El viaje del "Retor" (Notas cordobesas)

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Artículo de Ricardo de Montis al hilo de las anécdotas sobre piconeros recogidas en un libro[1]


El laborioso periodista don Julio Baldomero Muñoz que con su inagotable ingenio, su gracia y su donosura, ha hecho tan popular como simpático el pseudónimo de Españita, publicó hace poco, primero en el folletín de su ameno periódico Patria chica y en un foleto después, una pintoresca narración que tiene gran interés para cuantos amamos las cosas de Córdoba y nos recreamos con el recuerdo de tipos, escenas, usos, costumbres y sucesos de tiempos anteriores.

En el trabajo a que nos referimos Españita derrocha todas esas dotes excepcionales que posee, ya mencionadas, y a la vez revela un don especial, reservado sólo a los verdaderos artistas, el don que permite describir y retratar fielmente hechos y figuras desconocidos por íjuien los presenta, valiéndose del análisis de las noticias y de los antecedentes de ellos que ha podido recopilar.

Españita no conoció al popularísimo y ocurrente piconero cordobés apodado el Retor; apenas ha conocido a nuestro piconero clásico, porque es un tipo que, como otros muchos, está a punto de perderse y, sin embargo, don Julio Baldomero Muñoz, utilizando las referencias que le hayan hecho, las escenas que le hayan contado, los chistes que haya recogido del pueblo, ha logrado componer en su cerebro la figura del Retor y describirla después con exactitud prodigiosa; hacer un retrato fidelísimo de ella.

Pero no se ha limitado Españita a presentar a sus lectores tal figura, sino que ha querido solazarles con la narración del pintoresco viaje que el Retor efectuara a Madrid, llevado por aquel coloso de la tauromaquia que se llamó Lagartijo y, en pocas páginas, ha reunido los principales incidentes de la cómica expedición, contándolos con una sencillez, con una verdad y con una gracia insuperables.

Claro es que el hábil periodista no ha recopilado en su amena crónica, quizá para no hacerla pesada, todas las anécdotas que se refieren- de dicho viaje, pero ha recogido las más originales y sobresalientes. La de la gaseosa la hemos oído contar de diverso modo que Españita.

El Retor, decidido a hacer en todas partes lo que hiciera Lagartijo, a fin de cometer el menor número de pifias posible, pidió en el café lo que pidiera el maestro, una gaseosa, refresco que no había probado jamás, bebió de un trago todo él líquido que contenía la copa, sin duda para pasar pronto el mal rato, y el cosquilleo producido por el ácido carbónico le hizo devolver aquella pócima. ¿Qué te ocurre? le preguntó Rafael, y su camarada contestóle: "que quiés que me pase, que se me orvió comerme el tapón y se me está saliendo este galipuche".

También en un café Lagartijo pidió un chocolate, el Retor imitóle y, sin que este se enterara, el famoso diestro encargó al camarero que le sirviera un chocolate frío y llevase el del otro parroquiano bien caliente. Rafael de un sorbo apuró el contenido de su taza; el piconero intentó seguir el ejemplo y, como es de suponer, se achicharró la boca. Cuando pudo hablar exclamo: ¡Compare, bien podías haberme dicho que pa tomar esto se necesita tener el gañote forrao de lata!

Ambos amigos fueron a comer a un restaurant; presentaron la lista de los platos a Lagartijo y este la entregó al piconero, que no conocía ni la o.

Esto pa que es? — preguntó el Retor.
Pa que elijas lo que quias comer, respondióle el torero; ca renglón de esos es un plato.
Bueno, añadió el Retor, que me traigan dende aquí hasta aquí, al mismo tiempo que señalaba los cuatro o cinco primeros renglones.

Y el camarero, con gran asombro, pero sin hacer la menor objeción, le llevó cuatro o cinco clases de sopas diferentes, puesto que el parroquiano había indicado la parte de la lista en que se consignaban los diversos consomés que servía el restaurant.

