fernando Lanzas y Fr. Juan de Herrera, los que al año siguiente volvieron á Córdoba para asistir á los enfermos y los acompañó Fr. Francisco Lanzas.
En 1609, quiso Felipe III que algunos frailes de San Juan de Dios fuesen con el Marqués de San Germán para asistir á los enfermos de la fuerza de Larache, y el General de la orden Fray Pedro Egiciaco, designó ocho de este convento con Fr. Gaspar Ballor, quien hacia las veces de prior en esta espedicion, en la que prestaron muy buenos servicios.
Juzgamos ser este el lugar mas apropósito para mencionar otros religiosos de San Juan de Dios cordobeses, dignos de tal consideración, aun cuando no pertenecieron á este convento.
Fr. Francisco dé la Caridad nació en Córdoba, donde estudió y sentó plaza en una de las compañías que mandó esta ciudad á combatir la rebelión de los moriscos de Granada, contra los cuales peleó bizarramente: apasiguada aquella, tomó el hábito en San Juan de Dios de espresada capital, en manos del P. Fr. Rodrigo de Sigüenza, 1572, quien lo destinó á cuidar los enfermos de la cárcel, haciéndose casi indispensable por su cariñoso carácter y la habilidad que tenia para la póstula, permaneciendo en esta ocupacion muchos años, con lo que perdió el derecho á profesar; mas como esta idea no lo abandonaba, gestionó por irse al convento, y en 1615 logró que nuevamente le diese el hábito el primer general de la orden en España Fr. Pedro Egiciaco: su vida fué una serie no interrumpida de actos de virtud, hasta que murió en 1° de Noviembre de 1621; el grande y merecido concepto que gozaba, hizo le señalasen una sepultura distinguida cerca del púlpito de su iglesia, y diez años despues, al abrir para enterrar á otro, lo encontraron como el dia de su fallecimiento; entonces le pusieron una losa con una gran cruz, en tanto que se incohaba el espediente para beatificarlo.
Fr. Andrés de Castro, cordobés, ya de edad madura, entró en el convento de Osuna, donde murió en gran opinion de santo.
Y Fr. Diego de San Juan, hijo de Pedro Lopez Salvago y de Catalina Ruiz, tomó el hábito en el convento hospital de la Misericordia de Cádiz: en 1622 se ofreció á pasar á la India, donde fué prior en el convento de Santa Fé de Bogotá: en este tiempo se intentó la conquista de Chocoe, yendo á ella con otro de los religiosos puestos á su obediencia; con el objeto de desembarcar en punto mas interior, hicieron unas canoas para navegar por una ria, y viéndolos los indios, se pusieron á el acecho, haciendo volcar aquellas pequeñas y frágiles naves y asesinando á los navegantes conforme salian á nado á las orillas; mas chocándoles el trage de los dos frailes, los agarraron y empezaron á darles toda clase de martirios, los apedrearon, pasaron las barbas con hierros, cortaron partes de sus miembros, y por último los acabaron de matar á lanzazos, guardando las pieles de sus cráneos para que les sirviesen de gorros, prendas que ellos tienen en gran estima, y se los comieron como acostumbraban hacer con casi todos los cristianos. Véase la Crónica de la orden de San Juan de Dios, de la que se conserva un ejemplar en la Biblioteca provincial.
El edificio del convento de Córdoba es muy capaz: sus enfermerías anchas y ventiladas, servían lo mismo en verano que en invierno por estar sobre sótanos, y el patio, espacioso y con fuente en el centro, aun tiene claustros en ambos pisos, sostenidos por columnas, algo bajas, de mármol mezcla llamado jaspon de Cabra. La iglesia terminada en 1641, forma cruz latina, es pequeña, pero muy bonita; tenia entre otras imágenes la de San Lázaro, que revelaba su mucha autigüedad, Ntra. Sra. de la Zarza, pintura en tabla, denominada así por una que cubria un pozo en que fué hallada poco despues de la conquista, San Carlos Borromeo y San Juan de Dios, imagen de vestir que costeó uno de los Sres. Marqueses de Villaverde. En la iglesia y el claustro habia algunas pinturas originales del artista D. José Cobos, natural de Jaen, que murió en Córdoba y está enterrado en San Andrés. Cerca de la bóveda hubo veintiuna tablas representando sucesos de la vida y milagros de San Juan de Dios, pintadas por Juan Francisco de Quesada, discípulo de Antonio del Castillo, y el cual debió nacer en Córdoba hacia el año de 1632.
En 1808 cuando los franceses entraron en Córdoba, saquearon este hospital, destrozando cuanto en él encontraron: despues en 1810 esclaustraron á los frailes y repartieron todos los efectos; la imagen del titular estuvo en la Magdalena hasta la tarde del dia 20 de Octubre de 1814 que, restablecida la comunidad, volvió á su iglesia en una procesión muy solemne.
Los frailes siguieron la asistencia de los enfermos, y en sus últimos años hicieron un contrato con los militares, por estancias, y se dedicaron á ellos solos, dando lugar á que en 1835, cuando la esclaustracion, se hiciesen dueños del edificio, que aun conservan, apesar de las reiteradas reclamaciones de la Junta de Beneficencia para que se lo entregasen, por proceder del antiguo hospital de San Lázaro. El caudal sí se recogió y agregaron á la casa central de Expósitos, contándose el cortijo de las Pilas, que equivocadamente vendieron en la época de los años 1820 al 23, creyéndolo de los frailes; la venta se anuló, habiéndola realizado de nuevo con arreglo á las últimas leyes. La Administracion militar siguió con los enfermos, cuya asistencia contrataba contra toda conveniencia, y despues que se los llevó al hospital provincial de Agudos, lo destinó á depósito de provisiones; en esto siguió, hasta que á el amanecer del dia 25 de Julio de 1887, las campanas de toda la ciudad dieron la señal de fuego, y en poco mas de una hora, vimos consumirse todas las armaduras y entresuelos de este edificio, quedando en el lamentable estado en que se encuentra. Las imágenes de la iglesia se llevaron á las oficinas de la Administracion militar, y no sabemos que habrá sido de ellas, á escepcion del San Juan de Dios, que en clase de depósito está en la auxiliar de San Basilio. Poseia varias reliquias, cuyo paradero ignoramos.
Hacia el año 1600, ocurrió con los religiosos de San Juan de Dios un caso de que se dan muy pocos ejemplos. En aquella época cualquier suceso ocupaba la atencion de todos, dándole muchísima mayor importancia y aun mas á los que causaban alguna excomunión, severo castigo con que el clero amenazaba á los pueblos, corporaciones ó particulares, quienes al solo anuncio de tan terrible golpe obedecían con presteza, aun en los puntos en que debiera dárseles la razón, y lo mas raro era el aplicarlo en casos agenos completamente al dogma, como sucedia al pago de los impuestos.
Por este tiempo el Cabildo reclamó á la comunidad de San Juan de Dios los caidos del diezmo de los frutos de las posesiones de su pertenencia, á lo cual se opuso aquella, considerándose exenta ó libre de tan pesada carga, por egercer la hospitalidad.
Promovióse un pleito en que intervenía el Obispo, quien hizo cuanto pudo por convencer á los frailes; mas estos se mostraban cada vez mas obstinados, hasta que el juez del proceso los declaró públicos excomulgados, y en su consecuencia se mataron candelas en la parroquia de Santa María Magdalena y en otras iglesias de la ciudad, sin que los religiosos se diesen por vencidos: se agravaron las penas, se mandaron apedrear y apedrearon las puertas del hospital de San Juan de Dios, y las campanas anunciaban con lúgubre tañido el anatema que caia sobre aquellos desobedientes hijos de la iglesia. En toda la ciudad no se hablaba de otra cosa, y previendo el mas triste desenlace, algunas personas de influencia principiaron á trabajar con los religiosos y el Cabildo á ver de cortar el escándalo, que no otro nombre merecía ya la cuestión del pago de los diezmos. Hubo varias conferencias, proposiciones y negativas por ambas partes, y despues de todo se convino en que el convento-hospital de San Juan de Dios pagase el diezmo de sus fincas, esceptuando el ganado lanar y la huerta que está á su inmediación, y que el Cabildo perdonase los atrasos reclamados. Entonces los religiosos pidieron la absolucion de las censuras contra ellos fulminadas, á lo cual accedió el Obispo, celebrándose un acto público en la iglesia de la Magdalena.
El día señalado para la absolución, salieron los frailes de su convento en procesión y en trage de penitentes, entraron en la parroquia, donde los aguardaba el Obispo sentado bajo un docel á la derecha de la capilla mayor, hincáronse de rodillas, y poniéndose el Prelado de pié y con su mitra, rezó un exorcismo y varias oraciones; arrodillóse también y la música entonó el Miserere; entretanto, varios sacerdotes vestidos de sobrepellices, daban con unas varas pequeños golpes en las espaldas de los penitentes; despues dijo el Obispo unos versos y oraciones, y entonó por último el Veni creator spiritu, descubriendo á la vez la cruz del altar mayor que estaba oculta bajo un velo negro: recibieron la bendicion, y las campanas principiaron un repique que difundió la alegría por toda la ciudad.
Así terminó el acto, y con él una de las cuestiones que mas han escandalizado en Córdoba; la parroquia de la Magdalena, no solo estaba llena de la gente que habia acudido, llevada de la curiosidad, sino por todos los prelados de los conventos de la ciudad, quienes despues acompañaron al suyo á los religiosos, que en aquel dia se vieron libres de la excomunión que sobre todos ellos pesaba.
A fines de Noviembre de 1698, sufrieron los frailes otro contratiempo que les causó bastantes perjuicios.
Las muchas aguas que en aquellos dias descendieron sobre los campos, hizo que los rios creciesen y que los arroyos hicieran por asimilárseles: el de San Lorenzo no continuaba lamiendo la muralla, sino uniéndose detrás de aquel hospital con el que llaman de las Piedras y mas adelante de la Fuensanta: su cauce, obstruido por las granzas é inmundicias, no dio paso á la corriente, la que anegó el barrio de San Lorenzo, y en este lugar rebosó, penetrando en la iglesia, de la que cubrió la mesa del altar, obligando á los religiosos á subir el Santísimo á las habitaciones altas: los sótanos se inundaron por completo, perdiéndose el aceite, vinagre, carbón y cuantas prevenciones habia para la comunidad y enfermos á su cuidado. Esto se comprende fácilmente, considerando el caudal de aguas que aun corre alguna vez por uno y otro arroyo, entonces reunidos en uno solo.
Delante de aquel hospital, como á unas ocho varas de distancia, habia una fila de columnas de granito, marcando la jurisdicción; el Alcalde Sr. García del Cid, mandó á principios de 1854 que se quitaran para utilizarlas en un matadero proyectado á las afueras de la puerta de Andújar, donde aun permanecen tiradas sin aprovechamiento; mas al ir á arrancarlas se opuso la guardia, armándose una cuestión con los trabajadores, que tuvieron que huir al ver que aquella les apuntaba con los fusiles, tanto, que fué preciso suspender la operacion y hacer una consulta, despues resuelta á favor del Ayuntamiento. Frente á este edificio y al lado opuesto de la carretera, hay dos posadas muy antiguas que se han conocido por el Mesón de San Antón y el Mesón pintado, cuyas memorias alcanzan al siglo XV; antes de la construccion de los ferro-carriles, eran de los mas concurridos y productivos de Córdoba, y mas allá, pasado el camino de la ronda, hay otro edificio, hoy fábrica de jabón duro, que era la antigua y venerada ermita de San Sebastian, fundada segun algunos escritores, hacia el año 1400, en memoria á una gran epidemia que sufrió Córdoba en el siglo XIII, agradeciendo la intercesión del santo mártir en aquellas azarosas circunstancias.
Cerca de cuatro siglos despues, encontrándose ruinosa en 1761, fué reedificada á espensas de la Sra. D.ª María Gutierrez de los Rios, quien además hizo todo lo necesario para el culto. Volvióse con los años á poner muy falta de reparos, y en 1849, labrando la iglesia del cementerio de San Rafael, trasladaron á ella las imágenes de San Sebastian, San Roque y San Lorenzo, con un Apostolado muy mediano, y dejando abandonado el edificio: se incautó de él la Hacienda y lo vendió, como hace con cuántos bienes caen en su poder. Esta iglesia tuvo su cofradía y se veneraba en ella una Vírgen denominada de la Salud de las Eras, por haber sido encontrada á poco de la conquista, en un pozo que habia en una donde se edificó la ermita, por lo que á sus aguas se le atribuian virtudes medicinales: hoy recibe culto en la ermita de la Aurora.
En Córdoba ha sido muy grande y fervorosa la devocion á San Sebastian, á quien se acudía en todos los apuros, y en agradecimiento á sus beneficios, el Ayuntamiento acordó en 11 de Octubre de 1679 hacerle todos los años una fiesta en su dia, á la que habia de asistir la corporación, como hasta 1872 lo ha venido haciendo.
Algunos de los otros retablos están sirviendo en Santa Marina y la Fuensanta. El pequeño huerto que tuvo, fué uno de los cementerios generales cuando la invasión de la fiebre amarilla en 1804.
Hemos hablado minuciosamente de los hospitales de San Antón y San Juan de Dios ó San Lázaro, del Mesón pintado y de la ermita de San Sebastian, y por lo tanto nos consideramos en el deber de consignar ciertos apuntes que á todos se refieren.
En el año 1599 se desarrolló en Sevilla una horrible y mortífera epidemia de landre, de que ya hemos hecho indicaciones; al siguiente se presentó en Córdoba, durando hasta 1601, siendo tantas las víctimas, que solo en el nombrado Hospital Real de San Lázaro fallecieron dos mil ciento treinta y ocho enfermos: lo mas fuerte del contagio fué desde principios de Abril de 1601 á fin de Junio de 1602; durante este tiempo y aun antes, hubo muchas rogativas á todas las imágenes mas veneradas, algunas de las cuales salieron en procesión, como lo fué Ntra. Sra. de Villaviciosa, los Santos Mártires y San Rafael.
En esta aflicción, se cundió por toda la ciudad, que una vecina del compás de San Agustín, viendo que un hijo suyo estaba muy malo con el landre, que le habia aparecido, le puso sobre él, por consejo de una monja, uno de los panecillos de San Nicolás de Tolentino, y que en el acto sanó: entonces otros hicieron lo mismo, y todos los que obraban con fé, consiguieron idéntico resultado, hasta el número de ocho, y para fallar si eran ó no milagros, el 22 de Enero de 1602, se juntaron en San Agustín cuatro médicos y cerca de treinta teólogos y abogados, bajo la presidencia del Provisor D. Fernando Molina y Saavedra, quien, despues de oir á todos, declaró aquellos como verdaderos milagros: fueron celebrados con una gran fiesta, repique é iluminaciones, y publicados con clarines por toda la ciudad; despues se hizo lo mismo con otros trece casos iguales, todo lo cual constaba en cuatro cuadernos ó procesos que se conservaban en el archivo de aquel convento. Con estos portentos y las declaraciones de milagros, hechas oficialmente, era grande la concurrencia que acudia á rogarle á San Nicolás, así como las hermandades que iban en procesión, tanto que la Ciudad, la Junta de la Salud y el Cabildo, decidieron pedir á los Padres Agustinos que consintiesen llevar al santo en procesión al hospital de San Lázaro, donde con los panecillos se habían mejorado muchos enfermos. Convínose en hacerlo, y la mañana del 7 de Junio, se verificó aquel acto con un gentío inmenso y una gran solemnidad. En la puerta de la iglesia del hospital estaba el capellán del mismo con un gran Crucifijo en las manos, y al acercar á San Nicolás, se lo arrimó de modo que los pies tocasen en la boca del santo, quedando todos admirados de que éste se abrazó á la Cruz con el mas cariñoso afecto, y entonces el Santo Cristo, desprendiendo las manos de los clavos, lo abrazó y estampó un ósculo en su frente, haciendo que todo el concurso prorumpiera en lágrimas y sollozos, que duraron todo el tiempo que las imágenes tardaron en recorrer las enfermerías de los cuatro edificios que constituían el hospital, obrando en estos dias otras treinta y cinco curaciones además de otros veinticuatro milagros de diferentes clases. Desde aquel dia empezó á descender la peste, en tales términos, que el 15 de Julio ya no habia ni un enfermo en el hospital; sin embargo, se esperó unos dias para publicar la salud, cuyo acto tuvo lugar con gran pompa y llevando un estandarte blanco que en un lado ostentaba la Vírgen con San Nicolás de Tolentino y varios niños al pié, y en el otro á San Sebastian y San Roque. Con este motivo hubo grandes fiestas en accion de gracias, siendo muchas las que la Ciudad, Cabildo, comunidades y particulares celebraron á este milagroso santo. La primera, reunida en cabildo en la mañana del dia 13 de Agosto del espresado año de 1602, hizo voto de asistir siempre el dia 10 de Setiembre á la fiesta de San Nicolás de Tolentino, como lo cumplió hasta 1832 en que predicó el Sr. D. Agustin Moreno, hijo de aquel convento y actual Director del Asilo de Mendicidad. De todo lo dicho tratan Fr. Cristóbal de Burgos, que escribió la vida del santo; el Obispo Bucanato; Juan Bautista de Diecce, Vida de San Nicolás, impresa en Luca, 1688, y el P. M. Fr. Juan Sicardo, impresa en Madrid por Manuel Ruiz de Murga, 1701. Además, en aquella época se grabaron y circularon hasta por Italia, unas estampas que representaban á San Nicolás en el acto de abrazarlo el Santo Cristo. El último dice, que fueron tantos los panecillos del santo que se vendieron en aquellos dias, que los frailes gastaron en ellos ciento veinte y siete fanegas de harina.
En el contagio á que hacemos referencia, se pasaron muchos apuros, uniéndose el gran número de invadidos á la escasez de recursos, puesto que las rentas del hospital de San Lázaro no bastaban á sufragar tanto gasto; así es, que además de las muchas limosnas que se recogieron, y de haber dispuesto el Cabildo, como patrono del hospital de S. Sebastian, que este diera de sus fondos cuatrocientos reales cada mes, fué preciso recurrir á otros medios, y éste fué, que sufragasen lo que faltara la Ciudad, el Cabildo y el Obispo, pagando cada cual una semana; tocó la primera al último, por la que entregó siete mil setecientos, reales, segun anota el Sr. Ramirez Casas-Deza en sus Anales, quien dice, que creyéndose disminuir el mal, y en el deseo de distraer al vecindario, se dispuso por la Ciudad, que hubiese toros, á lo cual se opuso el Obispo D. Francisco Reinoso, cuyas razones se desoyeron: esto hizo que el mal se reprodujese de tal manera, que volvió á causar numerosas víctimas.
Cuando la epidemia mencionada, murieron en el hospital de San Lázaro dos ermitaños que habitaban en las cuevas de la Albaida, como casi todos los de aquel tiempo. Llamábanse Damián de Lara, natural de Bujalance, y Juan Pérez de San Pablo, cordobés, que en sus primeros años se dedicó al estudio de las letras con bastante aprovechamiento: juntos vivían y trabajaban para mantenerse, alcanzando gran fama de virtuosos, y á la vez también fueron acometidos del landre; viniéronse á Córdoba y entraron en el hospital, donde murieron en un mismo dia. Arrojados los cadáveres á la fosa general, promovieron la lástima de los enfermeros, y uno de ellos, conocido por el hermano Juan Bautista, bajó á la zanja y los sacó sobre sus hombros, llamando la atencion de todos, que el Damián de Lara estaba abrazado á, un Crucifijo de bronce que siempre habia tenido consigo: entonces lo sepultaron en la iglesia, que ha llegado hasta nosotros con el nombre de San Juan de Dios.
En 1648, se presentó en varios lugares de España otra gran epidemia de landre ó carbunclo, ocasionando muchos estragos, siendo Sevilla de las primeras que sufrieron tan terrible azote. Entonces, Córdoba acudió en su socorro, mandando lo que le fué posible, y se empezaron á tomar medidas á evitar la invasión ó precaver sus efectos. Se hicieron quitar los depósitos de estiércoles de las inmediaciones, limpiar calles y corrales, retirar animales nocivos, se cegó el Charcon ó rio verde en la Alameda del Corregidor, se prohibió el uso de ciertos alimentos, entre ellos el pescado, se evitó el contacto con los sevillanos, y se hizo cuanto la prudencia aconsejaba; mas el dia 9 de Mayo de 1649 fué invadido y murió en dos dias un vecino de Santa Marina, á quien enterraron de noche en el cementerio de aquella parroquia; quizá fué víctima de su caridad, por haber acogido en su hacienda á unos pobres sevillanos, á quienes no se permitió la entrada en Córdoba. Tras éste murió una vecina del barrio de San Andrés, desarrollándose el mal con lentitud, por lo que no se perdía la esperanza de que sería esta ciudad menos desgraciada que otras. Entonces principiaron las rogativas y procesiones, que fueron muchas é iremos describiendo cuando hablemos de cada imagen; se hicieron otras obras de caridad para implorar la clemencia del cielo; mas todo inútil: en el mes de Noviembre trageron presos unos cuantos gitanos que venían seguidos de sus familias, y los primeros en la cárcel y las segundas en los mezquinos mesones de la Corredera, dieron lugar á que en un punto y otro se desarrollase el mal en tanta violencia, que bien pronto se estendió por toda la ciudad. Los enfermos eran llevados inmediatamente á los hospitales, que lo fueron los cuatro edificios de que tenemos hecha mención, si bien San Sebastian y el Mesón pintado eran para convalecer, y se quemaban los ropas y muebles hallados en sus habitaciones: dias hubo de reunirse mil quinientos enfermos en el espresado hospital, donde los apuros eran grandes para la asistencia y su costo, á todo lo cual se puso remedio. El Cabildo, la Ciudad, el Obispo, las comunidades y el vecindario todo, daban cuanto podian para el socorro de tan gran calamidad. De cada barrio fueron dos procesiones á llevar comestibles, ropas, leña y vendajes, como á el hablar de cada uno diremos, y salieron en rogativa casi todas las imágenes titulares de las iglesias y las de mayor devoción, sin que nada bastase á calmar siquiera tan atroces estragos. Uno de los apuros mayores era la falta de personas que quisiesen enterrar á los muertos, que eran arrastrados con garfios, hasta que se formó una hermandad de ocho jóvenes, que con una abnegacion digna de todo elogio, se dedicaron á esta piadosa operacion sin mas remuneracion que lo que cada familia queria darles; con ello, no solo se mantuvieron, sino que seis que se libraron del contagio, hicieron una lámpara de plata á la Vírgen del Socorro: fueron retratados en esta iglesia al pié de un Santo Cristo, que debió desaparecer en la reedificacion llevada á cabo unos treinta años despues.
Siguió su curso el contagio, hasta el 24 de Julio de 1650 que se publicó la salud con pregones y una gran fiesta á que asistió la Junta de Salud ó Sanidad, el Ayuntamiento y el pueblo todo, predicando el Obispo, quien logró conmover á los concurrentes, de los cuales apenas habría alguno que no hubiese sentido los efectos de la epidemia, puesto que sucumbieron en ella unas catorce mil personas. De esto escribieron minuciosamente los médicos Alonso de Burgos y Nicolás de Vargas Valenzuela, y Martin de Córdoba, vecino de esta ciudad, cuyas obras pueden ver los que quieran saber mas pormenores.
