Danza de las Espadas

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Danza de las Espadas, Obejo

La Danza de las Espadas, también llamada Baile de Bachimachía, simboliza el arte guerrero de los pueblos bárbaros y es la tradición más arraigada de Obejo, en la cual interviene un número variable de danzantes y el maestro, los cuales acompañan, sin parar de bailar, a San Benito en la procesión hacia la Ermita.

El momento más esperado del baile es conocido como patatú, en el cual los danzantes simulan ahorcar al maestro de danza utilizando para ello sus espadas de hierro, entrelazando las espadas unas con otras, quedando la cabeza del maestro apresada entre todas ellas.


El patatú de Objejo[1]

El patatú de Obejo es una danza de espadas donde se ha perdido el vestigio del traje, pues sólo en una tabla del pasado siglo conservada en la Ermita del Santo Patrón San Benito, aparecen los danzarines ante el Santo, llevado en procesión, a la usanza de la antigua andaluza; esto es, con chaqueta corta y pantalón ceñido, de paño pardo, sombrero de felpa con pompon, bota larga adornada de caireles y pañuelo al cuello y faja roja. Pero este traje, solo cómo el de fiesta, en el país en dicha fecha era usado; no puede dudarse de que entonces se había perdido en este extremo la tradición de lo antiguo.

El patatú de Obejo se baila con espadas; las mismas que he podido observar son modernas, alguna aun data de construcción del país, pero hasta hace poco tiempo se sabe que los chamarileros de lo viejo poco a poco fueron comprando en el poblado o cambiado por espadas modernas las que se usaron en tiempos para la danza. Tampoco en este extremo se puede hallar el resto de lo primitivo; por otra parte para la danza, como se verá no es necesario hacer grandes juegos ni especiales desplazamientos por lo que hace a este arma.

Hoy el patatú es una fiesta religiosa; los hermanos se dividen en orantes y danzantes; aquellos sólo contribuyen con su óbolo al sostenimiento de la hermandad, los segundos son los verdaderos actuantes en la danza que analizamos. Ante el Santo Patrono San Benito tiene lugar aquélla, en que interpretan hoy los buenos vecinos de Obejo los dones de la Providencia; prueba de ello es esta letrilla que oimos en el lugar:

Agua, Padre Eterno,
Agua, Padre mío,
Que se van las nubes,
Sin haber llovido. P

Porque hemos de hacer notar que a más de cuatro fiestas anuales, la de San Antón, San Benito y otra en Marzo o Abril, la procesión del Santo y la danza tiene lugar cuando una calamidad azota al pueblo, o si es de temer la pérdida de las cosechas.

La procesión arranca de la Ermita; avanza en primer término la cruz parroquial de Obejo, síguenla los hermanos danzantes, la música, el Santo Patrono y la presidencia religiosa y civil. La danza se baila al son de guitarras, bandurrias y pandereta; pero en un grabado antiguo aparecen los músicos provistos de violines y platillos, coparticipando de la misma; al parecer el son viejo se va perdiendo, a un antiguo cofrade pudimos escuchárselo, más cadencioso y monótono que el actual. Indudable-mente en esto el tiempo ha establecido al discurrir su mudanza. El baile tiene lugar constantemente a medida que la comitiva sigue su itinerario; los danzantes evolucionan en la forma que ahora será indicada, y a su paso se acomoda la parada o curso del cortejo. Este llega a la cruz frontera en el camino, retrocede, da una vuelta en derredor de la Ermita y penetra de nuevo en ella.

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La antigua música tiene un sabor arcaico, pero a la vez modulaciones que, sin querer, traen a nuestro recuerdo pasages de la partitura de The Geisha. Algo, un murmullo del pasado queremos adivinar que quedó impreso en los falsetes que hoy se repiten. Datos de la existencia de la hermandad que danza el patatú existen en el Ayuntamiento de Obejo, según escritos que datan de 1600; en ellos se observa e l carácter d e independencia que conservó la hermandad para su régimen, con libertad para su administración de la autoridad eclesiástica. Por otra parte, las festividades que ahora celebra creemos que se establecieron en la fecha en que el monasterio de Pedrique, hoy desaparecido, florecía en su mayor esplendor, y ésto puede explicar los patronos de la cofradía, todos ellos santos varones eremitas o que merecieron la fervorosa devoción de éstos.

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Más en el patatú, en la danza ofrecida a los elegidos de la religión verdadera, no cabe duda que ha de buscarse un origen primitivo; la danza de las espadas, por el hecho del empleo de estas es en su origen danza guerrera, simboliza el éxito del triunfador o el honor incluso hallado en la muerte.

La danza de Obejo tiene cuatro tiempos, que en realidad giran en general alrededor de la evolución de los bailarines en el paso que ellos llaman la cadena. Ya sea avanzando primero de uno en fondo, cogida con la diestra la empuñadura de una espada, y con la siniestra la punta de la precedente; va evoluciones de-terminando arcos al elevar los primeros la espada que sujetan, bajo la cual han de pasar los que siguen, que a su vez definen nuevos puentes, por donde al terminar el paso penetran los primeros que, recorrido el arco múltiple de tizones van a formar otro nuevo; ya este juego se extiende a formar dos y tres cadenas sucesivas; constantemente las espadas se hallan sujetas por dos danzarines que no deben soltarlas en todo el tiempo que el baile dura.

Pero de pronto la danza se interrumpe; el hermano mayor, que figura a la cabeza de la cadena, queda aprisionado entre las demás espadas que se cruzan alrededor de su cuello; la danza sigue, El retorno a la Ermita, última cadena del Patatú sin que ninguno de los bailadores abandone su espada ni la punta de la espada precedente; el momento se llama la horca.

De ella el Danzarín Principal, el Hermano Mayor se desprende hundiéndose bajo los aceros, y de nuevo la cadena arranca con el mismo movimiento que precedentemente; los danzarines ahora multiplican la evolución con la cadena doble, y la cadencia sigue así ya monótonamente hasta el final. Durante todo el baile, que tiene una duración de unos tres cuartos de hora, los hombres sostienen un paso uniforme, en pequeños y constantes saltitos, casi arrastrando los pies para desplazarse, análogamente al llamado paso del kanguro que vimos importado de la lejana Oceanía.


Referencias

  1. CARBONELL, TRILLO-FIGUEROA, A., El patatú de Obejo. Boletín de la Real Academia de Córdoba. Número 27. 1930

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