Guerra de las comunidades de Castilla

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La guerra de las Comunidades de Castilla fue el levantamiento armado de los denominados comuneros, acaecido en la Corona de Castilla desde el año 1520 hasta 1522, es decir, a comienzos del reinado de Carlos I. Las ciudades protagonistas fueron las del interior de la Meseta Central, situándose a la cabeza del alzamiento las de Segovia, Toledo y Valladolid.


Guerra de las comunidades en Córdoba[1]

A poco de estar en España el Rey Don Carlos I, por muerte de su abuelo paterno Don Maximiliano I, fue electo emperador y teniendo que partir a Alemania para recibir la corona en Aquisgrán, determinó convocar las cortes del reino para dar a conocer por gobernador al Cardenal Obispo de Tortosa, Adriano de Florencia, y exigir algunos servicios para los gastos del viaje y de la coronación; pero los españoles estaban digustados con el nuevo gobierno por varios motivos, se resistieron mas por las causas que motivaba la convocación de las Cortes y por celebrarse en Galicia las Cortes de Castilla y de León.

El Ayuntamiento se componía entonces de los sujetos siguientes: Don Diego de Osorio, Corregidor; Veinticuatros, Francisco de Aguayo, Luis Páez, Andrés de Mesa, Juan Páez de Castillejo, Pedro González de Hoces, Lope de Angulo, Cristóbal de Morales, Don Pedro de Solier, Lorenzo de las Infantas, Alonso Ruiz de Aguayo, Pedro de Cabrera, Juan de Angulo, Diego de Aguayo, Pedro Muñiz de Godoy, Alonso de Argote, Jurados; Gonzalo de Hoces, Juan de Manos Albas, Antón de Velasco, Gonzalo Cañete, Alonso de Góngora.

Envió dos procuradores a ellas, que fueron Don Francisco Pacheco y Pedro Gutiérrez de los Ríos. Estos estuvieron conformes con los procuradores de Toledo, Salamanca, Sevilla, Toro, Zamora, Avila y otras ciudades y se presentaron en las cortes que se abrieron el primero de Abril. Del mismo modo que aquellos, los Procuradores de Córdoba negaron el servicio que se pedía de lo que resentido el Rey trasladó las Cortes a la Coruña el 14 de Abril.

Se concluyeron el primero de Mayo, habiendo concedido al Rey un servicio de 200 millones algunas ciudades, lo que contradijeron Toledo, Córdoba, Salamanca, Madrid, Toro, Murcia y otras Al mismo tiempo presentaron un memorial al Rey suplicándole «volviese pronto de su viaje y contrajese matrimonio: que no volviese a España con extranjeros; que pusiese su casa al estilo de los Reyes Católicos, cercenando empleos inútiles; que los gobernadores que dejase en su ausencia no fuesen extranjeros; que no se sacase dinero de España; y, finalmente, que las dignidades y empleos no se diesen a extranjeros, pero nada de esto se proveyó; antes el Rey contravino a la súplica nombrando por Gobernador al Cardenal Adriano que no era natural de estos reinos. Concluyeron las Cortes el 1 de mayo.

Sin embargo de haber sido tal el porte de los procuradores, corrió por la ciudad la voz de que habían otorgado el servicio, lo cual pudo ser causa de algunos desmanes, por lo que se mandó publicar por pregón lo contrario, para que llegase a noticia del público.

