La Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes (Notas cordobesas)

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Desde época remota, casi todos los sábados, durante las primeras horas de la noche, varias personas respetables, hombres de ciencia, literatos y artistas, penetran en el viejo edificio de la plaza del Potro que fue hospital de la Caridad, diríjense á una de las puertas de su extenso patio y se pierden en las revueltas de una escalera: son nuestros académicos que acuden á celebrar sesión.

En un espacioso local, modestamente decorado, ocupan los sillones que se extienden en dos filas y los bancos colocados detrás, los cuales dan á la estancia aspecto de coro de convento antiguo.

Dos amplios bufetes y varios estantes llenos de libros y legajos completan el mobiliario, y adornan los muros algunos lienzos con retratos al óleo de cordobeses ilustres.

En lugar preferente destacase un busto, en barro, hecho por el escultor Inurria, del sabio Cronista de Córdoba don Francisco de Borja Pavón.

Tras los preliminares propios de las sesiones de toda sociedad ó corporación, leen trabajos literarios ó estudios científicos, discuten variados temas de interés, cambian impresiones sobre asuntos de actualidad y después de pasar unas horas en amigable consorcio, abandonan de nuevo el vetusto caserón y se despiden hasta el sábado siguiente.

Tal es la Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba que, gracias á su humilde vivir y á la buena voluntad y perseverancia de sus miembros, ha cumplido los cien años de existencia, mientras otras entidades análogas, liceos fastuosos y ateneos, al parecer florecientes, murieron al poco de nacer, no dejando huella alguna de su labor.

También han contribuido de modo notable á esta longevidad de la Academia los méritos indiscutibles de sus diez directores don Manuel María de Arjona, don José Meléndez Fernández, don Miguel de Alvear, don Ramón Aguilar Fernández de Córdoba, don Carlos Ramírez de Arellano, don Rafael Fernández de Lara Pineda, don Francisco de Borja Pavón, don Teodomiro Ramírez de Arellano, don Manuel de Sandoval y don Luís Valenzuela que la preside actualmente.

Apesar de su modestia, por ella han desfilado hombres de tanta valía como el inmortal don Angel de Saavedra, y personas ilustres por su inteligencia privilegiada, no sólo de toda España sino aún del extranjero, se han honrado y se honran con el título de académicos correspondientes de la centenaria y docta corporación cordobesa.

Poetas de tan altos vuelos como el inolvidable hispanófilo Juan Bautista Fastenrach, Salvador Rueda, Antonio Fernández Grilo y otros deleitaron con la lectura de sus maravillosas composiciones á los académicos de nuestra ciudad, esparciendo torrentes de armonías en aquella estancia, silenciosa de ordinario, y haciendo desaparecer, por unos momentos, la adusta severidad propia de las antiguas academias.

Uno de los actos más curiosos celebrados por referida sociedad fué una sesión en honor, no de un gran escritor ni de un artista eximio, sino de una pobre mendiga, que logró celebridad en Madrid: la Ciega del Manzanares.

Azares de la fortuna trajeron á Córdoba á esta pobre y admirable mujer que, sin más instrucción que la recibida de un humilde sacerdote, profesor de latín, á quien sirvió de criada antes de perder la vista, hablaba con asombrosa correción el idioma del Lacio é improvisaba versos latinos, rotundos y sonoros.

Don Francisco de Borja Pavón invitóla para que concurriese á la Academia y la Ciega del Manzanares hizo en ella gala de sus profundos conocimientos de la lengua clásica saludando á la Corporación con un discurso correctísimo, al que contestó, también en latín, nuestro inolvidable Cronista.

En los años 1872 y 1878 organizó la Academia lucidos Juegos florales, en los que fueron premiados don Dámaso Delgado López y don Emilio de la Cerda por sus trabajos acerca de La batalla de Munda; don Teodomiro Ramírez de Arellano, don Rafael Blanco Criado, don José Ramón Garnelo y don Aureliano González Francés por sus composiciones al tema Una excursión á las Ermitas de la Sierra de Córdoba; don Manuel Fernández Ruano y don Luis Balaca Gilabert por sus odas á San Eulogio; don Rafael Ramírez de Arellano y don Rafael de la Helguera por sus cantos á Pablo de Céspedes, y don Salvador Barasona Candán y don Miguel Jose Ruiz por sus leyendas acerca de Medina Azahara.

Si gratas han sido siempre las fiestas de la Academia, mayor encanto han tenido aún aquellas reuniones intimas, á las que asistían muy pocas personas, que se verificaban hace quince ó veinte años.

En ellas deleitaban á los concurrentes Pavón con algunas de sus poesías reservadas, en las que campean el ingenio, la gracia, la donosura y la picardía de las composiciones más famosas de Quevedo, y Fernández Ruano con aquellos artículos humorísticos que hicieron popular el pseudónimo de Martín Garabato en el periódico La Lealtad.

Después leíase la correspondencia de amigos y compañeros tan ocurrentes como González Ruano, el vecino del Ventilado Montemayor, y Romero Barros, Jover y Paroldo, Sierra, Trasobares y otros contaban sucesos de su vida, aventuras, anécdotas, generalizándose una charla deliciosa, amenísima.

En algunas de estas reuniones organizáronse giras campestres y no pocas terminaron con una modesta cuchipanda.

Allí nació la idea del banquete con que, una Noche-Buena, obsequió el Marqués de Jover á los académicos de Córdoba, sin duda para no ser menos que el Conde de Cheste.

Invitóles por medio de un soneto, y puso la condición, para poder asistir á la comida, de que los convidados habían de contestar, aceptándola, en otro soneto escrito con los mismos consonantes del suyo.

Esta exigencia sirvió de pretexto para una velada literaria memorable.

La Academia de Córdoba, en las postrimerías del siglo XIX, dió muy pocas señales de existencia, pero al hacerse cargo de su dirección don Teodomiro Ramírez de Arellano adquirió nueva vida, merced á los entusiasmos de aquel erudito escritor y al cariño que la profesaba.

En su época proveyéronse casi todas las vacantes que había de académicos de número y esto motivó una serie de brillantes recepciones, efectuadas, con gran solemnidad, en las Casas Consistoriales.

El también inició y llevó á feliz término la idea de conmemorar el centenario de Pablo de Céspedes con otra fiesta literaria, que se celebró en el año 1908, en el edificio donde está la Academia.

Después un literato prestigioso, de iniciativas, de grandes alientos, presidió la vieja Corporación; con el y con otros elementos análogos, entraron en ella auras de juventud, corrientes de vida y no es aventurado suponer que la Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba, después del primer centenario de su fundación renazca como el Ave Fenix, de sus cenizas para honra y prez de la ciudad de los Sénecas.

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