El Carpio (Rincones de Córdoba con encanto)

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Los pueblos
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003)
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El Carpio / De torre defensiva a mirador

El Carpio es una suave y blanca pirámide mansamente recostada junto al Guadalquivir, cuyas aguas, aquí serenas, reflejan como un espejo su imagen invertida. En la cúspide del cerro se extiende la luminosa plaza de la Constitución, el corazón de la villa, a la que se asoman sus principales edificios.

El primero es la desdentada torre matriz erigida por Garci Méndez de Sotomayor en 1325, único vestigio del antiguo castillo, cuya prismática mole parece un gigante derrotado que se complace en apacentar el blanco caserío diseminado a sus pies. Su reciente consolidación, dirigida por el arquitecto Antonio Castro, ha desahuciado de su interior las destructoras palomas que la habitaron durante décadas, ha saneado su semblante y ha devuelto la primitiva majestad a los tres salones que se superponen en el interior –el más noble, el tercero, que se cubre con bóveda semiesférica– y a las rampas ascendentes que tanto recuerdan las de la Giralda sevillana.

La terraza superior de la torre, protegida ahora por barandillas, es un privilegiado mirador batido por el viento desde el que se puede impartir una lección de geografía viva;al norte serpentea el río y, más allá, cierra el horizonte la azulada barrera de Sierra Morena, mientras que al sur se extienden las vastas ondulaciones de la campiña ubérrima, agrícola dominio de los Duques de Alba, y blanquean los pueblos cercanos, como Villafranca, Pedro Abad o Bujalance. La altura y el emplazamiento de la torre, coronando la cúspide del cerro, favorecen su visibilidad desde todos los caminos que se acercan a El Carpio. De noche, iluminada por la luz amarillenta de los reflectores, parece un áureo faro dispuesto a guiar a los viajeros descarriados. Los carpeños se miran orgullosos en su torre, espejo de la historia.

Adosados a los sólidos muros de la fortaleza buscan cobijo protector otros edificios, como el recuperado teatro municipal y el casino, cuyos ventanales constituyen el mejor observatorio de la luminosa plaza. Dentro de la irregular planta de la plaza, ante el casino se extiende un rectángulo noble, a modo de salón, festoneado por bancos de fundición y plátanos de sombra; las baldosas hidráulicas de colores que dibujan cenefas y motivos geométricos en el pavimento.

Frente a la torre matriz, símbolo del poder señorial, acata su dominio la parroquia de la Asunción, símbolo del poder religioso, compartido con la ribereña ermita de San Pedro, sede del patrón, el Ecce Homo, otro espacio con encanto a un paseo del pueblo.

Desde los costados de la iglesia se aprecia su movido juego de volúmenes, en el que sobresalen el crucero y la antigua capilla dieciochesca del Rosario, hoy dedicada a Jesús Nazareno, que es como una pequeña iglesia dentro de la iglesia mayor y hasta tiene espadaña propia. La rojiza piedra molinaza, tan común en la zona, confiere al templo un cálido resplandor, especialmente patente en las portadas laterales, del siglo XVII. La que se abre en el lado de la epístola, llamada popularmente “del sol”, fue reedificada en 1721, como revela una inscripción, y consta de arco de medio punto rematado por frontón partido en el que se inscribe una hornacina con la imagen de la Asunción, flanqueada por el escudo duplicado de los marqueses del Carpio, que costearon la construcción del templo.

Interiormente la parroquia sorprende al viajero por su grandeza arquitectónica, de traza renacentista, con sus tres naves separadas por sólidos arcos de medio punto sustentados por robustas pilastras. Aunque no está visible, es singular por lo infrecuente la cripta sepulcral existente bajo el crucero, con pilares y arcos de molinaza. Las dimensiones del templo contrastan con su modesto campanario rematado por reloj que, sobre un sólido primer cuerpo, surge junto a la cabecera, mirando ya a la calle Colegio, como si la parroquia hubiese querido evitar competir en altura con la vecina fortaleza.

Ocho calles confluyen en la plaza, casi todas descendentes: Colegio, Jesús, Antonio Lama, Castillo, Graneros –que regala la mejor vista de la torre–, Fuente, Carroza y Duque de Alba, que el pueblo llama de los Muertos, por ser la que baja al camposanto. A su inicio se extiende la fachada de la antigua Casa Ducal, recuperada por el Ayuntamiento como Casa de Cultura, Biblioteca y Hogar del Pensionista.

Acomplejado entre los monumentos de rancio abolengo, frente a la iglesia blanquea, arropado por un cuidado jardincillo, la imagen de un Corazón de Jesús elevado sobre una columna, a la manera de los triunfos. Este espacio es como un verde apéndice de la plaza, cuyos bancos y poyos invitan a tomar asiento para contemplar la vida que brota alrededor.



Referencia

  1. MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba

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