El olvidado día de San Lorenzo
El olvidado día de San Lorenzo.
Todos los años llega la fecha de San Lorenzo, envuelta en un ambiente canicular, que hace sudar a "chorros" a los habitantes de Córdoba, pues el “Astro Rey” impone sus poderes al extender sus radiantes rayos caloríficos a toda la ciudad.
Es tradicionalmente el día más caluroso del verano cordobés. Se solía oír decir a los “más viejos del lugar”: -¡Y todavía nos queda San Lorenzo! Frase en razón al Santo que sufrió martirio en unas parrillas al ser asado por orden del emperador Valeriano.
San Lorenzo tiene un especial significado y veneración en Córdoba, pues aunque los investigadores dan como lugar de su nacimiento Huesca, hay otros que sostuvieron era cordobés. Por lo menos esta creencia ha predominado desde tiempos remotos. Tanto es así, que en la iglesia de su nombre se celebraba con gran ornato y majestuosidad su martirio.
Existió una leyenda popular, mediante la cual se crecía que escarbando en el suelo, fácilmente se sacaba carbón. Hasta principio del siglo XX en Córdoba como en otras ciudades andaluzas, estaba tan arraigada esta creencia que cuando amanecía el 10 de agosto, las mujeres y niños se lanzaban a la calle con la confianza se encontrar el filón carbonífero. Hay que suponer que la búsqueda era infructuosa, y había que regresar a la carbonería para adquirir dicho género.
También se llamaba en la ciudad Califal el día de los “piconeros” como consecuencia de la referida leyenda, pues se escarbaba en cualquier parte de la tierra, para sacar picón. Bueno, no hubo constancia de que nadie hiciera competencia al gremio por el descubrimiento del mismo; lo que sí era verdad, es que los ciudadanos se “achicharraban” y se ponían “negros”, y en eso, sí se parecían a los amigos del primer califa del torero Rafael Molina Sánchez "Lagartijo".
Cada barrio cordobés celebraba sus verbenas para honrar a sus titulares, por lo tanto, no podía faltar la del barrio de San Lorenzo. Tenía su autonomía, afianzándose su propia personalidad con su originalidad festiva. Las diversiones eran humildes, sin ninguna manifestación de ostentación, donde las instalaciones modestas eran el encanto de la "chiquillería", y para los mayores se organizaban conciertos de música impartidos por la Banda Municipal, cuyas sinfonías se mezclaban con el tintineo de las “campanitas de barro rambleño”, con los sones acerados de los pitos de las “matasuegras” y con el tableteado de las “matracas”. Así, se formaba un ambiente que tenía una densa mezcla agradable de olor a jazmín y albahaca, con el humazo producido por las torcidas del los “candilones” de aceite que iluminaban los puestos de los jeringos, los puestos de turrón, las esteras de esparto donde se depositaban los "higos chumbos", o la mesa desvalijada de una limpia vendedora de agua procedente fuente del “Avellano”, así como las "arropieras" vendedoras de “quiquis” o altramuces, llamados popularmente como “chochos”.
Humildes diversiones como la noria, la "cucaña escurridiza" por donde trepaban los intrépidos en busca de alcanzar como premio unas botas de becerrero vuelto o un bolso con monedas de a medio duro. Diversiones inocentes, donde las gentes del barrio se regocijaba y se ufanaban, unos del esplendor de la fiesta propia, otros del apoyo y protección del edil del Distrito, y todos de la afluencia de los vecinos de otros barrios al suyo para renovar la devoción al titular.
Con motivo de esta festividad el barrio se engalanaba. En las calles principales se colgaban gallardetes y banderolas, luciendo los balcones las mejores "colchas de croché" y "mantones de Manila" propiedad de los vecinos que los habitaban. El espíritu verbenero llenaba con júbilo a todos sus moradores, y de toda la ciudad acudían gentes para vivir el esplendor de la fiesta. Las muchachas casamenteras tenían ocasión, con la gala, de lucir su garbo y su gracia entre una lluvia de castizos piropos, y requiebros llenos de galantería, expresados todos ellos con vehemencia y pasión por los mozos y no tan mozos.
Las fiestas volvieron a tener un nuevo reclamo por los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo sin llegar a ser lo que fueron antaño. No en balde, la popular Peña Los Minguitos, ubicada en el corazón del barrio, fue alma de la organización de esta verbena intentando darle el perfil castizo de otras épocas. Para ello pusieron todo su empeño y entusiasmo con objeto de que en Córdoba tuviera un lugar verbenero de auténtica solera. El fuerte de la verbena estuvo en organizar concursos de "bebedores de cerveza", que tuvo un buen contingente de participante, así como "carrera de camareros", sin olvidar el concurso de la belleza para la más "guapa del barrio". No faltaron los bailes “agarraos” donde la juventud gozaba con ellos. Algún que otro año, se montó una tómbola benéfica, por parte de la cofradía de la Virgen de los Remedios, con el fin de recoger ayuda para los más necesitados del barrio.
Toda aquella fiesta, de uno de los barrios más castizos de Córdoba, queda en el recuerdo de los que ya están metidos en años; sólo queda la solemnidad que aún se da a su titular San Lorenzo, en la que es pieza clave el famoso sacristán octogenario, José Bojollo Arjona.
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