El día 9 de julio se presentaron los Procuradores al Ayuntamiento siendo el Presidente el licenciado Melgarejo, alcalde mayor por ausencia del Corregidor Don Diego de Osorio y a quienes después se mandó llamar, y dando cuenta de su comisión, dijeron además de lo indicado que habían suplicado que los capítulos pasados de las Cortes de Valladolid que no se habían cumplido se cumpliesen y los mandase cumplir el Rey como lo había prometido; que las Cortes se hiciesen en Castilla, y no en Galicia, y no haciéndose así fuese sin perjuicio de la preeminencia y costumbres de estos reinos; que esta ciudad y todo el reino suplicaba que ante todas cosas mandase proveer los capítulos generales del reino y particulares de esta ciudad; que a esto no les dieron contestación hasta el último día en que su alteza mandó hablar a los procuradores y se pidió que los que no habían otorgado el servicio ni hablado sobre él pidiesen que se tratase, pues había esperado a que tomasen alguna buena resolución. Visto por los procuradores que no se les daba razón de lo pedido, ni se hablaba sobre el servicio, pidieron que se tratase. Contradijeron a S. A. en lo del gobernador, diciendo que no lo podían consentir por ser contra las leyes, que al presidente y consejo real, esta ciudad los obedecería. En cuanto al servicio no lo consintieron, y dijeron que siempre había voluntad de servir a S. A. proveyendo y cumpliendo los capítulos generales y particulares, y que por acatamiento de la persona real no hicieron otros autos, ni protestaciones más expresamente:

"e que ahora, si es necesario, protestan de no ser como nunca han sido en que el servicio pedido por S. A. en estas dichas Cortes, Córdoba ni su provincia no lo pagase, aunque todas las otras ciudades vengan en pagallo, e que si sobre esto obiese en cualquier tiempo escándalo o alboroto que sea a culpa e cargo de los que fuesen ^n que dicho servicio se pague...» «e así piden a los señores presentes justicia y regimiento que no embargante que venga provisión eprovisiones diciendo que por ser otorgado por la mayor parte del reino son obligados a lo pagar que sean obedecidas, no cumplidas, por que seyendo de gracia este servicio, como lo es cuando se otorga, no lo ha de pagar sino quien lo otorgue, y que suplican a los dichos señores presentes o ausentes que cuando enviaren Procuradores de Cortes lleven en la instrucción el primero capítulo que no otorgen ni fablen en servicio hasta ser vistos eproveidos e despachado los capítulos generales y particulares, pues nunca por las ciudades se piden cosas que no sean en mucho servicio de S. A. e que el poder que obiese de dar que sea como a la ciudad le pareciere e viese que más conviene, por que tiene libertad para ello según la costumbre antigua"

El 18 de julio se leyó en Cabildo una carta del Rey en que daba nuevas de su viaje, que se mandaron publicar con toda solemnidad y que se hiciesen procesiones para que Dios encaminase a S. A. felizmente a recibir la corona imperial; y el 25 del mismo a propuesta de los veinticuatros Alonso de Argote y Andrés de Mesa, se celebró la fausta llegada del rey a Flandes, se corrieron doce toros y se jugaron cañas; en todo lo cual es de notar la prudencia de los magistrados que habían estado tan en contra del viaje del rey, de cuya opinión participaba toda la ciudad, lo celebraran cuando se verificó acomodándose a las circunstancias.

Por este tiempo escribieron a Córdoba las ciudades de Valladolid, Toledo y Burgos, descontentas de la conducta observada por Don Carlos, a fin de que hiciese causa con ellas; pero Córdoba rehusando tomar parte en sublevaciones contestó a todas casi en iguales términos, diciendo que estaba al servicio de la reina y del rey, gozando de paz, y no tenía necesidad de ninguna junta ni hacer ninguna innovación, sino favorecer a la justicia que estaba por S. M. para que se conservase la quietud.

Córdoba tuvo por conveniente ponerse en comunicación con los gobernadores y recibió una carta del Emperador en que le daba gracias por haber obedecido al Cardenal, el cual para atraer a los pueblos a lo mismo suplicó al Emperador que a los pueblos obedientes no se les exigiese el servicio otorgado en la Coruña y que se les prorrogase el encabezamiento que tenían en el mismo precio que estaban antes que las pujas de las rentas de estos reinos se hiciesen en Barcelona en 1519.

Por este tiempo aún parecen discordar y aún vacilar los pueblos de Andalucía en someterse al gobierno del Cardenal o adherirse a la causa de los comuneros, y así Andújar se decidió por lo primero, y Jaén cuando menos, no se había decidido por una ni otra parte, lo que inferimos de que Andújar dio confusión al escribano de su consejo, Francisco Palomino, para que llevase cartas a el Cardenal y habiendo sido cogido por los comuneros, fue preso y llevado a Avila, y le tomaron las cartas que enviaron a Jaén, sin duda para que esta ciudad viese la conducta de Andújar que no sería conforme con el partido que seguía, al que parece debería conformarse como dependiente de ella.

