Huerta de Segovia

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La huerta de Segovia fue una huerta conocido por eso nombre tras el que se encuentra en la carretera del Brillante, inserta en el conocido como plan parcial del Pretorio. Fue también llamada huerta de Valero por un anterior propietario.

Conocida así por ser propiedad del I conde de Casa-Segovia, fue una de las grandes huertas de la Córdoba del siglo XIX y lugar de celebración de numerosas comidas de homenaje entre otras a Cánovas del Castillo que llegó a congregar a 1.000 personas[1] en noviembre de 1888 con un final anecdótico

En el año 1879, el periodista Alfredo Cabrera de La Época de Madrid escribe un reportaje sobre la visita a la huerta:

Pasar por Córdoba y no dedicar un día a la sierra era una ingratitud de que no me sentía capaz. El señor conde de Casa-Segovia se encargó de realizar este deseo invitándonos a visitar su posesión, y enviando de heraldo a su amable primo el Sr. Estrada. La huerta de Segovia dista cuatro kilómetros de la ciudad. La subida no puede ser más dulce. Diríase la subida del paraíso. A la puerta nos aguardaba el dueño rodeado de su encantadora familia. Hay personas a las que se quiere apenas se las conoce. El conde de Casa-Segovia es una de ellas. Su semblante respira felicidad. Al verle se sospecha en él uno de esos antiguos señores feudales a los que toda la comarca adora; solo que si alguna vez usa de sus prerrogativas es para hacer bien. A no ser por unos indiscretos cabellos blancos que asomaban y por una nieta que le agarraba de la mano, le hubiéramos echado treinta años.
Cada una de estas rosas ha sido bautizada con un nombre para distinguirlas de las demás. La rosa de apretadas hojas que se columpia delante de la puerta de la capilla se llama el incensario, porque cuando se dice la misa llega su aroma hasta el altar. En el centro de la escalera que conduce a la huerta crecen un ciprés, un laurel y un mirto, los tres atributos del poeta. Aquí hay avenidas de naranjos que exparcen por la atmósfera el delicioso perfume del azahar.
Más allá, una pradera sin cultivar sobre la cual las rojas amapolas asoman la cabeza. En este paseo toda una colección de rosas, desde la microscópica hasta la de extendidas hojas, que parece una col, y afectan toda una escala de colores. La tienda de campaña que se levanta en esa altura se llama, por el uso al que sus dueños la destinan, el pabellón del café, y un verde montecillo desde el cual se disfruta del bello panorama de la sierra de Córdoba, la montaña rusa. El sonido de una campana que toca a misa nos distrae de nuestro encantador paseo. Al dirigirnos a la capilla, nos encontramos en los paseos de la huerta gente de los alrededores que viene a oír misa también. Las capillas de las huertitas están asemejadas a las iglesias rurales y no se prohibe a nadie la entrada.
Aunque la capilla es de reducidas dimensiones, abiertas las puertas y ventanas, puede asistir al sacrificio toda la gente que quepa en la huerta. Mientras el conde ayuda al sacerdote a revestirse los ornamentos sagrados, la condesa se encarga de que no deje de oír misa ningún jdui's criados y deponentes de la casa, que, en efecto, vienen a arrodillarse a la puerta de la capilla, desde la cual se distingue un hermosísimo panorama. Hasta un gran perro de Terranova viene a echarse a los pies del altar, y apoyada la cabeza sobre sus manos y la lengua fuera, entorna los ojos como arrullado por el murmullo de la oración. Aparece el sacerdote. El mismo conde ayuda en la misa. No se puede llevar más lejos la piedad. Para los que hemos nacido en una ciudad sin horizonte como Madrid, panoramas como el que veíamos desde la capilla tenían doble encanto. La sierra de Córdoba es uno de esos espectáculos que no se describen. Es indudable que la contemplación de la naturaleza acerca al hombre a Dios. Aquella misa, oída casi en medio del campo, bajo un cielo sin nubes, respirando una atmósfera perfumada y contemplando tan hermoso panorama, tenía más misterio que la imponente ceremonia religiosa a la que se asiste bajo los arcos de la gótica catedral. Concluida la misa, celebrante y oyentes, dueños y convidados tomaron asiento en una ti.
Concluida la misa, celebrantes y oyentes, dueños y convidados tomaron asiento en una tienda de campaña desde donde seguíamos viendo la Sierra de Córdoba, y donde el almuerzo estaba preparado. No tuvo más que un defecto: el de no ser campestre. Pero los dueños de la huerta de Segovia opinan que el campo solo es agradable cuando se disfrutan en él todas las comodidades y los refinamientos de la ciudad.

Tras la muerte del conde en 1891, en el año 1894 se conoce su venta pública y en subasta de la Huerta de Segovia.[2]

Comprada al conde de Casa-Segovia por el médico cordobés D. Manuel Córdoba Román, casado con Ángela Osuna Cruz y posteriormente, en 1955, fue vendida a D. Pedro Criado.[3]

Referencias

  1. Diario de Córdoba de comercio, industria, administración, noticias y avisos: Año LXXII Número 31591 - 1921 junio 5
  2. Diario de Córdoba de comercio, industria, administración, noticias y avisos: Año XLV Número 12924 - 1894 diciembre 25
  3. Diario de Córdoba de comercio, industria, administración, noticias y avisos: Año LXXXI Número 28259 - 1930 mayo 2

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