En otras muchas épocas, en que Córdoba ha sido invadida por las epidemias, el hospital de San Lázaro ha sido el amparo de los desvalidos enfermos. En el año de 1.398, segun la Crónica de Enrique III, fué tan espantosa la peste, que murieron en Córdoba durante los meses de Marzo, Abril, Mayo y Junio unas setenta mil personas, cifra para nosotros tan exagerada, que no podemos menos de suponer que se referiría á todo el reino de Córdoba, ó que se padecería una equivocacion al estampar los guarismos, añadiendo un cero; sin él se reducia á siete mil, mucho mas verosímil, porque mal podían morir las personas que no habia en esta ciudad, entonces bastante deshabitada.
En los años 1458 y 1459 hubo también epidemia, en que Córdoba fué muy castigada: los pobres eran acogidos en San Lázaro, y toda la poblacion acudió á socorrerlos, segun la fortuna de cada cual ó los fondos con que las corporaciones contaban.
En 1506 encontramos anotada otra epidemia que duró hasta Julio del año siguiente, cuyo mal, unido á la escasez de trigo y demás medios de vivir, puso á los cordobeses en una situacion harto triste y deplorable.
En 1535 se desarrolló otra epidemia, unida á la falta de agua: se hicieron muchas rogativas y sacaron en procesión las imágenes en quienes cifraban mas esperanzas de alcanzar la salud, y especialmente la milagrosa Vírgen de Villaviciosa.
En 1580 hubo la epidemia que dicen del catarro, en que murieron también muchas personas, haciendo aun mayores males por la esterilidad de aquellos años.
Repitióse con peor carácter en los años siguientes de 1581 y 82, apesar de que se tomaron grandes providencias para evitar que se contagiase Córdoba; estuvieron las puertas tapiadas, se evitaron las reuniones hasta el punto de acortar la carrera de la procesión del Corpus, que solo fué á San Francisco, y suprimir la de la Octava, y hacerse gran número de rogativas. En esta ocasión prestó grandes servicios el Corregidor Guillen del Castillo.
En 1590, hallamos también rogativas por la salud pública.
Siguieron las epidemias de 1601, 1649 y 1650, ya referidas.
En 1682 sufrió Córdoba otra peste en que estuvieron enfermos casi todos sus vecinos, si bien el número de defunciones fué muy corto en relacion con el de los invadidos; hubo muchas rogativas y se llevó á la Catedral la Vírgen de Villaviciosa y las Reliquias de los Santos Mártires, que aquel año formaron parte de la procesión del Corpus. Los enfermos pobres eran asistidos en el hospital real de San Lázaro, donde los frailes de San Juan de Dios dieron grandes muestras de caridad, dirigidos por Fr. Diego Bermudez, que despues fué Provincial de su orden: estos achacaron la mejoría á la intercesión de su Patriarca, perpetuándola en un gran cuadro que hasta la exclaustracion estuvo en la portería de su convento. Socorriéronse de los fondos de los demás hospitales: el Cabildo, la Ciudad y hasta los vecinos empezaron como en 1650 á ir en procesiones con toda clase de donativos; mas la peste empezó á hacer grandes estragos en los del barrio de San Miguel, y la Junta de Salud prohibió esta forma, mandando emplear otra para que la aglomeracion de gente no aumentase el contagio. El 25 de Julio se publicó la salud, y á seguida se hicieron muchas fiestas en accion de gracias y unas suntuosas honras en la Catedral por el eterno descanso de las víctimas.
Otras epidemias pudiéramos contar, como la de tabardillos en 1736, en que, segun algunos autores, murieron unas quince mil personas; mas, como solo tratamos de aquellas en que prestó sus humanitarios servicios el hospital de San Lázaro, las dejamos para cuando lleguemos á su lugar. Delante de la que fué ermita de San Sebastian, á izquierda de la carretera, descuellan dos cipreces á los lados de un nicho ó humilladero de raquítica forma, en el que siempre se vé una luz alumbrando á una pequeña imagen de Jesus Crucificado, con la advocacion de los Caminantes, quienes se encomendaban á él, dando limosnas y rezando al principiar ó terminar sus viajes. Su creacion no pasa de fines del siglo XVIII, ó sea á el hacerse la carretera general en el reinado de Carlos III; á su lado, se ven tres gracias de piedra caliza en forma circular, y en su centro se levanta un pedestal con una gran cruz de madera, que fué renovada en estos últimos tiempos.
Su historia se eleva al año de 1512, en qué llegado el tiempo de la novena á San Sebastian, la cofradía, entonces en todo su apogeo, compuesta de lo mas principal de la población, dispuso celebrarla con gran pompa, adornando el templo como nunca se habia conocido: los devotos llevaron cuantas alhajas y objetos preciosos tenían en sus casas; la iglesia se veia todas las tardes completamente llena por la gente que acudía llevada de su devocion y curiosidad. Una tarde, al terminar aquellos cultos, un hombre se quedó escondido en el púlpito, sin que nadie lo viese y teniendo á su disposicion toda la noche; durante ella sacó las alhajas que pudo, y se marchó, dejando la puerta entornada. Cuando el sacristán vio á la mañana siguiente el robo que le habían hecho, salió al campo dando voces, acudieron algunos vecinos, dieron parte al Corregidor, al presidente de la cofradía, y á cuantas personas encontraban, acudiendo todos al sitio de la desgracia. El primero empezó á adoptar medidas, y una de ellas fué la prisión de cuatro ó seis gitanos que cerca habían pasado la noche. En aquel tiempo era muy frecuente verlos en despoblado por no pagar la posada, abuso que aun hoy se permiten y con frecuencia vemos, y en particular cuando se acercan las ferias y hacia el sitio á que nos referimos. Los presos, inocentes de aquel robo, clamaban al Corregidor que los mandase poner en libertad, y cuentan, que una linda gitana de negra y sedosa cabellera y ojos como de azabache, de esas que dicen la buenaventura á cuantas personas las socorren, se presentó ofreciendo que si ponían en salvo á sus compañeros y se guardaba el mayor secreto, ella descubriría al verdadero criminal; hízose así, y á los tres dias, no solo se descubrió el lugar en que estaban las alhajas, sino á el autor de un robo que tanto habia escandalizado á los cordobeses, el cual fué sentenciado á morir en aquel sitio, y que su cadáver estuviese en él hasta que se corrompiese ó lo devorasen los animales, lo que se hubiera cumplido en todas sus partes, si la hermandad de la Santa Caridad no le hubiese dado sepultura: la de San Sebastian colocó la cruz á que nos hemos referido, en memoria de este suceso que tradicionalmente ha llegado hasta nosotros.
En los apuntes para la historia de Córdoba, que manuscritos existen en el archivo del Ayuntamiento y pasan por de Andrés de Morales, cuando eran de su tio Fr. Alfonso García de Morales, se vierte la idea de que en los primeros siglos del cristianismo debieron existir en Córdoba algunos frailes del Carmen, si bien en forma de anacoretas ó ermitaños; mas esto no pasa de ser una opinion que no vemos bien fundada, y por lo tanto no nos merece entero crédito; así, solo diremos, que en 1510, segun este autor y en 1542, segun otros, se fundó en Córdoba el convento de esta religión, mas allá del arroyo de las Piedras, ó sea detrás del hospital de San Lázaro: lo insaluble del sitio, les hizo trasladarse al que aun ocupa á la salida de la puerta de Alcolea, sirviéndole de iglesia en un principio, una ermita qué habia con el titulo de Ntra. Sra de la Cabeza, qué aun existe con su hermandad, colocada la imagen sobre el tabernáculo del altar mayor. Morales dice, que la traslacion fué en el citado año 1542: otros, entre ellos el Sr. Ramirez Casas-Deza, que entonces fué la primitiva fundación, y que en 1580 se varió al lugar en que aun lo vemos. Era un buen convento, aunque no muy grande, con un hermoso patio claustrado, donde aun se ven setenta y cuatro hermosas columnas que sostienen sus arcos.
La comunidad del Cármen Calzado era de las mas numerosas é ilustradas: en el censo de poblacion de 1718, la encontramos con cuarenta y cuatro religiosos profesos, además de los donados, y eso que parte de ella radicaba en el colegio de San Roque, barrio de la Catedral, en el que tenian las clases ó cátedras; su fundacion arroja también algunos datos muy curiosos y que deseamos conozcan nuestros lectores, y anotaremos cuando á él dirijamos nuestro paseo. Sirvió de base para su creacion la suma de cuatro mil ducados, de que hizo donacion Fr. Andrés de Ibarra, vizcaino, de cuarenta y dos años, que entró de fraile en este convento y profesó en 13 de Junio de 1614, en manos del Provincial Fr. Pedro de Carranza.
Muchos son los frailes del Cármen que alcanzaron fama de notables predicadores, y de los que debemos citar al P. M. Fr. Diego de León, que despues de ser prior en este y otros conventos, llegó á ser Obispo de Coimbra y asistió al célebre Concilio de Trento, y Fr. Miguel de Cárdenas, natural de Córdoba, que murió en 1677: desempeñó los obispados de Ciudad Rodrigo y Badajoz, á cuya gerarquía lo elevaron sus merecimientos.
Cuando la venida de los franceses en 1808, sufrió mucho este convento por la proximidad á la Puerta Nueva; despues en 1810, exclaustraron á los frailes y se destrozó el edificio, perdiéndose muchos objetos de valor, entre ellos casi todos los libros de su biblioteca, que era muy numerosa y escogida, gastándose gran parte en hacer cartuchos en el Parque, á donde se los llevaban por cargas, además de los que quemaron para guisar los ranchos, en que se consumió la madera de casi todos los retablos y muebles que la soldadesca hubo á la mano. En 1814 se recogió lo que se pudo, y en la tarde del dia 14 de Junio llevaron en procesión la Vírgen del Carmen, que se habia conservado en la Magdalena.
La iglesia, de que son patronos los Marqueses de Villaseca por el Condado de la Jarosa, teniendo enterramiento en la bóveda que hay debajo de la capilla mayor, por lo que estos señores han contribuido con largueza á las reparaciones que se han hecho en este templo, consta de una sola y espaciosa nave. El retablo del altar mayor puede considerarse como un pequeño museo, en que se conservan once cuadros pintados en 1658 por el célebre artista cordobés Juan Valdés Leal, uno de los mas notables de su tiempo, y que compitió con Murillo, á quien venció en algunas ocasiones, y del que se ocupan con elogio muchos escritores, entre ellos Palomino y Saenz [Cean] Bermudez en sus obras sobre los pintores.
Repartidos por la iglesia se ven varios altares, como es el de la Vírgen del Carmen, que tiene hermandad, Santa Teresa, escultura muy linda, San Elias, San Bernardo, la Concepcion y otros: en el lado del evangelio existe una capilla con camarin, donde el Colegio de Escribanos tuvo su hermandad del Santo Sepulcro, trasladada á la parroquia del Salvador y Santo Domingo de Silos, y en la que hay un cuadro de Agustín del Castillo; desde el arco de la capilla mayor hasta el final de la iglesia, cubre á esta un magnífico artesonado, así como es muy notable el tallado del entresuelo del coro, que consideramos de mucho valor y mérito.
A este barrio pertenece también el cementerio que llaman de San Rafael, al que están destinados los cadáveres de los vecinos de los barrios de la Magdalena, Santiago, San Pedro, Santos Nicolás y Eulogio de la Ajerquía, San Andrés, San Lorenzo y Santa Marina. Fué construido en 1833, en virtud de comisión dada por el Gobierno al Intendente D. Miguel Boltri, quien creyendo insuficiente el de la Salud, empezó éste en terreno de las hazas conocidas por la Gitana, Pineda ó Cortijuelo y las Infantas, costeándose con los fondos existentes de los arbitrios establecidos para los Realistas y veinte mil reales que dio el Cabildo eclesiástico. Se concluyó en 1835, bendiciéndolo el Obispo D. Juan José Bonel y Orbe, que despues fué Arzobispo de Toledo, y se inhumó el primer cadáver el 16 de Junio del mismo año, pasando ya de veinte mil los cadáveres que se encuentran en aquel fúnebre recinto: medía dos fanegas y siete celemines y medio de terreno, sin la ampliacion hecha en 1873. En 1849 se le hicieron grandes mejoras, entre ellas la construccion de la capilla, á que se agregó la ermita de San Sebastian, la casa y varias otras oficinas, utilizando al efecto algunos materiales del convento de San Pablo, como las puertas de entrada é iglesia, que son de caoba, y las columnas estriadas que se ven en los arcos. Su altar, único, era del convento de la Encarnacion Agustina, hoy Escuela de Veterinaria, y su lindo cuadro con un Crucifijo, obra de José de Saravia, se llevó de uno de los claustros de San Francisco; tres de las esculturas que hay, doce cuadros con el martirio de los Apóstoles y la campana, eran de la ya espresada iglesia de San Sebastian; últimamente le han puesto el púlpito que habia en San Juan de Dios y se libró del incendio. El San Rafael que hay sobre la puerta, estuvo en un monumento ó triunfo que hubo delante del convento de la Arrizafa, y el de la iglesia se llevó de la del Juramento.
En el centro se pensó colocar otro ovelisco que estaba junto á San Cayetano, y hasta se llevó; pero no gustando, pusieron un pedestal con la estatua de la Fé: fundióla D. Rafael Morado, y por cierto nada particular ofrece á los ojos de las personas entendidas.
Los cuadros ó departamentos se señalaron con acacias y cipreces, y viendo que las primeras destruían las obras de fábrica, se arrancaron, quedando los segundos.
Las bovedillas tienen delante una galería formada con arcos que se empezaron á construir en 1861, y en ellas se ven varias lápidas que recuerdan á personas, de las cuales, algunas merecen que se consignen sus nombres en los apuntes siguientes:
D. Antonio de Fuentes y Horcas, Doctor en Jurisprudencia, joven estudioso y entendido, que murió á los 23 años de edad, en 22 de Octubre de 1848, cuando estaba publicando un periódico satírico titulado El Dios Momo, perfectamente escrito.
D. Rafael de Soto y Camacho, Pbro., beneficiado de la parroquia de San Pedro, á quien el vulgo tenia por santo y atribuía el don de hacer milagros, tanto, que muerto en el dia 10 de Mayo de 1852, á los 79 años, se depositó en la iglesia del Socorro, y acudió tanta gente á tocar los rosarios en el cadáver y arrancarle pedazos de la ropa, que fué preciso mandar una pareja de la Guardia civil con un empleado del Gobierno, á desalojar la iglesia é imponer orden: el Ayuntamiento reconoció sus virtudes y le concedió el goce de una bovedilla perpetua.
D. Miguel de Luque, farmacéutico notable, autor de varias memorias sobre el cultivo de la vid y otros trabajos, murió en 19 de Setiembre de 1853, á los 79 años.
D. Rafael Pavón, también farmacéutico muy ilustrado; siendo individuo del Ayuntamiento en la época de 1820 á 1823, concibió é hizo llevar á cabo la traslacion de la cárcel desde la Corredera al edificio que fué Tribunal de la Inquisición, donde se encuentra, además de otros muchos servicios que prestó á Córdoba, su patria; murió en 8 de Mayo de 1855, y fué padre del conocido escritor D. Francisco de Borja, actual Secretario de la Academia de Ciencias y Bellas Letras de esta ciudad.
D. Diego Galindo, Pbro., natural de Lucena y sacristán mayor de la parroquia de San Andrés, muy buen tallista, hizo un hermoso frontal para dicha iglesia: muchos años antes de su fallecimiento estuvo pensando en él y tuvo la paciencia de labrarse su ataúd, el féretro en que como sacerdote habian de llevar su cadáver, y que compró despues el Cabildo eclesiástico, la mortaja, capilla, lápida con embutidos de diferentes maderas, y por último hasta imprimió las papeletas de convite para su funeral, que, sucediendo mucho despues, ocurrió que habian muerto antes que él varios de los que convidaban.
D. Dionisio Sánchez, fraile del convento de Madre de Dios y luego Rector mas de cincuenta años de la parroquia de Santiago, teólogo muy notable, que llegó á adquirir gran fama de orador sagrado; falleció de 93 años, diciendo misa y asistiendo á su iglesia casi hasta el dia 20 de Enero de 1866 en que ocurrió su muerte.
D. Antonio Gomez Matute, natural de Granada, autor de ocho obras dramáticas, egecutadas con buen éxito; habiendo venida á Córdoba de representante del Cambio Universal, murió de calenturas, en el dia 16 de Enero de 1863.
D. Pedro Nolasco Melendez, natural de Segovia, notable arquitecto, primero municipal y luego provincial, poeta fácil y fecundo, premiado en los Juegos florales verificados en Córdoba en los años de 1860 y 1863, persona sumamente apreciada entre sus numerosos amigos; falleció en el dia 21 de Octubre de 1865.
D. Antonio Cubero, médico aprovechado, que escribió varias memorias sobre medicina, algunas poesias y una comedia que fué representada en el teatro de Moratin; murió el 26 de Octubre de 1866.
D. Antonio Capo, actor de los mas aplaudidos de su tiempo, tal vez el primer sisógrafo que se ha conocido, y como tal premiado en varias esposiones [esposiciones]; falleció en 1870.
D. Arcadio Garcia, médico de muy buen concepto; como hermano mayor de la cofradía de San Rafael, hizo grandes mejoras en su iglesia, de las que hablaremos al ocuparnos de ella; murió en 26 de Junio de 1870.
D. Joaquin Hernández de Tejada y Garcia La Madrid, pintor de mucho mérito, cuyas obras honrarán siempre su memoria; falleció en 3 de Agosto de 1871 á los 44 años, y el Ayuntamiento, conociendo la clase de artista que era, concedió á su cadáver el goce de una bovedilla, al par que sus amigos y discípulos le costearon la lápida en que se recuerda su nombre.
D. Juan José Aguado, natural de Pinos del Valle, abogado, Cura propio de la parroquia de Santa Marina, donde todos los vecinos le tenian un entrañable afecto por su desprendimiento y carácter bondadoso, escritor independiente y que se ocupaba en redactar una obra filosófica, cuando le sorprendió la muerte á los 62 años, en el dia 18 de Agosto de 1871.
D. Manuel Bolaño, modesto escultor, de quien hay repartidas varias imágenes en algunas iglesias de Córdoba y la provincia; murió de 37 años en 25 de Enero de 1868. Y por último, en la fosa común yace D. José Pérez, modesto pintor, notable en Heráldica, que murió pobre en el hospital provincial de Crónicos, cuando aun no había cumplido los cuarenta años. En una bovedilla se vé también la lápida de D. Luis Borrego, hombre de vida borrascosa, que habiéndose echado al campo fué el segundo de la partida de bandidos que capitaneaba el célebre y temible José María; perteneció también á la del Renegado, y despues, arrepentido de sus desaciertos, se acogió á indulto, y recogido en Benamejí, su conducta morigerada lo llevó hasta ser alcalde segundo de aquella villa; mas viniendo á Córdoba, fué acometido de un accidente, del que quedó muerto en la plazuela de los Aguayos, por donde casualmente pasaba. En este cementerio fueron inhumados en bovedillas que les concedió el Ayuntamiento, los gefes y oficiales muertos en la batalla de Alcolea en 1868. He terminado mi paseo por el barrio de la Magdalena, dejando la parte que tiene lejos de la poblacion para cuando me ocupe del término de Córdoba; ahora dejo descansar á mis lectores, y pronto los llevaré á dar conmigo otro paseo por el barrio de San Lorenzo.
12.- Paseo por el barrio del Espíritu Santo
La necesidad nos ha sacado del casco de la población, de la que nos separa el Guadalquivir, y sin dejar de pertenecer á Córdoba, nos encontramos en un sitio que podemos decir es un pueblo diferente en su forma y hasta en muchas de sus costumbres; por variar hemos dejado la sierra, y henos aquí en la campiña, mirando á nuestro frente la torre y cúpula de nuestra sin par mezquita, la alta columna donde reflejan las doradas alas de nuestro Arcángel Custodio, y la multitud de ventanas y tejados de las casas próximas al rio, de cuya corriente la libran extensas y fortísimas murallas; ¡hermosa vista, tantas veces copiada por los pintores y tantas descrita por nuestros poetas y escritores! Estamos en el barrio de la Visitación ó del Espíritu Santo, títulos de su parroquia y, sin embargo, todos le decimos Campo de la Verdad, con harta razón, sin duda, porque en sus alrededores tuvo lugar uno de los acontecimientos que mas honran la historia de esta ciudad, y del cual nos ocuparemos después detenidamente.
Hemos dicho que este barrio parece un pueblo diferente, y tan es así, que los moradores de él hasta en sus costumbres varían bastante de los demás cordobeses; casi la totalidad de aquellos vecinos se dedican á las faenas del campo; son pocos los industriales, y de aquí el que las mujeres se diferencian en los trages y tratos de las del interior, un tanto mas dadas á los caprichos de la moda, á la que rinden el culto que aminora los recursos distraídos dé las verdaderas necesidades.
En tiempo de los romanos y después hasta los árabes, hubo población en este sitio; cuando la conquista, se establecieron allí algunas familias, siempre de las mas escasas de fortuna; pero castigados por las correrías de los segundos, que casi llegaban á las puertas de Córdoba, fueron abandonando sus hogares y, casi desierto, llegó á convertirse en una porción de solares á que los escritores antiguos dan el título de los Corrales: pasados muchos años, tranquilos ya los ánimos, volvió á poblarse, y entonces fundaron una ermita dedicada á la Visitación de Nuestra Señora y al Espíritu Santo, siguiendo todo aquel trayecto formando parte del barrio de la Catedral, de cuyo Sagrario se le administraban los santos Sacramentos, servicio que ocasionaba gran trabajo para aquellos curas, por tener que atravesar el puente, donde mas de una vez se vieron expuestos, por ser el único paso que tiene el ganado vacuno entre la sierra y la campiña: en estos inconvenientes se apoyó el Obispo de Córdoba D. Cristóbal de Rojas y Sandoval, para razonar su decreto fecha 21 de Julio de 1570, erigiendo en parroquia la antes citada ermita, á la que se llevó el Santísimo con gran solemnidad desde el Sagrario; no siendo posible agregarle rectoría ni beneficio, se mandó asistiese como cura el que lo fuera mas moderno del Sagrario de la Catedral, que es como ha llegado hasta estos últimos años, en que se le ha considerado independiente de todo, con su cura y coadjutor propios; sin embargo, el expresado señor Obispo le asignó alguna cantidad para el sostenimiento de la parroquia, y á su ejemplo hizo otro tanto el Cabildo Eclesiástico.
Las dimensiones y estado de la ermita no eran lo bastante para que la parroquia estuviese con la decencia debida, y desde un principio se pensó en ampliarla; consiguióse, construyéndole tres naves, para lo que debieron emplearse algunos materiales de otros edificios antiguos, toda vez que los capiteles de las columnas que dividen aquellas, tienen diferentes formas, y la mayor parte de ellos son visigóticos: después se reedificó en 1753. El altar mayor tiene un retablo dorado, de muy mal gusto; ocupa el centro una pequeña imagen de Ntra. Sra. de los Dolores, á los lados la Virgen y Santa Isabel, y en lo alto el Espíritu Santo: el frente de la nave del lado del evangelio lo ocupa un altar con otra Virgen denominada del Rayo, por decirse tradicionalmente que en él cayó uno sin tocar á la imagen: fué reedificado ó hecho en 1720, según espresa una inscripción que tiene en el frontal; sigue á esta capilla otro altar dedicado á Santa Teresa, representada en un lienzo, en el que ocupa un estremo la inscripción siguiente:
Fijóse en memoria y veneración de que en esta iglesia y sitio, siendo viadora, oyó misa dia último de Pascua del Espíritu Santo, año 1575, la gloriosa madre fundadora Santa Teresa de Jesús.