A mediado septiembre comenzó a manifestarse alguna zozobra e inquietud en los vecinos de Córdoba, los cuales temiendo ser maltratados y sufrir otros perjuicios, que ignoramos cuales fuesen, principiaron a ausentarse de ella, lo que sabido por el Ayuntamiento encargó a los jueces y jurados, averiguasen quien causaba aquella conmoción y escándalo, y requirió al Corregidor para que lo impidiese; más los motivos de temor y de alarma se hubieron de aumentar sin duda por la contrariedad de opiniones sobre la comunidad, pues hubo insultos, como se infiere de que el Ayuntamiento mandó por pregón que ninguna persona osase dañar a otras a pedradas, ni saliese a ver estos excesos con armas ni sin ellas, so pena el caballero de 600 maravedís y por la segunda vez la pena doblada y destierro y si fuese de condición de peón además de los 600 maravedís, ser azotado.

El 8 de octubre se recibió una carta dei Emperador en que daba noticia de lo bien que iban sus negocios, se quejaba de las comunidades y ofrecía volver pronto a España. Movido de esta carta, el veinticuatro Don Diego de Córdoba, propuso que se escribiese a las ciudades alteradas para que se conformasen con los mandamientos de S. M. que mandaría «desagraviar los agravios que parece que estos reinos tienen recibidos"

El 8 de octubre, en Briviesca, despacharon los gobernadores una cédula por la que mandaban a el Ayuntamiento celase no hubiese alborotos, ni permitiese que por medio de los sermones se turbara la paz, e hiciese prender a los que lo intentasen. En fin de Octubre juzgó conveniente el Ayuntamiento tomar algunas providencias para asegurar la tranquilidad y encargó a los jurados averiguasen los coseletes y lanzas que faltaban a los caballeros de premia, y peones, para que se les diesen y estuviesen al servicio de S. M. Por este tiempo se supo que la Junta que habían formado los comuneros había enviado visitadores a Andalucía para que exhortasen y excitasen a la rebelión y al levantamiento y así se mandó que se vigilara para saber si había venido alguno y que para ello se hablase al Provisor Don Pedro Ponce de León .y a los curas párrocos.

A principio de Noviembre hubo alguna alteración grave de que no tenemos noticia completa por la obscuridad con que se habla de ella en el acta capitular del 5 de dicho mes, de la que solamente consta que Pedro Gutiérrez de los Rios, dijo: «que pués quitaron al dicho Mendoza llevándolo preso a degollar, que él como vecino y veinticuatro de esta ciudad, que desea servir a los reyes, pide se haga información de como ha pasado, e que se haga justicia» y se continúa diciendo con la misma obscuridad: «luego el Corregidor propuso ir a San Francisco, donde dicen que están, con algunas personas que convenga, para dar el favor e ayuda que fuese menester para la ejecución de la justicia». De esto se deduce únicamente que hubieron de quitar a la justicia un preso que llevaba a degollar y que los ministros de la justicia se habían puesto en salvo metiéndose en el Convento de San Francisco. El reo habría cometido un gran delito cuando lo llevaban a degollar.

Don Pedro Girón fué nombrado Capitán General de los comuneros como sujeto el más apropósito para sublevar a los reinos de Andalucía, y el Ayuntamiento dispuso notificarlo al Cardenal y consultarle si había de pregonar guerra contra Girón y sus aliados y valedores, o no, ofreciendo en el primer caso cuanto fuese necesario.

La Historia de España solo dice llanamente que Don Pedro Girón fue nombrado capitán general de los comuneros; pero no dice que éstos tuviesen un objeto particular en nombrar este caballero como aquí se expresa; lo que no es improbable, pues Don Pedro Girón, como de la familia del Conde de Ureña, sería andaluz. Don Pedro Girón no perseveró en la comunidad, de la que lo separó con sus consejos el célebre fray Antonio de Guevara, después Obispo de Mondoñedo, predicador y cronista del Emperador Carlos V.