Había en Madrid una sombrerería cuyos dueños y dependientes eran franceses. Lagartijo, que lo sabía, se propuso embromar a su compañero de viaje y, con el pretexto de comprarle un sombrero calañés, lo llevó al establecimiento citado, advirtiéndole que al pedir la prenda en cuestión, hablara alto para que lo entendieran bien.

Démoste un sombrero calañés, gritó ante uno de los dependientes. Este no se enteró de la petición, pero suponiendo que se trataba de un sombrero sacó el que parecióle más apropiado para el comprador. Lo quiero calañés, volvió a gritar el Retor y el dependiente sacó otro sombrero de distinta forma. Hombre, que lo quiero calañés, exclamó ya con toda la fuerza de sus pulmones y algo amoscado el piconero, al mismo tiempo que se le escapaba cierto desahogo mal sonante y no muy bien oliente. Retor, le objetó Lagartijo, eso no se hace delante de las personas, y el descendiente de Jurado de Aguilar replicóle: ¿pero tú crees que este mosiú va a saber lo que es... eso, cuando no sabe lo que es un sombrero calañés?

Mil anécdotas más se refieren acerca de este famoso viaje, las cuales, acaso, reservará Españita para deleitarnos algún día con otra narración tan llena de gracia como la que origina estas impresiones. Y la debe escribir pues a la vez que demostrará su ingenio y su donosura, realizará una buena obra |para los cordobeses amantes de la patria chica y de los tiempos pasados, evocando figuras tan simpáticas como las de los piconeros y la de aquel coloso del arte de la tauromaquia y hombre de gran corazón que se llamó Rafael Molina Sánchez. Y, para epílogo de estas lineas, contaremos un hecho el cual demuestra el cariño y la admiración que los piconeros profesaban a quien más que compadre de muchos de ellos, se podía llamar padre de todos.

Era la época en que Lagartijo y Frascuelo sostenían una noble competencia en los circos taurinos, entusiasmando a las muchedumbres y provocando apasionamientos, a veces muy lamentables, entre los partidarios de uno y de otro. Aproximábase la renombrada feria de Nuestra Señora de la Salud y Salvador Sánchez vino a Córdoba para tomar parte, con el maestro, en las corridas famosas de esta capital. Alguien aseguró a un piconero, sin duda por oirle, que Frascuelo andaba diciendo que él toreaba más que Lagartijo.

Esta supuesta manifestación sacó de sus casillas al piconero; al punto fué a buscar a sus cantaradas, en la taberna de la calle de Carnicerías donde acostumbraban a reunirse, y, lleno de ira, expuso lo que acababan de afirmarle. El sello de la indignación se grabó en los rostros de los modestos industriales y, entre media y media de a doce convinieron en que era necesario dir a decirle al señor Frascuelo lo que venía al caso.

Tres o cuatro de los más respetables del gremio, presididos por el Retor, formaron la comisión encargada de cumplir el acuerdo y, acto seguido, encamináronse a la fonda donde se hospedaba Salvador Sánchez. Encontráronle sentado en el patio, de charla con unos amigos; el Retor separóse del grupo de sus compañeros y después de saludar respetuosamente a Frascuelo se expresó así: venimos a saber si es verdá que osté dice que atorea más que el Chico. Hombre — contestó Salvador — esas son tonterías; el Chico torea lo suyo y yo toreo lo mío.

No debió satisfacer la respuesta al piconero porque, después de unos instantes de meditación, exclamó en tono despreciativo: pos osté al lao del Chico es una silla rota. Y, orgulloso de su cometido, volvió la espalda, sin dar las buenas tardes, incorporóse a los colegas y juntos marcharon a la taberna de la calle de Carnicerías para informar, a los demás compañeros de la delicada misión que acababan de realizar.

  1. Ricardo de Montis. Diario de Córdoba de comercio, industria, administración, noticias y avisos Año LXVI Número 19890 - 1915 enero 11

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