José González Correa

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José González Correa, administrador del marqués de Valdeflores, (* ¿? - †16 de diciembre de 1895)

Casó y tuvo la menos una hija, Justa González quien casó a su vez con Manuel González[1]

Ricardo de Montis Romero lo inmortalizó en una de sus Notas Cordobesas:[2]

Aun nos parece que estamos viendo á aquel viejo simpático, muy pulcro, de faz sonriente, un poco sordo, que con su gracia culta, con su fino ingenio, con su caudal inagotable de chascarrillos, hacía desternillar de risa á cuantas personas le trataban.

El señor González Correa fué uno de los hombres más populares de Córdoba, y las reuniones á que él concurría gozaron de fama en sus tiempos.

Como que el anciano Administrador de los Marqueses de Valdeflores las amenizaba con su buen humor, consiguiendo que donde él estuviese no reinara jamás la pena.

Apropósito de cualquier conversación relataba un cuento oportunísimo, admirablemente narrado; tan pronto como se le dirigía una frase en tono de broma, para oirle, brotaba de sus labios una contestación adecuada, discreta, saladísima, que arrancaba la carcajada á su interlocutor.

Con las anécdotas y los chistes de don José González Correa se podría formar un volumen que sería, sin duda, uno de nuestros mejores libros festivos.

He aquí algunas ocurrencias de aquel gran humorista, las cuales le retratan mejor que cuanto de él pudiéramos decir:

En cierta ocasión una mujer, acompañada de su hijo, fué á rogarle que colocara á este en cualquiera de las fincas de campo que administraba.

Fijóse González Correa en el muchacho, que era bastante feo y tenía una boca enorme, y dirigiéndose luego á su madre, le dijo: descuide usted que haré lo posible para complacerla, aunque es una lástima que dedique usted su hijo á las faenas del campo, pues sin salir de la población podría ganar cinco ó seis pesetas diarias.

-¿Cómo, don José? se apresuró á preguntar la pobre mujer.

-Pues muy sencillo -contestóle el interrogado- soplando pellejos en una tenería.

Reuníase José González Correa en el Café del Gran Capitán con varios amigos, uno de los cuales, siempre que se trataba de bromas, sostenía que á él nadie era capaz de dársela.

Hablábase una noche de relojes y González Correa se expresaba en estos ó parecidos términos: en ese ramo de la industria se ha progresado extraordinariamente; hoy mismo he visto en casa de don Herman Piaget unos relojes preciosos; hay uno que representa un elefante con la trompa de movimiento; otro en forma de barco que se balancea sobre las olas y otros muchos todos caprichosísimos, pero el que más ha llamado mi atención es uno de música que toca una pieza distinta cada día del año. iAdmirense ustedes, señores! eu [sic] caja de poco más de una tercia encierra trescientas sesenta y cuatro obras musicales.

-Hombre -le objetó al punto el individuo que no se dejaba embromar- tendrá trescientas sesenta y cinco, si hay una para cada día.

Y González Correa contestóle al punto: no, señor, porque el Viernes Santo sólo toca la matraca.

Un día crudísimo de Diciembre encontró en la calle á su amigo Santillana, el antiguo falsete de la capilla de música de la Catedral, que contaba casi tantos años como él.

Ambos iban embozados hasta los ojos.

González Correa, al verle se le acercó y le dijo: oye ¿sabes dónde es el fuego?

-¿Pero hay fuego? -preguntó á su vez con extrañeza Santillana.

-Sí, chico -respondió González Correa- ¿no lo has advertido por el aire que viene quemando?

Siempre que le hablaban de alguna persona de su época solía exclamar, simulando una extrañeza muy cómica: ¿pero todavía vive ese? ¡Caramba, que manera de tirar!

Espíritu observador conocía de modo admirable la vida de la gente del campo y narraba, sin omitir un detalle, escenas, conversaciones y sucesos graciosísimos relacionados con los trabajadores agrícolas.

El hizo popular el pésama [sic] dado por uno de esos trabajadores á los dueños de la finca en que servía.

Murió un individuo de la familia de aquellos y sus operarios se reunieron para designar al que había de cumplir la delicada misión antedicha, eligiendo, tras alguna discusión, al chiquichanquero por ser hombre de palabras.

Vistióse este la ropa de los días de fiesta, se puso la capa, indispensable para el acto, a pesar de que era el mes de Agosto, y vino á Córdoba decidido á cumplir el encargo.

Inmediatamente se presentó en la casa mortuoria, que estaba llena de amigos y deudos del finado, y dirigióse á la habitación ocupada por los doloridos.

De pie en el centro de ella, después de haberse descubierto, y previo un largo silencio, empezó su discurso en esta forma: ya sabrán ostedes lo que ha pasao. ¡Que le hemos de hacer! los desinios de Dios son impetuosos, y prosiguió con una larga serie de consideraciones que habrían hecho reir á una esquina.

Las personas presentes, á fin de no soltar !a carcajada, decidieron echarle con disimulo diciéndole: bueno, vete arriba que allí está el cadáver.

Salió nuestro hombre y subió la escalera, pero al encontrarse de manos á boca con la capilla ardiente bajó de tres en tres los escalones, presa de un terror indescriptible, exclamando: ¡qué cadavre ni cadavere, si lo que hay allí es un muerto!

Contaba González Correa que un individuo preguntó en cierta ocasión á otro que guardaba ganado por dónde se iba á las zahurdas llamadas del Tío Domingo, y el interrogado le guió en esta forma: "percura de ver de componer de cómo te pues barajar pa arrechucharte hacia lo jondo d'esa cañá y asín que estés bien arrechuchao le güerves la esparda al sol y te das en la jeta con las zajurdas del tío Mingo".

Cuando varias personas de la aristocracia cordobesa obsequiaron con una cacería en Sierra Morena A don Alonso XII, fué invitado á la expedición González Correa, y el Monarca escribió una especie de memoria de la gira, no exenta de donosura, en la que hacía mención varias veces de aquel ocurrentísimo anciano, elogiando su ingenio y su gracia inagotable.

Don González Correa conservó el buen humor hasta última hora; hallábase gravemente enfermo, á mediados de Agosto, y fué á visitarle un médico, amigo suyo.

-¿Cómo lo encuentra usted, Doctor? -preguntóle la familia del paciente.

-Muy mal -contestó el interrogado- no llega á la Fuensanta.

Y González Correa, que por un raro fenómeno había recobrado el oído, exclamó al punto: pues si no llegó á la Fuensanta me quedaré en el campo de Madre de Dios.

Este fué su ultimo chiste



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Referencias

  1. José González Correa
  2. https://biblioteca.cordoba.es/index.php/biblio-digital/notas-cordobesas/15557-notas-cordobesas-01.html#cap01 Notas Cordobesas. Tomo I

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