D. José Antonio Moreno Marin, en sus Anales eclesiásticos y civiles de la ciudad de Córdoba, M. S. de que tenemos una copia, dice que el dia 22 de Mayo de 1575 llegó á esta capital Santa Teresa, acompañada de otras varias religiosas, sus discípulas, y algunos religiosos de su orden que iban a la fundación del convento de Sevilla; que siendo Pascua del Espíritu Santo entraron á oir misa en la parroquia de la misma advocación, por la que había gran concurrencia, aumentada en seguida por la curiosidad de ver á las nuevas monjas; que éstas se colocaron en la nave del evangelio, y que en memoria de este suceso labró á su costa aquel altar D. Bernardo Blazquez de León, Secretario del Excmo. Sr. Cardenal D. Pedro de Salazar: con este motivo se levantó en Córdoba el deseo de que hubiese en esta ciudad un convento de Carmelitas Descalzas, como esplicaremos al tratar del de Santa Ana.
Cerca del altar á que nos hemos referido, hay otro con un gran lienzo, dedicado á las Animas, y casi al final vemos colocada la cruz que sirve en la procesión del Viernes Santo, y que aun cuando aparece muy vistosa, es del mal gusto reinante en el siglo XVIII.
Al frente de la nave de la epístola está la capilla del Sagrario, en cuyo altar no hay mas que el depósito, y desde ella á la pila bautismal hay otros dos altares dedicados á San José y la Virgen del Rosario; éste se renovó en 1813 y otra vez en estos últimos años, á espensas de un devoto.
En la actualidad no se sirven en esta iglesia cofradías ó hermandades, pero antes las ha tenido y muy numerosas; Vázquez Alfaro cita las del Santísimo, el Rosario y Jesús Nazareno y Nuestra Señora, y en una relación que se formó en 1773 de todas las corporaciones de esta clase que existían en Córdoba, aparecen las de Ntra. Sra. del Rayo y la Santa Cruz, habiendo desaparecido todas, sin duda por la escases de recursos con que contaran para sostenerse.
La sacristía nada de particular ofrece; en ella está el archivo, cuyos libros principiaron, en 1570 los de bautismos y matrimonios, y en l680 los de difuntos.
En esta iglesia solían oir misas todos los que la Justicia de Córdoba sacaba de ella para llevarlos á otros puntos, y entre otros la oyeron, en la mañana del día 20 de Febrero de 1695, setenta hombres cojidos en una leva y á los cuales llevaban á Gibraltar.
El esterior de la parroquia haría creer á cualquiera serlo de una mala bodega, si no fuese por el campanario que también es muy raquítico: cerca del ángulo, tiene en el costado una especie de niño [nicho] con un cuadro muy malo y restaurado en 1850, que representa á Jesús en el Pretorio; al lado opuesto está el Cementerio, en uso hoy para aquellos vecinos, quienes tienen la ventaja de no pagar derecho de enterramiento y sí solo el costo de la bovedilla, si algunas familias las quieren hacer á sus difuntos; construyóse en 1804, con motivo de la invasión de la fiebre amarilla, y desde entonces sigue sirviendo; antes se inhumaban los cadáveres en el alto que forma al rededor de la iglesia.
En las grandes epidemias que han aflijido á los cordobeses, el barrio del Espíritu Santo ha sido de los mas castigados, contribuyendo á ello varias circunstancias; una, su proximidad al rio, puesto que casi lo rodea: otra, la falta de pronta asistencia, por no haber en él ni médicos ni boticas, y otra, la peor en muchas ocasiones, que, asustados los del interior, prohibían la entrada de los forasteros, cerrando las puertas, á excepción de dos ó tres, entre estas la del Puente, que cortaban al final con una tapia, dejando un callejón para entrar y salir los pocos á quienes se lo permitían, quedándose muchos en aquel barrio, pues á pesar del cordón sanitario, éste no era tan cerrado que evitase por completo el paso; sin embargo, aquellos vecinos han estado siempre prontos, tanto á recibir los socorros que han necesitado, como á dar los que sus recursos les han permitido; como prueba de ello, anotaremos lo que hicieron en 1650, á imitación de los demás barrios, y por sí solos, sin contar con auxilio alguno ageno, toda vez que en su recinto no existían entonces, ni después, conventos ni vecinos de grandes caudales: reunidos al efecto, entraron en la ciudad en lucida procesión, llevando á los enfermos del hospital de San Lázaro cuanto pudieron recoger, y aun no contentos con aquel donativo, se reunieron los chicos del barrio, presididos de Ntra. Sra. del Rosario, á que acompañaba parte de la Capilla de música de la Catedral, y les llevaron un segundo socorro, compuesto de un cahíz de trigo, veinticuatro espuertas con pan, cinco carneros, veinticinco gallinas, un jamón, veinticuatro salvillas con pasas, una carga de naranjas, catorce espuertas con limones, cinco idem con vedriado, cuatro idem con garbanzos, dos pares de pichones, doce salvillas con bizcochos, veintisiete canastillas con huevos, treinta y tres salvillas con hilas y una espuerta con granadas.
Tanto por todo el lado Norte como por el Este, confina el Campo de la Verdad con el rio Guadalquivir, el cuarto en importancia, el quinto en longitud y el sexto en tributarios, de cuantos nacen en España. Estrabon dá á este rio diferentes nombres, pero nosotros solo vemos claro el del Betis, con que lo conocieron los Romanos, dando nombre a la Bética ó Andalucía, y con el que siguió hasta que los Árabes dieron en llamarle Nahrálatdim y Wadilquebir; ambas palabras significan rio grande, habiéndole quedado la segunda, aunque alterada, ó sea el titularlo Guadalquivir: nace este rio en las sierras de Alcaráz, Segura y Cazorla, y desemboca en el Océano inmediato á Sanlucar de Barrameda, después de haber recorrido ochenta leguas de estension y haber ocupado con su cauce mil seiscientas cinco cuadradas, en las provincias de Jaén, Córdoba, Sevilla y Cádiz: concretándonos á la nuestra, entra en ella por entre el Este y el Noroeste y sale por entre Oeste y Sudoeste, atravesándola en una distancia de veintidós leguas, en que fertiliza los términos de Villa del Río, Montoro, Pedro Abad, El Carpio, Villafranca de Córdoba, Córdoba, Almodóvar del Río, Posadas, Hornachuelos y Palma del Río, aumentando su corriente con los ríos de las Yeguas, Guadalmellato, Guadalbarbo, Guadiato. y Bembezar, que le entran por la orilla derecha, y el Salado de Porcuna, Guadajoz y Genil que desaguan en él por la izquierda, y los arroyos Corcomel, Martin González, Arenoso, Pajarejos, Pero Gil, el Cáñamo, Tamujoso unido con Tamujosillo, Rabanales, la Cabrilla, Guadazueros, Alardía, Guadalmazan, Guadaloso y, otros muchos de menos importancia; en el término de Córdoba es atravesado por los puentes de Alcoléa y el que une á la ciudad con el barrio del Espíritu Santo, ambos en la carretera general de Madrid á Cádiz, y los de Alcoléa y el Alcaide en las líneas férreas de Madrid y Málaga.
Mucho es lo que se ha hablado y escrito sobre la navegación del Guadalquivir, alegando como principal razón el haberlo sido en tiempos de los romanos y de los árabes y después hasta fines del siglo XV, sosteniéndose gran comercio entre Córdoba y Sevilla por medio de balzas ó barcos planos, que fué lo que siempre usaron, arrastradas casi todas por la silga, nombre de las cuerdas de que tiraba cierto número de caballerías, y sin duba debía ser de este modo, porque los ingenieros que por orden del Gobierno realizaron los estudios para la navegación, aseguran que una de las principales dificultades es la rápida pendiente de este rio, que sería preciso contrarestar por medio de grandes presas, costosísimas en, su construcción, y después en conservarlas; además calcúlanse necesarios mil quinientos ó dos mil pies cúbicos de agua, como mínimun para la navegación, y el Guadalquivir solo tendrá mil setecientos después de incorporársele el Genil, y antes unos mil y ciento á mil trescientos, cantidad que se vá disminuyendo conforme se acerca á Córdoba, y que es considerada insuficiente: en estos estudios hechos de 1842 á 1844, se calculaban las obras en quince millones cuarenta mil reales, y se indicaba que su conservación unida al gasto de la empresa, superaría tal vez á los derechos que se establecieran. La navegación en tiempo de los romanos y de los árabes y aun bastante tiempo después de la conquista, está justificada en casi todos los historiadores; tal vez, entonces, el mayor caudal de aguas y la falta de otra comunicación mas rápida, con que actualmente contamos, haría preferible aquella, en economía de gasto y tiempo: Fernán Pérez de Oliva, uno de los hijos mas sabios de Córdoba, leyó ante la Ciudad, en las casas hoy café Suizo, una estensa memoria sobre este asunto, en que expone muchos y curiosísimos datos, como puede verse en la colección de sus obras: en el Archivo municipal, donde tantos y tan interesantes documentos se conservan, hemos visto varios privilegios de los Reyes D. Sancho, D. Fernando el Emplazado y Don Alfonso XI, mandando á los dueños de corrales y azudas dejasen el paso franco á los barcos, sin peligro para sus conductores: en 1559 se dieron unas ordenanzas para los barcos, y ya por este tiempo, apenas serviría el rio, cuando Felipe II dá una pragmática tratando de hacerle navegable, idea que nunca se abandonó, toda vez que en 27 de Abril de 1621 se mandó que todos los dueños de las azudas abrieran en ellas pasos para los barcos, con cuatro varas de ancho y dos de fondo; en 23 de Diciembre de 1626 nombró el Rey un Superintendente especial para los trabajos de navegación, y se señalaron los pueblos que habían de contribuir á su costo y los arbitrios de que dispondrían; en 12 de Abril de 1629 la Ciudad de Córdoba autorizó á una comisión de Veinticuatros y Jurados para que tomasen á censo cierta cantidad con destino á los gastos de las obras del rio; el espresado Superintendente publicó en Sevilla un bando, fecha 30 de Junio de 1768, en que obligaba á todos los dueños de terrenos contiguos al rio, á que rosasen el taraj y demás maleza que habían obstruido el camino necesario para la silga de que antes hablamos, y operación en que la Ciudad gastó 15.381 reales 17 maravedises, por lo que correspondió á sus valdíos; por último, en nuestros tiempos se hicieron los estudios de que antes hablamos. Sin embargo de todo lo expuesto, creemos que, lejos de pensarse en la navegación del Guadalquivir, deben utilizarse sus aguas en canales de riego, como convendría hacer con casi todos los demás rios de España, aumentando por este medio el valor de los terrenos que recibieran tan gran beneficio.
En el término de Córdoba, cortan también el rio varias azudas ó represas para los molinos harineros, que la surten casi en totalidad de las harinas necesarias, aun cuando hoy existe una máquina de vapor próxima á la estación del ferro-carril, y se hace gran consumo de las que vienen de Castilla; aquellos son los siguientes: Alboláfia, Escalonias, la Alegría, Casillas, Jesús María ó de Enmedio, Salmoral, Pápalo-tierno, San Antonio, San Rafael, Martos y los de Lope García; también tiene dentro de este término diferentes vados, que toman los nombres de las heredades cercanas, y son los de las Quemadas, del Haza de la Monja, Lope García, del Adalid, de que volveremos á hablar, Casillas y la Reina, y por cima del Arenal hay una gran barca, cuyos derechos de pasage se arriendan, y facilita el paso de la sierra á la campiña hacia el camino de Castro. El trayecto entre el puente y la azuda de Martos, es conocido por el Tablazo de las damas, porque es el sitio que han elegido siempre las cordobesas para sus baños y sus paseos en las pequeñas barcas que aun sirven para aquellos, y como medio de comunicación entre Córdoba y el barrio del Espíritu Santo. Esta parte del Guadalquivir ha sido muchas veces destinada á festejos públicos, efectuándose las regatas, que en otras partes llaman tanto la atención de los forasteros; se han figurado combates navales, atacando desde los barcos á un castillo formado sobre otros dos unidos y sujetos con un tablado encima; otras veces se ha figurado tomar algunas al abordaje, y otras han pasado muy de prisa para alcanzar algunos objetos colgados en diferentes puntos, dando lugar á que varios mozos tomen un inesperado baño, que á veces ha puesto en peligro sus vidas; tal sucedió en 1651 en las fiestas que se hicieron para celebrar la colocación del San Rafael que está á la mediación del puente.
Péscanse en el Guadalquivir muchas clases de peces, algunos muy grandes y otros muy buenos, habiendo ocasiones en que se han cojido sollos, aunque esto se ha considerado siempre como una rareza.
También se ha utilizado este rio en muchas ocasiones para el trasporte de las maderas de Segura hasta Sevilla, operación que siempre ha llamado mucho la atención, llevando á sus orillas multitud de curiosos, como ha sucedido en el presente año, 1876, que han bajado unas setenta mil traviesas para la empresa del ferro-carril de Málaga.
Unas veces las recias y continuadas lluvias, y otras el deshielo en la provincia de Jaén, han hecho que el Guadalquivir aumente sus aguas de tal manera, que ha puesto en gravísimos peligros á los vecinos del Campo de la Verdad; de estas crecientes ó riadas, como las llaman en Córdoba, citaremos las que encontramos anotadas en algunos manuscritos que hemos podido registrar.
En 1481 anduvieron los barcos por las calles de los Lineros, la Curtiduría, la Fuensanta y puerta del Puente.
En 1544 sucedió lo mismo, y además entró el agua en varias bodegas del Campo de la Verdad, causando considerables pérdidas.
En 1554, fué tan grande la creciente, que rompió por el murallon de San Julián, dejando aislado el barrio del Espíritu Santo, tanto por la espalda como por la conclusión del puente: hubo por consiguiente algunos barcos en diferentes puntos de la ciudad: aquellos vecinos se asustaron tanto, que sacaron sus muebles y los pusieron sobre carretas en el alto que forma la parroquia.
En 1604 sucedió lo mismo que en la anterior; en esta ocasión, se cojían muchísimos peces, algunos de veinticinco libras de peso.
En 1618 anduvieron también los barcos por la Fuensanta y la calle de Lineros.
En 24 de Enero de 1626, entró el agua á cubrir la plazuela de las Cinco calles [esquina Lineros, Carlos Rubio, Muchotrigo...], donde hubo barcas sacando los muebles de algunas casas.
El año 1684, es sin duda uno de los que mas hicieron subir el rio, y en el que, á no venir la lluvia á intervalos, se hubiera desbordado, inundando gran parte de la población, puesto que, se sufrieron catorce avenidas, siete hasta la mitad de los molinos, y las otras siete en esta forma: del 19 al 25 de Diciembre de 1683 llegó el agua á lo alto de los molinos de enmedio; á 28 de dicho mes, quitó un cuchillete ó entibo del puente y se llevó varias cruces de un calvario que había al principio del camino de Castro; el 3 y 5 de Enero del 84 se llevó las cruces que habían quedado; el 22 del mismo año, hundió el arco del puente en que faltaba el cuchillete y se llevó la mitad de la casa ermita de San Julián que estaba del lado allá de aquel barrio; en 5 de Febrero cubrió el molino de enmedio, bajando en el mismo dia; al siguiente subió mucho mas, y entre la infinidad de objetos que pasaron, fué un barco que debió recojer en otro punto; en 10 de Febrero se llevó la otra mitad y parte de la ermita de San Julián. La causa de estas avenidas fué la continuación de las lluvias durante tres meses, que tuvieron á los molinos sin funcionar diez y seis dias y á los pobres sin poder trabajar en el campo por mucho mas tiempo, siendo tal la necesidad, que muchos se cayeron muertos en las calles: se dispensó guardar la Cuaresma, y muchos se comían las reses que se morían en el campo, porque el ganado pereció en gran número, tanto, que sus dueños lo ponía á la venta, y llegó el caso de valer una vaca treinta reales y un buey cincuenta; había burros hasta á diez reales y caballos muy buenos á ciento cincuenta, según afirma el popular escritor Martin López, de quien tomamos estos apuntes, quien además cuenta que habiéndose aislado dos veces el Campo de la Verdad, pusieron de Corregidor en él á D. Fernando Villarroel, con un alguacil, y que el primero asistía á misa en aquella parroquia, donde tenía asiento de preferencia: dicho escritor compara este año con el de 1677, en que dice valió una gallina diez y siete reales, el trigo ciento diez, y la cebada á sesenta y seis, que es como si ahora valiese á cuatro veces esas cifras.
En 21 de enero de 1687, volvió á subir el rio, llevándose otra parte de la casa ermita de San Julián, la que desapareció del todo en otra avenida en 10 de Febrero siguiente. En 20 de noviembre de 1691, hubo otra gran creciente como las ya anotadas, con corta diferencia. En 1692 llegó el agua á la ventana entre alta y baja que tiene la sacristía de la iglesia de San Nicolás de la Axerquía (desaparecida]; el Sacramento se sacó oportunamente y se llevó á la iglesia de la Caridad, hoy Museo de Bellas Artes: en esta creciente se perdió por completo la ermita de San Julián (situada al sur de la entrada oeste del puente del Arenal).
En 1693 hubo otra creciente muy considerable. En 1697 subió el rio hasta las tierras de labor por el lado de la campiña. En 1698 fué tal la creciente del rio, que no pudiendo salir el agua del barrio de San Lorenzo, se anegó éste y hubo barcos en la calle de la Rejuela y en San Juan de Dios, como dijimos al visitar estos sitios. En 1739 creció tanto el rio, que se llevó el puente que había cerca de la villa de Palma. En 14 de Enero de 1751 hubo otra grandísima creciente. En 1785 hubo una de las avenidas mas grandes que se han conocido, y que causó muchísimos daños en todas las posesiones cercanas al rio. En 26 de Diciembre de 1821 llegó el agua á la ventana de la sacristía de San Nicolás [de la Ajerquía; desaparecida], y anduvieron barcos por la puerta del Puente, calle de Lineros y otros varios puntos.
Después de la del año 21, han tenido lugar otras grandes avenidas, siendo la mas notable en 1860, si bien no entró el agua en Córdoba, consistiendo principalmente en que, habiéndose destruido el murallon de San Julián, las aguas se estienden por aquel lado, y además en que la calle de Lineros, la salida de la puerta del Puente y otros puntos, están á mas altura que otras veces, por los terraplenes que se han variado. En esta última avenida ocurrió la desgracia de que, habiéndose quedado un pastor aislado, se subió á un árbol, de donde no fué posible bajarlo, pereciendo cuando las aguas llegaron á aquella altura. En todas las avenidas, algunos vecinos del Campo de la Verdad se ponen en la orilla del rio, y con un gancho atado a una cuerda recogen cuanta leña pueden de la mucha que arrastra la corriente, teniendo algunos la mala costumbre de atarse dicha cuerda á la cintura para hacer mas fuerza cuando el leño es grande, habiendo ocurrido, mas de una vez, el ser arrastrados y sucumbir entre las aguas. En las reseñas de las crecientes que hemos extractado, se hacen muchas descripciones de haber visto pasar multitud de animales muertos y otros objetos: pero son tan parecidas todas y en general tan pesadas, que hemos creído lo mas acertado hacer solo estas ligeras indicaciones.
Muchas son las víctimas que cuenta este caudaloso rio, puesto que puede calcularse en seis el número anual de los que mueren entre sus aguas, sin retirarnos de las cercanías de Córdoba; por consiguiente, en él trascurso de los siglos suman una cantidad fabulosa; entre otros, debemos anotar, que el 18 de Marzo de 1684, cuando aun estaba el rio bastante alto, quince ó veinte forasteros se empeñaron en pasar la tarde paseando en un barco por el Tablazo de las damas, y sin que se averiguase claramente la causa, aquella pequeña nave se volcó y todos cayeron al agua, salvándose únicamente cinco que pudieron recoger en otros barcos y á fuerza de mucho trabajo: en este mismo año, una mujer, tal vez demente, arrojó por el puente á una hija suya de doce á catorce años de edad, salvándose milagrosamente en la azuda de los molinos inmediatos; éste caso se ha repetido en uno de estos últimos años con otra niña recien nacida, por lo que su madre fué encausada. También se han dado casos de suicidios, arrojándose desde el murallon de la Rivera ó desde el puente, como lo hizo de éste último, en 7 de Diciembre de 1827, un cura y músico de apellido Leiva, natural de Málaga.
Entre el puente y el molino de Albolafia, existen aun multitud de material de guerra que los franceses arrojaron desde San Pelagio, donde tuvieron el Parque de artillería, cuando apresuradamente abandonaron á Córdoba.
En la isleta que forma el rio por bajo de los molinos, fueron quemados algunos de los infelices que sentenció la Inquisición, recién instalada en Córdoba, á ser víctimas de las llamas.
Dos sitios hay en este rio que nuestros antepasados reverenciaban por haber arrojado en ellos á muchos de los cristianos que sufrieron el martirio por defender nuestra sacrosanta Religión: aquellos eran la parte frente á el Campo Santo y huerta del Alcázar, y por cima del molino de Martos. Aunque no en el número de las recientes, ha tenido, sin embargo, el Guadalquivir ocasiones en que, á causa de sus [las] continuadas sequías, ha disminuido su caudal, hasta el punto de no poder funcionar los molinos; tal sucedió en 1683, en que, durante un año, no llovió, escaseando el pan, de tal modo, que hubiera faltado del todo si el Corregidor D. Francisco Ronquillo y Briceño, de quien ya nos hemos ocupado, no hubiese sacado quince mil quinientos treinta y siete reales del producto del vino forastero en la Alhóndiga, para hacer unas cuantas atahonas que moliesen todo el trigo necesario: se hicieron multitud de rogativas implorando el beneficio de la lluvia, sin conseguirla, dando lugar la sequía á que muriese la mayor parte del ganado que tenían los labradores, quiénes consiguieron una provicion, consintiéndoles no empanar mas que la tercera parte de sus tierras: mas, el Corregidor Ronquillo hizo saber á los propietarios de los cortijos, que ellos habían de empanar las restantes, no siendo preciso llevar á cabo ni una ni otra disposición, porque el otoño se presentó muy bien, animando á los labradores, que al fin lograron una siguiente buena cosecha.