Luego, para conservar la tranquilidad y que no hubiese juntas ni facciones, se mandó que ningún vecino ni morador de esta ciudad, especialmente oficiales, fuesen a casa de ningún Grande ni caballero, con armas ni sin ellas, ni de ninguna otra manera, ni recibiendo ellos dinero ni sueldo, ni acostamiento, ni hiciesen juntas, ligas ni ayuntamientos, sopena de muerte y de perdimiento de todos sus bienes para la Cámara de SS. MM.; que ningún vecino ni forastero trajese armas ofensivas ni defensivas, sopena de perder las armas y de diez días de cárcel; que ningún caballero acogiese gentes, fuera de los criados que suelen tener en sus casas. ni haga ligas ni ayuntamientos, sopena la primera vez de treinta días de cárcel en sus casas, y si quebrantaren la carcelería, pena de mil ducados y dos meses de destierro de esta ciudad, y por la tercera, destierro de esta ciudad y su término por un año, y si lo quebrantaren pena de otros dos mil ducados, todo lo cual sea para la Cámara de SS. MM.; que ninguna persona anduviese por las calles después de la queda, sopena de perder las armas que llevase, y de ir a la cárcel, y estar en ella hasta la audiencia en que se vea quien es.

El Corregidor mandó asimismo que si hubiese algún alboroto, acudiesen los caballeros con sus criados y armas para dar favor a la justicia, sopena de privación de oficios y de dos mil ducados para la Cámara de SS. MM. y quedar las personas a merced del Rey.

Aumentándose cada día más los temores de un levantamiento, se comisionó a Don Juan Manuel de Lando, Fernando de Narváez, Gonzalo de Cabrera y Juan de Cárdenas, para que trajesen picas y lanzas de Sevilla y al día siguiente, 10 de noviembre, dijo el Corregidor en Cabildo que ya era notorio el gran tumulto y escándalo que estaba preparado en esta Ciudad, por parte del Marqués de Comares, de Don Martín de Córdoba, que había venido como valedor y deudo del Marqués, del Conde de Santisteban, el Marqués de Priego y Don Francisco Pacheco, su tío, por lo que si hubiese algún choque entre estos señores, la ciudad y su tierra, recibirían daño irreparable, pues la tranquilidad que aquí se gozaba y la lealtad de esta ciudad, no tenían precio, y el tumulto proyectado sería un gran daño del rey por cuanto en aquel tiempo no tenía pueblo alguno a su servicio en el reino: que Córdoba tranquila era bastante para mantener en paz a Andalucía, y aún para allanar los alborotos de Castilla (exageración sumamente hiperbólica); y que para que tanto bien no se perdiese era de parecer "que todos los señores del cabildo como están, e él con ellos, vayan a suplicar al Sr. Marqués de Comares que haya por bien de dejar esta Ciudad por algunos días, poniendo delante el servicio que a S. M. ha fecho e merced a esta ciudad en la pacificación que a su causa ha tenido; e que después de así ido el dicho marqués, ni dejen entrar aquí al señor Marqués de Priego, ni al señor Conde de Cabra, e que echaran de la Ciudad a todos los que parece que ponen impedimento a la paz, así al señor Don Francisco Pacheco, como al señor Don Martín de Velasco e Conde de Santo Esteban, e a todos los otros que le pareciese que no conviene que estén en la Ciudad para el sosiego de ella; y que después todos ellos harán la pesquisa de todo lo acaecido y de los que fueron principio e causa de ello; e si pareciere que como esperamos que será, que de parte del Sr. Marqués de Comares no ha habido causa ni culpa para el dicho alboroto, que toda esta ciudad le enviará a suplicar que entre en ella, e dejaremos fuera de ella a todos los culpados hasta que S, M. con ayuda de Dios Nuestro Señor venga a estos reinos para que mande gratificar a sus servidores e obedientes a su justicia. Y si esta suplicación no aprovechase que se avise al Sr. Marqués de Comares, que esta Ciudad mandará a sacar su Pendón y pregonar que toda la gente que hay en ella, así caballeros hijos-dalgos como la otra suerte de gentes vengan con sus armas e se junten con la justicia e con su pendón e con mano armada echarán de la dicha ciudad a dicho Sr. Marqués e a todos los que desobedecieren a la justicia; e si a causa de lo susodicho, muertes e pérdidas de faciendas u otro cualquiera daño a la ciudad o a otros particulares de ella recrecieren, que todo será a cargo e culpa del dicho señor Marqués; e que qualquier respuesta el Sr. Marqués a todo lo susodicho o parte de ello diere, ahora para la pacificación de la ciudad, ahora sea para que sosiegue el escándalo comenzado, que en nombre de la ciudad daremos aviso de ello al Sr. Cardenal e gobernadores e a S. M. para que mande dar gracias o castigo a cada uno según lo merecieren".

