El Tío del Organillo
Ángel Prados Luna, más conocido como El Tío del Organillo fue el último organillero ambulante de Córdoba, todavía se le veía a mediados de la década de setenta por las calles transportando un pianillo de manubrio cuyo fabricante fue Luis Casali de Barcelona. El organillo era portado mediante un carrito, cuyo arrastre lo efectuaba un asno llamado “Rayao”, éste fue reclamo de los turistas, pues su dueño le tocaba la cabeza con un sombrero de paja.
Ángel en varias décadas compitió con “La Coja”, dado que eran los dos pianillos existentes en la ciudad. Comenzó su oficio - noble, humilde y errante, de entretenedor y limonero- con quince años en el año 1939, dejándolo por jubilación o quizás por enfermedad.
El organillo estaba pintado con diez colores y florecillas algo naif, que hacían con el tintineo de cada nota emitida al aire un ambiente de nostalgia madrileña con rancio olor de chotis camp. Además sobre el pianillo había pegadas postales descoloridas de numerosos toreros, como recordando los pasodobles que interpretaba en sus acordes.
Ángel compró el pianillo en Sevilla en los años cincuenta de segunda mano. Tenía un cilindro interior con púas que al girarlo mediante el manubrio pulsaban unas láminas metálicas, produciendo un sonido que se aumentaba en una caja de resonancia. El cilindro tenía montadas diez piezas musicales entre pasodobles y chotis, que ejercían como reclamo, en especial hacia los turistas. Los cilindros con interpretaciones nuevas eran adquiridos en una casa musical de Madrid. Existía una técnica –que Ángel la dominaba a la perfección- en mover el manubrio, a los pasodobles se daba más rapidez y a los chotis, se les imprimía más lentitud.
El recorrido diario se efectuaba partiendo de la Calle Lineros, - lugar donde existía una cuadra para el animal- se dirigía a la Mezquita en cuyo entorno ambulaba toda la mañana. A mediodía subía a las Tendillas hasta el comienzo de las primeras horas de la tarde, se hacía un descanso para reanudar más tarde la actividad por el centro de la ciudad, parándose a deleitar a los clientes de los bares que desplegaban veladores en las aceras callejeras.
Ángel con su viejo organillo era contratado para amenizar y dar ambiente castizo en bodas y bautizos, por este trabajo cobraba unos honorarios fijados en trescientas pesetas allá por los años setenta.
Córdoba perdió el encanto de sus viejos organillos, y con ellos, la típica y añeja estampa estética del carrito-pianillo con su asno. Estos recuerdos ingresaron en el baúl de no existente, provocando el siguiente comentario entre los que disfrutaron de sus melodías:
- - ¿Te acuerdas del “Tío del Organillo” o de “La Coja del Pianillo”...?
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