Entre Córdoba y el Campo de la Verdad cruza el Guadalquivir el hermoso y fuerte puente de diez y seis arcos, aun existente, y del que se han ocupado tantos escritores, defendiendo unos que es el mismo labrado por los romanos, cuya creencia nos parece la mas acertada, y negándolo otros, afirmando que estaba mucho mas abajo, donde aun se encuentran restos de construcción; la importancia que esta ciudad tuvo en aquellas épocas, nos hace concebir la idea de que tal vez hubiese mas de un puente, y qué esta sea la causa de tan distintas opiniones; siguiendo la mas autorizada, decimos, que éste es el puente que edificaron los romanos y reedificó Hixén I; debajo del quinto arco existe aun una inscripción imposible de descifrar, por tener algunas letras romanas, con otras mas modernas y algunos números arábigos que no es fácil combinar: tiene éste puente ochocientos ochenta y ocho pies de longitud por veintitrés de latitud; entre los arcos tiene unos machones en forma de ángulos, muy agudos, que facilitan notablemente el paso de las aguas, cortándoles su impetuosa corriente. A su estremo Sur, existe aun un hermoso castillo denominado la Calahorra ó Carrahola, que de ambos modos le dicen, y que servía para la defensa de la entrada del puente; labráronla los árabes y formaba dos torres unidas por un arco; debajo de éste tenía la puerta, donde, para ganarla, ya hemos dicho que San Fernando perdió muchos de sus valientes soldados; en dicha forma permaneció hasta 1369, en que, al pasar por Córdoba Enrique II, mandó reparar y ampliar esta fortaleza; cerráronle el arco, ampliaron el edificio por la parte posterior, rodeándolo de muros, y fué preciso dar subida al puente, ampliándolo con una línea oblicua, en la que formaron el último arco, que es de diferente construcción, viéndose por bajo dos, uno el nuevo y otro el que quedó interceptado contiguo al muro del castillo. Después ha debido tener algunas reparaciones que no vemos consignadas; en nuestros tiempos, 1837, se reparó un tanto, y se hizo un lugar por donde se pudiese extraer agua del rio: éste castillo ha servido muchas veces para prisión de los nobles que cometían algunos crímenes; en él estuvieron presos algunos de los moriscos procedentes del reino de Granada. En 1718, el Gefe de escuadra D. Baltazar de Guevara, trajo de Sicilia cuarenta soldados prisioneros de las tropas piamontesas, entregándolos en el Puerto de Santa María á D. Francisco Manriquez Arana, quien consultó al Rey lo que había de hacer con ellos: contestaron que los internase, y los mandó á Córdoba, donde dispusieron acuartelarlos en la Calahorra, si bien no llegaron mas que treinta y cinco, que entregó una escolta de diez caballos al mando del teniente D. Antonio Aquatil: consultado á su vez por el Corregidor D. Juan de Vera Zúñiga y Fajardo, lo que haría con aquellos desgraciados, contestóle, de orden del Rey, D. Miguel Fernandez Duran, que los socorriese y viese el modo de conformarlos á que se agregasen al ejército español, incorporándolos, en el caso de que consintieran, al regimiento de Simbourg, á la sazón en las costas de Andalucía; consiguióse lo que se deseaba, y los treinta y cinco soldados piamonteses fueron entregados en 23 de Noviembre de dicho año al sargento Outoit del regimiento de Guardias Valonas de infantería. En 1779 y 1780, trajeron á Córdoba todos los prisioneros ingleses que llegaban á Cádiz y al Puerto, los cuales eran socorridos con ración y pré en la torre de la Calahorra y en la casa del Conde del Portillo, calleja de Santa Inés, alquilada para este objeto; de las comunicaciones resultan unos quinientos prisioneros; pero en las revistas del Comisario, que originales hemos visto, no pasan de doscientos cuarenta y ocho, lo cual puede consistir en que no se reuniesen todos á un tiempo, pues hay diferentes órdenes de entradas y salidas. En 1781, se declaró en la Cárcel una horrible epidemia de tabardillos, que puso en grave peligro la vida de todos los presos; en vista de esto, y considerando que estando aquella en la Corredera, podía propagarse á los vecinos, se habilitaron la Carrahola y una casa en el Campo de la Verdad, donde eran llevados los enfermos, dando lugar á un gasto de trece mil setecientos ochenta reales, treinta maravedises, que se pagaron de los fondos de Propios y arbitrios. Desde 1808 a 1810 se utilizó también este castillo para prisioneros militares. En 1823 estuvieron presos en aquel sitio muchos de los liberales á quienes persiguieron y fatigaron los realistas. En 1835 estuvo acuartelado allí el provincial de Bujalance, y en muchas ocasiones lo han estado las partidas sueltas que pasaban por Córdoba. En 1836, cuando la venida de la facción de Gómez, se guarneció por nacionales; pero por una cuestión entre ellos mismos, se retiraron al fuerte, de que en otro lugar hablaremos. Por último, una parte de este fuerte edificio ha sido destinado á la escuela de niñas del barrio del Campo de la Verdad, y lo demás está abandonado, deteriorándose, cuando podía dársele algún destino, como por ejemplo el de Museo Arqueológico de la provincia. Esta fortaleza tenía varios cañones ocupando las troneras altas, y en prueba de ello diremos, que en algunas de las relaciones hechas por testigos presenciales del tumulto de 1652, se dice que los alborotadores del barrio de San Lorenzo se llevaron á él los tiros que habia en lo alto de la Calahorra.
A la mediación del puente, vemos una especie de garita de piedra con la puerta tabicada; antes tenía una verja que dejaba ver el interior ocupado por un altar con los Patronos de Córdoba San Acisclo y Santa Victoria, á la que tenían gran devoción; hasta este sitio salían los frailes de San Francisco á recibir los cadáveres de los que eran ajusticiados en el Campo de la Verdad ó entre los molinos. Enfrente de dicho humilladero vemos la dorada imagen de San Rafael, obra del escultor Bernabé Gómez del Río, que vivió en la calle de los Manriques; colocóse en aquel sitio con gran solemnidad, como ya tenemos dicho, en 29 de Setiembre de 1651, después de la epidemia que tantos estragos hizo en esta ciudad; á sus pies y en una hermosa lápida, tiene una inscripción latina, redactada por el P. Juan Bautista Caballero, de la Compañía de Jesús, y que traducida al castellano es la siguiente:
Al Beatísimo Rafael, grande entre los ángeles, su custodio vigilantísimo: el cual mas há de trescientos años, que en tiempo de Pascual Obispo, y destruyendo la ciudad una peste, predijo que el había de ser médico de tanta calamidad. Y él mismo después, año de mil quinientos y setenta y ocho, reveló al Venerable Presbítero Andrés de las Roelas, las Reliquias de los Santos Mártires y últimamente le declaró, como Dios le había encargado la guarda de Córdoba. Por lo cual para que el debido agradecimiento durase; el Senado y pueblo de Córdoba, atento y piadoso, le levantó esta estatua, de piedra, con gran solicitud de D. José de Valdecañas y Herrera y de D. Gonzalo de Cea y de los Rios, Veinticuatros. Siendo Pontífice Inocencio X, Rey de las Españas Felipe IV, Obispo D. Fr. Pedro de Tapia, Corregidor D. Pedro Alfonso de Flores y Montenegro. Año de 1651.
Los verdaderos amantes de las glorias cordobesas, desgraciadamente hoy pocos, no pueden menos de mirar hasta con cariño, si es posible, esa gran obra que ha visto pasar los siglos y ha sentido en sus arcos la planta de tantos y tantos hombres ilustres como han nacido en Córdoba ó han venido á visitarla: por él han transitado nuestros santos, nuestros poetas y nuestros guerreros; los Califas, los Reyes, Fernando el Santo, Alfonso el Sabio, Sancho el Bravo, Alfonso XI, D. Pedro el Cruel y su hermano D. Enrique, Isabel I y Fernando V, Carlos I, V de Alemania, los Felipes II y IV, y otros varios, y multitud de hombres notables en las ciencias, las artes, las armas y las virtudes, que han desaparecido con el trascurso de los años, mientras esa inmensa mole de piedra combatida por las aguas y la ancianidad, espera conocer nuevas generaciones que aun admiren y elogien su grandeza.
Desde la conquista de Córdoba hasta el presente año, en que se está reparando este puente, bajo la dirección del Ingeniero D. Rafael Navarro, se han hecho en él muchas é importantes obras que han logrado sostenerlo útil para el gran servicio que ha venido prestando; así es, que mirándolo por cualquiera de los dos lados, se vé que la mayor parte de los arcos han perdido su primitiva forma, y aun hay uno que en su mayor parte es de ladrillo; se le han hecho nuevos diferentes arcos en tiempo de D. Pedro el Cruel, de los Reyes Católicos, en el siglo XVII y en el XVIII, en que le compusieron también los trozos de murallas que lo entiban á la salida del mismo: en 1702 se hicieron los dos últimos arcos, bajo la dirección de Tomás Ortega y Francisco Agustín; en 1703 se solaron varios arcos, entre ellos el real vulgarmente hondo, siendo Corregidor D. Francisco Antonio Salcedo y Aguirre, que cuidó mucho de esta obra; otro arco se reedificó en 1705, y por último en 1780, el Ingeniero D. Bernardo Otero le hizo nuevos los pretiles ó antepechos.
Antes de la instalación de los cementerios en despoblado y cuando se edificó la ermita del Smo. Cristo de las Animas, de que muy pronto hablaremos, se hizo costumbre ir á ella en las tardes de los días primeros de Noviembre, vísperas del de los Difuntos, encontrándose entre la concurrencia todos los carruajes de Córdoba: ya hemos dicho que el puente es el único paso que tiene el ganado vacuno de la sierra á la campiña, y éste mal dio lugar, á fines del siglo XVIII, á que una torada se encontrase con toda aquella bulla, de la que se asustaron los toros, desbandándose y ocasionando un verdadero conflicto, pues aun cuando al fin no ocurrieron desgracias personales, los sustos fueron muchos, habiendo persona que regresó á su casa sin sombrero y estropeada; al mismo tiempo dio la casualidad de llegar en una silla de posta el Conde de Floridablanca, que venía del reconocimiento del puente Zuazo, y viendo aquel conflicto, se, marchó derecho á el Ayuntamiento, donde reprendió severamente al Corregidor por su descuido en no precaver lances de aquella clase, y aun hay anciano que dice que poco después fué trasladado de esta ciudad.
El autor de los Casos raros de Córdoba, refiere, que en tiempo del Emperador Carlos V, vino á esta ciudad de regreso de la guerra un caballero llamado D. Pedro Clavijo, el cual trajo un hermoso caballo, mezcla alemán y español, el cual sacó la mala maña de dar multitud de coces en cuanto sentía alguna cosa en las ancas; por aquel tiempo una de las avenidas del Guadalquivir se llevó uno de los arcos del puente; dióse la orden para su reconstrucción, y al efecto hicieron una empalizada en estremo angosta, que no llegaba al otro lado ni cabía por ella sino un hombre para alargar las mezclas: llegó el dia primero de Pascua de Pentecostés ó venida del Espíritu Santo, en que se hacía una gran fiesta en su iglesia de la misma advocación, y por la tarde acudían los cordobeses de paseo al Campo de la Verdad, según costumbre de aquellos tiempos; entre ellos fué D. Pedro Clavijo, montando su hermoso caballo y, creyendo salir al otro lado, se entró por la empalizada, llegando á un punto donde era imposible seguir ni volverse; entonces todos los concurrentes se fijaron en D. Pedro, dándole voces unos para que no entrara, otros para que acudiesen los barcos á salvarlos en caso de caer, y otros para que se arrojase sobre uno de aquellos, dejando el caballo que se matase solo; pero, herido el caballero en su amor propio, determinó, á muerte ó á vida, hacer una cosa que jamás se había visto: hizo al caballo levantarse de manos, rodeólo de pronto y con tal ímpetu, que lo obligó á sentar las manos donde antes tenía los pies, saliéndose de la empalizada por el mismo punto de entrada, al compás de los aplausos que la admirada multitud le prodigaba.
Detrás del barrio del Espíritu Santo, está el ya citado murallon de San Julián, que servía para defenderlo de las crecientes del rio; en este sitio hubo en lo antiguo varios molinos harineros y batanes para los paños, los que desaparecieron por completo, consistiendo principalmente en que, construida la azuda de Martos, quedó la corriente mas mansa, á consecuencia de haber perdido el declive que antes tenía: durante este siglo quedó abandonado dicho murallon y el agua ha socabado el terreno, llevándose gran parte de él, tanto que de un huerto bastante estenso, llamado de Segovia, solo ha quedado la casa que, como otras cercanas, acabarán por arruinarse si antes no se pone remedio, en el que nadie piensa. Llamábase murallon de San Julián por estar cerca de él la ermita dedicada al mismo santo y que ya hemos dicho se llevaron las continuadas crecientes del Guadalquivir; aquel pequeño santuario fué fundado por D. Martin de Ángulo y Contreras, dotándolo con varias capellanías; distaba del rio unos doscientos pasos y era como de unas cinco varas en cuadro: créese que el Sr. Angulo la hizo nueva sobre los cimientos de otra mas antigua levantada para reverenciar aquel sitio, donde debió estar el monasterio de San Cristóbal, fundado dominando aun los romanos, siendo, pues, uno de los primeros templos que los cristianos erigieron en Córdoba: las crecientes del rio han descubierto también en este lugar multitud de restos humanos, hacinados los unos sobre los otros, opinando Feria y otros autores dignos de atención, que aquí tuvieron los romanos el cementerio para la plebe, en el que daban sepultura también á los forasteros y á los ajusticiados, y que, como tales se enterraron algunos de los mártires, cuyas reliquias se estrajeron después por sus mismos amigos y compañeros, que á escondidas los sacaban para llevarlos á las pocas iglesias con que á la sazón contaban.
A poco de pasar el puente, encontramos una ermita de regulares dimensiones, construida toda de cal y ladrillo, dedicada al Smo. Cristo de la Misericordia ó de las Animas, que es á la que dijimos acudía mucha gente á rezar en las tardes vísperas de los dias de Difuntos; otra de igual advocación hemos visto citada en tiempos mas antiguos, situada cerca del machón ó entibo de la azuda de Martos, pero sin detalle alguno: la presente fué fundada en 1760 por un clérigo de menores llamado D. Salvador Salido y Millan, que vivía en una casa que hace rincón en la plazuela del Pozo de Cueto, barrio del Sagrario de la Catedral; á su muerte, en 1816, dejó una magnífica colección de cuadros, esculturas y antigüedades, que se vendieron, y el encargo á sus albaceas de hacer nueva de cal y ladrillo la ermita que mas pequeña había fundado en terreno cedido por el Ayuntamiento, encargo cumplido fielmente por aquellos. El interior es bonito, cubierto con bóveda y cúpula; tiene un solo altar de mármol negro y sobre él una gran urna de talla y en ella un Crucifijo con las Animas al pié y por bajo el Sagrario para cuando había jubileo; en los lados de la iglesia hay cuatro nichos con diferentes esculturas, rodeados de multitud de tablillas de milagros ó ex-votos dedicados por los que han alcanzado beneficios de tan venerada imagen, entre ellos el de que nos ocupamos en la parroquia de San Pedro á el hablar de la muerte del venerable sacerdote D. Francisco de Sales Ramírez, uno de los mártires de la independencia española.
En todo el espacio que hay detrás de la Calahorra, se estableció el Rastro ó mercado de bestias y efectos, en el año 1568, por orden del Corregidor D. Francisco Zapata, del que tantas veces nos hemos ocupado, habiendo ido á menos, hasta que se estinguió, sin que se haya restablecido, á pesar de haberlo intentado en varias ocasiones. En este punto había un gran pedestal con una cruz en lo alto, que le decían del Rastro, como la que hasta 1852, hubo al final de la calle de San Fernando, y mas allá, hacia la parroquia, otra que le decían la de la Pizarra; una y otra desaparecieron, y por último en 1780 quitaron los pedestales á el hacer la carretera, por disposición del Ingeniero D. Bernardo Otero.
Por el lado opuesto al rio, de que no nos hemos ocupado, ó sea por donde arranca el camino antiguo de Montilla y la carretera general, hubo hasta después de la conquista grandes bosques de pinos alerces, de donde se dice fué cortada toda la madera que sirvió para la techumbre de la mezquita y para la mayor parte de los edificios antiguos de Córdoba; hoy solo hay tierra calma de muy buena calidad, y no muy lejos está el cortijo de la Torrecilla, en el que sus dueños los Sres. Torres, han reunido multitud de instrumentos de labranza, dignos de verse, pues no se encuentran tantos ni tan buenos entre todos los labradores cordobeses.
Antes de llegar á las heredades, en el egido, había unos grandes barrancos que se llenaban de agua, y que en el primer tercio de este siglo dieron lugar á que en una noche oscura cayese con su caballo el labrador Barrionuevo, muriendo sin que nadie pudiese socorrerlo.
En la segunda azuda por bajo del puente, en lo que ahora se llama molino de San Rafael, estuvo establecida durante muchos años una fábrica de papel, que vimos funcionar, y la que se suprimió, tanto por su poco producto como porque no pudieron sacarlo con la blancura necesaria, achacándose este defecto á la suciedad de las aguas.
Hemos dado vuelta al barrio del Espíritu Santo, y tornando á su interior, tiempo es ya de decir cuales son sus calles, aunque todas muy cortas, esceptuando la de San Julián que es bastante larga y se llama así porque al final estaba la ermita del mismo título, de la que ya nos ocupamos. Llámase Bajada del puente lo que encontramos al bajar, y sigue el Egido; de Una acera [?]; Mantillo [Mira al río], apellido; Lustre, deribado de Yuste, apellido de un vecino antiguo; Espaldas del Santo Cristo, por estar detrás de la ermita; Horno, por uno de ladrillos; Santo Cristo, por el de las Animas; Rastro [espacio que hoy ocupa el colegio Rey Heredia], por el ya citado anteriormente; Martin López, popular escritor del siglo XVII, que á pesar de ser un labrador de escasos recursos, dedicaba sus ratos de ocio á escribir, aunque con el lenguage propio de su escasa instrucción, hizo unos anales de su tiempo y se le achaca el libro de los Casos raros de Córdoba; Jesús, por una imagen que hubo en la misma; plazuela de la Iglesia, lo que está delante de la parroquia; calle del Arrecife [Acera del Arrecife]; los Lados de la carretera [probablemente Avda. de Cádiz]; Miraflores [Fernández de Córdoba], ignoramos el significado; Rinconada [muy transformada en Avda. Campo de la Verdad], por la figura que forma frente de la parroquia; San Julián [Acera de San Julián], ya anotada; Granada [Avda. Diputación y Acera de Granada], lo que mira al camino antiguo por donde se salía para aquella ciudad; Acera pintada [comienzo de Avda. de Cádiz], por las fachadas de las casas que ostentaban diferentes colores; Altillo, casi fuera del barrio y un tanto elevado, y por último, el Ventorrillo [zona del actual Hotel Hesperia], por uno que hubo en lo antiguo y cuya casa es conocida por esta palabra.
En todo este barrio solo hemos encontrado dos cosas que nos llamen la atención: un pozo redondo de tanta boca, que llenan en él con diferentes carrillos ocho ó diez casas de la calle del Lustre y demás que forman una manzana, en cuyo centro está aquel, para que todas las espresadas casas estraigan el agua; lo otro es una lápida sepulcral árabe que estaba en una de las casas de la Rinconada y cuya traducción, según el Sr. Gallangos, es la siguiente:
En el nombre de Alláh clemente, misericordioso. Aquí yace Altira, liberta que fué de Alhaquem, á quien Dios haya perdonado. Murió el Jueves á 7 noches andadas de la luna de Chumida, la postrera del año 242, y confesó al morir que no hay mas Dios que Alláh, etc.;
lo demás falta en la inscripción.
Poco después de la guerra civil de los siete años y encontrándose en esta capital la compañía de Francos, conocida por los Migueletes, uno de estos mató á un tabernero que tenía su tienda frente á la espalda de la Calahorra, y el consejo de guerra estuvo tan pronto y rigoroso, que sentenció á el agresor á ser fusilado en el mismo lugar del crimen, como se ejecutó ante ese concurso que siempre viene á ver este tristísimo espectáculo, como si fuesen á presenciar algo menos cruel que el privar de la vida á uno de nuestros semejantes.
Ya saben nuestros lectores, que este barrio está casi rodeado por el rio y que sus vecinos han estado mas de una vez espuestos á morir envueltos en las aguas que los han dejado en completo aislamiento; pues bien, uno de los males que mas han deplorado ha sido lo falta de algunas fuentes, puesto que por aquellos contornos no se conoce mas que un nacimiento de propiedad particular, del que no pueden utilizarse: no sabemos si de este ú otro venero, el Corregidor Zapata, tantas veces citado, hizo en el sitio llamado el Rastro una fuente, que ignoramos cuándo y por qué desapareció; ello es, que después de esta cita no hemos visto nada referente á este asunto, y que los vecinos del Campo de la Verdad venían con sus cántaros por agua al patio de los Naranjos, hasta que en 1854 el Alcalde interino D. Antonio García del Cid, utilizando un pilón adosado al Triunfo y surtido con el derrame de su fuente, hizo otra entre la puerta y el Peso de la harina, dotándola con una paja de agua denominada de la Fábrica, que le cedió la Beneficencia provincial de una casa que aun posee en la calle de San Roque; pero esto no era bastante, porque había necesidad de pasar el puente, sufriendo los rigores de las estaciones para esperar allí largas horas hasta poder llenar los cántaros; por consiguiente, quedó la necesidad por cubrir y las diarias reclamaciones tan apremiantes como lo venían siendo, pues aun cuando las promesas se repetían también, nunca los deseos se veian cumplidos; por fin, el Ayuntamiento presidido por D. Juan Rodríguez Sánchez, [1874] accedió á las proposiciones de éste, y aumentando con otra paja la dotación de la espresada fuente, se llevó por tubería de plomo por el puente y se hizo una nueva fuente á un lado del arrecife, formando un sencillo pedestal con dos caños que van á llenar otros dos pilones que de aquel arrancan en opuestas direcciones; mas, como el barrio tiene bastante vecindario, no es lo suficiente para surtirlo de agua potable, y debieran adoptarse todos los medios posibles para aumentarla.
En otra población mas amante de su embellecimiento, el Campo de la Verdad sería un lugar amenísimo, donde muchas personas irían á pasar el día ó á pasear por las tardes: los grandes terrenos de que dispone allí la Municipalidad, podían estar cubiertos de hermosos bosques que bajaran hasta las orillas del rio por uno y otro lado, donde las alamedas, no solo embellecerían aquel sitio, sino que darían algún producto, aun cuando no fuese mas que para sostenerse y guardarse: los álamos y mimbreras en profusión, hubieran evitado también la desaparición del murallon de San Julián y las grandes pérdidas sufridas por algunos propietarios; mucho podía hacerse aun, pero no vemos ni remota esperanza de que se realice, y tal vez algún dia lloremos nuevas é irreparables pérdidas, cuando las aguas del Guadalquivir invadan toda aquella zona.
De este barrio arranca, como hemos dicho, la carretera general para Sevilla, construida en el reinado de Carlos III; antes de llegar al puente que denominan Viejo, por ser anterior á el arrecife y que deja paso al rio Guadajoz, denominado vulgarmente Bajosillo, hay un sitio que todos conocemos por los Visos, porque desde él se divisa la ciudad, presentando una hermosa vista; vésele recostada en la falda de Sierra Morena, salpicada de preciosas casetas, y por delante y semejando una ancha cinta de plata, se vé correr el Guadalquivir, en el que reflejan de noche las brillantes luces que aun la hacen mucho mas poética y hermosa: este sitio, donde en mas de una ocasión ha esperado el Ayuntamiento de Córdoba á los reyes que por ese lado han venido á visitar la antigua corte de los Califas, nos hace recordar un hecho consignado en nuestra historia y harto funesto para los cordobeses.