Oídos después los pareceres de todos se mandó escribir una carta al Marqués de Priego diciéndole que por entonces no convenía que viniese a la ciudad y se comisionó para ello al Corregidor, la que se envió por un correo; y además ordenaron que si el Marqués de Priego respondiese que no estaba en venir, que el Sr. Marqués de Comares y el Sr. D. Martín de Velasco diesen seguridad, y asimismo por el Conde de Cabra y últimamente pedir al Marqués y a Don Martín de Velasco que no hiciesen junta de gente ni la trajesen de fuera.

No sabemos los términos en que continuó la sublevación, pero hubo de continuar, pues a los dos días de haber dado las anteriores providencias, el corregidor pidió ayuda y favor público y secreto para hacer justicia, y los señores comarcanos mandaron que ningún jornalero ni oficial trabajase, sino que estuviesen dispuestos, lo que no se creyó fuese para pacificar la ciudad en caso necesario, sino para asolarla, y algunos caballeros del regimiento pagaban gente para estos señores, de lo que se quejó Fernando de Narváez, pidiendo que el Corregidor se informase de quien lo hacía y lo castigase para que no se atribuyese a todo el regimiento, siendo como era, tan honrado.

El Marqués de Priego escribió que por entonces no vendría a Córdoba y el día 16 de noviembre salieron de la Ciudad el Sr. Marqués de Comares, el Conde de Cabra, Don Martín de Velasco y Don Francisco Pacheco, habiendo prometido que no volverían sin avisar a la ciudad.

El Ayuntamiento, sin duda, por que habría carestía y por que no sirviese de pretexto esta calamidad, para evitar tumultos, mandó en 16 de enero que no se sacase pan, y varios veinticuatros dieron cantidades de trigo para las panaderías, y Francisco de Aguayo propuso que la ciudad comprase todo el trigo que hubiese por el tanto para proveer la población.

Por este tiempo se supo en Córdoba la sublevación de las ciudades de Úbeda y Baeza y el Ayuntamiento deseando pacificarlas por medios suaves, no halló otro mejor que mandarles misioneros que predicasen la paz y obediencia y acordaron que los religiosos de San Francisco y Santo Domingo fuesen allá con este objeto, dándoles para el viaje. Entre los de Santo Domingo fue el célebre predicador Fray Gregorio de Córdoba, el cual mandó al Ayuntamiento el discurso que hizo para reducir a la obediencia aquellas poblaciones.

Sabida en Córdoba la conmoción de Sevilla causada por Don Juan de Figueroa y por los Duques de Arcos y de Medina Sidonia, el Ayuntamiento trató de nombrar Capitán General de las gentes de Andalucía y se propuso al Conde de Cabra; pero Fernando de Narváez fue de dictamen que debía serio el Marqués de Mondéjar porque ya lo era por nombramiento del Rey, y además el Conde de Cabra estaba enfermo de gota. Al fin se nombró y se escribió a los procuradores de la Junta de La Rambla, que se había reunido por Febrero, para que tratasen de nombrarlo.

