El Viso (Rincones de Córdoba con encanto)
Los pueblos
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003) [1]
El Viso / Faro de un mar en calma
El encanto de El Viso reside en torno a la parroquia de la Encarnación, exenta en el centro del casco estrellado, en la que destaca su rojiza torre, que se divisa desde toda la planicie como si fuese el faro de un mar en calma. No es difícil encontrar la iglesia, pues orienta la roja silueta de la torre, que se asoma sobre los paisajes de tejados.
En torno al templo confluyen las calles radiales, que vienen desde todos los puntos cardinales, como Blanca, Iglesia, Carmen, Fuente o Hinojosa; muchas de ellas conservan casas tradicionales de dinteles ennoblecidos por el persistente granito, que a la suave luz del atardecer muestra una amarillenta pátina de oro viejo.
La roja torre de la parroquia se alza junto a la cabecera del templo. Tiene un primer cuerpo de sillares graníticos en alternancia con hiladas de ladrillo, material que impone su rojo lenguaje en los tres cuerpos superiores, de volúmenes decrecientes, que alojan sucesivamente las remozadas campanas y el reloj. Bajando por la calle Iglesia se aprecia la torre completa, exenta y airosa, pues aunque no es excesivamente alta –en torno a treinta y pocos metros– su delgadez la estiliza. La perspectiva más fotogénica la brinda desde la calle de la Fuente, enmarcada por el rojizo arco de ladrillo del callejón peatonal que flanquea el costado del evangelio, rotulado como ronda de la Iglesia, aunque los viseños lo llaman puerta del Carnero.
Algunos viajeros todavía preguntan por aquella singular campana hecha con el trozo superior de una bomba de artillería que cayó en la guerra. Pero la campana pertenece ya a la leyenda, pues fue reemplazada con ocasión de la restauración de la torre emprendida a finales de los noventa.
Junto a la puerta de la epístola, fechada en 1623 –un arco de medio punto sobre sillares almohadillados, todo en granito–, un rótulo informativo ilustra al viajero que el templo data del siglo XVI, que sufrió reformas posteriores y que, interiormente, responde al modelo de iglesia serrana. Si las puertas están abiertas aproveche el viajero para asomarse al interior y apreciar el íntimo recogimiento que le confieren sus cuatro arcos transversales de rojo ladrillo, que contrastan con la cal que reviste su bóveda de cañón con lunetos. Sobre la sencilla portada de los pies, que se abre a la calle de la Fuente, campea el escudo de los Mexías o Mejías, los poderosos señores de Santa Eufemia, a cuya jurisdicción perteneció este territrorio.
En la cercana plaza de la Constitución, presidida por la austera fachada del Ayuntamiento, el pavimento dibuja la forma circular del coso taurino en que cada año se transforma para recibir las vaquillas de los encierros que, por Santa Ana, bajan desde la calle Toriles por Riscalejos y Ramón y Cajal, sembrando emociones, diversión y sustos; una fiesta que para el escritor Alejandro López Andrada se caracteriza por “el colorido de las calles, el aroma de la pólvora hundiéndose en el celeste, el griterío de las gentes, los toros corriendo, en somnoliento tropel, por las calles soleadas...”. Hay mucha afición taurina en la patria del torero Corchaíto, muerto trágicamente en 1914 en el coso de Cartagena. La misma plaza se convierte cada cuatro años en escenario del Auto de los Reyes Magos, friso navideño que el pueblo pone en pie con ilusión siempre renovada.
A las afueras de la villa, en una plaza triangular, tangencial a la carretera, se alza la ermita del Cristo de las Eras, encantadora por su recogimiento y pequeñez; una miniatura blanca, salvo las esquinas de granito y la roja espadaña de ladrillo. Tras la verja de hierro se aprecia un crucificado oscuro arropado por ramos de flores, uno de ellos depositado por una novia, como revela la blanca cinta que lo anuda. Ante la ermitilla se disponen cuatro bancos, bis a bis, para la oración o la tertulia. Detrás crece un olivo sobre un cúbico pedestal encalado, que responde al modelo y tradición de los calvarios, tan frecuentes en el paisaje de los Pedroches. Todo este sosiego que envuelve la plaza se quiebra a mediados de septiembre, con la verbena dedicada al Cristo de las Eras, en la que se vuelca el pueblo.
Referencia
- ↑ MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba
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