Cuantos tienen conocimiento de la Historia de España, saben las diferencias que surgieron entre el Rey D. Alfonso el Sabio y su hijo el Infante D. Sancho, después el cuarto, y la parte que la ciudad de Córdoba tomó á favor del segundo, á quien la mayoría del pueblo y la nobleza prestaban su mas decidido apoyo: en favor de D. Alonso vino á España Jacob Abenjucef, quien le pidió mil caballeros escojidos para guerrear contra el Rey de Granada que prestaba auxilios á D. Sancho; entonces fué designado D. Fernando Pérez Ponce, uno de los mas notables guerreros de su tiempo, poniendo á sus órdenes seiscientos combatientes, quienes después de combatir, como se les tenía prevenido, se disgustaron con Abenjucef, determinando separarse de sus huestes y volverse á Sevilla, residencia de D. Alfonso el Sabio; á su regreso debían pasar cerca de Córdoba, y como esta ciudad estaba tan decidida á favor de D. Sancho, quisieron, en mal hora, aprovechar ésta ocasión de darle una prueba del mucho cariño que le profesaban, y al efecto determinaron salir á cortar el paso de D. Fernando Pérez Ponce y la poca gente que mandaba; los escritores sevillanos ponderan el número de los cordobeses que salieron á este encuentro, haciéndolo subir á diez mil, cifra en estremo exajerada, pues no es posible que en este caso hubiera tenido tan mal éxito la empresa. La gente que salió de esta ciudad era mandada por D. Sancho Martinez de Leiva, Merino mayor de Castilla; Fernando Arias Messia, Alcalde mayor; Fernando Nuñez de Temez, Alguacil mayor, y Fernando Enriquez Portocarrero; en los Visos, de que estábamos hablando, encontráronse al fin unos y otros, y aun cuando D. Fernando Pérez Ponce quiso evitar la batalla, le fué de todo punto imposible, y trabóse una de las mas sangrientas que han tenido lugar por estos contornos, rivalizando ambas huestes en valor durante el mucho tiempo que unos y otros pelearon desesperadamente; al fin los de Córdoba tuvieron que ceder por haber muerto su principal gefe Fernando Nuñez de Temez, Alguacil mayor, á quien sus contrarios cortaron la cabeza, llevándola con el pendón de esta ciudad á Sevilla, como trofeo de su victoria; mas no por esto quedaron tan bien parados los de D. Fernando, toda vez que sucumbieron en tan sangrienta lucha D. Rodrigo Estevan de Toledo, Alcalde mayor de Sevilla y Vasco Martinez Pimentel, Merino mayor de Portugal, que había venido á Castilla á servir á D. Alonso con doscientos cincuenta caballos á su costa, y fué de los designados para el auxilio pedido por Abenjucef, encontrándose por lo tanto en esta acción, donde se entusiasmó de tal manera, que se entró por el sitio en que había mas enemigos, á cuyo esfuerzo sucumbió; su cadáver fué llevado á Sevilla, sepultándolo en el convento de San Francisco, desde donde lo trasladó á Portugal su hijo Alfonso Vázquez Pimentel, que también se encontró en la batalla de los Visos.
Como hemos indicado, los escritores que han hablado de este hecho de armas y particularmente D. Diego Ortíz de Zúñiga, le dan grandísima importancia á favor de los sevillanos, y si bien no les negamos lo primero, no estamos conformes en cuanto á lo segundo, porque la mayor parte de los que venían con Pérez Ponce, no eran de aquella ciudad, entre ellos los doscientos cincuenta portugueses y casi todos los demás pertenecientes á la Mesnada del Rey; y hasta estamos inclinados á creer que entre ellos se hallarían muchos de los mismos cordobeses que, ya por el enlace de familias nobles ó ya por ser fieles á D. Alonso, se encontrarían agregados á su corte. El arrojo de los de esta ciudad tuvo un doble mal éxito, tanto por el de la batalla, como por no ser del agrado de D. Sancho, quien después; cuando vino á Córdoba, dijo á sus principales amigos «que bien habían merecido recibir aquel desengaño, por salir á pelear contra el pendón de su padre, contra el cual bien sabían que jamás el había peleado.»
D. Fernando Pérez Ponce, de quien descendían los Cabreras y otras nobles líneas de Córdoba, era primo del Rey D. Alonso y el vasallo y amigo mas fiel durante la vida de aquel sabio Monarca, de quien después fué testamentario: Sancho IV, lejos de guardarle rencor ó antipatía, agradeció sus grandes servicios como prestados á él mismo, conservándole todas sus preeminencias y confiándole además el cargo de Ayo de su hijo D. Fernando, después el Emplazado, y el de Adelantado mayor de la frontera, dándole otras muchas pruebas de su afectuoso cariño y visitándolo repetidas veces en su última enfermedad en Jerez, donde acompañó su cadáver hasta dejarlo sepultado en la iglesia del Salvador de aquella ciudad: D. Diego Ortiz de Zúñiga, el Comendador de Zorita y el P. Ruano, aseguran que este ilustre personage es á quien Don Alonso dedicó los versos, cuya primer estrofa es la siguiente:
«A tí Fernan Pérez Ponce el leal, Cormano, y amigo, y firme vasallo, lo que á mios omes de vista les callo, entiendo decir, plañendo mi mal: á tí que quitaste la tierra, é cabdal, por las mias haciendas en Roma y allende, mi péndola vuela, escochala dende: ca grita doliente con fabla mortal.»
En el trascurso de nuestros paseos nos hemos ocupado detenidamente de la muerte que mandó hacer el Rey D. Pedro en varios caballeros cordobeses y la indignación que en todos ellos había producido tan infame é injustificado proceder; ya saben nuestros lectores que en la plaza del Salvador fueron decapitados Pedro de Cabrera y Fernando Alfonso de Gahete, que en una noche hizo matar aquel cruel Rey á diez y seis caballeros cordobeses, y por último las órdenes que dio al Maestre D. Martin de Córdoba para la muerte de otros amigos y deudos suyos, con la demolición de sus casas, que se llevó á cabo en las de los Menas [Mesías], Hoces, Argotes y otros, no cumpliéndose la primera parte de la orden porque el Maestre avisó á los sentenciados á morir, lo que le valió una gran persecución, que no logró entibiar su acrisolada lealtad, hasta que murió en Sevilla después de haber defendido en Carmona á las hijas de D. Pedro. En 1367 tornó D. Enrique de Francia con poderosas fuerzas, y entrando en Castilla, fué proclamado en Burgos como legítimo Rey, declarándose á su favor toda la nobleza, y mas decidida que toda, la de Córdoba, arrastrando á el pueblo que, como ella, habia presenciado y no olvidado los infames atropellos de que esta ciudad fuera víctima.
La decidida actitud de los cordobeses provocó, como era de esperar, mucho mas las iras de Don Pedro, y temerosos de que intentase en ellos nuevos y sangrientos castigos, llamaron en su ayuda al Maestre de Santiago, D. Gonzalo Mecía, D. Juan Alfonso de Guzman, después primer Conde de Niebla, D. Alvaro Pérez de Guzman, Alguacil mayor de Sevilla y D. Pedro Ponce de León, que fugitivos se encontraban en Llerena con el Maestre cordobés, amante de su patria, á la que no titubeó en socorrer, entrando en ella con quinientos caballos dispuestos como todos los vecinos de la ciudad á morir primero que dejar á D. Pedro entrar á ejercer nuevas crueldades. Este, á su vez, no perdonaba medio, por bajo que fuese, por saciar su corage, y después de juntar mil quinientos caballos y seis mil infantes, pidió mas socorros al Rey moro de Granada, prometiéndole el dominio de Córdoba, con cuya oferta vino él en persona con siete mil caballos y ochenta mil infantes, de los cuales doce mil eran ballesteros.
Aun cuando todos los cordobeses, sin esclusion de edades ni sexos, contribuyeron cada cual como pudo á la defensa de la ciudad, es oportuno anotar quienes fueron los caballeros que estuvieron á la cabeza de aquellos valientes, y á quienes nombran en el privilegio de franqueza que en premio á su valor concedió A Córdoba D. Enrique, en Burgos, á 6 de Noviembre de 1367: estos fueron D. Alonso Fernandez de Córdoba, Señor de Montemayor; su primo D. Gonzalo, Señor de Cañete; Diego Fernandez de Córdoba, Señor de Chillon; Lope Gutierrez de Córdoba, Martin Alonso, Diego Alfonso de Montemayor, Diego Gutiérrez de los Rios, Alfonso Tellez de Saavedra, Garci Fernandez de Córdoba, Gimeno de Góngora, Garci Méndez de Sotomayor, Garci Lopez, Pedro Lopez, Pedro Gonzalez de Frias, Bartolomé de Bocanegra, Fernando Armijo de Sousa, Juan Sanchez de Frias, Pedro Alfonso de Rueda, Suero García de Sotomayor, Fernando Perez de Harana y Juan Gutiérrez de Montoya.
Salió el Rey D. Pedro de Sevilla, y reuniéndose con el de Granada, llegaron á las cercanías de Córdoba, acampando sus ejércitos en los Visos, desde donde habían de intimar la rendición á los bravos defensores de esta ciudad; mas, anticipándose estos mandaron varios emisarios á conferenciar con Don Pedro, haciéndole presente, que si prometía entrar solamente con los cristianos que tenía á sus órdenes y respetar las vidas y haciendas de todos los cordobeses, franca tenía la entrada; pero que si no empeñaba su palabra, resistirían cuanto su valor y sus fuerzas permitieran: oida esta proposición prorumpió D. Pedro en desaforados gritos, insultando á los emisarios y diciéndoles que ni un acto de perdón habian de ver cuando, muy pronto, los hubiera vencido. Tal era la confianza que aquel cruel Monarca tenía en su ejército, y tal el deseo de castigar horriblemente á los que habían abrazado la causa de su hermano D. Enrique.
Apenas habían regresado los emisarios á la ciudad, cuando un general árabe llamado Abenfulos, después Rey de Marruecos, seguido de parte del ejército de Granada, sitió y ganó el castillo del puente ó Carrahola, y pasando adelante hacia las murallas del barrio llamado Alcázar viejo, les combatió tan reciamente, que abrió en ellas seis portillos y puso sus pendones sobre las almenas: entretanto oíase el plañidero son de todas las campanas, y las iglesias se veian llenas de sacerdotes, mujeres, niños y ancianos que, contristados, rogaban por el triunfo de sus defensores: un rasgo heroico de las damas cordobesas, á quienes siguieron gran parte de las demás del pueblo, contribuyó en gran manera al éxito de la defensa; soltáronse los cabellos, vistieron humildes tráges, y saliendo por las calles, suplicaban á todos los hombres que corrieran á morir á manos de los sitiadores antes de verlas entregadas con sus hijos en manos de los enemigos de su religión y su patria: todos entonces encomendaron su dirección, al Adelantado mayor de la Frontera D. Alonso Fernandez de Córdoba, de quien algunos por envidia ú otras causas hicieron desconfiar, diciendo estar de acuerdo con D. Pedro, á quien entregaría la ciudad; esta calumnia llegó hasta su madre D.ª Aldonza López de Haro, y dice la tradición que cuando pasaba armado por la hoy calle de Torrijos ó Palacio, le salió aquella al encuentro diciéndole á grandes voces, que se murmuraba su intento de entregarlos al Rey, y que tuviese entendido que en el linage de los Haros jamás hubo traidor alguno; D. Alonso se bajó del caballo, y después de besarle la mano con el mayor cariño, contestóle:— Señora, al campo vamos y allí se verá la verdad; — otros afirman que D.ª Aldonza dijo: — Por la leche que mamaste de mis pechos, que no entregues la ciudad, — y que habiendo ocurrido esta escena frente al postigo llamado de la Leche, le quedó entonces este nombre; pero el origen es otro, como en su lugar diremos, y por consiguiente carece do fundamento esta creencia.
D. Alonso siguió su marcha, y poniéndose al frente de todos los defensores de Córdoba, acudió primero á el Alcázar viejo, de donde, ayudados hasta por las mujeres con picas y palos, arrojaron á los moros de las murallas, quitándoles sus pendones y arrollándolos hasta mas allá del puente, quedando muchos tendidos en todo aquel largo trayecto, donde dicen que los piconeros de San Lorenzo con sus hoces y hachas cortaron á muchos las cabezas: esta acometida fué tan recia, que hasta logróse recuperar el castillo de la Carrahola que, como hemos dicho, habían ganado. Ya en el puente volvióse D. Alonso á sus valerosos amigos y les dijo que desde allí se volvieran los que no quisieran seguirle, porque no les restaba mas remedio que vencer ó morir: todos lo siguieron y él, para quitar toda esperanza, mandó volar dos arcos del puente, quedando incomunicados con la ciudad. Si grande había sido la lucha, mayor aun lo fué desde este momento, pues arremetiendo en el campo contra las huestes de los reyes aliados, los llevaron acosados hasta gran distancia, causando en ellos grandísimos estragos: D. Alonso y los suyos se volvieron á Córdoba, repasando el rio hacia el murallon de San Julián, por el vado que desde entonces se llama del Adalid. Cuenta la tradición, que la noticia de tan horrible derrota llegó al Rey moro cuando estaba cenando en una casita donde se hospedaba, y que al oir aquel relato, esclamó en estremo conmovido: — ¡Amarga cena me han dado!— de donde viene el nombre del cortijo que todos conocemos con este título, á dos kilómetros de distancia de esta ciudad.
Los sitiadores arrollados, pero no convencidos de la inutilidad de sus esfuerzos, acamparon antes de llegar á los Visos, en tanto que los sitiados remediaron los daños causados en las murallas del Alcázar viejo, reforzaron la defensa del puente y se entregaron á mil muestras de júbilo por la victoria alcanzada en aquel dia. Al siguiente se presentaron los enemigos á vista de la ciudad, á la que no se atrevieron á atacar temerosos de un nuevo descalabro. Algunos dias permanecieron amenazando á los cordobeses, hasta que, convencidos de su impotencia, marchóse D. Pedro á Sevilla, en tanto que el Granadino se corrió hacia Jaén, cuya ciudad conquistó, haciendo grandísimos estragos en otras muchas comarcas.
Desde entonces el Campo de la Verdad lleva este título, recordando á Córdoba una de sus mayores glorias. El Obispo D. Andrés Pérez Navarro, en unión del Cabildo, concedieron á Don Alonso Fernandez de Córdoba el patronato de la capilla de San Pedro para su entierro y el de sus descendientes, y el Pontifico en sus bulas le llamó El Restaurador de la cristiandad en España.
Durante el fragor de la batalla las cuatro campanas mayores de la Catedral estuvieron tocando rogativa y en el dia siguiente y noche doblaron por los que tan gloriosamente murieron en ella: entonces fué cuando el Obispo Navarro ofreció que aquellas campanas y particularmente la segunda denominada hoy de la Cepa, doblaría también á todos los descendientes de los que con tanta decisión y acierto habían dirijido el triunfo de las armas cordobesas; oferta que el Cabildo Eclesiástico confirmó en Noviembre del mismo año, 1368, si bien los espresados descendientes habían de serlo por línea recta ó de varón; pero en 29 de Diciembre de 1504 lo reformó, concediéndolo también para los descendientes por hembra. El doble de Cepa continua recordando á los cordobeses la memorable batalla del Campo de la Verdad, y para obtenerlo se necesita que tres individuos, con derecho reconocido, lo pidan al Sr. Dean de la Santa Iglesia Catedral, prestando juramento de que les consta ser el finado de los descendientes de aquellos valerosos hijos de Córdoba: algunas familias, deseosas de que espresado privilegio tenga mas lucimiento, al par de obtener el permiso para el doble de Cepa, hacen una esposicion al Sr. Provisor pidiendo que las demás iglesias acompañen con sus campanas á las de la Catedral; pero otros se contentan solo con lo primero, cuyos derechos son de poca importancia.
Con el recuerdo de la batalla del Campo de la Verdad concluimos nuestro paseo por aquel barrio, restándonos solo el de la Catedral; mas, deseosos de que nuestros lectores conozcan la historia de algunos otros sitios dignos de mencionarse y que están repartidos por el término de Córdoba, haremos su historia, con la que terminaremos el presente tomo de nuestros paseos.
13.- Paseo por Santa María de Trassierra
Tal vez debiéramos empezar este paseo explicando a nuestros lectores los límites del término de Córdoba, sus productos, tanto en frutos como en diversas clases de animales, y otras muchas particularidades, tan dichas ya por diferentes escritores, que en nosotros no harían mas que alargar estos apuntes, repitiendo los que todos tienen olvidados: vamos, pues, á reseñar solo los sitios mas notables, que es lo que consideramos interesante, cuya opinión creemos será la de nuestros lectores.
En esta suposición, nos dirigiremos primero a la inmediata villa de Santa María de Trassierra, por la hermosa carretera que en estos últimos años se ha construido con los fondos provinciales, como para indemnizar á Córdoba con aquella y con la que conduce á los Arenales, pasando entre las huertas de la sierra, de las cantidades con que ella ha contribuido á las muchas carreteras provinciales que han facilitado las comunicaciones entre muchos pueblos que, en tiempos de lluvias, puede decirse quedaban aislados. Al emprender nuestra marcha, dejamos á la derecha la Estación de los ferrocarriles de Sevilla, Madrid y Málaga, y a la izquierda la de la línea de Espiel y Belmez, o sea la que en Almorchón enlaza con la de Madrid á Portugal. A poca distancia, encontramos un gran tramo dedicado a la industria; allí vemos primero una fábrica de materiales de construcción, á seguida otra magnífica del Sr. D. Joaquín de la Torre y Compañía, para la extracción de aceite de orujo y elaboración de jabones, montada con arreglo á los últimos adelantos, y, pasada, hornos para hacer cisco ó picón con el ya utilizado orujo de la anterior, al que se convierte en un tercer producto, y otra fábrica fundición de plomos, en la actualidad en construcción, muestras todas ellas de nuestra entrada en la vida industrial, en que tanto puede hacerse en Córdoba, donde con tan grandes elementos se cuenta, para los que deseen utilizar sus capitales. Poco mas allá de este sitio, se descubrió en la Primavera de este año, 1876, dentro de un sembrado, el cadáver de un hombre ya en putrefacción, que encontraron unos perros, y cuya identificación personal aun no se ha logrado, creyéndose que sería algún viajero de la línea de Espiel y Belméz que, desconociendo el camino, se fiaría de algunos infames que, llevándolo al opuesto lado de la capital, lo asesinarían por robarlo. Una media legua habremos andado, cuando encontramos la hermosa hacienda de la Albaida, cabeza de Señorío que posee el Sr. Duque de Hornachuelos; aquel nombre significa Castillo blanco y, en efecto, la linda casa actual está sobre los cimientos de una antigua fortaleza de que conserva algunos vestigios; hemos tenido el gusto de visitarla, y en su capilla, muy antigua por cierto, se encuentra la imagen que le sirvió de titular, si bien hoy tiene otra Virgen en un retablo, procedentes ambos objetos del suprimido convento de frailes Franciscos [sic] que había en la Arrizafa, de que bien pronto nos ocuparemos. En uno de los ejemplares de los Casos raros de Córdoba, hemos leído que un señor Fernández de Córdoba, dueño o labrador de esta finca, mató en sus tierras á un hombre que iba á cazar, y en la creencia de que lo llevaba la idea de robar el fruto, y que, probada la inocencia de la víctima, fue sentenciado el primero á la última pena, de la que se evadió escondiéndose en un convento, hasta que, á fuerza de empeños y donativos á favor de la familia ofendida, logró que el Rey lo indultase de aquel castigo. Siguiendo nuestra ruta, pasamos por un sitio conocido por el Balcón del mundo, á causa del magnífico y extenso panorama que desde él se admira, y dejando á los lados los lagares de San José [hoy Residencia de ancianos San José] y el Rosal [Rosal de las Escuelas], ambos con oratorios, y el segundo, con especialidad, abundantísimo en maderas de construcción, llegamos á la aldea de Santa María de Trassierra, en otros tiempos villa y mucho mas poblada que en la actualidad, debiendo su decaimiento, tanto á la insalubridad de su situación como á que, siendo su término casi en su totalidad de hacendados forasteros, aquellos vecinos carecían de medios para atender al sustento de sus familias; está á unos diez y seis kilómetros de Córdoba, y en 1846 tenía todavía tres calles y una plaza, y en ellas veinte casas con veinticuatro vecinos que contaban setenta y cinco habitantes; pero en el último Nomenclátor aparece ya con quince casas habitadas y una en alberca, de las que diez son de un solo piso y las seis restantes de dos: por estas cifras se ve que este pueblo va en disminución, mal que padecía muchos años antes, como se prueba claramente, tanto por los expedientes de quintas que desde la institución de ellas existen en el archivo del Gobierno de la provincia, como por los Diccionarios geográficos antiguos, y así vemos que en el de D. Antonio Montpalan, impreso en Madrid en 1783, se hace figurar á la villa de Trassierra con doscientos vecinos, ó sean diez veces mas de los que en la actualidad cuenta: no puede ser mas justificada la medida llevada á cabo en primero de Enero de 1846, haciéndole perder la categoría de villa y convirtiéndola en una aldea dependiente de la jurisdicción de Córdoba. El edificio mas notable, aunque de escasísima importancia, es el que servía de Ayuntamiento, Cárcel y Pósito, que aun se conserva en beneficio de aquellos habitantes: su término era de cuatro leguas, con unos cuatro millones ochocientas veinticuatro mil quinientas varas cuadradas, las cuales vinieron, por consiguiente, á aumentar el de esta ciudad. Sin embargo que, tanto en aquella población como en sus cercanías se ven algunos rastros de edificios antiguos, su fundación no lo es tanto, si bien no podemos precisar la época fija de ella, que se cree sea del último tercio del siglo XVI, apoyándose esta opinión en que el célebre poeta cordobés Juan Rufo, que vivió por este tiempo, pone en su romance Los Comendadores, en que se refiere la muerte que les dio Fernán Alfonso de Córdoba, de cuya histórica tradición nos ocupamos en el barrio de Santa Marina, los siguientes versos, que dan una idea del estado entonces de aquel sitio:
- «Por qué se quiere ir á monte
- por cuatro dias ó cinco
- á un bosque fragoso entonce
- de fieras albergue nido,
- y agora dicho Trassierra
- que es de granjas paraíso.»
Luego en el siglo XV ni aun estaba aquel lugar desmontado, como en el tiempo en que se escribían los anteriores versos. Varios escritores y entre ellos nuestro desgraciado amigo D. Luis Ramírez de las Casas-Deza, en su Corografía de la Provincia de Córdoba, dice que las Cortes que se disolvieron en 25 de Diciembre de 1656, prestaron consentimiento para que el Rey vendiese algunos pueblos para reunir, con otros recursos que se le facilitaron, millón y medio de ducados, y entre aquellos se contó la villa de Trassierra, que compró D. Juan de Góngora, dando 346.875 maravedises, ó sean 18.750 por cada uno de los diez y ocho vecinos y medio que se le calcularon de población, dándole la posesión de aquel Señorío el Corregidor de Córdoba D. Fernando Manuel de Villafaña, en 5 de Enero de 1661, importando aquella suma con el valor del término 4.953,388 maravedís, según el privilegio que se le expidió en 27 de Julio de 1663. La única parroquia que tiene debió fundarse como ermita, sin poder administrar Sacramentos, porque en un Sínodo celebrado en 1667 no aparece representada, y además sus libros no principian hasta 1719; este es un edificio mediano, basado en otro antiguo, según indican parte de sus muros, dando lugar á que algunos crean haber existido en aquel lugar un convento de Templarios: está dedicada á la Purificación de Nuestra Señora, en cuyo día, 2 de Febrero, se celebra una gran función; además tiene otros dos altares al frente de las naves colaterales, y al final de una de ellas una capilla con la pila del Bautismo: contiguo á la parroquia está la casa del Cura y el cementerio.