Considerando las ciudades de Andalucía los daños que podrían resultar de encenderse una guerra civil, determinaron reunirse por medio de sus procuradores para tratar del remedio. Instalóse esta Junta en la villa de La Rambla, por ser la que pareció mejor situada, el 8 de febrero, y se reunieron en el Hospital de la Caridad, tomando el título de Santa y Real Confederación, los procuradores de las ciudades y villas de Andalucía, conviene saber: por Sevilla, Don Jorge de Portugal y el Licdo. Alonso de Céspedes; por Córdoba. Don Luis Méndez de Sotomayor y Gonzalo Fernández de Córdoba; por Jerez, Diego de Herrera y Juan de Riquel; por Ecija, Luis de Portocarrero y el Licdo. Alonso Melgar; por Ronda, Don Francisco de Ovalle y el Licdo. Rui Díaz de Escalante; por Antequera, Fernando de Narváez e Iñigo de Arroyo; por Cádiz, Simón Gentil y Cristóbal Cabrón; por Andújar, Pedro Reinos y Pedro de Barajas; por Carmona, Luis de Rueda y Alonso de Baeza, y por la encomienda de Calatrava, de las villas de Martos, Arjona, Porcuna y Torre Don Jimeno, Don Diego López de Padilla con varios alcaides a los cuales se juntaron luego Juan Fernández Pareja y Pedro Hernández de Ulloa y el Dr. Diego Sánchez de Bonilla por la Ciudad de Jaén.

Trajeron cuatrocientos soldados para la seguridad de la reunión y convinieron en varios capítulos y determinaron escribir a Toledo y demás ciudades rebeldes para que se sometieran, dejando la comunidad y ofreciéndoles interceder para que se les concediese perdón de lo pasado y haciéndoles saber que de no hacerlo así esperasen cuantos males son consiguientes a una guerra civil, y juraron ser fieles a el emperador y a sus virreyes y perseguir a los perturbadores de la paz, para lo cual prometió cada ciudad levantar cierto número de tropas. Después, cabalgando fueron a la Plaza donde al son de trompetas y atabales mandaron publicar los capítulos de la confederación por eI escribano de la Rambla, Alonso de Valenzuela. Luego dieron parte de lo ejecutado a los Gobernadores que estaban en Burgos, y a 30 de Marzo del mismo año despacharon la confirmación de la concordia.

Entrado Marzo, el Alcaide, Licdo. García de Gallegos, propuso publicar un bando prohibiendo que los caballeros admitieran en sus casas rufianes, jugadores, revoltosos, traviesos ni blasfemadores, ni hombre que supiesen que había cometido delito; y que el Ayuntamiento señalase 50 o 100 hombres de los. menos dañosos que se pudiesen fallar para dar auxilio a la justicia, los cuales se dividiesen en cuadrillas de a diez y pudiesen traer armas, cuyo servicio se les gratificase.

El mismo Licdo. Gallegos, a pocos días prendió a algunos vecinos por escándalos que habían dado y les formó causa, y se decía públicamente que algunas personas intentaban sublevar la ciudad, alzarse con la gobernación y regimiento de ella, matando, robando y saqueando a los individuos del Ayuntamiento. Por esto los jurados pidieron que viniese de Granada un pesquisidor, lo que sabido por el Lcdo. Gallegos, se quejó con vehemencia rechazando todo motivo de desconfianza que pudiesen tener de su conducta, y para satisfacción del Ayuntamiento pidió por adjuntos a los abogados de éste u otros que quisiesen.

Estos alborotos habían sido promovidos por los sermones de un fraile de San Agustín, llamado Fray Juan Bravo, acaso pariente del capitán de los comuneros de este nombre, el cual predicó en iglesias y monasterios en favor de la comunidad y exhortó a ella en reuniones y juntas secretas que había tenido con Pedro de Hoces, Cristóbal Ruiz y otras varias personas, de que resultó grande escándalo.

El Fr. Juan se ocultó y no encontrándolo se publicó por bando que a el que presentase a Fr. Juan Bravo, o supiese su paradero y lo comunicase al Corregidor, al Alcalde mayor, o a el de la justicia, se le darían cien ducados de oro, que estaban depositados en poder de Fernando Rodríguez; y que nadie lo encubriese, pena de muerte y perdimiento de bienes. Lope de Angulo, veinticuatro, dijo en cabildo que Fr. Juan estaba oculto en su convento de San Agustín y que allá se debía ir a prenderlo; pero no se dice si esto se hizo ni cosa alguna más del predicador de la comunidad.

En el Cabildo de 12 de Marzo el veinticuatro Gonzalo Fernández de Córdoba, en nombre de los muy ilustres señores Conde de Cabra, Marqués de Comares, Don Martín de Córdoba y Egas Venegas, Señor de Luque, comunicó al Ayuntamiento, cómo a noticia de dichos señores había llegado que en esta ciudad 'se querían juntar ciertas personas animadas de la más perversa intención contra el servicio de SS. MM. y la paz y sosiego de esta Ciudad para alterarla, robarla y destruirla, según más largamente algunas personas lo confesaron, y pidió se castigase a tales traidores.

Para prevenirse en caso de guerra se mandó reparar el castillo de la Calahorra en lo que se gastaron 200.000 maravedís y el veinticuatro Alonso Ruiz de Aguayo requirió al Corregidor en su casa para que como alcaide que era del Alcázar lo ocupase y desde allí diese las órdenes que se ofreciesen.

Los gobernadores, contando con la fidelidad de Córdoba y sus recursos, pidieron mil hombres de a pie y de a caballo y el Ayuntamiento dio al punto disposiciones para mandarlos. Se componían de escopeteros, piqueros y alabarderos, y se dividieron en cinco compañías de a doscientos hombres cada una y para armarlos se sacaron las armas que había en los pueblos y se mandó traer picas y escopetas de Sevilla y Málaga y a los Señores comarcanos se escribió para que así mismo prestasen armas, de todo lo cual estaba encargado Juan de Góngora.

Fueron nombrados capitanes, Alonso de Aguayo, Antonio de Hoces, Pedro de Godoy, Juan Tafur y Diego de Meneses. Después fué nombrado Coronel, Bernardino de Bocanegra. Mas el capitán general del ejército que se levantaba en Sevilla Don Fernando Enríquez de Rivera nombrado por el emperador en 3 de marzo escribió a Córdoba diciendo que la gente que había de ir, se enviase sin capitanes; pero los caballeros Fernando Alonso de Córdoba, Egas Venegas, Pedro Venegas de los Ríos, Luis Ponce de León y Fernando de Angulo, representaron al Ayuntamiento diciendo que debía llevar capitanes y un Coronel que fuese persona noble, de honor y experiencia y no dárselos a extraños; Córdoba no se había distinguido menos que Sevilla en servicio del Rey, antes, de Córdoba ha pendido la tranquilidad de toda Andalucía, y así no se debía de sufrir que este servicio se atribuyese a Sevilla a la cual no está sujeta Córdoba, cuyo nombre era tan insigne en todas partes.

Esta gente colecticia, no era de confianza, y así algunos a quienes se pagó su sueldo se fueron a la Comunidad, por lo que Alonso Ruiz de Aguayo pidió que no se pagase a gente que no fuese conocida y que los que se admitiesen fuesen andaluces, pero no de Úbeda ni Baeza.

Los sueldos eran de los capitanes, 50.000 maravedises por año; de los escopeteros, treinta reales al mes; de los piqueros y alabarderos, dos ducados y medio; y de los cabos de escuadra y alférez, sueldo doblado.

Por este tiempo se dijo que el Obispo de Zamora Don Antonio de Acuña, uno de los Jefes de la Comunidad, venía hacia Ciudad Real, y para averiguar si esta noticia era cierta se nombraron dos personas que fuesen a explorarlo a la Mancha y avisasen a la ciudad el efecto que causaba la venida del Obispo y como se pensaba de ella, para apercibirse.

La gente de Córdoba o no llegó a ir Castilla, o llegó tarde, pues cuando se dio la batalla de Villalar, el 23 de abril, aún no se había puesto en camino. Es muy de notar que el suceso de esta batalla favorable a los realistas y el castigo de los Comuneros, no se comunicó a Córdoba hasta el mes de junio.

Referencias

  1. Anales de Córdoba. Luis María Ramírez de las Casas Deza

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