Cerca de Trassierra hubo dos ermitas dedicadas á San Sebastián y San Cristóbal, santos que en este país han tenido muchos devotos, pues son varios los pueblos de esta provincia que les han erigido iglesias. También muy cerca existen uno ó dos pozos para guardar nieve, de los que durante siglos se ha surtido esta capital. El terreno que constituía el término de Trassierra, ha sido siempre abundante de aguas, contándose entre otros veneros los que surten las fuentes llamadas la Víbora, Valdezorrilla, del Fraile, la Alcubilla, la Llueca, del Rey, la Teja, Cinco pilones, el Borbollón y la mineral Agria, que se aplica á diferentes enfermedades; pero los veneros mas abundantes son los del Caño Escaravita y los del Bejarano; este último dió movimiento á una máquina de batir el cobre, y en la actualidad á una bien montada fábrica de paños. Desde Trassierra debemos ir al venerado Santuario de Ntra. Sra. de Linares, por considerarlo el mas antiguo de cuantos tenemos que anotar en los alrededores de Córdoba, por haberse fundado en seguida de su conquista. Conocida es ya de nuestros lectores la conquista de Córdoba por el Santo Rey Fernando III, dispensándonos el que la repitamos para completar la historia del Santuario de Linares: aquel Monarca llegó con sus huestes á la pequeña población de Alcolea, acampanadas en toda la parte de la sierra que mira á la ciudad y fijando su tienda cerca de donde vemos la ermita; según costumbre, con el objeto de animar á sus soldados, llevaba siempre consigo una imagen de la Virgen, de regular tamaño, para poderla colocar, durante las batallas, en el arzón de la silla de su caballo, donde todos podían llamarla como su poderosa defensora: el nombre de Linares ha dado lugar a diferentes conjeturas; créese, entre ellas, que no estando el Rey en Toledo, sino en Benavente, al saber la toma de la Ajerquía, y no teniendo allí su imagen predilecta, ó tomó éste al pasar por la población del mismo título de Linares, ó la Virgen quedó con el del apellido del capellan á quien venía confiada; de uno ú otro modo, se asegura que el Santo Rey la colocó por sí mismo en el centro de una torre ó atalaya que encontró en aquel sitio, y por consiguiente á su persona se le debe confirmar la creación de aquel venerado Santuario. Realizada al fin la conquista de la ciudad, parecía natural que la imagen hubiese sido traída á ella: mas no lo fué, tanto por conservar aquel histórico recuerdo, como por creerla mas segura, pues quedando Córdoba aun rodeada por pueblos dominados por los árabes, sería mas fácil en una sorpresa, que sus guardadores la salvaran por entre las espesuras de la sierra. Desde este tiempo data la devoción de los cordobeses á Ntra. Sra. de Linares; sus donativos aumentados con los que hiciera el Obispo D. Lope de Fitero y el Cabildo Catedral, fueron bastante á labrarle iglesia ante la torre que quedó y existe, formando la capilla mayor, si bien desde entonces una y otra han sufrido muchas restauraciones, hasta hacerle perder su primitiva arquitectura, especialmente á la iglesia. Unas veces muy viva y otras bastante tibia, ha llegado á nosotros aquella devoción, después de pasar mas de seiscientos años; probándose esta verdad histórica con las mandas piadosas que á su favor se encuentran en muchos testamentos, entre ellos el del Dean D. Pedro Ayllon, otorgado en 2 de Julio de 1302, mandando se le restituyera á dicho Santuario, á la sazón casi desamparado, ciento veintidós maravedises y varias alhajas que tenía en su poder: también hemos leído que el Maestreescuela Bañuelos, edificó á su costa las habitaciones que aun existen á la derecha de la iglesia, y el Chantre Aguayo dejó un legado de doce fanegas de trigo y cien reales anuos para ayuda de un santero que permaneciese al cuidado de la Virgen. A poco también de la conquista, instituyóse una hermandad que fundó el hospital de la Lámpara ó San Cristóbal, cuya iglesia aun existe con el título de Ntra. Sra. del Amparo; á ella pertenecían todos los individuos del gremio de calceteros, que estando establecidos en aquellos alrededores, dieron; nombre á el arquillo que había en la confluencia de la Carrera del Puente con la Cruz del Rastro: en 1290, el Obispo D. Pascual formó instituciones para esta hermandad, y en ellas le impuso la obligación de celebrar fiesta anual á Ntra. Sra. de Linares en su Santuario, siendo tan bien acogida esta disposición, que durante los ocho días anteriores al de espresada festividad, celebraban una feria cerca del Amparo, cogiendo parte de la calle de San Fernando, que con tal motivo tomó el título de la Feria que hasta hace pocos años ha conservado; anunciando también aquella una especie de procesión que recorría las calles con trompetas y chirimías y llevando un estandarte que se cree sea el existente en la Catedral, pues no es posible sea éste el que trajo San Fernando, como algunos afirman, porque tiene en el centro su imagen rodeada de una aureola, demostrando su santidad, y ésta no debió ponérsele hasta después de su canonización. Como desgraciadamente todo pasa con mas rapidez de lo que quisiéramos, acabóse no solo aquella fervorosa devoción, sino hasta el gremio de calceteros, numeroso en aquel tiempo, y el Santuario de Linares quedó otra vez casi abandonado, por lo que el Cabildo, que desde un principio lo protegió, se declaró su patrono, designando individuos de su seno que anualmente se renovasen y estuviesen al cuidado de la iglesia de Linares, lográndose de este modo que no haya desaparecido como el de los Mártires y otros, ya historiados en estos paseos. En el presente siglo, realizada la desamortización de todos los bienes eclesiásticos, se vendieron por el Estado las pocas fincas con que se contaba para el culto, y como á la vez los individuos del Cabildo sufrieron igual suerte, quedó el Santuario de Linares sin contar con mas recursos que las limosnas de los devotos, tan escasas que no podían sufragar aquel gasto, por lo que vino casi á un total abandono. En 1856, sufrió una grave enfermedad el entonces Obispo de Córdoba Don Manuel Joaquín Tarancón, después Arzobispo de Sevilla, donde murió, y entre las imágenes á quienes en sus oraciones se encomendó, se encontraba nuestra Conquistadora, como la califican algunos autores, á la que en primero de Junio costeó una magnífica función en acción de gracias, asistiendo él mismo acompañado de casi la totalidad de su Cabildo, siendo motivo bastante para que reviviese la devoción á la imagen, nombrándosele otra vez Diputado, que lo fué D. Eusebio Tarancón, sobrino del Prelado, á quien acompañó á Sevilla, reemplazándolo en este cargo el Canónigo D. Francisco Cubero, hermano del actual Obispo de Orihuela, y por su muerte D. Rafael de Sierra y Ramírez, que aun cuida, como Visitador, del Santuario. Este nuevo fervor religioso estendióse á varios devotos y dueños de las heredades cercanas á la ermita, quienes concibieron el pensamiento de fundar una hermandad ó asociación que en lo sucesivo cuidase del culto de tan venerada imagen, viéndose bien prono realizada tan oportuna idea, considerándose como fundadores á los individuos cuyos nombres vemos consignados en la reseña histórica que antecede á la novena que en 1869 escribió é imprimió en casa de Don Rafael Arroyo, el Beneficiado de la Santa Iglesia Catedral D. Rafael Diaz de Almoguera, de quien hemos visto algunos otros trabajos literarios que le valieron el ser admitido como Académico en la de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de esta capital. Organizóse la asociación, y redactadas sus reglas ó estatutos, fueron aprobadas por el Obispo D. Juan Alfonso de Alburquerque en 26 de Abril de 1861, y después por la Reina D.ª Isabel II en 13 de Julio de 1863, la que en 26 del mismo mes y año se declaró protectora y Hermana mayor de esta corporación, que se apresuró á consignarlo así en las actas de sus cabildos ó sesiones. Desde entonces, no solo se viene dando solemne culto á Ntra. Sra. de Linares, celebrando una novena en dias festivos y una numerosa romería en el de la festividad, sino que se han hecho en aquel edificio notabilísimas mejoras, así como en los objetos destinados al culto. La iglesia es pequeña, en forma de crucero, y además del altar mayor, donde está la Virgen, que es de talla con el ropage dorado y vestida encima, hay otros varios altares dedicados á Jesús Nazareno y Ntra. Sra. de los Dolores, imágenes de vestir que hace siglos tuvieron hermandad, que en las Semanas Santas costeaba un sermón de Pasión y andaba la vía-crucis en el monte de enfrente, que desde entonces se llama de Jesús; San Rafael, escultura que estuvo en su iglesia del Juramento hasta que D. Alonso Gómez hizo la que hoy ocupa el altar mayor; San José, también escultura, de mucho mérito, obra del Padre Trapense Welber, y donada al Santuario por D. José Sánchez Sandoval, hacia 1820, figura que el Niño está durmiendo y que el Santo está imponiendo silencio á varios ángeles para que no turben su sueño, y por último, San Fernando, obra del escultor D. Lorenzo Cano, costeado por D. Bartolomé Olivares y otros devotos, los que al verla terminada la llevaron á la iglesia de San Francisco, donde le hicieron una novena que principió el 6 de Mayo de 1804, y terminada ésta, lo trasladaron al lugar en que se encuentra; además vemos allí varios cuadros, algunos de mérito, entre ellos otro San Fernando, donado por D.ª Antonia Rodriguez en 1799; San Lorenzo, á cuya feligresía corresponde; San Francisco, que es el mejor; San Acisclo y Santa Victoria: en la sacristía encontramos el milagro ó ex-voto de D. Gonzalo Serrano, ya referido al pasar por la calle de la Pierna, y tres sillones para el altar mayor, procedentes del suprimido monasterio de San Gerónimo, los que por su estructura nos hacen creer si les servirían á los Reyes Católicos en las veces que se hospedaron con aquellos monjes. Las dimensiones de este edificio son, veintiséis varas de largo su fachada que mira á Occidente; la capilla mayor, ó torre, hoy camarín, cuatro varas y media de fondo y tres y tres cuartas de ancho en su entrada, y la nave catorce de longitud por cinco y tercia de latitud; á los pies y sobre la puerta tiene una pequeña tribuna. El actual altar mayor se estrenó en Abril de 1868 desapareciendo el antiguo y dejando tapado el primitivo nicho en el centro del muro de la torre, tal vez hecho cuando todavía el Santo Rey no había abandonado a Córdoba la primera vez recién conquistada. Careciendo esta venerada imagen de oficio eclesiástico y misa propia, su ilustrado capellán ó historiador Fr. Lucas de Córdoba, del Orden de San Francisco, y ya mencionado en nuestros apuntes, se las escribió en 1806, habiendo sido después aprobados, y por último, con fecha 2 de Junio de 1867, se recibió una bula de S. S. Pio IX, agregando esta iglesia de Ntra. Sra. de Linares á la Basílica de Santa María la Mayor de Roma, para que los que la visiten gocen de sus innumerables indulgencias, además de las que á ella tenian concedidas muchos Ilmos. Prelados. En las memorias antiguas de Ntra. Sra. de Linares nada se dice de haberla traído á Córdoba; pero en el presente siglo ha venido dos veces, por cierto en días de gran quebranto para sus numerosos devotos, que la han traído para implorar su amparo, obteniendo el consuelo que apetecían. Fué la primera vez el 4 de Junio de 1808, por orden del Comandante General de la Provincia D. Agustín Chavarri, yendo por ella el rosario del Socorro, trayéndola con la ya citada imagen de San Fernando y en medio de un bullicio extraordinario, pues asistieron á la procesión además de la mayor parte de los cordobeses, los muchos hombres que habían venido de los pueblos para disputar el paso á los franceses en el memorable puente de Alcolea, entraron por la puerta de Plasencia, y después de hacer estación en San Lorenzo, Santa Marta, San Pablo y San Francisco, siguieron hasta San Pedro, donde quedaron las imágenes depositadas, recibiendo continuo y fervoroso culto. Cuéntase, que irritado el General francés por lo que ya saben nuestros lectores le ocurrió al entrar por la puerta Nueva, y creyendo al dar vista á citada parroquia de San Pedro, fuese una fortaleza, la mandó abrir á cañonazos, lo que no se efectuó por apagarse la mecha repetidas veces, hasta que sabido ser un templo, dijo que parecía como que un genio protector había tomado á Córdoba bajo su amparo; entonces revocó la orden dada de tocar á degüello y suspendió el saqueo que habían empezado sus tropas; sin embargo, se impusieron fuertes contribuciones al Cabildo Eclesiástico, la Grandeza y á cuantos tenían alguna cosa, ordenando á la vez que el dia 12, Domingo de la Sma. Trinidad, quedasen abiertos los templos al culto, y que el 16, dia del Smo. Corpus Christi, se efectuase la procesión con toda solemnidad, á que asistió el General con las fuerzas de su mando; pero concluida esta festividad, evacuaron precipitadamente la población, dirigiéndose hacia Jaén, sin esperar á algunas partidas que habían salido á los pueblos y que á su regreso fueron presas por los paisanos, particularmente por los piconeros y leñadores. En los dias sucesivos hasta el 16 de Octubre siguiente, en que fueron llevadas á su iglesia ambas imágenes, hubo multitud de fiestas y octavarios, siendo el último en el convento de Santa Marta, á petición de su comunidad.
La segunda vez que la Virgen de Linares ha venido á la ciudad, fué el dia 1.º de Octubre de 1865, con motivo de la invasión del cólera: la hermandad concibió este pensamiento; pidió licencias para realizarlo, y acompañada de la de Belén y Pastores, fué por ella, entrando cerca de oraciones por la puerta de Placencia, donde era esperada por el Ayuntamiento y otras corporaciones, entre ellas una comisión de socios del Círculo de la Amistad, todos con cirios encendidos, formándose una procesión que condujo las imágenes de la Virgen y San Fernando á la iglesia de San Hipólito, donde las dejaron depositadas hasta el dia 24 de Diciembre en que las restituyeron á su Santuario, en la misma forma que las trajeron. Nuestros lectores se trasladarán con nosotros al memorable puente de Alcolea, en cuyas inmediaciones hubo en tiempo de los árabes y mucho después una población, á donde dicen que iban á casarse muchas damas cordobesas por no perder el derecho á los gananciales de que estaban privadas, según la tradición, por mandato de Isabel la Católica, de que ya nos hemos ocupado en el barrio de Santa Marina; sea ó no cierta esta creencia, sí lo es que hubo allí población y que la actual iglesia, hoy reformada, fué su parroquia; pero ha debido sufrir grandes trasformaciones, porque su estructura ni es tan antigua, ni conserva rastros de mayor importancia: en estos últimos años su capellán D. Casto Berard le mudó el altar, poniéndole otro del suprimido convento de Santa Clara, con una imagen de la Concepción, dejando á un lado el cuadro antiguo de Ntra. Sra. de los Angeles, que tampoco creemos sea la primitiva. El puente de Alcolea fué construido en tiempo de los romanos, puesto que de él hacen mención muchos escritores antiguos: está sobre el Guadalquivir y dá paso á la carretera de Madrid á Cádiz, construida en el reinado de Carlos III, con la idea de que aquella tocase en Córdoba, como una de las poblaciones mas importantes que encontraba al paso: es casi todo él de piedra negra sacada de la cantera, no muy lejos de aquel sitio, conocida por la de la Hortezuela; consta de veinte arcos con fortísimos cuchilletes ó entivos; en lo antiguo era mas corto y, sea por los muchos siglos que contaba, ó por la mala calidad de la piedra empleada en su construcción primitiva, su estado era malísimo y hacía temer lo destruyeran las aguas en las grandes avenidas: esto dio lugar a que la Ciudad de Córdoba pidiese su reedificación, á la que accedió el Rey, encargando la formación del proyecto y presupuesto por Real orden de 10 de Marzo de 1784, á D. Juan de Itúrbide, quien se valió del Arquitecto D. Bernardo Otero y Blanco, resultando valorada la obra en un millón cuatrocientos cincuenta y cuatro mil reales, esplicando la necesidad de hacer nuevos los arcos sesto, séptimo, octavo, noveno, décimo, onceno y décimo quinto, y la de reconstruir el primero, segundo, cuarto, quinto, duodécimo y décimo tercero, además de ampliarlo hasta los veinte arcos que ya hemos dicho que tiene en la actualidad; aprobóse el proyecto con la condición de ser abonado su importe por todos los pueblos existentes en una circunferencia de treinta leguas, á quienes interesaba para sus mutuas comunicaciones el paso por aquel sitio; en el expresado presupuesto entró también, aunque en cantidades separadas, las composiciones del puente de Córdoba y del llamado Viejo, ó sea el que hay sobre el rio Guadajoz en la carretera de Sevilla. Inauguráronse las obras del de Alcolea con gran solemnidad, poniéndose la primer piedra, sirviendo un palaustre de plata que hemos visto en poder de los herederos del Sr. Duroni, que también asistió como sobrestante á esta gran obra, en la que se tardaron cuatro años. El pavimento de este puente estaba adoquinado; pero con el continuo paso de carruajes se hicieron tantos baches, que en 1860 resolvieron quitarlo y arrecifarlo, con lo que padecía menos la obra y era mas cómodo el movimiento de aquellos. A su mediación tiene una especie de obelisco con una lápida en que se marca el tiempo de estas importantes obras. En el presente siglo han tenido lugar en este sitio dos hechos de armas de grandísima importancia en la historia de este desgraciado país. Cuantas personas existen, medianamente instruidas, han leido con avidez la historia de la guerra de la Independencia, en que la gran mayoría de los españoles se levantaron como un solo hombre contra el ambicioso Napoleón primero que pretendió sentar á su hermano José Bonaparte en el trono de una nación tan amante de su dignidad y de su honra. El 2 de Mayo de 1808, la sangre española regó las calles de la coronada villa; un puñado de valientes, héroes todos, prefirieron morir con gloria á sufrir la opresión de los invasores; poco mas de un mes de aquella catástrofe, que aun orgullosos conmemoramos, los franceses decidieron ocupar también la Andalucía, y al mando del General Dupont habían de llegar á Córdoba, confiados en que, como hasta entonces, nadie había de oponerse á su paso; los cordobeses concibieron hacerles resistencia, y llamando á sus compatriotas de los pueblos, juntáronse unos cincuenta mil hombres, sin armas apropósito y sin instrucción alguna en el arte de la guerra: puesto al frente de aquel desordenado ejército el Comandante General de esta Provincia D. Pedro Agustín Chavarri, y poniendo por intercesoras á la Virgen de Linares, que ya hemos dicho trajeron á la parroquia de San Pedro, y á la de la Fuensanta, a la que el entusiasmo y la devoción popular puso la banda de Generala, se aprestaron á la defensa de esta ciudad, situándose en el puente de Alcolea, sin mas fuerza disciplinada que una escasa compañía y una batería mal provista de municiones, que llegó de Sevilla en la tarde del seis de Junio: á el amanecer del siete, ya estaba situada ésta donde está la casa de la hacienda de Pendolillas, propia del señor Marqués de Benamejí, algunos certeros tiradores frente á los vados, y los pocos soldados de infantería con todos los paisanos en el puente, si bien puede asegurarse que la mayoría de estos solo servía para hacer bulto, pues en su mayor parte solo tenían para la defensa malas escopetas y multitud de picas, con lo que, aunque superiores en número á los franceses, mal podían hacer resistencia á éstos que eran unos quince mil, bien armados y esperimentados en cien combates. Sin embargo, la lucha se sostuvo tres horas, durante las cuales los tiradores les hicieron bastantes bajas y la artillería barrió las primeras fuerzas que intentaron pasar el puente, pero la falta de municiones adelantaron el éxito de la acción, y la caballería enemiga se echó sobre aquel improvisado ejército, que salió á la desbandada, llevando el pánico, no solo á esta ciudad, sino también á otros pueblos, á donde llegaron en su precipitada huida. Dueño Dupont del puente, empezó el avance de sus tropas hacia Córdoba, con grandes precauciones, temeroso de mas resistencia, hasta dar frente á la puerta Nueva que permanecía cerrada: sin abandonar aquel punto, destacó tropas por la ronda, y algunas que llegaron al santuario de la Fuensanta fueron las que, como en su lugar dijimos, arrojaron esta venerada imagen desde el camarín á la iglesia; las otras fueron hostilizadas desde los terrados del convento de los PP. de Gracia y otros puntos, sin conseguirse con esto mas que aumentar el deseo de avasallar á los cordobeses. La puerta Nueva fué abierta á cañonazos, después de arrojar algunas bombas sobre la población, sufriendo mas que todos el barrio de la Magdalena, si bien llegaron dos ó tres de aquellas á la calle de la Candelaria y otros puntos; de las balas arrojadas en dicho dia hemos podido recojer dos, de las que una hemos regalado al Museo provincial, como recuerdo de tan memorable hecho de armas. Aun se conservan en la puerta Nueva, hoy de Alfonso XII, los agujeros hechos por las balas; en este sitio contamos lo ocurrido en la casa que hace esquina á la calle del Pozo, que escusamos repetir. El General Dupont hizo tocar á degüello y permitió á los soldados el saqueo de la población, órdenes que se retiraron, gracias al Marqués de la Puebla, Alférez mayor de la ciudad, que cerca de San Pedro se presentó á Dupont declarando que Córdoba se daba por rendida y que le suplicaba se apiadase de sus desconsolados habitantes.
El segundo y último suceso que tanto nombre ha dado al puente de Alcolea, tuvo lugar en la tarde del 28 de Setiembre de 1868 entre las tropas mandadas por el Duque de la Torre, acompañado de los Generales Caballero de Rodas, Izquierdo y Rey, y las que trajo á sus órdenes el Marqués de Novaliches, quedando vencedoras las primeras. Muy conocido y reciente es este hecho de armas, sobre el que ha escrito un extenso volumen nuestro paisano el escritor D. Francisco de Leiva, con objeto de darlo á la prensa: también pueden verse los periódicos de aquellos dias, en que se publicaron todos los pormenores de la acción. Antes de llegar á la iglesia, á los lados del camino, se ven unos montones de menudas piedras sueltas, que están indicando los lugares en que se inhumaron los cadáveres de los infelices soldados que allí murieron en la tarde del 28 de Setiembre de 1868, y que debieran sacarse y traerlos al Cementerio de San Rafael, como se hizo con los jefes y oficiales que tuvieron igual desgraciada suerte. Cerca de este sitio existe una casa palacio que perteneció al Infante D. Francisco de Paula, hermano de Fernando VII, y unas dehesas donde se criaban los hermosos caballos que muchos años ocuparon el edificio que aun llamamos de las Caballerizas Reales y hoy ocupa el Depósito de potros para el Ejército. También encontramos hacia la mediación del camino un cerrete aislado, conocido por el Montón de la tierra, del que se han ocupado varios escritores, considerándolo algunos como un cementerio fenicio. Vamos á dirijir nuestro paseo al sitio mas notable que hay en el término de Córdoba, al par que el mas frecuentado por cuantos forasteros nos visitan: éste es el Desierto de Ntra. Sra. de Belén, conocido vulgarmente por las Ermitas, albergue de una comunidad sujeta al Obispo y presidida por uno de sus individuos, que serán unos trece ó catorce ermitaños, hombres que, huyendo del bullicio del mundo, se acojen á aquella soledad, donde dedican su vida á la oración, observando reglas muy severas y propias de aquel instituto. Desde los primeros tiempos del cristianismo, según autorizados escritores, hubo en la sierra de Córdoba ermitaños ó anacoretas dedicados á la vida contemplativa. El Dr. D. Bartolomé Sánchez Feria, en su obra Yermo de Córdoba, impresa en esta ciudad en 1782, nos dá curiosísimas noticias de aquellos virtuosos hombres desde sus principios hasta la época en que él escribía, ocupando un volumen que pueden examinar nuestros lectores, ya que nosotros no podemos detenernos tanto como es nuestro deseo, por impedirlo la índole de nuestros paseos. Los primeros ermitaños carecían de jefe, no formaban comunidad y ni aun apenas se comunicaban los unos con los otros; cada cual se albergaba en la cueva ó pequeña casa que había labrado, y éstas estaban diseminadas desde la Arrizafa [junto al actual Parador de la Arruzafa] á la Albaida, y aun en algunos sitios mas lejanos, donde suelen encontrarse vestigios de construcciones, ó la tradición ha conservado los nombres, como sucede en Rivera la alta [cerca de Alcolea], que tiene un sitio aun nominado el Eremitorio. Según los datos recojidos por autores mas autorizados que nosotros, podemos remontar la existencia de los ermitaños al siglo IV, en que vivió el gran Obispo cordobés Osio, que observó la vida solitaria y cenobítica, y por consiguiente á él se debió la fundación de los monasterios que de tiempo de los romanos registra nuestra historia. También es de suponer que durante la dominación de los godos y de los árabes existieran solitarios ó ermitaños en la sierra, y entre ellos San Atanasio, San Teodomiro, San Rogelio, San Pedro, San Amador, San Pablo, San Isidoro, San Elias, San Argimiro y San Rodrigo, todos mártires de Córdoba y á quienes reza su iglesia. Aun cuando después de la conquista no hay noticias de la existencia de estos ermitaños hasta el siglo XIV de que el hermano Vasco, del que volveremos á hablar, fundó el monasterio de San Gerónimo de Valparaíso, claro es que debieron existir algunos, puesto que ya era mas segura y tranquila la permanencia en aquellas soledades; entonces sí parece segura la venida de algunos solitarios italianos, a donde antes fuera aquel venerable, si bien era portugués, según nuestros apuntes. Desde este tiempo es creencia de que la mayor parte de los ermitaños concurrían á presenciar el culto que se daba en la nueva iglesia, abandonando la de la Albaida, donde sus dueños les habian labrado una especie de coro ó tribuna en que estuvieron, puesto que, como antes decíamos, carecían de un templo para todos ellos, toda vez que entre sí apenas tenían punto de contacto ni formaban comunidad, como actualmente. Sin embargo, Feria asegura que Fray Vasco, cuando vino de Italia encontró otros ermitaños, entre ellos uno llamado Rodrigo, á quien apellidaban el Lógico, por haber sido preceptor de uno de los Príncipes de los diferentes estados en que aun estaba dividida España; los desengaños lo trageron á este lugar, donde en 1445 murió, contando mas de un siglo de edad, lleno de virtudes y mereciendo la honra de ser sepultado con su amigo Fr. Vasco, á quien tanto ayudó para la fábrica del monasterio, si bien no lo acompañó, permaneciendo hasta la muerte en su humildísima choza: su sepultura fué en la primitiva iglesia; pero al edificar la nueva, trasladaron los restos de ambos, juntos con los de otro ermitaño notable llamado Martin Gómez, á la capilla de la Anunciación, donde yacen olvidados. Este último era cordobés y casado sin hijos, y queriendo ambos cónyuges dedicarse á la penitencia, resolvieron irse el marido á la Albaida y ella al Beaterío que después se convirtió en convento de Santa Inés, en cuyos puntos pasaron er resto de sus dias. Tócanos hacer mención, aunque lijeramente, porque volveremos á hablar de él, de Fernando de Rueda que, siendo ermitaño, fundó el convento de San Francisco, conocido vulgarmente de la Arrizafa. Al visitar el santuario de Ntra. Sra de la Fuensanta, dijimos que en el sigis [sic] XV un ermitaño de la Albaida tuvo la revelación de la existencia de aquella imagen en el lugar donde fué hallada. También perteneció á estos anacoretas el V. P. Mateo de la Fuente, después fundador del célebre monasterio del Tardón [San Calixto, en Hornachuelos], del Orden de San Basilio. D. Juan de Undiano, natural de Navarra, vino en peregrinación á este desierto, donde permaneció dos años y medio, volviendo á su patria, donde murió, ordenado de presbítero, en una ermita de Ntra. Sra. de Aztategui, dejando escrito un libro titulado: La vida del ejemplo de solitarios, el ermitaño Martin de Cristo, impresa en 1620 y reimpresa en Pamplona en 1673. Allí, al par que cuenta su vida en este desierto, nos dá muchas noticias de ermitaños anteriores, y sobre todo, muchos detalles del hermano Martin, de quien hace grandísimos elogios. Dice que era cordobés y que, lanzado á los catorce años de la casa paterna por no querer dedicarse á oficio, estuvo en varios sitios de campo, y por último se retiró al desierto de la Albaida, donde adquirió gran fama de santidad, siendo muchas las personas que iban á demandarle sus consejos; hace un retrato de su persona, y pondera tanto su amor al silencio, que viniendo el Gran Cardenal de España con Felipe II, mostró deseos de conocerlo, pasando á visitarlo, sin conseguir que satisfaciese á las infinitas preguntas que le dirigió, hasta que para hacerle hablar, le dijo que por qué se le permitía comulgar tan á menudo, á lo que respondió:— «Señor, esa pregunta no hacédmela á mí, sino al que me ha dado permiso para ello.»— Otros varios ermitaños lo tomaron por su director ó maestro, y entre ellos el hermano Gregorio López, que después pasó á Méjico, donde estableció un desierto parecido al de nuestra sierra, y donde murió con gran fama de santo. Martin era muy aficionado al lenguaje antiguo, que hablaba con perfección y, sin duda, á la poesía, puesto que al morir en 23 de Diciembre de 1577, se le encontraron entre otros versos los siguientes:
- «El mundo es un puente de viento;
- quien vive pase con tiento.
- Si vas, monge, á la ciudad
- do hay estruendo de batalla,
- y en todo tiempo, y lugar
- si quieres aprovechar,
- usa el corazón guardar,
- baja los ojos, y calla.
- Y si continuas en esto,
- será tu bien tan jocundo
- y tan quieto de recelo,
- que serás sabio en el cielo
- por ser loco en este mundo.»
En el mismo siglo XVI hallamos memorias del P. León, italiano, hombre de gran ciencia y virtud; Juan Enrique, que había sido tratante en ganados; otro llamado Luis, cuyo apellido y circunstancias se ignoran, y por último, Luis de Venegas, hijo natural del Señor de la Albaida, primero casado y después sacerdote, retirándose á una ermita que sus parientes le labraron cerca de la hacienda de aquel nombre. En aquella época, aunque los ermitaños guardaban entre sí unas mismas reglas por ellos convenidas, y en virtud de éstas concurrían á unos mismos cultos en las iglesias de la Albaida, San Gerónimo ó la Arrizafa, ni tenían una aprobación superior, ni habían prestado sumisión al Obispo de Córdoba, de quien parecía natural dependiesen: lo único que algunos habían hecho era impetrar el permiso de la Ciudad para hacer su ermita ó choza en aquellos sitios considerados realengos; tal pidió, entre otros, el ermitaño Gaspar en 18 de Mayo de 1582, cediéndola en 1587 al Padre Diego Gómez; otro permiso hay en 1588 á favor del hermano Damián. Por este tiempo, en 1583, era Obispo de Córdoba D. Antonio de Pazos, quien, deseando que todas las personas dedicadas á la oración fuesen protegidas al par que vigiladas en el cumplimiento de sus deberes, intentó que los ermitaños de la Albaida se sometieran á su autoridad, y al efecto los reunió en el convento de la Arrizafa el Domingo 20 de Octubre de dicho año, á donde concurrieron en número de trece, haciéndoles saber su paternal deseo, que ellos acojieron agradecidos, y prestaron la sumisión en presencia del Provisor D. Miguel González de Prida, y ante el Notario Andrés de Cerio. Los ermitaños que prestaron la sumisión, primer paso para considerarlos formando comunidad, fueron los siguientes: El hermano Francisco, cuyo apellido se ignora, era de Bujalance; fué pastor y se retiró al desierto á los treinta años de edad; en el de 1594 había ya muerto con gran fama de santidad. Sebastian, vizcaíno, guardó gran secreto sobre su origen, y solo se supo haber sido familiar del Duque del Infantado, teniendo grandes rentas que renunció por venirse al desierto; era muy amable en su trato, demostrando mucha cordura y talento; durante año y medio vivió en una cueva en que no cabía de pié, ni apenas tenderse; después se pasó á una ermita que le labró un compañero, donde estuvo hasta el fin de su vida, dando siempre muestras de una gran melancolía; murió hacia 1594 y fué sepultado en la parroquia del Salvador en un hueco tapado por una losa en que se leía: «Sepultura de Francisco Diaz de Córdoba y de los ermitaños de la Albaida, donde está el P. Vizcaíno.» El hermano Juan de los Santos, natural de Alconchel, en el Obispado de Badajoz; fué donado en algunos conventos, y por último se retiró á la Albaida, donde murió. El P. Diego Gómez, de quien ya hemos hablado; era sacerdote y asistía á la iglesia de la Albaida, donde decía misa y daba la comunión á sus compañeros los ermitaños; murió hacia 1593 en gran opinión de santo, habiendo habitado muchos años en una ermita cerca del Rodadero de los lobos. El hermano Francisco Giménez, natural de Hornachuelos; moraba cerca del convento de San Francisco del Monte, á cuya iglesia asistía. El hermano Antonio González; vivió muchos años cerca de la Albaida; pero viendo casi abandonada la ermita de Linares, se marchó á ella, logrando avivar la devoción de los cordobeses hacia aquella venerada imagen. El hermano Bernardo Parra; solo se sabe que era de Ecija y que, retirado á la Albaida muy joven, cambiaba todos los dias el trage de ermitaño por el de seglar y concurría á las cátedras del colegio de los Jesuítas, yéndose en cuanto salía á su retiro. El hermano Miguel, que después de prestar la obediencia, se retiró á la ermita de Ntra. Sra. de Villazo, cerca de Posadas. Los hermanos Juan y otro cuyo nombre se ignora, que moraban cerca de San Francisco del Monte. Además de los dichos, prestaron también su obediencia, Gaspar de los Reyes, Damián de Lora [Lara], Juan Pérez de los Santos y otro llamado Alonso. Muerto el Obispo Pazos en 28 de Junio de 1586, y sucediendole en pocos años D. Francisco Pacheco de Córdoba, D. Francisco de la Vega y D. Gerónimo Manrique de Aguayo, vino en 1594 D. Pedro Portocarrero, hizo que su Visitador general Luis de Cuellar, del hábito de Santiago, convocase á los ermitaños á la iglesia de la Arrizafa en 16 de Noviembre de dicho año, á hacerles las preguntas que creyese oportunas para informar al Obispo; á este acto concurrieron nueve, y después vinieron á la capilla de Palacio, y en ella prestaron nueva sumisión y aceptaron unas sencillas reglas, compuestas de cinco artículos, que ofrecieron guardar con el mayor respeto. Las vidas de estos hermanos, en que hay algunos de los anteriormente citados, varían poco de los que llevamos dicho; entre ellos se encuentran Damián de Lara y Juan Pérez de San Pablo, de quienes hablamos en el barrio de la Magdalena, al consignar las epidemias sufridas en Córdoba: también es digno de mención el hermano Alonso, natural de Ocaña, y uno de los valientes soldados que con los Reyes Católicos asistieron á la memorable conquista de Granada; terminada ésta, se vino á Córdoba, donde tuvo una cuestión con un esclavo, á quien dio muerte, por lo que fué preso y sentenciado á igual pena, no habiéndola sufrido á causa de haber llegado un indulto general con motivo del nacimiento del Príncipe D. Fernando, hermano de Carlos I de España y V. de Alemania. Agradecido á la Divina Providencia por aquel beneficio, se dedicó á cuidar los enfermos en el hospital de San Sebastian, y por último, se retiró con los ermitaños de la Albaida, donde, muy anciano, existía cuando se prestó la sumisión á los Obispos citados; por consiguiente contó de edad mas de un siglo. Desde entonces acá otros Sres. Obispos han reformado las reglas de los ermitaños; entre aquellos debemos citar al bondadoso D. Marcelino Siuri, que en 1720 les dio unas, divididas en trece capítulos, y Don Baltasar de Yusta Navarro que, después de nombrar Visitador del Desierto al escritor y Prebendado de la Santa Iglesia D. José López de Baena, autor de varias obras, añadió once capítulos á los antes espresados; posteriormente se han hecho algunas reformas, hasta llegar al estado en que dicha congregación se encuentra. El primer Hermano mayor ó Presidente de esta congregación fué Francisco de Santa Ana: este venerable nació en 1572, en Meco, provincia de Toledo, y después de haber gestionado sin fruto ser fraile en algún convento de San Francisco, se vino al Desierto de la Albaida, donde adquirió tal fama de virtud, que mereció el ya citado puesto; cuando apenas contaba cuarenta y ocho años de edad, le acometió una enfermedad que le ocasionó la muerte, en 19 de Agosto de 1620, en la casa número 5, calle del Arco Real, donde vivía un sacerdote amigo suyo; tanto lo sintieron los cordobeses, que invadieron la calle, ansiosos de verlo y alcanzar algún recuerdo de aquel ermitaño, tenido generalmente por santo: en seguida se provocó un conflicto sobre la inhumación del cadáver, por disputarse este honor la parroquia de Santo Domingo de Silos, los frailes de la Arrizafa, el Sr. de la Albaida, otros muchos nobles para sus enterramientos particulares, y el P. Cosme Muñoz, quien al fin lo llevó á la iglesia de la Piedad, como en aquel lugar dijimos; mas como antes de esta decisión se necesitaran muchos dias, llevaron el cadáver á la capilla del Palacio Episcopal y, haciéndole un entierro igual al de los Obispos, le dieron sepultura interina en la capilla de la Cena, antiguo Sagrario de la Catedral, permaneciendo en este lugar hasta terminado el litigio, que lo trasladaron al sepulcro en que yacen sus cenizas. No son menos dignos de recordarse los venerables hermanos Juan de Jesús, Juan de San Pablo, diferente de otro ya mencionado; Juan de la Piedad Piédrola, de quien hablan varios autores; Francisco de San José; Blas de San Juan Bautista, hombre tan querido y apreciado como santo, que se le dio sepultura delante de la verja del Sagrario nuevo de la Catedral, al lado del sabio Magistral D. Bernardo José de Alderete; su vida fué escrita por Pedro González Recio; el hermano Pedro de San Francisco, conocido por el Raposo, que á su muerte sepultaron en la iglesia de San Roque, de quien dicen algunos escritores que jamás se impacientó, citando como muestra de ello, que al llegar un dia á su ermita, vio salir dos hombres huyendo, cargados con la poca ropa y otras cosas que tenía, y en vez de decirles algo, se entró tan tranquilo, asomándose á seguida con unos trapos en la mano y gritándole á los ladrones: — «¡Eh! buena gente! mirad que se han dejado estos remiendos que todavía pueden servir!» Todos los nombrados fueron Hermanos mayores, y además otros que consignaremos aunque muy á la ligera, si bien no todos desempeñaron aquel cargo. Miguel de Jesús, de apellido Morales, natural de Valverde; murió en 1627, y lo sepultaron en la iglesia de San Juan de Dios. José de la Madre de Dios, natural de Antequera; murió en el Paseos por Córdoba, Teodomiro Ramírez de Arellano, 1873-1877 ed. anotada de la Red Municipal de Bibliotecas de Córdoba, 2017 hospital de la Caridad y lo enterraron en su iglesia. Juan de Santa María, de Alcobendas; murió en 1634 en el hospital de San Sebastian, hoy Casa de Expósitos, en cuya iglesia lo enterraron. José de la Cruz, de Antequera; murió en Motril, en 1628. Alonso de Jesús, estremeño; murió en 1637 y yace en San Juan de Dios. Lúcas de San Pablo, portugués, y Pedro de San Antonio, natural de Viana, Obispado de Calahorra; no sabemos cuando fallecieron. Juan de San Buenaventura, de Bujalance; está enterrado en San Andrés. Antonio de San José, también de Bujalance; fué sepultado en el hospital de San Sebastian, 1680. José de Jesús María, portugués; sepultado en la ermita de Ntra. Sra. de las Montañas. Alonso de la Cruz, cordobés; fué sepultado, 1704, en la capilla de Santa Inés de la Catedral. Alonso de Jesús; murió en 1637, y yace en Santa Isabel de los Angeles. Sebastian de la O; lo sepultaron en S. Sebastian, 1640. Juan de la Madre de Dios; sepultado en la Caridad en 1641. Pablo de Santo Domingo; murió en el hospital de San Sebastian, 1648, y por sus muchas virtudes lo sepultaron en la Catedral. Martin de Cristo; murió en 1659, en dicho hospital, donde lo enterraron. Domingo de San Pablo; lo sepultaron en el hospital de San Jacinto, 1660. Gonzalo de San Hilarión; sepultado en dicho hospital, 1664. Juan Serrano; yace en San Juan de Dios, 1666. Diego de Jesús; murió en 1676 y lo enterraron en la Magdalena. Pedro de San Francisco; murió en 1679, en el hospital de San Sebastian, y por sus virtudes lo enterraron en el hueco Paseos por Córdoba, Teodomiro Ramírez de Arellano, 1873-1877 ed. anotada de la Red Municipal de Bibliotecas de Córdoba, 2017 destinado á los sacerdotes. Diego de San Felipe; murió en 1679, y yace en San Andrés. Antonio de San José, murió en el hospital de San Sebastian en 1680. Domingo de San Ignacio; está sepultado en la nave del Sagrario de la Catedral, 1692. Cristóval de Santa Catalina; abandonó el Desierto para venir á fundar el hospital de Jesús Nazareno, cuya historia conocen nuestros lectores. Sobre todos los ermitaños citados y los demás que han llegado hasta nuestros tiempos, descuella el hermano Francisco de Jesús, á quien podemos dar el título de fundador del Desierto de Belén, puesto que á él principalmente se debe cuanto existe en aquel ameno y religioso lugar. Nació este venerable en Córdoba: hijo de Juan Rodríguez de Murga y María de Torres, vecinos del barrio de San Lorenzo, en cuya parroquia lo bautizaron en 7 de Junio de 1673; muy joven aun sentó plaza de soldado de marina, en la que sirvió con lealtad á Carlos II todo el tiempo de su empeño: cuentan sus historiadores, que estando en un combate al lado de un compañero á quien quería mucho, lo vio ser víctima de una bala de cañón, que, dividiéndolo en dos partes, arrojó una de ellas al agua, inspirando este suceso tal horror á Francisco, que en aquel momento ofreció, si salvaba la vida, dedicarla por entero al silicio y la penitencia. En vista de su honradez y buen comportamiento en el servicio, quisieron sus jefes que continuase en él; mas nada bastó á convencerlo y, tomada su licencia, regresó á su patria, donde trató de llevar á cabo su voto, empezando por ponerse bajo la dirección de su santo paisano el Beato Francisco de Posadas, quien lo mandó á ver al hermano Cristóval de Santa Catalina, permaneciendo con éste hasta que la muerte le privó de tan ejemplar maestro; entonces es cuando Francisco se retiró al desierto de la Albaida, que tanto le debe.
Creemos ocioso y aun innecesario seguir paso á paso la vida de este venerable, hasta que la fama de su santidad lo elevó á la presidencia de sus compañeros. A fines del siglo XVII se aumentaban los desmontes en la parte de la sierra que mira á Córdoba; sus propietarios empezaron á formar las preciosas posesiones que tanto la embellecen en nuestros tiempos, y los ermitaños deseaban huir del trato de las gentes que iban frecuentemente á aquellos parages; retiráronse en dirección al cerro llamado de la Cárcel, hacia el Rodadero de los lobos y demás alrededores, y ya el hermano Francisco de Jesús concibió el pensamiento de reunirlos á todos en un tramo discrecional, con iglesia propia, en que concurriesen á los ejercicios que debieran hacer en comunidad. No tardó aquel venerable en esponer su idea y pedir licencia para realizarla al Cardenal, Obispo de Córdoba, D. Fr. Pedro de Salazar, quien, no solo le prestó su aprobación, sino su ayuda en cuanto le fué posible; con tan poderoso auxilio, y sabiendo que la cumbre del espresado cerro de la Cárcel pertenecía á la Ciudad, ó sea á sus Propios ó Realengos, pidióle el terreno necesario para las trece ermitas que habían de edificarse, con la conveniente distancia entre ellas, y, concedido, en 28 de Abril de 1703 empezaron á construir la primera, continuando las obras conforme reunían fondos, hasta 1709, en que concluyeron las trece casitas aun existentes en aquel monte; y aquí debemos hacer constar, que el hermano Francisco, que no siempre era el Mayor, alternó y fué admirablemente secundado por los ermitaños Juan Agustín de la Santísima Trinidad, Antonio de la Concepción Carrasco, Manuel de San Juan Bautista y Manuel de San José, que se distinguieron en el siglo XVIII. En este interregno murió el Cardenal, y el Obispo D. Juan Bonilla, que siguió protegiendo á la congregación, dio permiso para labrar una pequeña capilla que, terminada, se dedicó al culto, diciéndose la primera misa en 11 de Julio de 1709. Los autores de quienes tomamos estas noticias, dicen que parecía providencial que en unos años tan calamitosos como aquellos, Paseos por Córdoba, Teodomiro Ramírez de Arellano, 1873-1877 ed. anotada de la Red Municipal de Bibliotecas de Córdoba, 2017 se reuniesen fondos para estas obras, compra de efectos para la nueva iglesia y manutención de los ermitaños, y aun para seguir un pleito que una señora les puso sobre propiedad de parte del terreno ocupado, principiando el litigio en 11 de Julio de 1708 y concluyendo á favor de la congregación en 13 de Diciembre de 1714, distinguiéndose mucho en este asunto el hermano Manuel de San José, antes anotado. Entre las limosnas figuró una de doscientos pesos entregados por un caballero de Sevilla, de donde trajeron también el cristal que cubre el lienzo de Ntra. Señora, titular de aquella iglesia, que colocó en ella el hermano Francisco de Jesús, dándola el nombre de Belén, que lleva desde entonces el Desierto, bajo el patronato de San Antonio Abad y San Pablo, primer ermitaño. Los hermanos citados, que tanto ayudaron á nuestro nuevo fundador, murieron, y en 1718 se consideraba como solo para seguir su pensamiento; mas, lejos de desmayar en él, redobló sus esfuerzos, empezando por reformar las reglas, haciéndolas aun mas rigorosas, prohibiendo la entrada de mujeres en el radio del Desierto, bajo pena de excomunión que les impuso el Obispo. En 1722 logró que el Arcediano de Castro, Dr. Don Juan Antonio del Rosal, le donase unas reliquias de San Antonio Abad y San Pablo, primer ermitaño, que colocó en la capilla en 23 de Julio de 1723. A el hablar de la ermita de Ntra. Sra. de las Montañas, calle de Montero, dijimos que en aquel antes hospital, tuvieron sus hospederías los ermitaños; pero como tenían necesidad de estar mezclados con otros enfermos y cercanos á las mujeres, el hermano Francisco concibió la idea de mudarlos de lugar; en 1716 logró llevarse el archivo al Desierto, y por último, consiguió que la Ciudad le concediese en 18 de Octubre de 1731, dos torres que había á los lados de la puerta del Osario; uniólas con un arco, é hízoles perder la buena vista que presentaban: entonces mudó allí la hospedería, agrególe un corral que alquiló al Marqués de Villaseca, y después la amplió con terreno, también concedido por la Ciudad en 1744 y 1745: en nuestros dias la han mejorado notablemente, construyendo la modesta fachada que tiene al interior, y que se vé á la entrada de la calle del Caño. No satisfecho el genio emprendedor de aquel ermitaño, y ocurriendo la muerte de uno de sus compañeros sin poderle administrar los últimos sacramentos, acudió al Sr. D. Pedro Salazar y Góngora, Sede vacante, y éste le concedió lo que deseaba, colocando la Magestad en el nuevo sagrario el prebendado D. Manuel de Baena, en 26 de Febrero de 1731; pero desde aquel momento concibió el proyecto de hacer nueva iglesia, por considerar aquella poco digna para tan estimable depósito: en seguida empezó sus gestiones, y bien pronto logró que una señora de Montalban, llamada D.ª María Villalba, costease el nuevo templo; el dicho Sr. Salazar dio su licencia en 1732; en el 33 trasladóse el Sacramento á otro lugar preparado al efecto, y empezó la obra de la actual iglesia, para la que colocó la primera piedra el ya espresado D. Manuel Baena, por comisión del Obispo D. Tomás Rato, poniéndose en el cimiento un pergamino que diese cuenta del suceso, y varias monedas de aquel año; el mismo Sr. Delegado, terminada la obra, la bendijo en 21 de Diciembre de 1734, celebrándose una gran fiesta y la traslación del Santísimo con mucha solemnidad. El 6 de Enero se aplica la misa por el eterno descanso de la señora que costeó aquel edificio. Todavía ansiaba el hermano Francisco hacer mas obras en el Desierto, y estas eran de mucha importancia y costo: aquel recinto, cuya linde mide casi media legua, estaba abierto por todas partes y era imposible evitar el que la gente se entrara, distrayendo en sus ocupaciones á los ermitaños; consultó este mal con el Obispo D. Marcelino Siuri, de quien tantas veces nos hemos ocupado, el cual le ofreció costear la obra en cuanto terminase las que tenía pendientes en varias iglesias de esta ciudad; mas la muerte de tan bondadoso Prelado lo privó Paseos por Córdoba, Teodomiro Ramírez de Arellano, 1873-1877 ed. anotada de la Red Municipal de Bibliotecas de Córdoba, 2017 de aquella esperanza, haciéndole buscar nuevo rumbo á sus deseos. El dia de San Antonio Abad, 17 de Enero de 1732, celebróse la procesión acostumbrada con asistencia de muchas personas piadosas, y el sacerdote D. Jacinto Cuadrado de Llanos bendijo y colocó la primera piedra, escitando á todos los presentes á contribuir á la construcción de la cerca, con lo que se empezó á realizarla; entre estas limosnas figuraron doscientos pesos, dados por D. José Siuri, Canónigo y sobrino del Obispo, y por último, se concluyó con veintiocho mil reales que para ella dejó en su testamento D. Juan Sánchez: esta cerca mide tres varas de alto por dos mil setecientas de largo: después se construyeron las dos tapias que forman el callejón, existente entre la portería y la iglesia, para evitar que los fieles que iban á misa anduviesen por lo demás del Desierto. Además de lo mucho anotado, se debió también á este ermitaño el desmonte de todo aquel terreno y la plantación de los olivos y viñas, que en algo ayuda á la manutención de aquellos individuos, y por último, con treinta y tres mil reales que les dejó, en 1738, D. Francisco González de Lebrija, se dotó la plaza de capellán y compró la hacienda de Pedrique, término de Obejo, con cuyo producto casi bastaba para sostenerse los ermitaños. Cargado de años, y con los achaques consiguientes á ellos, fué acometido el hermano Francisco de Jesús de una grave enfermedad que pasó en el hospital del Cardenal, hoy Provincial de Agudos, donde murió en 18 de Noviembre de 1749, siendo enterrado con gran solemnidad en la antigua iglesia de San Bartolomé, en la que permaneció hasta el 22 de Abril de 1776, en que, con otro ermitaño de gran santidad, fueron trasladados al Desierto de Belén, en cuya iglesia yacen á los lados del altar mayor. Contemporáneos del hermano Francisco y después, ha tenido el Desierto otros individuos que han logrado fama de santidad, de los que mencionaremos los siguientes: Alonso de Santa María, sevillano; murió en 26 de Febrero de 1727, y lo enterraron en San Jacinto. Bernardo de San José, natural de Penonta, cerca de Astorga; falleció en 28 de Marzo de 1730. El P. Juan de San Francisco; nació en Capilla, Arzobispado de Toledo; entró de hermano en el hospital de Jesús Nazareno de esta ciudad, donde se dedicó al estudio hasta llegar á sacerdote y después Director de aquel establecimiento; mas, de resultas de un grave disgusto, se retiró á las Ermitas, donde observó una vida ejemplarísima hasta su muerte, ocurrida en 26 de Mayo de 1739, siendo enterrado junto al coro del convento de las Dueñas, donde ya dijimos se leía su epitafio. Andrés de San Antonio Abad, nació en Baltanas, cerca de Palencia; sirvió doce años en la Marina, de la que desertó y anduvo errante hasta llegar á Córdoba, retirándose al Desierto, donde observó una vida llena de virtuosos ejemplos dignos de imitar; siendo Hermano mayor construyó dos ermitas mas y ordenó mucho la congregación; falleció en el hospital del Cardenal el dia 10 de Julio de 1763, y lo enterraron en la contigua iglesia de San Bartolomé. Juan Agustín de la Santísima Trinidad, natural de Granada; ayudó mucho al hermano Francisco en sus obras y reformas; murió en el hospital de la Caridad, en 1709. Antonio de la Concepción Carrasco, cordobés; fué Hermano mayor y observó gran rigor, particularmente en que no entraran mujeres en el Desierto; murió en 1718, y lo sepultaron en la Catedral. Manuel de San José, natural de Burgos; compañero del hermano Francisco, á quien ayudó sobremanera en la mudanza y demás empresas que aquel emprendió; murió en 1714. Pedro de Jesús, nació en Lora; escribió las vidas de varios ermitaños; murió en el hospital del Cardenal, en 14 de Febrero de 1768. Juan de San José, natural de Carrello y de padres desconocidos; fué Hermano mayor, y consiguió que Benedicto Paseos por Córdoba, Teodomiro Ramírez de Arellano, 1873-1877 ed. anotada de la Red Municipal de Bibliotecas de Córdoba, 2017 XIV concediese varias indulgencias á la congregación, por su Bula 8 de Junio de 1753; murió en el hospital del Cardenal, asistiéndolo el Dr. D. Bartolomé Sánchez Feria, en 1774, y lo sepultaron en la Iglesia de San Bartolomé. Pedro de San Joaquín, gallego; fué Hermano mayor y logró para su iglesia algunas decentes donaciones; murió en 26 de Abril de 1758 en el hospital de la Misericordia, donde fué inhumado su cadáver. José del Santísimo Sacramento, natural de Tiviano, provincia de Burgos; llegó también á Hermano mayor; pero dejó el Desierto, entrando de capuchino, en cuyo convento murió. José María de los Dolores, nació, en Villanueva de los Cameros; instituyó los ejercicios á San José todos los dias diez y nueve y murió de repente en el de Octubre de 1778; lo enterraron delante de la iglesia, no haciéndolo en el interior por no poder abrir la sepultura, á causa de ser el suelo una peña muy dura. Agustín del Espíritu Santo, genovés; su apellido era Oreze, y de oficio ebanista, que ejerció en varios puntos, fabricando en Marruecos una preciosa casa con todo su moviliario, por orden del Emperador; á los treinta años de su edad vino á Córdoba, donde decidió hacerse ermitaño; tuvo el cargo de Hermano mayor, y por último se retiró á otro lugar cerca del Tardon, donde acabó su vida. De todos los ermitaños del siglo XVIII, es considerado como el mas notable, el hermano Juan de Dios de San Antonino, en el siglo D. Juan de Dios Manrique y Aguayo, Marqués de Santaella y Señor de Villaverde, á cuyos títulos y caudales correspondientes renunció, por retirarse al Desierto de Belén, donde tan espontáneamente abrazó la vida de solitario, tomando al fin el hábito en 10 de Mayo de 1780, á los treinta y ocho años de su edad; aunque esta ilustre familia había permanecido en Córdoba desde la reconquista, el hermano Juan de Dios nació en Cabeza del Buey, en Extremadura, circunstancia que, sin duda, no recordaría su sobrino el Sr. Marqués de Villaverde al regalar su retrato al Ayuntamiento para colocarlo entre los de varios cordobeses célebres, galería que inició y empezó á realizar el Alcalde D. Carlos Ramírez de Arellano, y que ningún otro ha continuado. La vida austera y penitente, unido á lo mucho que hizo en bien del Desierto, según la biografía que de él hemos visto en un grueso volumen en cuarto, le grangearon además del puesto de Hermano mayor, gran fama de santidad, que todo Córdoba proclamó, principalmente á su fallecimiento ocurrido en 12 de Febrero de 1788; su cadáver fué sepultado con gran solemnidad en la capilla de su familia, en la Santa Iglesia, que es la de la Santísima Trinidad, donde se le puso y existe un honrosísimo epitafio que en su lugar leeremos. Después de este venerable ermitaño, y caminando hasta nuestros dias, han morado en este Desierto otros hombres llenos de virtudes, distinguiéndose algunos, no por sobreponerse á sus compañeros en el cumplimiento de sus deberes y muestras de santidad, sino porque las posiciones ventajosas que ocupaban en sus casas y que dejaban contentos por aquella penosa vida, hacía llamar mas la atención de sus contemporáneos; entre ellos debemos citar al hermano Antonio de Ntra. Sra. de Consolación Rojas y Arrese, natural de Antequera, é hijo de los Marqueses de la Peña, Comandante de Artillería, cuya honrosa carrera dejó para entrar en el Desierto en 21 de Junio de 1792; el hermano Mateo de la Pasión, hermano del Barón de Llames, y el cual, en 1799 trajo de Madrid las esculturas de bronce, que representan á Jesús en la Cruz con la Virgen y San Juan á los pies, veneradas en una de las capillas cercanas al altar mayor; el hermano Antonio de San José Sa-Brendao y Freyre, de la Real Casa de Portugal y del hábito de la Orden de Cristo; el hermano Cristóval de Ntra. Sra. de Consolación Saavedra y Giménez de Segura, de la Casa de Utrera, y el hermano Remigio de la Purísima Concepción Argensonis y Luzuriaga, rico comerciante de Méjico; éste llegó á Hermano mayor y fué en estremo estimado de cuantas personas visitaban el Desierto, por su finísimo trato, amabilidad de carácter y verdaderas muestras de virtudes, sin afectaciones ni ese despego que en algunos otros se ha advertido. Para terminar la serie de ermitaños que mas se han distinguido, citaremos al hermano Pedro de Cristo, á quien hemos conocido y tratado, considerándolo como el restaurador del Desierto de Ntra. Sra. de Belén. Nació este venerable en Posadas, en el año de 1773, hijo de un escribano de espresada villa, llamado D. Juan de Almoguera y Urribarri, natural de Córdoba, y de D.ª Francisca González y Rodríguez, de aquella población; muy joven aun quedó huérfano con otros hermanos, y recogidos por su madrina la señora D.ª María Valdivia y Corral, los trajo á Córdoba, donde pensó que Pedro siguiese la carrera eclesiástica, que liberalmente se propuso costearle y que él, obediente, emprendió, dándole ocasión para empezar la amistad que durante su vida tuvo con el venerable sacerdote D. Rafael de Soto, de quien hemos hablado en estos apuntes; sin embargo, su inclinación era retirarse al Desierto de Belén, aumentándose su deseo con la muerte del hermano Juan de Dios de San Antonino Aguayo, tan sentida por los cordobeses; poco después se decidió á participar á su madrina el pensamiento que lo animaba, y ésta, lejos de tratar de disuadirlo, le dio su permiso, tomando al fin el hábito en 14 de Enero de 1792, profesando en 24 de Junio de 1793. Desde luego fué aumentando en sus ejercicios de virtud, hasta contraer una enfermedad que obligó al Hermano mayor á destinarlo á la póstula en Córdoba y otros puntos, y por último, tuvo que irse á otros Desiertos á ver si encontraba la salud, habiendo estado en los de Montesion en Cazorla, San Pablo de la Breña en Málaga, y por último en el de Ntra. Sra. de la Luz en Murcia, donde le cogió la dominación francesa, y llegó á ser Superior desde 1808 á 1811, haciendo muchas y útilísimas reformas. Ansioso de respirar los puros aires de su país natal, regresó al fin al Desierto de Belén, y alternando con otros en el espinoso cargo de Hermano mayor; hizo muchas é importantes mejoras, ampliando la casa principal y el noviciado, y dando siempre muestras de una capacidad y un buen deseo que admiraban: así llegó hasta el año 1832 en que, con licencia del Obispo y conservando su número en las ermitas, se hizo cargo del hospital de la Misericordia, que puso á gran altura, y en el que en 1834 estableció una sala para coléricos, asistiéndolos por sí mismo con el cariño que solo inspira el verdadero amor hacia nuestros semejantes: terminada esta caritativa misión, en 1835 se volvió á las Ermitas, donde, en unión de sus compañeros, tuvo el grandísimo dolor de ser espulsado en 13 de Abril de 1836, á pesar de las reiteradas súplicas de la Congregación, el Ayuntamiento, el Obispo y muchos particulares que, ya tarde, consiguieron un decreto para su conservación. Los ermitaños se fueron á distinots [sic] puntos, y el hermano Pedro se amparó en la hacienda conocida por Piquín, desde donde siguió gestionando á favor de la Congregación, á la que, aun diseminada, socorría con los escasos recursos que podía reunir: poco después la Hacienda arrendó aquel terreno, y aun cuando el colono era bastante despreocupado, le concedió al pobre ermitaño ocupar su antigua vivienda, á la que se trasladó con gran contento; pasados algunos años, fué por último vendido todo aquel terreno, y comprado por un personage de esta capital afecto á aquellos solitarios, y esto redobló las esperanzas de volver á su antiguo objeto; esta venta quedó nula; la Hacienda la anunció de nuevo, y haciendo entonces un soberano esfuerzo, volvió á pedir la reinstalación del Desierto, teniendo la suerte de que, buscando el antiguo expediente y oido el parecer del sabio Obispo de Córdoba D. Manuel Joaquín Tarancon y del Consejo de Estado, se concediese aquella gracia por Real orden fecha 26 de Setiembre de 1845, logrando el V. Pedro de Cristo tomar posesión, como Hermano mayor, en 3 de Noviembre del mismo año. Desde aquel dia el hermano Pedro de Cristo, á pesar de tener setenta y dos años de edad y muchos y habituales achaques, desplegó una prodigiosa actividad en la reedificación de la iglesia y ermitas y en la reunión de sus antiguos compañeros y otros nuevos que acudieron á aquel solitario retiro, hasta que el dia 22 de Diciembre del mismo año se reconcilió la iglesia y cementerio, diciendo la primera misa el sobrino de tan notable Hermano mayor, D. Rafael Diaz de Almoguera, persona en estremo ilustrada y que á su fallecimiento ha dejado algunos escritos muy apreciables, en casi su totalidad referentes á Córdoba. Al dia sigiuente [sic], ó sea el 23, los ermitaños se presentaron al Obispo Sr. Tarancon á darle las gracias por el interés que á su favor había demostrado, como á protestar de su obediencia, estendiendo en 8 de Enero de 1846 dichas gracias á la Reina y pidiendo á el Ayuntamiento la licencia para usar de su cementerio, y á la Junta de Beneficencia el permiso para acogerse al hospital del Cardenal cuando estuviesen enfermos. Casi imposible es narrar cuanto el hermano Pedro de Cristo hizo para volver en el Desierto las cosas al estado en que antes estuvieron; todo lo consiguió, y por último, cargado de años, achaques y merecimientos, falleció el dia 3 de Enero de 1854, á los ochenta y un años, cuatro meses y once dias de edad; hízosele un solemnísimo funeral é inhumóse su cadáver en el cementerio que tienen los ermitaños, desde el que después lo trasladaron á la iglesia, delante de las gradas del altar mayor, cubriéndolo con una losa blanca, en que hasta con algunos ligeros apuntes biográficos se perpetúa la memoria de un hombre tan digno de ejemplo y tan apreciado por los cordobeses. Hecha mención de los ermitaños mas notables del Desierto de Ntra. Sra. de Belén, nos toca describir éste en su actual estado y decir algo de la vida que allí se observa: el vestido de aquellos consiste en camisa y calzones de lana basta á raiz de la carne y ceñidos con una correa, encima un hábito y capa de paño pardo y capucha, y en los pies unas alpargatas de esparto; desde la supresión antes referida, mudan de trage para bajar á la ciudad é ir de póstula á otros puntos; entonces, en vez del hábito usan pantalon, chaqueta y capa del mismo paño, sombrero de ala ancha y zapato de becerro blanco: la comida consiste en potages de dos ó tres clases, según los dias de la semana, pan basto, y algunos dias festivos una ración de bacalao; de este alimento se reparte también á los pobres que llegan a la puerta á la hora de campana, y por cierto que en años estériles, son centenares los que han acudido, viéndose entre ellos algunas veces, personas que morirían de hambre antes de pedir una limosna, pero que la necesidad las ha llevado á aquel lugar, ansiosas de conservar la vida; quiera la Providencia darles lo necesario para que continúen estas limosnas, que á todos alcanzan, porque los ermitaños nada preguntan y solo aspiran al socorro de sus semejantes. A las dos de la madrugada toca la campana de la iglesia, respondiendo las de todas las ermitas, y sus moradores dejan el lecho para rezar Maitines y Laudes del Oficio Parbo de la Vírgen; leen un punto de la Pasión de Jesús, sigue una hora de meditación y después rezan una parte de Rosario; recógense de nuevo á las cuatro, y á las cinco y media, hora en que suenan otra vez las campanas, rezan las Ave Marías y á seguida Prima y Tercia; á las seis es la Misa, única ocasión en que se ven todos, pero sin hablarse los unos á los otros, ni se oyen mas que en los ejercicios piadosos que entonces hacen; cuando van á estos, lleva cada uno el cántaro para el agua y la alcuza para el aceite, si les hace falta; bien presto se retira cada cual á su sitio, tiene media hora de lección espiritual y se dedica al trabajo encomendado por el Hermano mayor, que consiste en la construcción de rosarios para la venta á las muchas personas que los desean, y de las que no exigen cantidad determinada; á las diez y media de la mañana suspenden el trabajo, rezan otra parte de Rosario, Sesta y Nona, hacen examen de conciencia, y á las once suena la campana para el reparto de la comida, que les sirven por los tornos contiguos á las puertas de sus humildes viviendas; desde entonces se dedica cada uno á lo que le parece, dentro de su recinto, hasta las dos que rezan Vísperas y Completas y continúan en lección espiritual; desde esta hora á las cinco menos cuarto vuelven á su trabajo, siguen otros ejercicios espirituales, rezan otra parte de Rosario, y leen un punto de meditación; tienen disciplinas en determinados días de la semana, y hasta las nueve se dedican á lo que juzgan conveniente, hasta ocupar su duro lecho, consistente en tres tablas con una piel de cabra, una almohada henchida de paja y una manta para cubrirse. Reúnense todos además seis veces que á el año hay manifiesto en la iglesia, y en algunas otras festividades en que es precisa la concurrencia de todos en el templo. Para entrar en la Congregación de ermitaños se necesita el permiso del Obispo, y no se hacen los votos sino después de un año de noviciado, para ejercitarlo tanto en las prácticas del Desierto, como para cerciorarse de su vocación; al efecto tienen un pequeño edificio con varias celdas, en donde hace de jefe el hermano Maestro de novicios. Las ermitas ó casitas donde moran los ermitaños, son trece, y se componen de un pequeño cercado con puerta, torno y campana, y dentro un reducido edificio con dos departamentos, uno para el lecho y otro para el trabajo: varias de estas casitas tienen sobre sus puertas, además de la calavera y dos huesos cruzados que hay en todas ellas, inscripciones recordando haber sido morada de algunos de los hermanos mas notables, antes mencionados. Cercano á la portería hay otra pequeña ermita habitada por el hermano hecho cargo de ella, y no muy lejos encontramos el cementerio, formado de varias filas de nichos ó bovedillas, y á seguida el edificio mas notable del Desierto, ó sea la iglesia, y unidas á ésta las habitaciones del Hermano mayor, Capellán, oficinas generales, como cocina, despensas, cuadras y varias habitaciones altas para hospedar á algún sacerdote ó persona que tenga que permanecer allí, con el correspondiente permiso del Prelado: en las galerías y ante-iglesia se ven muchas tablillas con inscripciones y diversos retratos de ermitaños distinguidos; entre las primeras hay una en mármol blanco, recordando el día en que la Reina D.ª Isabel II visitó el Desierto en 1862, cuando su viaje á las provincias andaluzas. La iglesia es pequeña, forma cruz latina y tiene coro alto; en el altar mayor vemos un bonito cuadro en lienzo con Ntra. Sra. de Belén, que algunos creen de Murillo, y á nosotros nos parece del Racionero Castro, un Lignum Crucis y dos reliquias de San Acisclo y Santa Victoria; cerca de dicho punto hay unas capillitas, y en la del lado de la epístola vemos tres buenas esculturas, vaciadas en bronce, que representan al Crucificado, la Virgen y San Juan; en los brazos de la cruz que forma la iglesia, existen otros dos altares, uno con la Concepción y el otro con San Antonio Abad y San Pablo primer ermitaño, y las reliquias de ambos, ya mencionadas en estos apuntes; algunos cuadros y esculturas decoran lo demás del templo, en el que se demuestra la pobreza que tanto agrada á aquellos anacoretas. Desde todo el Desierto se descubre el mas lindo panorama, y especialmente desde un terrado formado sobre un peñón saliente, en el cual se eleva una gran cruz de piedra; á su lado hay un sillón, costeado por el Obispo Sr. Trevilla, en el que se sentaba cuando iba á ver á los ermitaños, á quienes profesaba mucho cariño. Muy cansados consideramos á nuestros lectores por lo pesado que se ha hecho este paseo, y por esta razón tratamos de terminarlo en este punto, dedicando á otro nuevo cuanto podemos decir de otros parages notables del término de Córdoba, con el que empezaremos el cuarto y último tomo de nuestra obra.
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